Dolarización: un debate caliente ante un peso que no deja de perder valor
Los economistas están divididos respecto de lo que parece una salida extrema que, sin embargo, gana adeptos ante el actual panorama monetario local
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En medio de una inflación galopante, una emisión más alta de lo aconsejable, un déficit fiscal incontrolable y una economía que obliga a despreciar el peso para refugiarse en el dólar, surge lo que para algunos es la solución a todos los problemas y para otros es una medida que traería más consecuencias negativas que positivas: la dolarización, un concepto que enciende el debate.
En la Argentina, ¿dolarización sí o dolarización no? Esa es la cuestión. Como suele decirse, la biblioteca está dividida. LA NACION consultó a economistas de uno y otro lado de la vereda para conocer los argumentos a favor y en contra.
El economista e historiador Emilio Ocampo escribió, junto con el también economista Nicolás Cachanosky, el libro Dolarización. Una solución para la Argentina. Allí afirman que, acompañada de una profunda reforma bancaria y de la firma de tratados de libre comercio, la dolarización permitiría, entre otras cosas, escapar de la trampa del populismo. “Las tres preguntas claves son: por qué, cómo y cuándo. La más fácil de responder es la primera”, comenta.
En este sentido, Ocampo opina que hay buenas razones para que el Gobierno adopte el dólar como moneda de curso legal. “Para empezar, sólo implica reconocer oficialmente que la economía está de facto dolarizada. En segundo lugar, sería un gran igualador, ya que les daría a los sectores de ingresos medios y bajos la posibilidad de ahorrar y progresar que hoy solo tienen los más ricos. Tercero, solo una dolarización ofrece la esperanza de que regrese al país una parte de los ahorros argentinos que el populismo expulsó”, señala.
Ocampo critica a quienes creen que con un gran acuerdo político se pueden resolver los problemas estructurales y dicen que una dolarización sería tan innecesaria como dolorosa. “Desactivar la bomba que nos ha legado el populismo requiere de herramientas que la política económica convencional carece. Insistir con lo que fracasó es una necedad”, remarca. Y agrega: “La dolarización es el único mecanismo que, al generar credibilidad, ofrece esperanzas de que un programa de reformas pueda completarse con éxito”.
Al mirar el caso más cercano de dolarización que hay en la región, Ocampo observa que la experiencia de Ecuador encierra valiosas lecciones: 1) no se necesitan condiciones ideales para dolarizar; 2) sus principales beneficiarios son los sectores de ingresos medios y bajos; 3) no elimina el riesgo de populismo, pero reduce su costo; 4) no aumenta la vulnerabilidad macroeconómica ni somete a la economía a los vaivenes de la política monetaria norteamericana (ya somos vulnerables con moneda propia), y 5) no “primariza” la economía sino que contribuye a diversificar la composición y el destino de las exportaciones.
El economista Alfredo Romano expresa su opinión ya desde el título de su último libro: Dolarizar. Un camino hacia la estabilidad económica. Afirma que en la Argentina hay una asimetría de poder entre la política y la ciudadanía que la dolarización permitiría equilibrar. “Por ejemplo, se limitaría definitivamente la emisión monetaria descontrolada, que ha sido un cheque en blanco de la política para financiar gasto público y condenar a cada vez más argentinos a la dependencia del Estado Nacional”, indica.
Por otro lado, la dolarización vendría a democratizar la moneda. “Hoy los pesos son de los sectores más vulnerables de la sociedad, mientras que aquel que tiene alguna capacidad de ahorro, lo hace comprando dólares. Con la dolarización esta diferenciación se termina y todos los argentinos van a poder convivir con una moneda estable, sin pérdida de valor diaria”, dice Romano.
Finalmente, la dolarización representaría un cambio de paradigma económico. “Los argentinos tienen un PBI ahorrado en dólares, que ningún gobierno ha logrado hacer derramar en la economía real –señala el economista–. La principal razón es la inestabilidad que genera una economía indisciplinada, desequilibrada y bimonetaria. La dolarización elimina esa volatilidad extrema y genera condiciones de estabilidad para que en el mediano y largo plazo haya inversión en los sectores productivos y crecimiento sostenido”.
