Show mundial: difamación, humor y conflictos públicos en el conventillo global
El juicio por difamación mutua entre Johnny Depp y Amber Heard trascendió los tribunales y alimentó diariamente la conversación en redes sociales
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El caso de Jimmy Savile, actualizado y detallado en el documental A British Horror Story (Una historia de terror británica, Netflix, abril 2022), es elocuente: considerado hoy uno de los mayores pedófilos de Gran Bretaña, con más de 500 denuncias policiales por acoso, abuso o violación contra menores y enfermos, fue hasta su muerte una intocable figura de la televisión y la caridad inglesas. Savile tuvo cincuenta años de vida pública, de DJ en los años sesenta hasta ser nombrado Sir, sin que las pocas acusaciones de entonces prosperaran. Fue emblema de rating en programas musicales (Top of the Pops) y familiares en la prestigiosa BBC, y el documental expone dolorosamente cómo su comportamiento delictivo estaba teñido, contaminado, disuelto por esa personalidad pública construida desde la masividad de la TV y los tabloides. También, en 2021, a diez años de su muerte, se estrenó otro documental en la cadena ITV llamado Retrato de un depredador.
Así las cosas, la popularidad televisiva, mediática, la fama y el cariño popular y callejero es parte central de la trama. Y los footages, fragmentos de escenas de los candorosos programas de Savile, re-contextualizados, son un elemento central del trabajo documental. Sucede entre el Swinging London de los sesenta y su muerte, 2011: es interesante entenderlo desde el presente, cuando la reputación se juega, además y principalmente, a escala masiva y global a partir de la comunicación digital.
Reputación, justamente, fue el eje del juicio entre Johnny Depp y Amber Heard: se cruzaron acusaciones por difamaciones mutuas y el resultado fue paradójico más allá del fallo.
"El mecanismo de acceder a las vicisitudes de la vida privada de las megacelebridades tuvo una escenografía privilegiada: no eran ya chismes, sino miserias relatadas por sus protagonistas"
El proceso de pruebas fue no solo televisado sino debatido mundialmente a través de programas, y especialmente en redes sociales en las que el morbo y la toma de posición por los contrincantes apasionó multitudes y lo convirtió en un sorpresivo espectáculo universal.
Seamos claros: si Depp y Heard estaban preocupados por la difamación de la que acusaban a su expareja, la exhibición pública de infidencias, declaraciones, chats, detalles íntimos de sus comportamientos y su vínculo, más allá del resultado, agravó el contexto inicial.
Como ratifica el fallo, pero probó el show mediático, ambos se difamaron. El mecanismo de acceder a las vicisitudes de la vida privada de las megacelebridades tuvo una escenografía privilegiada: no eran ya chismes, sino miserias relatadas por sus protagonistas. Nuevamente, un elemento mediático, la columna de opinión firmada por la actriz en The Washington Post por la que se la acusó, es uno de los elementos centrales de la trama y más allá de la cuestión jurídica, los abusos, maltratos y humillaciones que la actriz señalaba quedaron evidentes. En el diario español El País la columnista Noelia Ramírez aporta otros efectos infotóxicos del caso, todos paradójicos: la pornografía judicial a varias cámaras para la transmisión de un caso hecho para evitar la difamación, el rol de los “stanfan” digitales (acosadores-seguidores de las celebridades) y la disuasión de futuras denuncias.
La cobertura periodística fue siguiendo esa ola de creciente interés, y no solo las opiniones iracundas de las redes sociales, sino incluso los sesgados comportamientos de los algoritmos condicionaron la mirada colectiva (o esa entelequia imprecisa que antes gustábamos llamar “opinión pública”). The New York Times le dedicó un informe a cómo las noticias “favorables” a Johnny Depp tenían un alcance y una relevancia mayores, producto a su vez de la parcialidad de los consumidores.
“La máquina para odiar a Amber Heard de TikTok: La televisión convirtió a la disputa legal en un diario sensacionalista de 24 horas. Pero las redes sociales lo volvieron un deporte con hinchas”, titularon.
Algo ya está claro: Internet enrareció nuestras vidas y nuestros vínculos. Los mejoró o facilitó en algunos aspectos; pero también deja ver lo peor en otros.
La tecnología detrás de las redes sociales convierte la aldea global en un verdadero conventillo: un barrio en el que no conocemos a nuestros vecinos y en el que pretendemos dialogar ignorando quién nos escucha y, más todavía, cómo piensa.
La distribución es inmediata, la posibilidad de borrar o eliminar algo muy dificultosa. Y si Internet facilitó como nunca antes la circulación de información, las redes lograron que sea cada vez más difícil mantener o preservar espacios privados (¿Podría haber sostenido su fachada Jimmy Savile? ¿Cuántas personas se enteraron de inmediato detalles domésticos e íntimos de la relación Depp-Heard? Antes que Depp y Heard se difamaran, miles de millones de seres publicamos nuestras vidas y opiniones ante los demás. Con el probado riesgo de que alguien se sienta ofendido.
El reciente espectáculo de Ricky Gervais (Supernature, estrenado días atrás) profundiza sobre esos novedosos dispositivos sociales: a falta de otras, la materia excluyente de su humor (no siempre logrado) es justamente la posibilidad o los límites para hacer humor en un contexto de conversación universal donde siempre hay alguien que puede sentirse ofendido, más allá de bromear y provocar sobre minorías (“Soy hombre, blanco y millonario… ¡Yo soy minoría!”).
Es algo novedoso: apenas nos estamos acostumbrando, a los tumbos y colectivamente, no de a uno sino de a cientos de millones, a estos nuevos entornos en los que construir la percepción que los demás tienen de nosotros es tanto más fácil opinando sobre, señalando, cuestionando o dando like a lo que hacen otros.
Y allí parece haber algo más sofisticado aún: la circulación inmediata y global de ideas y opiniones profundas, se produce a la velocidad y con las mismas características de los memes. Son las dinámicas de las mismas tecnologías de la información que nos permiten hacernos públicos (publicar, postear) las que contribuyen a la fuerte polarización y también, al parecer, a la toma de partido apresurada e, incluso, a la discriminación, bloqueo o aislamiento del que piensa diferente. El esfuerzo conciliador es, en todo caso, puramente humano.
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