Ecos de Friends en una nueva distopía por streaming
Entre el apagón histórico de Nueva York en julio de 1977 (“24 horas de terror”, tituló en tipografía catástrofe el Post entonces) y la reciente pandemia con escenas de ciervos acercándose a los caseríos (mansiones en este caso), Netflix dejó servida una distopia flamante para las horas abandonadas por el tiempo en el primer día del año. Solo que en el caso de Dejar el mundo atrás (adaptación de Leave the world behind, novela de Rumaan Alam de 2020), el ritual del cine norteamericano de filmar su propio Armagedón se entrevera con cuestiones de clase y raza en las que se espejan historias de la sorpresa coreana Parasite (que no está basada en la novela Rabia, del argentino Sergio Bizzio, pero parece) y las proyecciones socioculturales del novelista francés Michel Houllebecq. No puede decirse de esta distopia de baja intensidad que vaya a quedar en la historia del cine, pero una de sus escenas merece estar en una antología de las innumerables escenas de choques de autos que ya forman parte de nuestro acervo iconográfico inconsciente.
La familia formada por Amanda (Julia Roberts, productora además de protagonista) y Clay (Ethan Hawke), que intenta escapar de la catástrofe con un auto que, para el universo del filme, denota una clase media casi old fashioned, queda atascada ante una imagen memorable. Kilómetros de automóviles blancos, más sofisticados, aerodinámicos, que se chocan autopropulsados a energía eléctrica. No contaminan, como el que conduce Clay, pero parecen dispuestos a todo al punto de autodestruirse y cerrar el paso a los demás, a los que se quedaron atrás, a los que no llegan. Los autos son Tesla, la compañía fundada por el magnate tecno Elon Musk, aliado virtual (por la relación vía X, tal como renombró a la antigua Twitter) del gobierno argentino que asumió hace apenas un mes. La metáfora del colapso en la autopista camino a Brooklyn se dispara en varias direcciones. El fin del fordismo y el toyotismo, como modos de producción y de vida, y la incógnita del futuro entre la utopía de The Line, la ciudad sin autos proyectada por el Reino de Arabia Saudita para 2030 y esto de salir a chocar el Tesla.
“I’ll be there for you” (estaré allí por vos), el estribillo que el ignoto grupo pop The Rembrandts compuso para la serie Friends en 1994 vuelve como un boomerang en la ficción de Rumaan Alam (cuya familia emigró de Bangladesh a los Estados Unidos y que tiene un asombroso parecido con el cineasta argentino Andrés Di Tella). Es interesante el uso que la película de Netflix hace de la serie, tratada como si Romeo y Julieta o una novela de Jane Austen fueran leídas por un personaje de una novela moderna.
No habrá spoiler (uno de los síntomas salientes del infantilismo contemporáneo) pero sí se hace necesario recordar que veinte años después de la emisión del último capítulo de la sitcom (con 23 millones de espectadores pendientes), el uso de Friends no hace más que subrayar su carácter de fenómeno cultural, más aún cuando cayó bajo la implacable guillotina del movimiento woke. Es cierto que entre los “amigos” no hay afroamericanos ni asiáticos ni hispanos (tampoco los había en Los Beatles), pero eso no convierte a la serie en una antigualla racista. La vida de los “amigos” transcurre, por otra parte, en departamentos bastante comunes (como los de Seinfeld, la otra maravilla de las sitcom), a diferencia de todo lo que la cultura audiovisual muestra hoy, incluida la mansión de fin de semana que Amanda y Clay alquilan para salir de su rutina matrimonial en ruinas.
Eso de “I’ll be there for you” entonado con reminiscencia sixtie no se corresponde demasiado con el choque múltiple de los Tesla autotripulados, sino que funciona casi como su certero antídoto. El recordatorio de una ficción pre-streaming de alta calidad y de una sociedad apenas, un poco, menos desigual. Y, claro, del inolvidable sarcasmo de Chandler (Matthew Perry, 1969-2023).