Educación: hay que construir sobre las ruinas, pero desde lo que queda en pie
La mirada catastrofista sobre nuestro sistema educativo, aunque válida, muchas veces paraliza y no deja ver los aspectos positivos
- 6 minutos de lectura'
Los expertos y especialistas, serios, rigurosos y en algunos casos amigos, parecen competir a ver quién encuentra el calificativo negativo más terrible, más impactante para describir la situación de la educación argentina. Detrás de ellos, muchos periodistas y comunicadores sociales difunden la información. La decadencia de la educación argentina no es otra cosa que una manifestación más de la decadencia general del país y los malos resultados educativos no solo son responsabilidad de la escuela y los docentes. Pero una parte sí y es en este punto que nos toca pensar y trabajar a los educadores y a los responsables de las políticas educativas.
Caracterizar la situación educativa como la “tragedia”, el “fraude”, la “catástrofe”, el “simulacro”, sin duda refleja una buena parte de lo que sucede. La situación no solo es mala: tiene tendencia a agravarse. Frente a eso podemos optar por la descripción del problema y punto, o bien, a partir de un buen diagnóstico, abocarnos con prisa y sin pausas a transformar el viejo sistema.
"Las miradas del político y del educador exigen acción, iniciativa, innovación"
El “título catástrofe”, más allá de que se ajuste a la realidad, muchas veces obtura o nubla la visión sobre los muchos aspectos positivos, que los hay.
Tal vez desde la mirada del periodista y del académico, con la descripción y la denuncia de los hechos sea suficiente. Está cumplida la misión. Las miradas del político y del educador en cambio exigen acción, propuestas, iniciativas, innovación; en el campo democrático, además, un proyecto que asegure la inclusión y participación de los actores involucrados. Cómo se los convoca, con qué discurso se los inspira, cómo se los moviliza hacia objetivos comunes que permitan superar la etapa de diagnóstico.
El discurso del “desastre” es injusto además, porque oculta esa parte de la realidad en la que muchos trabajan día a día y no solo ponen esfuerzo (condición necesaria y para muchos suficiente, no para mí) si no que logran buenos resultados.
Debemos cuestionar un sistema en el que, tras doce años de escolaridad, un 50% no puede leer textos complejos o resolver operaciones matemáticas relativamente simples. Pero también debemos incluir al otro 50%. Preguntarnos por qué a unos les fue mal y otros lograron alcanzar los objetivos. Para buscar, en los caminos de los que llegaron a las metas, referencias que ayuden a los que no lo logran.
Se puede ver también a argentinos destacados aquí y en el mundo, sobresaliendo en centros de investigaciones, universidades, empresas y organismos internacionales. Y a jóvenes que inventan aplicaciones tecnológicas y que, con notable espíritu solidario, las ofrecen sin fines de lucro. ¡Hay un par de argentinos en camino al Nobel! Todos ellos, seguramente, valoran su paso por las aulas de las escuelas y universidades nacionales y no pocos destacan su orgullo por haber transitado la escuela pública.
"La tragedia educativa argentina no es más que la tragedia del país, con sus índices de pobreza"
¿Se trata de personas excepcionales? Puede ser. ¿Son la excepción a una regla que asegura fracasos? Quizá. Pero es muy bueno poder conocer su recorrido, aprovechar su experiencia y tratar de transferirla a la cotidianidad de la escuela.
Es curioso como convive la idea de la “catástrofe educativa nacional” con el reconocimiento de sus recursos humanos a la hora de invertir en la Argentina. Una cara de la realidad no puede ocultar la otra, como si fuera un espejo invertido. Es imprescindible incluir ambas en el análisis.
Construir la Argentina del conocimiento y el progreso económico y social requiere de la movilización de todas las fuerzas positivas de la sociedad. El sector docente está llamado a ser un actor privilegiado y prioritario en ese proceso de modernización que nos lleve a una realidad de mayor justicia y equidad. No se los puede convocar a la gesta si no se valora lo que hacen. Cornelius Castoriadis, filósofo francés, afirma que un mundo simbólico nuevo se construye sobre las ruinas del mundo simbólico anterior. No podemos empezar siempre de nuevo, como si no hubiera pasado nada o todo lo hecho está mal. Silvio Rodríguez canta que el mundo se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes.
Vale la pena desbrozar la maleza del grano. Reconozcamos la gravedad y profundidad de la crisis educativa. Pero sepamos también que con los actuales niveles de pobreza y exclusión del mercado laboral no hay muchos caminos de salida. Es necesario un programa de gobierno, dentro del cual desplegar las políticas educativas. La educación no es una variable independiente.
La “tragedia educativa argentina” no es más que la tragedia del país ¿Dónde pueden encontrar docentes y alumnos ejemplaridad pública que los inspire para el esfuerzo? ¿Cómo conseguir educación de calidad en una sociedad con sus instituciones debilitadas, los valores básicos de la convivencia ciudadana alterados y su cohesión quebrada?
En mi primera visita a Francia recorrí una escuela. Último año de secundario, clase de español. Profesora con peinado de rodete y traje sastre. Primero repasaron la conjugación de los verbos y después analizaron un artículo del diario El País. Lo más parecido a cualquier buena escuela nuestra. La gran diferencia la encontré en “la calle”. El funcionamiento de las instituciones, el respeto a las normas y a los otros.
Lo que llamamos educación nacional es, en la práctica, la suma de la educación de las veinticuatro jurisdicciones federales del país y el estado nacional. Recuperemos lo mucho y bueno que hicieron las jurisdicciones en estos ya casi 40 años de democracia. Aprendamos también de lo que ocurre en las escuelas de Finlandia, Barcelona o en las del próximo que alcance las mejores notas en las pruebas internacionales. Pero no estas sin aquellas.
Es indudable que hay que modificar los contenidos, Y repensar la organización escolar, el ordenamiento horario y hasta la arquitectura educativa.
Ayudemos a buscar las políticas que permitan acompañar a los que hace años vienen transitando las aulas en el proceso de cambio para, simultáneamente, modificar radicalmente las instituciones formativas. Habrá que trabajar en grandes equipos y lograr acuerdos para que lo avanzado en una etapa no se desande en la próxima, si cambia el gobierno. Pero no lo olvidemos: saldremos de la tragedia educativa en la medida que salgamos de la tragedia argentina.
Exministro de educación de Río Negro y de la CABA