El cuento fantástico del ajuste sin sufrimiento
Alberto Fernández hace piruetas retóricas para mantener unido el frente peronista en el terremoto de las negociaciones con el FMI; el acuerdo lo expone a administrar una era de austeridad
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Alberto Fernández ha hecho un esfuerzo notable por mimetizarse con las formas discursivas del kirchnerismo desde que Cristina Kirchner lo designó a dedo candidato a presidente. Ese ejercicio de contorsión lo expuso al espejo incómodo de los archivos fílmicos de su vida anterior. Pero aceptó pagar el precio a cambio de una sensación de fortaleza política, sostenida en la convicción personal de que su figura encarnaba la amalgama que hacía posible la unidad peronista.
El paso del tiempo gastó el truco. La astucia se convirtió en caricatura: el político que le dice a cada interlocutor lo que quiere oír se encuentra cercado por la desconfianza de propios y ajenos. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) detonó la peor crisis en el Frente de Todos, porque Máximo y Cristina Kirchner se niegan a tragarse disciplinadamente el sapo del ajuste sin sufrimiento que el Presidente y su ministro de Economía, Martín Guzmán, ofrecen a la sociedad que gobiernan.
Fernández, como hacía su mentora, intentó adornar con términos épicos lo que a todas luces es un programa de austeridad, auditado por los hombres de negro de Washington. Anunció como quien celebra un triunfo que no habrá reformas estructurales, que no le pidieron déficit cero (aunque después se supo que sí), que el gasto va a aumentar y que nada de lo que se está negociando detendrá el crecimiento del producto bruto. No pasó el filtro principal. Máximo Kirchner fue el encargado de decirle por escrito que se encamina a un ajuste liso y llano al que no quiere quedar pegado.
Desde entonces, el Presidente lleva tres semanas enredado en sus palabras. Busca de retomar la senda que lo llevó al poder. Los días felices en los que administrar el poder era endulzar los oídos de Cristina y su gente. El hechizo está roto: se trata de encontrar la fórmula de mantener la formalidad de un peronismo unido que sobreviva al pacto con el FMI y le permita atravesar el año y poco que queda hasta que empiece la carrera presidencial de 2023. En esa estrategia se encuadran desde la declaración judicial como testigo de la defensa en el juicio contra la vicepresidenta por la supuesta corrupción en obras viales en Santa Cruz hasta la sucesión de líos diplomáticos que suscitó su gira a Rusia y China, marcada por palabras ingratas hacia Estados Unidos (mientras le rogaba apoyo por lo bajo al gobierno de Joe Biden).
La construcción de sustentabilidad política implica una dieta estricta de sapos. Fernández recompuso relaciones con el ministro del Interior, Wado de Pedro, con quien quedó dolido en extremo desde que le renunció la semana posterior a las PASO. Ordenó a su gente que le diera respaldo a Máximo Kirchner en su primera cumbre formal como presidente del PJ bonaerense. Y le dio lucimiento con un acto en la Casa Rosada a Luana Volnovich, directora del PAMI, después de sus vacaciones en el Caribe mexicano. El mensaje sutil fue de tregua: no habrá resistencias desde la Casa Rosada al plan camporista de refugiarse en el bastión blindado de la provincia. En paralelo, le da rienda corta a Guzmán en su batalla con los cristinistas Federico Bernal y Federico Basualdo en la discusión por la suba de tarifas energéticas.
“La prioridad es cerrar con el Fondo y que no se rompa el Frente. Si lo logramos vamos a crecer y tenemos casi dos años para recomponer expectativas”, sintetiza una fuente del ala optimista del albertismo. Al Presidente lo motivan los pronósticos alentadores de Guzmán y de un círculo cada vez más chico que cree en la posibilidad de revertir el desánimo social escandaloso que retratan las encuestas desde el año pasado y que explican en gran medida el mal resultado electoral del oficialismo en las legislativas.
