De “Perón o muerte” a “Ganar o morir”
El temor a la derrota es el factor que convulsiona al peronismo. Nadie lo expresó más brutalmente en los últimos días que el intendente de Berazategui, Juan José Mussi. Sentado a la izquierda de Cristina Kirchner, mientras Martín Guzmán se preparaba para arrojar a las redes sociales su carta de renuncia, Mussi dijo: “Si viene Macri, me muero”.
"Su vida, según expresó Mussi ante la audiencia militante, pende de un hilo, que es la necesidad del triunfo electoral"
Fue en el acto que compartió en Ensenada junto a la vicepresidenta. “Estoy en una etapa de mi vida en que no podría soportar al peronismo perdedor”, aseveró el intendente. No habló de la extensión de la pobreza en Argentina. Eso aparentemente lo podría soportar. Tampoco expresó inquietud por la inseguridad. Ni siquiera se mostró preocupado por la inflación. Su vida, según expresó ante la audiencia militante, pende de un hilo, que es la necesidad del triunfo electoral. Ganar o morir. Hubo aplausos.
No es la primera vez que el peronismo se expresa en dicotomías dramáticas. En 1986, los investigadores Eliseo Verón y Silvia Sigal publicaron el libro Perón o muerte, donde parten de aquella consigna de la Juventud Peronista para analizar la evolución del enfrentamiento entre Juan Domingo Perón y Montoneros. La agrupación guerrillera se había presentado como la heredera de Perón y la única vanguardia política capaz de interpretar la voluntad popular. Pero su discurso debió girar a medida que el líder se distanciaba, tras su regreso a la Argentina, y los enfrentaba.
La agrupación intentó explicar las diferencias con los argumentos de los “infiltrados” y la “burocracia”, hasta que fue indisimulable que era el propio líder quien los rechazaba.
Perón finalmente rompió públicamente con Montoneros cuando los expulsó de la Plaza de Mayo en el acto por el Día del Trabajador de 1974: “Algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años”, les endilgó. Las columnas de la Juventud Peronista se retiraron tras el reto. El peronismo representó un quiebre público de su interna más dramática.
"La identificación de una agrupación con el ‘pueblo’ niega al otro. No hay alternancia democrática, porque la derrota implica la victoria de lo ‘antipopular’"
Para Montoneros, la expulsión de la Plaza de Mayo fue la encrucijada final: si aceptaban que Perón seguía siendo el pueblo, la agrupación encabezada por Mario Firmenich perdía su pretensión de expresión de la voluntad popular. Si negaba a Perón, Montoneros abandonaba su identidad política con el peronismo. “Acorralados, o bien afirmaban que ellos eran los verdaderos representantes del pueblo, lo cual suponía negar el carácter de líder a Perón ante los jóvenes peronistas, o bien respondían que Perón era quien encarnaba la voluntad popular, lo cual llevaba al vaciamiento de la identidad”, escribieron Verón y Sigal. Los autores concluyen que, sin Perón, la dramática alternativa de “Perón o muerte” que había cubierto las paredes de la Argentina, sólo dejaba lugar al segundo término.
La identificación de una agrupación con el “pueblo” niega al otro. No hay alternancia democrática, porque la derrota implica la victoria de lo “antipopular”. O como lo expresó en el mismo acto Mario Secco, el otro intendente que flanqueaba a Cristina Kirchner: “Tarados que votan a sus verdugos”.
Mussi actualizó la consigna de la Juventud Peronista. Ahora es “Ganar o morir”, ya sin atisbos de pretensiones revolucionarias como en los años setenta. Esa consigna transforma la alternancia democrática como una opción trágica. Niega el juego político de la democracia, como si se hubiera aprendido poco en 50 años.
La Argentina, por fortuna, pero a un costo dramático, erradicó la “violencia mortífera”, como la describieron Verón y Sigal, de su vida contemporánea. Pero la negación del otro permanece en la cultura política, con un contexto de exacerbación de la discusión que captura también a dirigentes opositores. No es de un solo lado.
Si lo único que importa es el triunfo electoral, todo lo demás se vuelve secundario. Y, por lo tanto, cualquier camino para asegurar la victoria es admisible. “Yo quiero ganar, quiero que me conduzcan a la victoria, no quiero nunca más la derrota del peronismo”, expresó Mussi en aquel acto.
De esa forma, el intendente también le transmitió a Cristina Kirchner que no importaba cómo iba a resolver su conflicto con Alberto Fernández, pero que lo solucionara porque lo único que vale es imponerse en las elecciones. No había disimulo.
Mussi lo practica como una doctrina. En los años noventa llamó a votar contra Carlos Menem en la interna con Antonio Cafiero. Y luego apoyó a Menem cuando se dio cuenta que garantizaba la victoria. En aquel entonces no importaba si se abrazaba al liberalismo económico.
La vicepresidenta entiende el mensaje. No importan las ideologías. En el razonamiento que expresa el intendente, el único líder que vale es aquel que garantiza victorias. No importa la forma. Por eso, el equilibrio fiscal y la solidez de la moneda se pueden dejar destruir frente a las urgencias del corto plazo. Todo vale si sirve para alejar el espectro de la derrota. Incluso consumir el futuro.