Los planes económicos de la Argentina fueron históricamente un asunto difícil de comunicar
Adelanto del libro “Puede fallar. Economía y comunicación en 40 años de democracia”
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Cavallo nos contó que impulsaba el uso del centavo como mensaje de valor de la moneda; Lavagna nos mostró el decálogo “comunicar en democracia” que preparó de puño y letra para su equipo al asumir; Boudou nos dijo que aprendió de comunicación trabajando con Massa, y Prat-Gay, que su objetivo era transmitir tranquilidad y confianza.
¿Influye la comunicación en el éxito de una política económica? La mayoría de los protagonistas entendió que sí, casi siempre a fuerza de golpes. Periodistas e investigadores nos ayudaron a ver que la relación es compleja, sin reglas fijas y en permanente transformación.
En 1983 arrancamos con los cuatro canales de televisión en manos del gobierno, alta inflación y problemas de deuda. Y llegamos a 2023 con millones de celulares creando y compartiendo contenido en TikTok, alta inflación y problemas de deuda. Todo nuevo y nada nuevo bajo el sol.
En Puede fallar (Planeta), título homenaje al mentalista televisivo Tusam, buscamos responder por qué en cuarenta años de democracia no fuimos capaces de encontrar una narrativa para comprender la ecuación básica de la economía y así forzar a los tomadores de decisiones a ir por la dirección que evite catástrofes y construya futuro. ¿Por qué los radicales no cuidaron el Austral y la sociedad no reclamó? ¿Por qué no hubo un grupo en la sociedad que le dijera a Menem que la deuda en la convertibilidad era una pastilla de veneno? Más aquí, cuando los Kirchner duplicaron el tamaño de la administración nacional, el relato del Estado presente y toda la cultura nac & pop se llevaron puesto cualquier intento por hacer una política económica consistente que pasó a ser un discurso de economistas aburridos, ortodoxos y neoliberales, todas malas palabras.
Ahora estamos a las puertas de una nueva decisión y un nuevo cambio de rumbo. ¿Nos bancamos que nos digan la verdad? ¿O tenemos ganas de escuchar soluciones mágicas y después sentirnos defraudados? La conversación se ha complejizado, premiando los extremos y las definiciones contundentes, muchas veces sin respaldo pero con impacto. Después de varios fracasos, la economía no puede dar nuevos pasos en falso.
En este recorrido de 40 años, Puede fallar nos permitió encontrar algunas lecciones de comunicación y de economía con la esperanza de conversar con más claridad, salir del estancamiento y animarnos a cometer errores nuevos. También nos permitió recorrer anécdotas jugosas que nos cuentan la cocina de cómo se relacionaban los economistas y los gobiernos con los medios y los periodistas según fue evolucionando la democracia. De matarse por salir en la tele, lanzar medidas económicas en Instagram. Cambia, todo cambia.
Aquí, tres fragmentos del libro que retratan tres momentos clave de la historia económica reciente de nuestro país.
SOURROUILLE AVANZA DE MANERA SIGILOSA CON EL PLAN AUSTRAL
El equipo de Juan Vital Sourrouille trabajó casi cuatro meses con un gran hermetismo. De a poco se fueron sumando técnicos, conforme se iba puliendo el plan y necesitaban calibrar más variables. El plan era conocido por las autoridades de los Estados Unidos, el director gerente del FMI y Raúl Alfonsín. Por nadie más. Es decir que, en los primeros meses de Sourrouille, en realidad la estrategia de comunicación era más bien de ocultamiento, en ocasiones para despistar a propios y extraños. Sourrouille contaba que en esos meses de trabajo a veces recibía críticas de gobernadores radicales u otros personajes mientras cenaban en Olivos. Alfonsín le decía por lo bajo, casi como haciendo la seña del siete de espada: “Usted no diga nada”. Nadie sospechaba qué se estaba cocinando dentro del equipo económico. No lo podían saber.
