Eduardo Levy Yeyati: “El cambio que trae la inteligencia artificial en el empleo es irreversible”
En su nuevo libro, Automatizados, escrito en coautoría con Darío Judzik, el economista y escritor anticipa los impactos positivos y negativos de una tecnología disruptiva
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Graduado de ingeniero civil (UBA) y doctor en Economía (Universidad de Pennsylvania), Eduardo Levy Yeyati (59 años) es un prolífico autor de ensayos y novelas, además de un incansable divulgador de muchos temas que encienden los debates en los claustros, los medios de comunicación e incluso en las charlas de café. Las teorías financieras, la marcha de los mercados o el impacto de la tecnología en el trabajo, entre otros, pasan por su tamiz y capacidad de análisis para convertirse en piezas muy digeribles de un mundo cada vez más complejo.
En Después del trabajo. El empleo argentino en la cuarta revolución industrial (Sudamericana, 2018), Levy Yeyati –profesor plenario de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), investigador del Conicet y frecuente consultor de gobiernos, organismos multilaterales y empresas internacionales en temas macro financieros y laborales– había esbozado una primera mirada del impacto de las nuevas tecnologías en el campo del trabajo. Ahora, en su nuevo libro, Automatizados. Vida y trabajo en tiempos de inteligencia artificial, escrito en coautoría con Darío Judzik (Planeta Libros, 2024) avanza sin pausa en lo que llama “la cuarta revolución industrial”, con la inteligencia artificial (IA) en el centro de la discusión pública.
“Aquellos que piensan que se van a crear tantos trabajos como los que se van a destruir están mirando por el espejo retrovisor –advierte–. La historia no avanza de manera circular o lineal. Ha ido desplazando al hombre en las tareas musculares, luego en las tareas cerebrales rutinarias y ahora está sustituyéndolo en tareas más sofisticadas y calificadas. La IA finalmente reemplaza a la inteligencia. Entonces no es que van a aparecer otros tipos de capacidades que nosotros no sabíamos que teníamos, pero que vamos a usar para los nuevos trabajos. No. La IA, a nivel técnico, va a poder reemplazar la inmensa mayoría de las tareas que nosotros desarrollamos en lo que hoy consideramos trabajo”.
Levy Yeyati traza un parelelo muy interesante entre los avances de la inteligencia artificial y el calentamiento global. “El cambio climático es reversible y la reversión se llama mitigación. Pero estamos llegando muy tarde a la mitigación y entonces, cada vez más, nos estamos ocupando de la adaptación, a vivir con el cambio climático. El cambio tecnológico no es reversible. Uno podría destruir las tecnologías como los luditas destruyeron las máquinas, pero eso es muy improbable”, señala.
Además, no existe hoy una máquina material a destruir, como sí tuvieron los luditas. Por otra parte, lo que se prohibe en un país puede ser desarrollado en otro. Por todo esto, ante la inevitabilidad del avance tecnológico, apunta Levy Yeyati, la mitigación es un plan condenado al fracaso. “El énfasis tiene que estar puesto en la adaptación –dice–. Esto va a venir tarde o temprano y nosotros tenemos que estar bien preparados en términos económicos para que no haya escasez y exclusión, en términos de formación para tratar de complementar lo más posible las nuevas tecnologías y, eventualmente, en términos psicosociológicos para bancarnos el tiempo libre y aprender qué hacer con él”.
–Parece una transformación muy profunda y compleja.
–Sin duda. Hay cuestiones legales, culturales y políticas que van a intervenir. Puede haber marchas y contramarchas. El tecnólogo mira linealmente, pero después el hacedor de política entiende que hay procesos que en la práctica no son lineales. Y hay restricciones que se están empezando a evidenciar ahora. Por ejemplo, de recursos, de insumos. Se necesita mucha energía, mucha capacidad de cómputo para seguir avanzando. Las inversiones necesarias son cada vez más grandes, 25.000 millones, 100.000 millones, y superan varias veces a las que hacen los Estados en estas tecnologías. Y hay potencialmente algún problema de escasez de insumos, por ejemplo, de chips. Por otro lado, competir con la tecnología, es decir, competir formándome para hacer lo mismo que puede hacer la IA, creo que es una apuesta sin futuro.
–¿Qué habilidades va a demandar este ejercicio de adaptación en el futuro inmediato?
–Hay que hacer una distinción entre la transición y el escenario final. Porque al final del día, si no hay alguna traba que es difícil de concebir ahora, casi todos, sino todos los trabajos, van a poder ser potencialmente sustituidos. Entonces no hay dónde huir, por lo menos no en términos tecnológicos. En la transición uno tiene que adaptar la educación, el tipo de contenidos y de competencias que le transmite al estudiante o al actual trabajador, si se quiere reentrenar, de modo de ser cada vez más complementarios a una tecnología que va a ir ocupando cada vez más casilleros dentro del organigrama laboral. Una obviedad en la que insistimos es que los “trabajos del futuro” de hace 20 años son los del presente. El programador es un trabajador del presente. Hoy los trabajos del futuro, es decir, los que habrá dentro de 20 años, no tendrán nada que ver con los anteriores.
