El debate sobre el adoctrinamiento nos podría enriquecer
Existen alternativas para favorecer un aprendizaje más flexible y abierto al intercambio de ideas, que privilegie la voz de los estudiantes
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Tenemos ahora un debate sobre el adoctrinamiento en la educación. A diferencia de una enseñanza que ayuda a los estudiantes a pensar y evaluar las cosas por cuenta propia, el adoctrinamiento intenta inculcarles a los estudiantes qué pensar. Por eso, el adoctrinamiento es preocupante, en especial en las escuelas y colegios donde los chicos recién empiezan a formarse.
Se podría decir que el debate sobre el adoctrinamiento en la educación no es nuevo. John Stuart Mill, por ejemplo, habla en un discurso de 1867 de “liberar a las mentes de la vieja noción de la educación como una inculcación dogmática por parte de la autoridad (…); el cometido propio del entrenamiento universitario es ayudarnos a formar nuestra propia creencia al modo de seres inteligentes que buscan la verdad”. Por otro lado, en términos históricos casi no había, hasta hace poco tiempo, sociedades en el mundo habituadas a aceptar el disenso, fuera religioso o de otro tipo. Esa relativa falta de práctica puede ayudar a explicar por qué nos cuesta tanto aceptar a los que piensan distinto a nosotros. Venimos de otro lado, de la imposición de un único punto de vista.
Hay dos mecanismos planteados por el economista Albert Hirschman para enfrentar el adoctrinamiento: la voz y la salida. La interesante propuesta del secretario de Educación, Carlos Torrendell, de evitar programas curriculares no pluralistas abre una ventana para empoderar la voz de los estudiantes. A este respecto es especialmente relevante la tradición de las artes liberales y las ciencias. Esta tradición enfatiza, como parte del proceso formativo, el desarrollo de las habilidades de la escritura y del debate oral. Ambas habilidades ayudan a que los estudiantes encuentren una voz propia y aprendan a distinguir entre posturas contrapuestas.
El enfoque de las artes liberales y las ciencias está relacionado en su origen con la paideia griega, una educación que buscaba formar ciudadanos. Esta formación era imperativa en la democracia ateniense ya que, en lugar de estar a merced de los dictados del tirano de turno, los ciudadanos enfrentaban el desafío de dirigirse a sí mismos reunidos en la Asamblea. El razonamiento y el debate está también en el corazón de las democracias liberales modernas, donde los ciudadanos no solo votan entre alternativas, sino que tienen el derecho de organizarse para hacer propuestas de gobierno y llevarlas a cabo. Este es el espíritu fundacional de la República Argentina.
La otra alternativa para evitar el adoctrinamiento es la salida, es decir, que las familias busquen escuelas y colegios con más libertad de pensamiento. El mecanismo de salida es lo que funciona en los mercados. Por ejemplo, si los consumidores están disconformes con el servicio que reciben en un café, van a otro. Desde ya, la educación es más importante que un café. Por eso mismo, es crucial que más padres se puedan involucrar en la educación de sus hijos. En este sentido, el gobierno nacional ha lanzado vouchers educativos para subsidiar temporariamente las cuotas que pagan las familias de menores ingresos. Esto podría llevar a algo más permanente, como la creación de una “educard”, una tarjeta para financiar la demanda de servicios educativos. Esto sería algo valioso si más padres logran sentir que pueden influir en la calidad de la educación de sus hijos, en lugar de ser algo librado a la fatalidad. Puede también incentivar a las instituciones educativas para que, a fin de no perder alumnos, busquen que sus docentes se comporten de forma más ecuánime.
El gobierno nacional ha propuesto además la creación de un canal o línea para denunciar a maestros y profesores que hagan adoctrinamiento en sus clases. Si bien esta propuesta busca dar más voz a los estudiantes y sus padres, corre el riesgo de judicializar la educación, haciéndola más burocrática de lo que ya es. Este remedio incluso podría ser peor que la enfermedad, ya que podría devenir en algo como la Comisión Visca (nuestra versión local del macartismo) que en los años cuarenta y cincuenta investigó las actividades “antiargentinas”, persiguiendo a los opositores al gobierno. Es paradójico que un gobierno libertario piense que se pueda resolver el problema del adoctrinamiento con más control estatal y político.
Si posibilitamos más opciones de salida a las familias y empoderamos la voz de los estudiantes, entrenándolos en el debate de ideas que enseña a escuchar la posición del otro para continuar el diálogo, el debate sobre el adoctrinamiento nos puede enriquecer a todos. Nos puede ayudar a tener una educación más flexible y abierta a diferentes ideas, con libros de texto de mejor calidad, en línea con los altos ideales que llevaron a fundar nuestra república.
Director del BA de la Universidad del Cema