Eduardo Levy Yeyati: “La sociedad perdió la confianza en la cultura del esfuerzo, no en la del trabajo”
El economista señala que las formas tradicionales en que se sigue pensando lo laboral pertenecen al pasado; debemos tener políticas activas, sostiene, para hacer frente a las transformaciones en el horizonte
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Eduardo Levy Yeyati pide disculpas por la oscuridad, pero en su departamento del barrio de Belgrano la luz se desparrama generosa. Hay rastros de músico amateur y melómano en dos guitarras acústicas que se dejan ver en un sillón (“toco cuando puedo”) y un hi fi última generación que contempla aún la posibilidad de reproducir “cedés de juventud” como lo pone el economista y académico que ocupó el cargo de Economista Jefe del Banco Central durante el gobierno de Eduardo Duhalde y fue director del Programa Argentina 2030 con Mauricio Macri.
Decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella e investigador del Conicet, Levy Yeyati es un especialista en el mundo del trabajo y tiene ahora mismo un proyecto propio en el Congreso que contempla soluciones para un presente crítico. Sus posiciones sobre las políticas laborales ya fueron expuestas en Después del Trabajo: El empleo argentino en la cuarta revolución industrial (2018), parte de una extensa bibliografía dedicada sobre todo a la economía y las finanzas que incluye además tres libros de ficción (Gallo, Culebrón y El juego de la mancha).
La entrevista se realizó en la semana posterior a las elecciones de medio término luego de una campaña en la que la idea de la “cultura del trabajo” fue repetida de forma mecánica por los candidatos de todos los espectros políticos. “Parte de la sorpresa del resultado de las PASO y las elecciones tuvo que ver con la frustración de esos sectores con una dirigencia que no le facilita el acceso al trabajo”, dice.
Desentrañar todo lo que entra en esa frase, “la cultura del trabajo”, y saber si fue vaciada o no de sentido fue el objetivo principal de esta conversación en la que se analizaron transformaciones laborales que podrían llegar a representar cambios históricos en los próximos años.
–¿De qué hablamos en 2021 cuando se dice cultura del trabajo, una apelación que se escucha con insistencia en todo el arco político y los medios de comunicación?
–Sí, como algo que hubiéramos perdido. Ese tipo de frases supone una generalización que en la práctica no existe y tiene algo de prejuicio: pensar que la persona que recibe algún ingreso o transferencia del Gobierno pierde la motivación para buscar un trabajo remunerado. La evidencia empírica muestra que algún efecto marginal puede haber, sobre todo porque los trabajos remunerados que se les ofrecen no son muy apetecibles. Pero hay estudios que indican que este efecto es bastante inferior y no necesariamente justifican la eliminación de algunas de estas transferencias. Desde una perspectiva cultural sobre la idea del trabajo, la gran mayoría de la gente, aun si recibe el cheque, necesita el trabajo. Siempre cito un discurso de Martin Luther King en donde pedía públicamente un ingreso universal; fue uno de los últimos que hizo. Ese discurso dio lugar a que dos mil economistas reclamaran un ingreso universal al gobierno de Nixon, que él propuso y que naufragó en el Congreso.
–Siendo que era un republicano…
–Sí y la solicitada la firmaron Milton Friedman y Friedrich Hayek, por ejemplo. Lo que decía Luther King es que había que hacer a todos los ciudadanos sujetos de consumo. Aun así, una vez que se les da esa transferencia hay que darles algo para hacer, un trabajo, porque él había visto el impacto del desempleo en los guetos a fines de los años 60. Esa persona necesita sentirse útil en alguna actividad. Puede ser que esta cultura no sea la predominante de acá a 100 o 200 años. Los griegos, por ejemplo, nunca tuvieron un trabajo remunerado y no parecieron muy afectados por eso. Yuval Noah Harari cree hoy que cuando no haya más trabajo nos dedicaremos a la religión o a los juegos electrónicos. No estamos en ese punto. Aun con capacidad de fondear a toda esa gente se le debería encontrar una ocupación. Yo revierto esa premisa de que se perdió la cultura del trabajo. La gente necesita trabajo y parte de la sorpresa del resultado de las PASO y las elecciones tuvo que ver con la frustración de esos sectores con una dirigencia que no le facilita el acceso al trabajo.
