Desarrollo humano. La pandemia dejó en claro que hay que cambiar de agenda
El crecimiento económico y el bajo impacto ecológico no parecen ir de la mano; reducir las emisiones será fundamental, pero de poco servirá si los recursos no llegan a los que los necesitan
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Mientras la COP26 de Glasgow baja el telón sin aplausos estridentes, más de un millón de personas sufre en Madagascar la primera hambruna directamente vinculada con la crisis climática. En territorio malgache, los funcionarios del Programa Mundial de Alimentos (PMA) dicen que lo que más abruma es “el silencio y la falta de alegría” de los niños, y así le recuerdan al mundo el drama humano detrás de las cifras del PBI o del precio de los fertilizantes.
Admitimos el carácter universal del calentamiento o de la pandemia. Sin embargo, al planeta le sigue costando entender que lo que ocurre hoy en una nación insular en el océano Indico no es una película que el resto tenga derecho a mirar desde lejos.
“No hay tiempo para discusiones interminables sobre lo que es cierto o no”, dijo Laurence Tubiana, CEO de la European Climate Foundation, en la cumbre que finalizó ayer.
"La cooperación es constante con los países pobres, pero no con los de ingresos medios"
Si hasta 2020 no se avanzaba a una velocidad deseable en el camino de los Objetivos del Milenio, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) acaba de sumar una advertencia: por primera vez desde que, en 1990, ese organismo introdujo el concepto de desarrollo humano y la forma de cuantificarlo “el desarrollo humano está camino a retroceder”. El globo sigue girando, pero hierve. Reducir las emisiones en todas partes será el modo de mejorar la vida, pero esa empresa solo tendrá éxito si “el flujo de recursos llega a quienes lo necesitan”, afirmó Tubiana.
Jorge Chediek, que fue funcionario de la ONU durante más de treinta años, donde ocupó –entre otros cargos– el de director de la Oficina de Cooperación Sur-Sur y del Centro Internacional de Políticas para el Crecimiento Inclusivo (IPC_IG) afirma que “ningún país ha logrado aún combinar unos índices elevados de desarrollo humano con un bajo impacto ecológico”, y trae así la idea de que ya no hay vuelta atrás: el desarrollo no estará escindido de la cuestión ambiental.
“Tenemos los recursos para eliminar la pobreza absoluta, el hambre; hemos eliminado la viruela o el gusano de Guinea y hemos aumentado la conciencia ambiental. Pero vamos lento. Y la pandemia nos muestra que no hay un sistema de solidaridad global; generamos vacunas en tiempo récord, pero privó el espíritu nacional y el ‘sálvese quien pueda’, y en términos sociales el Covid implicó un gran retroceso”.
La crisis requiere “soluciones sistémicas para riesgos multidimensionales e interconectados”, según el PNUD: la emergencia climática, la polarización política, el cuestionamiento del multilateralismo, los conflictos prolongados y los desplazamientos forzados, entre otros.
Si el futuro del desarrollo humano vuelve a tambalear, “estamos frente a la necesidad de identificar qué mutaciones de la agenda del desarrollo son necesarias hoy, habida cuenta de la fragilidad que demostraron muchos sistemas públicos para contener un fenómeno en teoría no previsto pero que es, en realidad, la quinta crisis zoonótica de los últimos veinte años –afirma el diputado nacional Fabio Quetglas, director de la Maestría en Ciudades de la UBA y de la Maestría en Desarrollo Territorial en la Universidad Tecnológica Nacional de la UTN–. Y de volver a poner en juego la idea de que el desarrollo nunca es una casualidad, e implica proteger desde los recursos naturales hasta el talento de la gente”.
“Si un día amaneciera Estocolmo en ruinas, y observáramos problemas que habitualmente vinculamos con el subdesarrollo (desabastecimiento, violencia), ¿diríamos que la capital de Suecia es subdesarrollada? Probablemente no”.
