El “acople” de la teoría con la técnica
Conocí a Jorge Sabato a finales de los años 60 del último siglo. Tuve entonces la oportunidad –una feliz ocasión intelectual– de colaborar con él en un trabajo que reflejaba su enjundia y vocación. El ensayo procuraba establecer, en términos teóricos, un sistema de relaciones entre el Estado, lo que él llamaba la infraestructura científico-tecnológica y la estructura productiva. Muy pronto, los lectores lo llamaron “el triángulo de Sabato”.
En gran medida, este modelo de análisis estratégico refleja, a modo de síntesis, el propósito que guiaba la vida y obra de este hombre devoto del saber práctico; una pasión transformadora para inyectar innovación en la sociedad con la mirada fija en el horizonte del progreso. “La investigación científico-tecnológica –escribía en aquel texto– jamás se detiene y, es preciso recordarlo, jamás se podrá detener. Como el de Einstein, el universo de la investigación científica es finito pero sin límites”.
Sin embargo, la inteligencia de Sabato no se detenía en este punto. Su obsesión para salir del pantano del subdesarrollo se condensaba en promover la producción de tecnología, en ese “acople”, como él decía, del universo teórico de la ciencia con el mundo material de la técnica. Sabato fue, en consecuencia, el agitador de una cultura y, a su manera, un precursor. Afirmaba, con ánimo exaltado y atrayente, que no podíamos permanecer ajenos a un proyecto ecuménico en el cual deberíamos estar comprometidos no solo como consumidores, sino como productores de tecnología.
Pasaron los años y luego de su muerte, desgraciadamente prematura justo cuando despuntaba entre nosotros la democracia, imaginé a Jorge Sabato como un prototipo contemporáneo del Renacimiento: un hombre de aquel tiempo en Buenos Aires, un porteño de raíces camperas desbordante de ideas que conjugaba el pensamiento y la invención, construía laboratorios, instrumentos y maquinarias para proveer a sus conciudadanos una vida mejor.
Siempre me conmovió participar de este encuentro entre espíritu y materia, tanto como recibir el impacto del vigor cívico de sus intervenciones públicas. En años de tinieblas, en que cundía en el país una violencia criminal, su voz no callaba. Si el Renacimiento nos dio cultura, arte, ciencia y tecnología, también nos legó el perfil histórico de la ciudadanía. Jorge Sabato dio testimonio de ello.