–¿Desde cuándo viene entonces la necesidad de sentirse útil en oposición al ocio?
–Una cosa es sentirse útil y otra trabajar por dinero. Desde el inicio del capitalismo, sobre todo asociado a la Revolución Industrial y la cultura protestante, aparece la idea de que trabajar gratis no es trabajo. Es necesario hacer algo que sea reconocido con una remuneración. Eso es cultural. Si fueras un heredero o un rentista, ¿por qué seguirías trabajando? Ahí la pregunta sería: ¿Por qué no podrías trabajar gratis? ¿Qué te hace sentir mal? El concepto de la remuneración es más reciente. Lo que precedía a eso era trabajar para sobrevivir.
–Esa idea más moderna tiene además consecuencias psicológicas.
–Exacto. Hay muchos estudios que evalúan el impacto del desempleo, sobre todo en las cabezas de familia, personas que se sienten de alguna forma menoscabadas. Mi abuelo, mi padre y yo fuimos formateados con la necesidad de tener que tener un trabajo real y no un hobby. Aunque la remuneración no cambia la naturaleza de la actividad, es significativa y el concepto de trabajar sin una remuneración se siente como un punto negativo. Por eso, no creo que, en ese sentido, se haya perdido la cultura del trabajo. Lo que puede pasar es que la sociedad haya perdido confianza en la cultura del esfuerzo, que es algo distinto.
–¿Cuándo alguien vive de la especulación financiera no participa también de esto? No es algo en lo que se ponga el cuerpo…
–La idea del trabajo como trabajo físico es algo del pasado. Si se mira hoy la participación de los diferentes sectores de la economía en la creación de empleo ese trabajo asociado a lo industrial cada vez incide menos. El trabajo se distancia de aquella idea que teníamos del esfuerzo físico y la masculinidad.
–Los modelos de Ricardo Carpani.
–Exactamente, el ideal del trabajador comunista del artista Carpani. El trabajo se está transformando y nosotros, culturalmente, nos iremos transformando de acuerdo a esa idea. El trabajo se puede hacer cada vez más en la casa y así va a seguir siendo. Los horarios rigurosos de la línea de trabajo fordista desaparecieron.
–Adaptar aquella mentalidad en la que fuimos formateados va a llevar un tiempo de transición, ¿no?
–Sí, por supuesto. Por eso los jóvenes lo viven con mucha más naturalidad.
–¿Un millennial naturaliza lo que generaciones atrás hubiera sido explotación?
–La diferencia entre un millennial y los que crecimos en el mundo del trabajo tradicional es que hoy no se le da valor a aquello de pasar veinte años en una empresa para retirarte con una jubilación a una edad que para el mundo de hoy todavía es muy activa. El millennial, y es una generalización, no concibe el trabajo como el centro sino como parte de las inmediaciones de la vida.
–En otras generaciones la empresa para la que se trabajaba era una especie de segunda piel.
–Son imaginarios de la carrera laboral que creo que ya pertenecen al pasado y que no están en la mentalidad joven. Pero se puede entrar en dinámicas laborales hiperflexibles que al final del día evidencien un grado de explotación, en el sentido de que no permitieron tener una casa propia para cuando se decida tener una familia, por ejemplo. Hay investigaciones que muestran que algunos jóvenes se sienten frustrados mientras otros optan por no perseguir esa carrera laboral. Las dos situaciones se retroalimentan: están quienes se cuestionan correr esa carrera y los que aún haciéndolo consiguen muy poco. La posibilidad de transitar y reproducir la trayectoria de los padres cada vez es más empinada.