"“Generamos vacunas en tiempo récord, pero privó el espíritu nacional”, dice Chediek, ex funcionario de la ONU"
Quetglas plantea esa escena imaginaria para reflexionar sobre los mitos que rodean la definición de desarrollo, en la que a menudo se ve a la economía como elemento único. “Ante un escenario de desabastecimiento, violencia, crisis de recursos sanitarios y otros problemas que habitualmente asociamos con el subdesarrollo, sin embargo no incluiríamos a Estocolmo en un listado de ciudades subdesarrolladas –sigue Quetglas–. Hablaríamos, en todo caso, de una urbe en ruinas, bajo shock”.
¿Por qué? “Porque si en una sociedad desarrollada el conjunto de capacidades sociales permanece intacto es posible recomponer la jerarquía, aceptar la contractualidad, incorporar el conocimiento previo en los procesos de producción y avanzar de nuevo. Esto implica que no podemos pensar el desarrollo únicamente en términos económicos. Una visión de ese tipo nos llevaría a suponer, por ejemplo, que la Caracas de 1992 (con el petróleo a 130 dólares) era una ciudad superdesarrollada, lo que no es verdad”.
Desde que con el Pacto del Atlántico (1949), se dejó atrás la palabra progreso para hablar de desarrollo, la definición recorrió un largo camino. Fue enriquecida con conceptos como humano y sostenible y asociada con la idea de que cada ser humano pueda alcanzar su máximo potencial. Quetglas subraya que “después de la Segunda Guerra Mundial, de la Shoá, entendimos que la democracia estable no solo tiene que distribuir la capacidad electoral sino generar también los mecanismos de construcción de ciudadanía material, y es en ese punto donde surge el concepto de desarrollo”.
Lejos de tecnicismos, Chediek subraya por su parte que se trata de “caminar y mascar chicle al mismo tiempo”. Si el crecimiento económico es necesario para financiar otras acciones, desde la visión del desarrollo humano sostenible eso no alcanza. Tener un sistema económico que genere crecimiento es tan importante como las políticas sociales que mejoren la situación de los grupos más marginados, la de género, y con políticas ambientales sabias. Son ambas cosas, aunque a veces se las plantee como contradictorias para convertirlas en temas de conflicto político, argumentando que las políticas económicas pueden jaquear las sociales, o al revés”.
Entonces, sugiere Quetglas, “comencemos a identificar el desarrollo con el conjunto de capacidades que tiene una sociedad para resolver la agenda, tomando en cuenta las cuestiones económicas pero también otras como la convivencialidad, la valoración de la deuda transgeneracional o el respeto por el otro”.
Revoluciones cotidianas
¿Existe una sola manera de lograr el desarrollo? ¿Qué grado de inspiración en hojas de ruta ajenas es aceptable para alcanzarlo? “La pulsión universalista siempre está, sobre todo en el mundo académico donde queremos resolver los grandes problemas como la pobreza, la equidad, que no son exclusivamente argentinos ni chilenos ni noruegos –afirma Quetglas–. Sin embargo, uno advierte que Israel, Suecia, Canadá o Nueva Zelanda son todos países desarrollados y, al mismo tiempo, muy distintos entre sí. A veces es necesario hablar de desarrollos, en plural. Porque es tan legítimo sostener una visión universalista como necesario identificar que las diferencias socioterritoriales determinan que no hay una fórmula trasladable que supondría una homogeneización social”.
Esta visión, agrega el diputado, es superadora de las chicanas o críticas que se escuchan en países como la Argentina contra ciertas políticas que se suponen calcadas de países ricos.
“No somos Noruega porque ponemos bicisendas. Y no podemos hacer de eso una cuestión banal. A un médico húngaro que en el siglo XIX recomendó lavarse bien las manos para combatir patógenos no le prestamos en principio ninguna atención; hoy sabemos que esa práctica nos está salvando de contraer enfermedades. Todas las revoluciones de la vida cotidiana tienen cierta vulnerabilidad y sin embargo son esas cosas pequeñas multiplicadas por millones las que producen cambios enormes”.