Se necesita mucha energía, mucha capacidad de cómputo para seguir avanzando. Las inversiones necesarias son cada vez más grandes,
–Entonces, ¿cuál va a ser el trabajador y la trabajadora del futuro?
–Nosotros tiramos algunas puntas. Los docentes, los terapeutas, los cuidadores, los artistas, los artesanos. ¿Por qué? No es que no vas a tener programas que hagan música, o que atiendan un bebe o un anciano, o que pinten. Los vas a tener, pero mi impresión es que nosotros vamos a demandar una docente para los hijos que sea humana, un médico clínico que también lo sea, más allá de que el programa haga el diagnóstico, un médico que nos atienda y nos escuche, un artista que firme la obra, aunque no sea Miguel Ángel. Voy a preferir el artista que firme, aunque sea un artista menor, que una copia exacta de La Gioconda.
–¿Habrá una revalorización de la singularidad, de la particularidad, tal vez, una revalorización del otro?
–Sí, yo creo que el ser humano va a buscar cosas hechas por humanos. Por eso resulta fundamental, y es una de las cosas que aparecen en todos los pedidos de regulación, que los gobiernos garanticen que lo que está hecho por inteligencia artificial diga que está hecho por IA, y que lo que está hecho por humanos, diga que está hecho por humanos. No es fácil lograr esto, porque es muy difícil hacer una trazabilidad de la producción de la inteligencia artificial, pero es primordial que exista ese tipo de certificación. Porque hay cosas que la tecnología va a poder hacer, pero que a mí no me va a interesar comprar o demandar. Voy a querer asistir a un concierto con gente en el escenario, voy a querer ir a un restaurante donde veo al cocinero trabajar, leer una novela de un tipo que sé que estuvo un año sentado escribiéndola. Voy a querer ir a la presentación del libro y ver al autor, y que el tipo me cuente cómo escribió la novela. Eso no tiene que ver con la tecnología, sino con el gusto humano. Entonces, en alguna medida, esta tecnología nos está desplazando hacia los ámbitos más humanos de nuestra actividad. Nos hace más humanos. Si logramos resolver el tema de la distribución de la riqueza, es decir de qué vivimos, la tecnología nos va a obligar a buscar y a dedicarnos más a aquello que resulta más esencialmente humano.
– En el libro hablan del “efecto Robin Hood” que produce la inteligencia artificial. ¿A qué se refieren?
–Es un efecto igualador paradojal. ¿Por qué? La IA reemplaza la calificación. Entonces, ¿qué hacíamos antes cuando pensábamos la educación? Decíamos: cuantos más años de estudio, o cuantos más años de experiencia, de entrenamiento en el trabajo, más cobraba un trabajador. Y había una cosa que llamábamos prima de seniority, de educación o de calificación, que era la diferencia salarial promedio, tomando todas las otras cosas iguales entre el tipo que tenía calificación, que había estudiado, y el que no. Si yo ahora, con el programa, lo que hago es reemplazar esa calificación, entonces vale menos, porque es reemplazada por la tecnología. Es decir, que entre el tipo que estudió y el que no, la diferencia de ingresos laborales se achica. Cae la prima por calificación y eso implica dos cosas: dentro de los trabajadores, están todos más cerca del promedio; lo otro, no es que todos vamos a ganar el promedio, no. Vamos a ganar un poco menos, porque la calificación aumentaba el salario, pero ahora la provee la tecnología. Me vuelvo un trabajador con menos calificación. Entonces, la masa salarial, es decir, la participación del salario en el producto va a caer. Y la dispersión entre el trabajador representativo y el capitalista, dueño de la tecnología, que ahora reemplaza la calificación, se va a ampliar. Es paradojal: igualás, pero hacia abajo.
El programador es un trabajador del presente. Hoy los trabajos del futuro, es decir, los que habrá dentro de 20 años, no tendrán nada que ver con los anteriores.
–¿Y qué va a pasar en términos de derechos laborales, en esa relación tan particular entre alguien que emplea y una persona que quiere trabajar?