–¿Será porque los salarios ya no aseguran aquellas conquistas?
–No es solo un tema salarial. A veces cuando hablamos de trabajo pensamos en empleo como en los países desarrollados, pero en la Argentina tenemos la mitad de la pantalla ocupada por modalidades laborales precarias sin una legislación laboral vigente como para proveer un mínimo de beneficio y contención. Las regulaciones están pensadas para el trabajo en relación de dependencia y no para el resto, que son millones.
–¿Qué hay en esta pulseada entre los convenios clásicos y estos avances hacia la eliminación de las indemnizaciones? ¿Es un retroceso o la única forma de incorporar gente al sector formal?
–Yo no he visto en ninguno de esos proyectos la eliminación de la indemnización sino más bien ensayos que pretenden cambiar la forma en que se eventualmente se paga. Lo que se busca es reducir el litigio asociado a la indemnización que suma un costo muy por arriba al del estipulado en la ley de contrato de trabajo. Pero no creo que deban desplazarse los sindicatos. Si el trabajador tuviera que negociar individualmente terminaría yendo por debajo de la productividad laboral.
–Pero al mismo tiempo se insiste en que son las leyes laborales las que impiden generar más empleo. ¿Es así?
–El asunto es que la negociación colectiva incluye empresas grandes con pocos trabajadores y empresas chicas con muchos. Si las grandes deciden en la negociación, las chicas después tienen un costo laboral que las obliga a la informalidad. Ahí sí es necesario modernizar esas reglas laborales y esto va mucho más allá del tema indemnizatorio. De todos modos, pensar que esto va a resolver el problema del trabajo en la Argentina es ilusorio: hay otros problemas como la falta de formación o la informalidad de la empresa misma. El 65% de los informales están en microempresas de hasta cinco empleados. Y eso es porque la empresa no puede cumplir con las exigencias de un sistema tributario modelado para empresas medianas y grandes. La indemnización no es el problema ahí. Hay que agregarle la creación de un Instituto de Formación Laboral, que es la puerta fundamental para facilitar la empleabilidad. Hay que formar a la oferta.
–¿El Estado debería fomentar áreas de formación de acuerdo con la demanda?
–El Estado tiene una política activa con un presupuesto para formación técnica y otro para formación laboral. Salvo excepciones como el Instituto de la Uocra y otros sindicatos suele quedar en manos de políticos y gremialistas de turno que tienen allí su quiosco que opera esos fondos sin mucho valor. Estos institutos deberían hacer investigación: hablar con los empresarios, analizar las actividades en la zona de incidencia y concluir en cuáles son las competencias que van a tener más demanda en los próximos tres o cinco años. Y no solo para esos empleadores. Tenemos que formar también a los trabajadores independientes.
–Con la pandemia y la mediación tecnológica se instaló el teletrabajo. ¿No cree que en la calidad de lo que se hace también influye la interacción?
–Depende de lo que se haga. No olvidemos que la historia del horario laboral tiene mucho que ver con las líneas de producciones industriales en las que todos tenían que estar trabajando simultáneamente. La línea de montaje marcaba los perímetros temporales del trabajo. La mayoría de esas líneas han sido automatizadas.
–Pero en la cultura laboral pareciera no haberse ido del todo esa idea…
–Hay una pregunta abierta sobre cuál es la rutina del trabajo cuando los trabajos no requieren de un horario predeterminado. La pandemia aceleró esta discusión. Llevará unos años pero vamos hacia un modelo de menos oficina y más trabajo en casa con menos horarios. Para esto habrá que renegociar los convenios sin que el trabajador pierda ningún derecho y quede esclavo de las dinámicas del empleador.
–¿Qué pasa con toda la masa de gente que queda afuera con la automatización? ¿Se vuelve a lo que pedía Luther King?
