El atentado contra AMIA, un anticipo del presente
El ataque contra la mutual judía, hace 30 años, fue el prolegómeno de una época decidida a reeditar horrendos fantasmas del pasado
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l 18 de julio de 1994 no solo se destruyó el edificio de la AMIA y se segó la vida de 85 personas sino que abrió uno de los capítulos más funestos de la historia argentina. Las innumerables y bochornosas idas y vueltas en la investigación y juicios realizados, el Memorándum con Irán, la muerte del fiscal Nisman, conforman una sucesión de capítulos que revelaron los aspectos más abyectos de la estructura del poder en sus múltiples estratos. Las investigaciones frustrantes, la inacción de los jueces, las actitudes pendulares de los distintos gobiernos, conforman un cuadro dantesco de un país que desde hace mucho tiempo se halla en búsqueda de los valores que permitan encaminarlo en la senda con la que soñaron sus creadores, a fin de ser una “grande y gloriosa nación”.
La comunidad judía de la Argentina fue después de la devastación que significó la Shoah, uno de los polos culturales más importantes de la diáspora. En gran medida ello se logró gracias a la labor que se centralizaba en la AMIA. Uno de los elementos esenciales de aquel esfuerzo por preservar la cultura e identidad judías después de aquella terrible destrucción, fue rescatar el valor de la palabra. Los niños y adolescentes aprendían en las escuelas de una red educativa organizada desde la AMIA, versículos de la Biblia, en su idioma original, que quedaban grabados en su memoria por siempre. Era un ejercicio para usar las palabras a fin de expresar verdades con las mismas y no falsedades ni engaños. Los retazos de la judería europea destruida, que Abraham Joshua Heschel definió en su obra La tierra es del Señor, como una de las edades de oro en la historia hebrea, fueron recogidos en nuestro país y rehechos en vestimenta nueva.
Los que pergeñaron el atentado habrán tenido la información o intuyeron lo que significaba esta institución. Quisieron sepultar en sus ruinas a las víctimas de su odio, y tal vez, junto a ellas, a la historia y todo aquello que esta institución representa.
Desde entonces la realidad global fue sacudida en múltiples latitudes por este flagelo de demencial odio y destrucción. Los atentados a las torres gemelas en 2001, a la red ferroviaria Cercanías de Madrid, el 11 de marzo de 2004, son las primeras menciones de una lista que sigue con múltiples nombres de ciudades, fechas y números de víctimas. Uno de los últimos atentados es el que acaeció el siete de octubre pasado en el sur de Israel cobrando la vida de 1500 personas.
El atentado a la AMIA fue el prólogo a un nuevo tipo de violencia que produjo emigraciones masivas de millones de individuos que abandonaban el infierno en el que vivían por la aventura de llegar a otras tierras y empezar a reconstruirse humanamente a partir de la miseria a la que fueron sometidos.
La cultura del odio que sólo sabe expresarse mediante la violencia ha desplazado a la del diálogo y del entendimiento. Crispación, grieta, son los vocablos que suelen usarse para definir la realidad de un mundo que ha perdido en gran medida la brújula que señala la sensatez. Aquellos versículos bíblicos aprendidos en la infancia, que refieren a un mundo de paz, entendimiento, espiritualidad, que se encuentran grabados en tantos murales de edificios emblemáticos, quedaron como una mera esperanza, ¿ilusión? para generaciones por venir.
El atentado a la AMIA puede ser hoy visto como el prolegómeno de una realidad cruel en la que los fantasmas del pasado más horrendo de la humanidad retornan de sus sombras. ¿Acaso estamos presenciando en nuestros días la quinta batalla por Kharkov? Las primeras cuatro (20-24 de octubre de 1941,12-28 de mayo de 1942;19 de febrero-15 de marzo de 1943;12-23 de agosto de 1943) fueron entre la Wehrmacht de la Alemania Nazi y el Ejército Rojo de la Unión Soviética. La presente es entre Ucrania y Rusia. Las primeras tuvieron por propósito el expansionismo nazi; la del presente, el ruso. Del mismo modo una ola de antisemitismo vuelve a surgir en el mundo, tal como no se había visto desde que las chimeneas de Auschwitz y demás campos de exterminio, dejaron de echar el humo de la cremación de los cuerpos de los millones de víctimas allí ajusticiadas.
Tres décadas han transcurrido y aún un manto de oscuridad sigue cubriendo a los que perpetraron el atentado. La realización de la justicia hubiese mitigado un poco las terribles penas de los que perdieron a un ser querido en aquel atentado. En Proverbios (13:12) se nos enseña que “La esperanza que se demora es tormento del corazón”. La esperanza de justicia sigue en sus corazones junto a los tormentos por los escasos resultados alcanzados.
El versículo citado finaliza diciendo “pero árbol de vida es el deseo cumplido”. Los asesinados el 18 de julio de 1994 siguen firmes en la memoria y el compromiso de muchos. Este es un deseo cumplido que, al decir del sabio, es cual árbol que en algún futuro nos alegrará con sus flores y frutos.