El plan era de shock, muy sofisticado para explicárselo a Alfonsín, así que ni el presidente estaba al tanto de ciertos detalles técnicos. Cuando ya lo tenían bastante masticado, Sourrouille llamó a su hombre de confianza en el gobierno americano, un tal Edward Yeo III, un economista profesional que actuaba de troubleshooter de países amigos. [...]
El hombre tomó un avión y en 24 horas estaba en la oficina de Sourrouille. A las pocas semanas llega la reunión de primavera del FMI y viajan Sourrouille, Machinea y Brodersohn. Encuentro a puertas cerradas en el FMI con las máximas autoridades económicas de los Estados Unidos (Paul Volcker de la Reserva Federal y James Baker del Tesoro). El contador de Adrogué pide un pizarrón y está una hora describiendo todo lo que van a hacer para poner en marcha el Austral. No vuela una mosca. No se filtró ni una línea. En ese ámbito, Sourrouille era una fiera.
El director del FMI dice que no se puede, que el reglamento del FMI era un problema, pero Volcker le tuerce el brazo. Dicho por Sourrouille, la directiva de Estados Unidos al FMI fue así: “Ustedes vean los temas del reglamento, que nosotros tenemos los votos para apoyar este tema”. Desde abril hasta el lanzamiento en junio, Edward Yeo iba y venía y, con el máximo sigilo, el equipo de Sourrouille trabajaba con Washington para llevar el shock que significó el Austral a buen puerto.
El 26 de abril de 1985 Alfonsín hizo ese famoso discurso de “la economía de guerra”. El speech estuvo operado por el equipo económico para mandar un mensaje a la sociedad. El Plan Austral, que se lanzó el 14 de junio, y que bajaría la inflación desde un pico de 30% en junio a menos de 2% en septiembre y octubre, necesitaba un mensaje de austeridad como requisito previo. Seguramente ningún político de raza hubiese elegido dar ese mensaje que le tocó a Alfonsín, pero era una necesidad comunicacional para preparar la cancha. Y fue un one shot.
LA SALIDA DE LAVAGNA Y EL CAMBIO EN EL GOBIERNO DE NÉSTOR KIRCHNER
Néstor Kirchner ya había cambiado su comunicación. Desde aquel intento transversal de ser más amigo de todo el mundo, como forma de conseguir legitimidad luego de haber ganado la presidencia con el 22% de los votos, hasta el último trimestre de 2005, había corrido mucha agua bajo el puente. En noviembre de 2005, con Roberto Lavagna aún en el ministerio, el presidente lanza una fuerte crítica a los empresarios y les dice que en lugar de juntarse a ver cómo crece el país “solo quieren apoderarse del bolsillo de la gente”. Lavagna también les da un tirón de orejas en IDEA por la suba de la inflación, pero lo hace simétrico, advirtiendo a los sindicatos sobre la suba de los salarios. Lavagna fue a dar el discurso de IDEA sin el visto bueno del presidente. Allí dice que no hay magia, sino mucho trabajo por delante. Ya para ese fin de semana volaban los rumores de renuncia.
El 28 de noviembre Lavagna es reemplazado por Felisa Miceli. En la prensa más afín al kirchnerismo como Página/12 se empiezan a enumerar los problemas del ministro saliente. Que Economía es un ministerio isla, que trabajar con él era muy difícil, que no era un jugador de equipo, que confrontaba con todo el gabinete y, desde la política, su posición ausente en la campaña electoral. Obviamente lo de la CAC [la denuncia del ministro sobre la cartelización de la obra pública en la Cámara de la Construcción] rebasó el vaso porque puso en duda la honestidad del gobierno y, decían en Página/12, le dejó el plato servido a Elisa Carrió para que avanzara con denuncias de corrupción.
