Eduardo Mallea, una “conciencia preocupada” por el destino de la Argentina
En el 40° aniversario de la muerte del autor de “La bahía de silencio”, sus obras, reflexivas y críticas de su época, no se han reeditado; fue director del suplemento literario de LA NACION
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Aunque apenas pasaron cuarenta años de la muerte del escritor Eduardo Mallea (Bahía Blanca, 1903-Buenos Aires, 1982), surge el interrogante: ¿quién lee hoy sus cuentos y novelas, y quién sus ensayos, por los que alcanzó notoriedad en la escena pública, al menos hasta que fueron etiquetados de “liberales”? Su vida y su obra -”un vasto símbolo dentro de la historia espiritual de la Argentina”, según Héctor A. Murena- han caído casi en el olvido. Los libros de Mallea dejaron de reeditarse en la década de 1990 (si bien se los encuentra en librerías de usados y bibliotecas públicas), no se organizan muestras ni jornadas y solo se recuerdan las críticas (o burlas) que recibió por parte de figuras como el mismo Murena, León Rozitchner, Witold Gombrowicz y Jorge Luis Borges. “¿La penúltima puerta? Qué buen título. Mallea tiene una notable capacidad para elegir buenos títulos. Es una lástima que se obstine en añadirles libros”, se lee en la entrada del 28 de diciembre de 1969 del Borges de Adolfo Bioy Casares.
Hubo quienes no le perdonaron su labor como delegado permanente de la Argentina ante la Unesco, entre 1955 y 1958, durante la presidencia de facto de Pedro Eugenio Aramburu. Tal vez Mallea haya sido uno de los primeros escritores del país “cancelados” por cuestiones ideológicas.
De 1931 a 1955, dirigió el suplemento literario de LA NACION, desde donde contribuyó a difundir la literatura argentina y extranjera (como recuerda el escritor Eduardo Agüero Mielhuerry, en esos años Mallea debió sortear enfrentamientos entre escritores por diversas causas, de la Guerra Civil Española a la Segunda Guerra Mundial, pasando por el primer peronismo). En las páginas del suplemento se publicaron textos de André Gide, Stefan Zweig, Amado Alonso, Pierre Drieu la Rochelle, Jean Cocteau, François Mauriac, Ernest Hemingway, Theodore Dreiser, sus admirados Waldo Frank y José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Julián Marías, Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo y Manuel Mujica Lainez, entre muchos otros.
En simultáneo, desempeñó un papel decisivo en la revista Sur, dirigida por su amiga Victoria Ocampo (en 1969, la autora le rindió tributo en Diálogo con Mallea). La ensayista Beatriz Sarlo destacó que en su obra narrativa los personajes femeninos “ejercen la independencia y la autodeterminación, la voluntad y la libertad”. En El paraíso argentino, el escritor Claudio Zeiger brinda un perfil de Mallea e invita a conocer algunos de sus cuentos y novelas. En el fascículo de Capítulo. Historia de la literatura argentina dedicado a Mallea, el escritor Attilio Dabini lo definió como un “solitario en busca de comunicación”.
Se lo vinculó con el existencialismo. “Sus textos exhiben la angustia de un yo atormentado, en permanente lucha por develar el sentido de su existencia y por construir un paradigma ético superador de una crisis vista desde una perspectiva metafísica tanto como cultural y social”, sostiene el investigador Ricardo Mónaco. El ensayo biográfico de Oscar Hermes Villordo -Genio y figura de Eduardo Mallea- le hace justicia a una obra atravesada por el espíritu crítico de la realidad argentina.
“Fue un escritor muy importante en su momento y hoy es poco mencionado -dice la escritora e investigadora María Rosa Lojo a LA NACION-. Tuvo una relación estrecha con Victoria Ocampo, que fue más allá de la amistad; como joven dedicado a la vida intelectual, fue un colaborador temprano de Sur; él hizo, entre otras cosas, las traducciones de las conferencias del estadounidense Waldo Frank cuando estuvo en 1929 en el país, y fue un gran difusor de su obra. Promovió la carrera de mucha gente, participó en el Centro PEN y fue un novelista muy leído; en El cielo protector, de Paul Bowles, hay un epígrafe suyo”. Para Lojo, es un ejemplo del modo en que cambian los gustos literarios según las épocas. “Estuvo en el centro del canon durante no poco tiempo y hoy es un autor al que hay que rescatar. Historia de una pasión argentina no se puede obviar en ninguna historia del ensayo en el país”.
Mientras dirigía el suplemento literario de este diario, desarrolló su labor literaria y dio a conocer algunos de los títulos más importantes, como el ensayo Conocimiento y expresión de la Argentina (1935), la novela Nocturno europeo (1935); los cuentos de La ciudad junto al río inmóvil (1936); Historia de una pasión argentina (1937; ”escrito con dolor vivo”, reveló el autor); las novelas Fiesta en noviembre (1938), La bahía de silencio (1940) y Todo verdor perecerá (1941, que toma su título del libro de Isaías en la Biblia); Las Águilas (1943, que forma parte de una trilogía inconclusa con La torre, de 1951); y una de sus novelas más elogiadas y afines al gusto actual, Chaves, de 1953. En 1954, dio a conocer su “arte poética” en Notas de un novelista. Hay una serie de nouvelles con personajes “sonámbulos”, taciturnos y ensimismados -como Rodeada está de sueño. Memorias poemáticas de un caballero desconocido y El retorno- que, además de evocar la obra del austriaco Hermann Broch, poseen una inesperada modernidad. Como algunos de sus contemporáneos -Thomas Mann, Robert Musil, Julien Green, Aldous Huxley- cuestionaba con rigor la época y a sí mismo, sin cultivar el pesimismo.
“Conocí a Eduardo Mallea en 1954, cuando empecé a colaborar en el suplemento literario de LA NACION, que él dirigía -recuerda el escritor y académico Antonio Requeni-. Era todo un caballero. Yo era muy joven, un principiante, pero me concedía un rato de conversación y me despedía con cordialidad. Una tarde lo encontré en San Telmo y caminamos juntos varias cuadras. Se estaba documentando porque debía escribir el episodio de una novela que transcurría en ese barrio. Era un escritor muy minucioso. Lo vi por última vez en el sepelio de Victoria Ocampo. Fue un gran escritor y un hombre generoso, de gran honestidad. Cuando concluyó su función diplomática en la Unesco, regresó al país y devolvió la suma de los viáticos”.
¿Por qué se lo lee poco en la actualidad? “Por tres razones -responde Requeni-. Porque el ambiente y el lenguaje de sus novelas no responde al gusto del lector actual, porque los medios priorizan a los autores del presente, los que por lo general aspiran a ser una renovación y no una continuidad, y porque el olvido, tras la muerte de importantes poetas y narradores, es, desdichadamente, una costumbre generalizada. ¿Quién lee hoy a Arturo Capdevila o a Pablo Rojas Paz?”.
“Todo mi empeño estribó en ser una conciencia preocupada”, escribió en el esbozo autobiográfico La guerra interior, publicado en Sur, en 1963. En 2023 se cumplirán 120 años del nacimiento de Eduardo Mallea.