–En la Argentina y América Latina hoy no hay recursos para lo que él proponía. Encontrarle a la gente una actividad es una urgencia de primer orden. ¿Qué pasa con aquel o aquella que fue desplazado por la automatización? No pueden adaptarse rápidamente. Entonces se crean bolsones de desocupados, pero también de demanda insatisfecha. Una solución es el reentrenamiento, darle inteligencia a la formación profesional en la Argentina. Pero aún así vamos a tener gente que no va a poder reinsertarse. Por eso estas transformaciones se dilatan para darle tiempo a la transición y no crear desempleados estigmatizados.
–¿Por ejemplo?
–En España, en un momento se suspendieron las automatizaciones en los peajes y dieron un tiempo negociado con el sindicato para eliminar los empleos de forma gradual. La política tiene que dar ese tiempo de adaptación para que la transición no sea conflictiva.
–Habló de Harari en cuanto al futuro. Bifo Berardi habla de invertir el yugo de la tecnología para liberar la potencia creativa de los trabajadores. ¿No hay una sobreestimación de ese ocio creativo?
–Yo nunca voy a juzgar la relación que tiene una persona con su trabajo. Esa es una decisión propia moldeada por su cultura y no es debatible ni cuestionable. Berardi suena como aquellos griegos que no tuvieron la necesidad psicológica de trabajar. Como especialista en políticas públicas lo que me obsesiona es que la persona que necesite trabajar para pensar un futuro para su familia tenga acceso. Que esté protegida por un sistema de beneficios y posea un trabajo decente. Ese es el mandato de inclusión del Estado de bienestar, por llamarlo de forma un poco caduca. La pregunta sobre el ocio ya estaba en Keynes cuando se pensaba a sí mismo escuchando música y leyendo poesía, porque él era un esteta del grupo Bloomsbury. Es pura especulación lo que dice Harari porque depende de los avances culturales. Era muy difícil de prever este mundo hace 500 años. La agenda argentina hoy no está para eso. Esa pregunta del ocio ni siquiera está presente en la mayoría. Es posible que en un futuro la gente aprenda a vivir sin trabajar y las tecnologías sean capaces de generar una renta universal que se pueda redistribuir.
–Habló del Estado de bienestar como algo “caduco”. ¿Por qué? ¿Tiene que acabarse?
–No, para nada. Pero gran parte de los problemas que hemos visto en América Latina en los últimos diez años surge del fracaso de nuestros Estados de bienestar que han transferido dinero pero han fallado en su mandato de generar acceso e igualdad de oportunidades. Y eso es lo que está en el centro del malestar con el sistema en Colombia, Chile, Ecuador, Brasil y la Argentina. Defiendo al Estado como igualador y proveedor de algunos servicios básicos: salud, seguridad y educación. Lo que digo es que esa visión del Estado de bienestar está cuestionada. Debemos pensar el modo de optimizarlo y no jubilarlo. Así como está no funciona porque no le sirve a la mayoría de la gente.
ECONOMISTA Y ESCRITOR
PERFIL: Eduardo Levy Yeyati
■ Eduardo Levy Yeyati nació en Buenos Aires, en 1965. Estudió primero ingeniería civil en la UBA, y luego se doctoró en economía en la Universidad de Pensilvania.
■ Reconocido como uno de los máximos expertos en políticas laborales, ocupó el cargo de Economista Jefe en el Banco Central durante el gobierno de Eduardo Duhalde y coordinó el Programa Argentina 2030 durante la gestión de Mauricio Macri.
■ Actualmente es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella e investigador del Conicet. En su extensa bibliografía se destaca Después del trabajo: el empleo argentino en la cuarta revolución industrial (Sudamericana, 2018).
■ Es columnista en diversos medios, pero también se dedica a la literatura. Publicó hasta el día de hoy tres novelas: Gallo (2008), Culebrón (2013) y El juego de la mancha (2018)