Fueron 3 años, 7 meses y un día. En los 43 meses en que estuvo Lavagna, la inflación fue de 42 .2%, es decir 0.82% por mes, el de- sempleo cayó del 21 al 10% y la actividad económica medida por el EMAE (algo así como el PBI mensual) aumentó un 33%. Fue la mejor época del kirchnerismo. Se apalancó en una capacidad ociosa sin precedentes, no tuvo que pagar intereses de la deuda pública y otras cosas que quizás no sean mérito suyo, pero consiguió que por varios años la economía produjera noticias positivas del lado real. Las tapas de los diarios relataron con sorpresa subas de recaudación, superávit gemelos, crecimiento. Para fin de 2005 la inflación volvía a aparecer como una amenaza, la actitud del kirchnerismo daba muestras de cambio y si bien Lavagna siempre fue un heterodoxo comparado con Cavallo y Roque Fernández, no estaba dispuesto a desafiar la ley de gravedad. Lavagna se pasa de prudente al evaluar cualquier proceso económico: “Lo único que se puede hacer es poner balizas. La gente es la que camina. Si la gente no cree en las balizas, empieza a caminar por cualquier lado”.
Kirchner tenía otra idea.
PRAT-GAY, DISPUESTO A ENTRAR A LA CANCHA A PATEAR UN PENAL
–Alfonso, ¿trajiste ropa? Dale que falta uno, entrás.
Era 1988 y en la quinta de Mauricio Macri se había armado un partido con Diego Armando Maradona, que no solo era campeón del mundo, sino que además venía de ganar el primer scudetto en la historia del Napoli. Alfonso Prat-Gay no estaba entre los convocados; pero, aunque varios años más chico, se conocía con el dueño de casa del colegio Cardenal Newman y había jugado en esa cancha muchas veces. Logró colarse y, como hubiera hecho cualquier argentino de bien, llevaba su bolsito .
–Tengo botines, pantalón, medias, camiseta y hasta ungüento.
El jugador 22 llegó apenas empezado el partido (¿cómo llegás tarde a un partido con Maradona?), pero Macri lo hizo esperar. Prat- Gay jugó de 9 ese primer tiempo contra Diego y es uno de los mejores regalos que recibió en la vida. Más aún, Maradona jugó de líbero para el equipo contrario y tuvo que marcar al futuro ministro.
Pasarían 27 años para que Macri volviera a convocarlo porque “le faltaba uno”: el ministro de Hacienda y Finanzas del primer gobierno ni peronista ni radical de la democracia argentina. Era candidato a canciller, pero el ingeniero presidente electo vio que necesitaba más política y sus economistas de mesa chica no tenían ese perfil.
–Buenas tardes, nos pone muy contentos poder anunciarles hoy el fin del cepo cambiario en la Argentina.
Las primeras palabras de Prat-Gay en el microcine del ministerio de Economía fueron con sonrisa. Ya tendría tiempo de entrar en el barro político, pero a poco de asumir era urgente cerrar de cuajo cualquier especulación: cumplían con la promesa de terminar con la imposibilidad de comprar dólares.
Era la primera promesa importante de campaña que se hacía realidad. Macri quería anunciarlo el 11 de diciembre, Prat-Gay le pidió una semana y le dijo a Peña que el presidente debía hacer el anuncio. “Hacelo vos en el ministerio”, le dijeron. Preparó el tono y las palabras: alegría, confianza, deber cumplido. Fue, quizás, la primera vez en la historia que un ministro anunciaba una devaluación con una sonrisa. Y caía bien. Pero fue un error. Lilita Carrió lo dijo en público y muchos otros en privado. Era un evento para que lo anunciara Macri. La cuestión técnica era secundaria . Había que darle chapa de política de Estado, no de cuestión de economistas.
El debate “gradualismo versus shock” vino mucho después. “Teníamos minoría en las cámaras y en las provincias, era un gobierno que nacía condicionado, fuimos todo lo veloces que pudimos, no había debate sobre la gradualidad”, recuerda un protagonista de esos días.
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