El desafío del cristinismo es anestesiar, no vacunar
La búsqueda de impunidad no solo incluye la domesticación de la Justicia, sino también el aquietamiento de los sectores ajenos al oficialismo
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¿Tiene la Argentina anticuerpos institucionales para frenar la descarga generalizada del kirchnerismo para destruir el sistema judicial? Las insinuaciones y la moderación ya fueron barridas y el propio presidente Alberto Fernández es la primera víctima del desesperado intento de impunidad de su mentora. En la ferocidad de la embestida se retrata la debilidad de Cristina Kirchner frente a las causas penales que preguntan y responden cómo su familia se hizo multimillonaria absorbida por la política y la función pública.
Cristina retoma el “vamos por todo” en exclusiva defensa propia. En el camino, el poder del Presidente se convirtió en un resorte más de esa embestida.
Todo se puede resumir así: Cristina necesita que la Justicia se subordine a su necesidad de ser declarada inocente.
La lista es conocida, pero siempre vale mencionarla. Los amenazantes discursos de las dos máximas autoridades políticas del país en contra del Poder Judicial, el descabezamiento del Ministerio de Justicia, la amenaza de crear comisiones de desalojo de jueces y fiscales, el señalamiento personal a miembros de la Corte Suprema para forzarlos a irse, la pretensión de jubilar compulsivamente a jueces y fiscales molestos, el proyecto para modificar las mayorías agravadas necesarias para nombrar al jefe de los fiscales, la instalación de un indulto o una ley de amnistía para casos de corrupción, el cambio del sistema de mayorías y minorías en el Consejo de la Magistratura para usarlo como arma para la domesticación de jueces, la construcción de una fantasmal conspiración de jueces, opositores y medios de comunicación. Acumular denuncias y causas contra Mauricio Macri para demostrar que “todos son iguales”. Y siguen las firmas.
Todo se puede resumir así: Cristina necesita que la Justicia se subordine a su necesidad de ser declarada inocente.
Esto no empezó hace dos semanas. La furia kirchnerista parece la misma de los últimos años de la presidencia de Cristina. Pero nada es igual, es apenas parecido. Pasaron cosas, en palabras del gobernador Axel Kicillof.
La repetición de cifras y consignas genera hábitos y creencias engañosas. En los años que siguieron a 2011, el kirchnerismo mostró el 54% de los votos de la reelección de Cristina Kirchner como una garantía para el primer “vamos por todo”. En el año y medio que transcurrió desde la derrota que lo desalojó del poder, el macrismo y sus aliados agitaron como un reaseguro de supervivencia el 41% que lograron reunir el día en el que el peronismo reunificado recuperó el mando.
El 54% se despintó en 2013, en la derrota a manos del peronismo alternativo de Sergio Massa. El macrismo tiene ahora como desafío para las elecciones legislativas de octubre mostrar que el 41 por ciento es, como mínimo, una constante política.
Dicho en los remanidos términos sanitarios de estos tiempos pandémicos: al igual que los virus y los anticuerpos, el respaldo electoral nunca puede ser impuesto como un dato inamovible.
Dicho en los remanidos términos sanitarios de estos tiempos pandémicos: al igual que los virus y los anticuerpos, el respaldo electoral nunca puede ser impuesto como un dato inamovible. Su naturaleza es precisamente la contraria; cambian, mutan, crecen o desaparecen según las circunstancias. Si en algo se parecen la infectología y la ciencia política es en que ambas estudian tendencias y comportamientos que incluyen fenómenos que pueden desbaratar esos mismos procesos.
Hay en la Argentina un uso de los resultados electorales bastante diferente según el caso y la circunstancia. Para el kirchnerismo, son un pasaporte para adecuar la realidad a sus necesidades más perentorias; sus rivales creen que su apoyo en las urnas los convoca a frenar esos arrebatos. En esa situación está bloqueado un país cuyos dirigentes no hablan o hablan poco y cuando lo hacen acuerdan lo innecesario.
Cristina, luego de atravesar la derrota y apremiada por las causas de corrupción, se apresta a usar el poder que acumula en defensa propia y de su familia.
Traducción al presente: Cristina Kirchner en los días posteriores a su reelección creyó necesario barrer con sus rivales, radicalizar su discurso, reducir a gobernadores e intendentes a la condición de público presencial de sus cadenas nacionales y mantener sin grandes cambios el sottogoverno que había implantado su compañero, Néstor Kirchner. Es la misma dirigente que, luego de atravesar la derrota y apremiada por las causas de corrupción, se apresta a usar el poder que acumula en defensa propia y de su familia.
No es lo mismo recrear un relato para la hegemonía política, sin fuerzas políticas al frente, como hace una década, que luego de la recomposición de la oposición, pero también de la reunificación del peronismo. Tampoco es lo mismo embestir contra la Justicia solo en nombre de las propias necesidades penales.
Más que millones de vacunas para crear anticuerpos, Cristina necesita infinitas dosis de somníferos para anestesiar a una fracción significativa de la Argentina. Dormir al país que no la vota no parece tan fácil. Pero tampoco imposible.