–No todo el tiempo estamos pensando en términos del empleador y el empleado. Estamos pensando en alguien que produce, que adquiere, pero el trabajador puede ser independiente. Nuestra visión del mundo laboral y nuestra regulación atrasan muchas décadas, en todas las partes del mundo, por razones que son claras de ver cuando uno mira la historia. Hace poco hice un curso que se llama “Cine y Economía” en el Instituto Baikal, y usaba las películas para mostrar el origen del imaginario que tiene el trabajo. En la época en que había líneas de producción, como en Tiempos modernos, de Chaplin, todos tenían que trabajar simultáneamente porque el que se atrasaba, demoraba toda la línea. Hacían tareas repetitivas, monótonas y muy básicas en una línea de producción. Eso evolucionó hacia máquinas separadas cuando se introdujo la corriente alterna, y luego, hace décadas, el proceso se automatizó. Por eso cuando uno mira el empleo industrial, cada vez representa una proporción menor del empleo total. La idea de jornada laboral, de poner a toda la gente trabajando al mismo tiempo en el mismo lugar, viene de la línea de producción, porque todos son engranajes que están dirigidos a un producto final. Vos pasás a la oficina y eso ya es bastante menos natural, porque en la oficina no hay una línea de producción, tampoco una demarcación laboral muy clara, y está plagada de tiempos muertos. La pandemia desnudó eso. La oficina de los tiempos muertos, la oficina poco productiva.
–La pandemia cambió muchos aspectos del trabajo.
–Sí. Hoy cambió la dinámica del lugar donde se producen las cosas. Pero hay cosas que no cambiaron. Hoy un trabajador independiente del sector servicios, un sector cada vez mayor, tiene una regulación laboral pensada para la época del fordismo y las líneas de producción, muy tenue. El mundo avanza y las regulaciones siempre van detrás. En la mayoría de las actividades que van a sobrevivir a este cambio tecnológico, el concepto de jornada de demarcación laboral se va a volver abstracto, obsoleto. La regulación de hoy debe dejar de mirar la línea de producción para darle importancia al trabajador, a la estabilidad de su ingreso. Un seguro de desempleo, la formación profesional entre períodos de empleo, etc. Hay que dejar de mirar la película de Chaplin.
–¿Qué tipo de políticas públicas habría que promover para tener una mejor capacidad de adaptación a estos cambios?
–Podemos prepararnos para que el impacto sobre los trabajadores y la distribución del ingreso no sea tan grave ni tan brutal, y nos dé tiempo para aprender a convivir con eso. Tenemos dos frentes de batalla: el futuro que se nos viene encima y el pasado que no resolvimos. Existe mucha exclusión, muchos trabajadores jóvenes que se emplean en trabajos basura, de baja calificación. Ellos desearían puestos de alta calificación, pero no tienen la formación, no existen los empleos y tampoco las condiciones. Le podemos decir a los trabajadores que busquen trabajo, pero después de diez años de trabajar en empleos basura, mal pagos, con un costo de transporte y movilidad muy altos, muchos se desalientan.
–Entonces, ¿qué hacer?
–El Gobierno tiene que favorecer la creación de empleos de calidad, tiene que formar a los trabajadores para tratar de meter la mayor cantidad de jóvenes de regreso en el barco, y no que queden afuera. Así ese joven podrá cambiar una choza por un edificio con estabilidad antisísmica cuando venga el temblor. Si cambiamos la matriz, la calidad de vida de la gente va a ser mucho mayor. Trabajadores que comprendan texto, que puedan ser recalificados, que puedan complementar una tecnología, que sean más versátiles. La educación para el trabajo del futuro es rescatar a los que se te cayeron y prepararlos para lo que viene. Nadie habla de esto. El reto es volver a la recalificación con una visión estratégica, y después sí, discutir las reformas laborales. Pero como los que hacen las reformas laborales son abogados de grandes empresas, mucho de esto no les entra en el radar.
Cae la prima por calificación y eso implica dos cosas: dentro de los trabajadores, están todos más cerca del promedio; lo otro, no es que todos vamos a ganar el promedio, no. Vamos a ganar un poco menos, porque la calificación aumentaba el salario, pero ahora la provee la tecnología
–¿Cómo hacemos para que se consideren e incluyan estas cuestiones?
–Vas a tener muchísimos trabajadores independientes o trabajadores en microempresas que tampoco entran en el radar de las grandes. Tenés que regular para esas compañías, para dotarlas de trabajo formal, para que el independiente no sea un precario, es decir, que tenga algún régimen de trabajo que le permita ser sujeto de crédito, calificar para reentrenamientos y formación. La reforma laboral se enfoca en empleo en relación de dependencia formal, y eso hoy del mercado privado de trabajo es un 30%. En el otro 70% con suerte algunos se formalizarán y el resto no tiene hoy una regulación. Entonces, con la formación y esta regulación que atienda a algo que viene para quedarse, aquí y en el resto de Latinoamérica, ya tenemos un paso adelante. Paso adelante que debimos haber dado hace diez años, tengas una visión optimista o no de la explosión de la IA.