Por su parte, Nicolás Cachanosky opina que, sin una moneda sana, no hay economía que funcione. “La incapacidad de tener una moneda estable implica la incapacidad de tener una economía que, a largo plazo, se desarrolle, en lugar de ir de crisis en crisis. Si no se soluciona el problema monetario, no hay plan económico ni súper ministro que pueda poner orden a la economía del país”.
El desafío fundamental que enfrenta todo programa de estabilización monetaria, a su entender, es generar credibilidad, algo que, dado el nivel actual de anomia institucional en el país, es casi imposible. Y es en este punto donde inicia su defensa de la dolarización, porque su credibilidad, a diferencia de otros planes de estabilización monetaria, depende menos de la voluntad política. “Es más fácil para un gobierno salirse de una convertibilidad con el real o restringir la competencia del dólar con el peso que quitarle a la gente sus dólares”, subraya.
Una ventaja adicional que ve Cachanosky en la dolarización es que no implica imponerle una nueva moneda al mercado, porque éste ya eligió el dólar. “Una dolarización es aceptar que el mercado ya se dolarizó. Intentar mantener el peso, adoptar el real o crear una nueva moneda regional requiere superar el difícil desafío de que la gente abandone el dólar a cambio de una moneda que no quiere. Estos modelos pueden funcionar bien en la teoría, pero no son factibles en la realidad”.
La otra vereda
En la vereda de enfrente, entre los que opinan en contra de la dolarización se destaca Ricardo Delgado, economista y presidente de Analytica Consultora: “La dolarización como salida es magia, y la magia no existe”, afirma, contundente.
Delgado se pregunta: “¿De qué se habla cuando se habla de dolarización?”. Y se responde: “Usar el dólar como única moneda está entre las posiciones extremas”. En su opinión, la dolarización ya existe de facto en las conductas cotidianas. “Los argentinos atesoran dólares desde siempre, en cuentas en el exterior, declaradas o no, en cajas de seguridad, en el colchón, pero muy poco en el sistema financiero local. La proporción, según cifras oficiales, es de 12 a 1. Esa es la magnitud de la desconfianza y de la memoria de las confiscaciones de depósitos [1989 y 2001]. Se usan dólares para comprar inmuebles, automóviles, para negociar alquileres, para formar precios y márgenes de rentabilidad. Una economía bimonetaria en los hechos”, enfatiza el economista.
Delgado repasa otras experiencias de dolarización que se han dado en el mundo. Señala que no más de 25 países se dolarizaron (del este europeo, africanos, algunos asiáticos, latinoamericanos), muchos de los cuales ya tomaron el camino inverso, el de la desdolarización, algunos exitosamente (Bolivia y Perú), otros en forma parcial (Uruguay y Costa Rica). Ecuador y El Salvador siguen oficialmente dolarizados, precisa.
Ahora bien, la pregunta relevante es qué resolvería una dolarización completa en una economía como la argentina. Para Delgado, “existe suficiente evidencia contraria a estos experimentos, desde la pérdida obvia de soberanía monetaria y la mayor fragilidad fiscal (por la pérdida del señoreaje) hasta una menor protección ante los impactos de las crisis externas, la adopción de la productividad norteamericana como patrón de especialización industrial y una mayor variabilidad en el crecimiento económico, por citar algunas”.
Delgado relata que en los países (“siempre pequeños”) donde el dólar se adoptó como moneda, siguió habiendo inflación y el costo financiero, si bien cayó, no alcanzó las tasas de los Estados Unidos. Para él, el nudo es cómo estabilizar esta macro, los desequilibrios fiscales y monetarios, y coordinar una secuencia creíble de políticas. “Las soluciones a estos crónicos conflictos no deben buscarse en los bordes del sistema, en los atajos, en la magia”, concluye.
