El caso Émile Ajar, escritor fantasma
No es el primer libro que publica Paul Pavlowitch (Niza, 1942) con su nombre: Tous immortels, que acaba de aparecer en Francia, es en realidad el séptimo. El número no está mal para alguien que comenzó su carrera con la desventaja de haber sido un escritor fantasma en el más literal de los sentidos. El primero que de verdad escribió, en 1981, dejó con la boca abierta al campo literario francés porque corporizaba una fabulación inverosímil. En aquel volumen revelador –y en el programa literario de Bernard Pivot–, Pavlowitch confirmó que él no era, contra lo que se pensaba, el reconocido autor Émile Ajar. O para mayor precisión: que le había puesto el rostro a Ajar, pero sin escribir una línea de sus novelas. Cuatro décadas después, en Tous immortels (“Todos inmortales”), Pavlowitch vuelve a rememorar aquel affaire para ajustar cuentas –en un ambiguo juego de admiración y rencor, según se desprende de las entrevistas que ha concedido– con Romain Gary (1914-1980), el cerebro y ejecutante de aquella impostura tan extrema que parece de ficción.
La vida de Romain Gary es una novela real como no hay dos
Gary fue un escritor francés rocambolesco: nacido en Lituania, fue resistente y héroe de la aviación de De Gaulle durante la Segunda Guerra Mundial. Después del conflicto, al tiempo que continuaba publicando novelas, emprendió una carrera diplomática que lo llevó a Bulgaria y Nueva York. El mundo del cine no le fue ajeno: su segunda pareja fue la actriz Jean Seberg, compañera de Jean-Paul Belmondo en Sin aliento.
"Todo podría haberse reducido a una farsa efímera, pero el escritor decidió prolongar el engaño"
Una primera versión de la historia dice que a Romain Gary lo empezaba a asediar su fama de personaje público y buscaba explorar nuevos tonos narrativos. La segunda, que habiendo ya ganado el Premio Goncourt –demasiado temprano, en 1956, con Las raíces del cielo– quería reincidir. Había un escollo en apariencia insalvable: un escritor no podía recibir el Goncourt dos veces. Por una de esas razones, o por las dos, nació Émile Ajar. No obtuvo el premio con Gros-Câlin (1974), sino con la novela siguiente: La vie devant soi (La vida ante sí, 1975), sobre una exprostituta de origen judío que sobrevivió a un campo de concentración y, ya mayor, se ocupa de cuidar a chicos no deseados en el barrio de Belleville, en París.
Todo podría haberse reducido a una farsa efímera, pero el escritor decidió prolongar el engaño. Le pidió a Pavlowitch, un pariente más joven al que llamaba “sobrino”, que personificara a Ajar. Gary escribió todavía dos novelas más bajo ese nombre, casi un heterónimo. Pseudo (1976) es casi una confesión en clave a la que nadie –más allá de las suspicacias– le prestó atención. El problema comenzó cuando Pavlowitch se tomó su papel tan en serio que en las entrevistas parecía haberse convencido de ser el verdadero autor de esos libros. Gary, dicen algunos, empezó a sentir celos de su invención. Entró en una espiral descendente que desembocó en tragedia: a fines de 1980, se pegó un tiro. Que Gary era Ajar solo se supo de manera fehaciente después de su muerte, por su “sobrino” y la póstuma Vie et mort d’Émile Ajar.
Mientras se espera la traducción de Tous immortels, la reaparición en los medios de Pavlowitch permite adelantar su versión del asunto. Con el apoyo de los carnets de nota de aquella época, reconstruye los días en que amó y “detestó” a Gary y Seberg (en su nota final el escritor alude a la actriz, de la que estaba hacía tiempo separado, para negar un vínculo entre su suicidio y el de ella, ocurrido un año antes), expertos en llevar “una guerra a muerte contra la realidad”. Romain Gary, en todo caso, había jugado con las fabulaciones toda su existencia: llegado a los 14 años a Francia solo con su madre (tras un periplo que incluyó en la infancia una deportación de Lituania a Rusia), el escritor siempre jugó con las identidades fluctuantes. Su nombre de nacimiento era Roman Kacev, pero alteraba de manera recurrente su lugar de nacimiento o las circunstancias de su biografía (como sugerir que era en realidad hijo de un famoso actor moscovita). Mitómano o salvaconducto de un resiliente, lo único seguro es que tanto después la vida de Gary (que en ruso significa “¡quémate!”, así como Ajar significa “brasa”) es una novela real como no hay dos.