En el mismo sentido, “si uno habla de educación universal, no piensa únicamente en que un país tenga gente educada en cada puesto de trabajo sino en el aspecto existencial, en lo que significa para cada persona acceder al conocimiento. Cuando la sociedad se educa lo que cambia en favor del desarrollo es la sociedad entera, no solo el educando”.
Un punto importante es que mientras la cooperación internacional es constante con los países más pobres, no siempre se imprime el mismo énfasis hacia las naciones de ingresos medios, como ocurrió claramente con las donaciones y la distribución de las vacunas contra el Covid.
Según Chediek, “el de los países de renta media es un tema que debate fuertemente hoy la Cepal, apoyada por la Unión Europea, porque no podemos excluir a esos países en la cooperación. De hecho, la mayoría de las personas pobres vive en países de renta media”.
A esta cuestión le suma “lo que llamamos la trampa del ingreso medio: allí están los países que logran un crecimiento relativamente alto y que al llegar a cierto nivel se estancan, como ocurre en la mayor parte de América Latina, por lo que es necesario seguir cooperando para que superen la trampa del ingreso medio”.
Mejoras y oportunidades
Una perspectiva positiva obliga a reconocer lo logrado hasta el momento en asuntos como la reducción de la mortalidad materna o el crecimiento en el nivel educativo. Pero surgen problemas derivados de esos mismos avances: “Tenemos un boom demográfico en África, producto de esas grandes mejoras, pero esto genera oleadas migratorias que tienen su propia problemática y sobre las que tenemos que actuar y colaborar”, dice Chediek, que es profesor invitado de Universidad Católica Argentina (UCA).
Al mismo tiempo, como afirma la profesora Cynthia Goytia, economista y directora de la Maestría en Economía Urbana de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) “las pandemias han servido para mejorar infraestructuras, para que las ciudades tuvieran redes de agua o mejores códigos de edificación. La crisis sanitaria pone en evidencia el problema de nuestras ciudades, que piden soluciones innovadoras. Los temas ambientales son una demanda de los más jóvenes, y por otro lado observamos una mayor conciencia en relación con la desigualdad, entendiendo que cualquier cosa que impacte a un pequeño grupo termina afectándonos a todos como sociedad”.
Para Goytia, “en la tecnología y la innovación hay espacio para encontrar respuestas a muchas cuestiones: energías renovables, economía colaborativa, uso de inteligencia artificial para mejorar la utilización de recursos”.
En el siglo XXI, “uno podría decir que las sociedades desarrolladas serán las que tengan capacidad de innovación, lo que determina toda una agenda previa: para tener capacidad de innovación necesitamos a la gente educada, tener instituciones, una política proempresa, porque es ahí donde nace la mayoría de las innovaciones. Hay grandes corporaciones que son sensibles a los movimientos de la sociedad civil y tienen capacidad adaptativa”, agrega Quetglas, cuyo mantra es la bioeconomía.
El tiempo no para. “Los Objetivos para el Desarrollo Sostenible siguen siendo el paraguas, pero cambió el deadline”, resume Goytia.
Entre la urgencia y el largo plazo, “el desarrollo es cualquier cosa menos una casualidad –define finalmente Quetglas–. Es producto de proteger activos, procesos, rituales, capacidades de aprendizaje. Cuando a nadie le importa que gente calificada se vaya del país, la tasa de derroche es enorme. Desarrollo es hacer cosas que tengan más recorrido. Y si siguen dejando pasar los temas, se los va a discutir en condiciones mucho peores. No hay posibilidad de que seamos exitosos si ignoramos la contemporaneidad”.