Si se abre un poco la mira el pesimismo cunde entre los peronistas. Máximo blanqueó su desacuerdo con la negociación de la deuda firmada por el gobierno de Mauricio Macri. Pero fue la propia Cristina quien expuso las razones dos meses antes en una de sus míticas cartas. Dijo sobre el FMI: “Es un momento histórico de extrema gravedad y la definición que se adopte y se apruebe puede llegar a constituir el más auténtico y verdadero cepo del que se tenga memoria para el desarrollo y el crecimiento CON INCLUSIÓN SOCIAL (SIC) de nuestro país”.
Alberto y Cristina pulsean en silencio (fueron mínimos sus contactos desde el anuncio sobre el principio de acuerdo con el Fondo). Él se prodiga en gestos discursivos -a menudo sin medir las consecuencias, como le pasó con las críticas a Estados Unidos que debió luego aclarar-; ella le devuelve un silencio que sirve para que la crisis no escale.
En medio hay todo un universo peronista que se divide entre los que preferirían una posición más dura en la discusión de la deuda y quienes se resignan a que es el mejor camino posible, aun cuando no compran el cuento fantástico del ajuste sin dolor.
La inflación y la devaluación
Ven que el riesgo más evidente del programa es que tal como está presentado garantiza un modelo de alta inflación que va a impactar de forma negativa en los salarios y las jubilaciones. Pocos economistas por fuera del equipo de Guzmán le otorgan alta probabilidad a la idea de cumplir una reducción del déficit a 2,5% este año y 1,9% el que viene sin un recorte del gasto real. El Gobierno dice una cosa y se prepara para la contraria: así lo retratan la pelea interna por la baja de subsidios energéticos y la discusión sobre los planes sociales, en un contexto de fuerte movilización callejera de grupos piqueteros y de la izquierda.
Otra gran incógnita de lo que vendrá es la situación cambiaria. Fernández prometió que no habrá una devaluación brusca, pero sus rivales internos señalan que no ven cómo hará Guzmán para cumplir con los objetivos de reducción drástica de la emisión y de acumulación de reservas comprometidos con los técnicos del FMI. Tampoco confían en que se pueda mantener un ritmo de sostenido de crecimiento mientras se alienta una suba de tasas de interés que supere al índice de precios.
Las disidencias son inmensas, imposibles de ocultar. El desafío de Fernández es conseguir que todos hagan un poco la vista gorda. Los técnicos del Fondo tienen que aprobar un programa que ya dijeron de mil maneras posibles no va a solucionar los grandes desequilibrios de la economía nacional. Solo evitar desastres mayores y crear condiciones para que en un futuro -acaso con otro gobierno- existan condiciones para que el país alcance condiciones básicas para devolver el dinero que le prestaron. Estados Unidos no espera un socio confiable: pero da el apoyo político decisivo en la convicción de que peor es arrojar a la Argentina a manos de los chinos y los rusos, y añadir otro factor de inestabilidad en la región. Retiene una herramienta poderosísima, como es la capacidad de influir en las revisiones periódicas a las que se someterá el país. La oposición de Juntos por el Cambio, enredada en un agrio debate interno, prefiere que haya acuerdo, en la esperanza de ganar en 2023 y recibir una herencia menos gravosa. Necesita encontrar la forma de que los votantes no la asocien al destino de un gobierno en horas bajas.
El obstáculo mayor -sin resultado claro todavía- es la actitud de los Kirchner y sus fieles. El Gobierno ansía que la resistencia no impida la aprobación parlamentaria del programa económico. En un ideal que voten que sí o, al menos, que expresen su malestar con una abstención acotada a un grupo pequeño de legisladores. Para eso trabajan con gran delicadeza el texto del proyecto, con borradores que llegan hasta las costas camporistas. ¿Encontrará Máximo una fórmula para conservar la coherencia con sus palabras anti-FMI sin conspirar contra la sanción del acuerdo? Tanto él como Cristina se sienten atrapados: no quieren entregar sus banderas, pero saben el riesgo que implica para ellos en términos de imagen y de construcción política empujar al país a un default.
Fernández apuesta a pegotear los añicos del Frente de Todos y atravesar el desierto de 2022. Espera que Cristina y su hijo estén en la misma sintonía de amor por conveniencia. Como desde un principio, cambia coherencia por sensación de estabilidad política. Le queda rogar que en el largo plazo no termine por perder las dos.
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