Tampoco el economista Esteban Domecq, fundador y presidente de Invecq Consulting, simpatiza con la idea de una dolarización de la economía local. Aunque a renglón seguido señala que, como todo régimen cambiario, tiene ventajas y desventajas.
“Por el lado de las ventajas, elimina inmediatamente la inflación, termina con la incertidumbre cambiaria, reduce los costos de transacción y disminuye el costo financiero. Por el lado de las desventajas, se pierde autonomía monetaria: sin el manejo del tipo de cambio como amortiguador de shocks externos, sin el manejo de la tasa de interés para políticas anticíclicas y sin prestamista de última instancia”, detalla el economista.
Así, advierte Domecq, la economía sería mucho más vulnerable a eventos externos y podría tener serios problemas de competitividad al competir con economías con moneda propia que flota libremente. “Antes de dolarizar hay un paso previo superador que tiene que ver con reformar la Carta Orgánica del BCRA, dotándolo de absoluta independencia y eliminando la dominancia fiscal del Tesoro Nacional”, subraya.
Martín Tetaz, economista y diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cargo al que fue electo por Juntos por el Cambio, dice que celebra que se discuta un tema como el de la dolarización para resolver el principal problema que tiene hoy el país, la inflación y la falta de moneda, pero explica las razones por las que, para él, no es la opción más conveniente.
El primer problema para Tetaz es que la zona del dólar no es el área monetaria óptima de la Argentina, a diferencia de lo que pasa con Ecuador y El Salvador, donde su ciclo está muy correlacionado con Estados Unidos. “En el caso nuestro la actividad económica más importante es con Brasil y nuestro ciclo correlaciona más con el de este país. Por eso la dolarización no es una buena opción para nosotros”, explica.
Según analiza Tetaz, la dolarización no puede dar respuesta a qué pasaría si la Argentina se atrasa en términos de productividad de manera sistemática contra el área del euro, una vez que se dolariza. “Es más probable que nosotros nos alineemos en términos de evolución de nuestra productividad con Brasil que con Estados Unidos. Porque con el paso de los años podemos ir acumulando un diferencial negativo en evolución de productividad que nos convierta en un país con una moneda cada vez más apreciada y nos complique las cosas”, afirma.
En segundo lugar, destaca, la dolarización no resuelve el interrogante que se abre en el caso de que devalúe Brasil. “En enero de 1999, nosotros teníamos una cuasidolarización que era la Convertibilidad, que fue a parar al tacho cuando devaluó nuestro vecino. Subió 500 puntos el riesgo país, hubo una salida masiva de capitales y las empresas se relocalizaron en Brasil. Eso generó una recesión que explotó en 2002 y que se podría haber evitado si hubiéramos hecho la Convertibilidad con el real en lugar de con el dólar”.
Tetaz desgrana una última razón, que es la política. “Tanto en la Argentina como en Brasil hay más volumen político a favor de ir al real que de ir a la dolarización. Hay un consenso político formidable que hay que aprovechar, y que no existe en torno de la dolarización”.
El economista Lorenzo Sigaut Gravina, director de Análisis Macroeconómico de la Consultora Equilibra, comenta que el debate sobre la dolarización se genera cuando hay una situación muy compleja con el peso, que no funciona como unidad de cuenta ni reserva de valor (y, en muchos casos, ni siquiera como medio de cambio).
Sigaut Gravina señala dos inconvenientes que podrían surgir a la hora de dolarizar. “Con tan pocas reservas habría que fijar un tipo de cambio altísimo. Además, como hay muchos dólares en el colchón, si esos dólares aparecieran en un contexto más estable, habría inflación en dólares, que también es complejo de administrar. Por eso, hoy no están dadas las circunstancias como para dolarizar a un tipo de cambio razonable”, opina.
El debate sobre la dolarización seguirá encendido en la Argentina, un país que parece no aprender de sus errores y cae una y otra vez en los mismos problemas económicos, esos que deterioran el peso a tal extremo que se empieza a dudar de si vale la pena o no su existencia.