SE NECESITA LIDERAZGO PARA ALCANZAR UNA ECONOMÍA VERDE
Para hallar soluciones ambientales, serán necesarios sacrificios que hay que explicar; en la Argentina faltan discusiones centrales
Bajar la temperatura del planeta para evitar sequías que provocan hambrunas, producir “verde” en una fábrica para que un país se inserte mejor en el mundo, construir edificios sustentables en ciudades inteligentes…
La lista continúa y pide liderazgo. El desarrollo humano “interpela la capacidad para entender estos temas íntimamente vinculados con la gobernanza”, enfatiza la economista Sylvia Goytia, de la Universidad Torcuato Di Tella
“Se requieren líderes que prioricen áreas que permitan tener impactos a futuro. Si la mayoría viaja en un transporte que es contaminante, si en el verano su casa está cada vez más caliente, si estamos viendo que la infraestructura es deficiente... queda mucho por hacer entendiendo las problemáticas particulares. En barrios humildes, por ejemplo, para hablar de ahorro energético hay que pasar primero por temas de seguridad, porque la gente que se va a trabajar cada mañana deja la televisión y la luz prendidas para que no le roben”, ejemplifica la economista.
Desde los años 70 hasta hoy “la demanda sobre los recursos naturales creció tres veces, mucho más que el PBI”, recuerda Consuelo Bilbao, directora política del Círculo de Políticas Ambientales. Para ella es “indispensable poner el foco en el desacople, en las actividades bajas en intensidad de carbono que podemos desarrollar para el crecimiento y la producción. Entender que contar con energía renovable afecta directamente nuestra huella de carbono”.
Pasar a una economía verde que impacte positivamente en el desarrollo humano requiere sacrificios “en términos de cambiar conductas –sostiene por su parte el exfuncionario de la ONU Jorge Chediek–. En los países que avanzaron, la transición a la energía verde o no se hizo con la velocidad necesaria o no se hizo porque no se tienen disponibles los elementos para la transición. Esos países están en un cuello de botella energético, con altos costos, y Europa tiene dudas vinculadas con algunos avances que promovió”.
¿Y en la Argentina? Estamos atrasados. Enfática, Consuelo Bilbao dice que “tenemos que dejar de discutir si somos capitalistas y si nos integramos al mundo o no. Entender de una vez por todas, por tomar un ejemplo, que una pyme metalmecánica que hoy exporta un producto para ensamble, tarde o temprano solo va a ser competitiva si incorpora ciertos criterios de producción y de vida. El comercio está cambiando. Ser precapitalista no es un camino hacia el desarrollo”.
Convertir un taxi en un auto que no contamine no es algo que un taxista pueda pagar sin problemas. La transición tiene un costo que el Estado debe financiar, “pero si un país siempre está en llamas en la cuestión fiscal, eso se complica”, señala Bilbao.
La especialista considera que “si vamos hacia una solución ambiental que impulse el desarrollo será con las corporaciones, las industrias y los sectores productivos. Además, somos pobres pero tenemos que darnos discusiones centrales. ¿Por qué tenemos regímenes de promoción para ciertos sectores que provocan disparates ambientales como el de la tecnología en Tierra del Fuego?”
“¿Por qué no hablamos –añade– de que el subsidio de tarifas es el principal problema que tenemos a la hora de generar conciencia? No vemos la realidad de los costos que pagamos por el uso de combustibles fósiles, que además impactan en la vida cotidiana”.
“Un país que no tiene moneda no puede tener políticas porque no puede presupuestar”, define el diputado Fabio Quetglas. Al observar el mundo del trabajo, sostiene que la mayor lesión ambiental que se les produce a los trabajadores de baja calificación o de la economía informal “son los niveles salariales que los ponen en una tasa de reproducción malthusiana”.
Para que esto mejore, dice, los países tienen que capitalizarse. “Invertir en calificación de la persona, en tecnología, en infraestructura –agrega–. De otro modo, sería creer en la varita mágica. Se nos viene encima un movimiento civilizatorio. Hay algo objetivo, que es la fragilidad de la biosfera. Y un dato político: los chicos que hoy tienen veinte, cuando lleguen a ocupar ciertos cargos o sean CEO van a tener poder de decisión. Para que no se produzca un shock y el cambio resulte positivo estamos obligados a generar los instrumentos políticos que eviten un trauma transicional. La revolución bioeconómica que tenemos que producir es la ventana por la que deberá llegar el desarrollo argentino”.