De crisis en crisis. La incertidumbre borra el futuro y encierra a los argentinos en el presente
Entrenada en sobrellevar los malos tiempos, la ciudadanía muestra un horizonte de expectativas cada vez más estrecho y una actitud menos reactiva
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Una vez más la Argentina está en medio de una crisis. Pobreza, inflación de dos dígitos, familias endeudadas, dólar al rojo vivo. Pero los desequilibrios de la economía no son el único problema. También generan inestabilidad política. Las peleas puertas adentro del Gobierno sobre qué rumbo tomar son un factor de incertidumbre que nubla todos los horizontes. Quienes están hoy en el poder no consiguen tranquilizar a la sociedad con propuestas convincentes, y la oposición tampoco. Fueron gobierno hasta 2019 y no lograron torcer el rumbo del país.
Está claro que los argentinos estamos curtidos, acostumbrados a navegar tempestades. Quizá por eso, sufrimos el presente en voz baja (excepto en las redes sociales) y seguimos con la vida a cuestas, sobreadaptados, esperando que algún factor inesperado, una nueva renuncia, empeore nuestras chances de tener un futuro mejor.
El reconocido sociólogo alemán Norbert Elias estudió el proceso civilizatorio, y llegó a la conclusión de que los seres humanos nos agrupamos para disipar la incertidumbre con respecto al futuro. Nos encontramos así con sociedades que pueden hacer un ahorro para la vejez, que planifican y toman decisiones para el próximo medio siglo. Pero si de alcanzar certidumbres se trata, la Argentina se encuentra entonces en el proceso inverso: la descivilización.
"Desde el Rodrigazo (1975) hasta la fecha, las colisiones han sido persistentes"
“Ganamos en términos de civilización porque dejamos de resolver los conflictos de un modo violento, pero a la vez empezamos a perder en términos de civilización porque el horizonte de expectativas es cada vez más corto, y cada crisis económica lo acorta más. Nos descivilizamos. Hoy nadie hace nada porque no sabe qué va a pasar dentro de dos días”, explica el filósofo y ensayista Alejandro Katz.
Si se suma a este estado que las crisis son a repetición, el panorama empeora. Desde el Rodrigazo (1975) hasta la fecha, las colisiones han sido persistentes. De hecho, los argentinos son reconocidos en el mundo por ser pilotos de tormentas también ajenas. Cada vez que las variables económicas de un país enloquecen, empiezan a sonar los teléfonos de los especialistas locales.
"“Tenemos una experiencia psicológica: cómo ocurren las crisis, cómo tenemos que desempeñarnos, también sabemos que terminan y que en algún tiempo vuelven”, dice Alejandro Katz"
Para Katz ya estamos entrenados para sobrellevarlas. “Sabemos qué se hace con la administración cotidiana de los flujos financieros, qué se compra, qué no se compra, cómo se protege el ingreso. Pero también tenemos una experiencia psicológica: cómo ocurren las crisis, cómo tenemos que desempeñarnos, también sabemos que terminan y que en algún tiempo vuelven”.
Si bien esto brinda a los argentinos una fortaleza particular, condiciona mucho sus conductas. “Nuestras capacidades y resistencias son crecientemente disminuidas por enfrentar las crisis tanto a nivel individual como colectivo”, dice Katz. Pero no termina ahí: también crea un efecto estructural sobre las conductas sociales, porque desaparece el largo plazo como un horizonte para la toma de decisiones.
Pero aunque la realidad sea difícil, a diferencia de las reacciones sociales que suscitaron otras crisis, en el presente los argentinos ya no muestran ánimo de cacerolear masivamente. Incluso la clase media llena los restaurantes, hace las valijas para viajar al exterior cada vez que puede, porque sabe que no hay ahorro que aguante, y consume en el supermercado tratando de ganarle a la inflación que se lleva sus ingresos. ¿A qué se debe?
“Es difícil atribuir a una sola causa que la clase media siga llenando restaurantes, teatros y saliendo en grandes manadas cada vez que hay un fin de semana largo”, precisa Sergio Sinay, escritor y periodista formado en sociología y psicología existencial. Y agrega: “Podríamos decir que es la pulsión de vida. Mantenerse vivos y activos a pesar de todo. Puede ser una forma de negar lo que se está viviendo. De negarlo de manera compulsiva. Y puede ser también una especie de matiz hipócrita, de matiz careta. De caretear la crisis que se vive en lo personal haciéndola más dramática en el relato con los otros, pero ocultando recursos que se tienen y que se amarretean para ponerlos en función del bien común”.
“En la Argentina vivimos de crisis en crisis y siempre la crisis que se vive en el tiempo presente parece ser la más profunda y la más insalvable”, afirma Sinay, para quien además, esto hace que a veces “uno se olvide de recursos que ya ha desempolvado o desenvainado en crisis anteriores, y que han sido recursos que no solo nos han permitido sobrevivir sino también hacerlo de una manera creativa, muchas veces reseteándonos, reconfigurándonos, encontrando habilidades y dones que no sabíamos que teníamos. Esto se tiende a olvidar”.
"La lección del 2001 creó anticuerpos –explica Morandini–, pero no en favor de la sociedad, sino del poder político"
Hay también otras teorías localistas que buscan entender el origen de estas crisis a repetición. Como la que esgrime la periodista Norma Morandini, quien resalta que “si cada diez años tenemos una crisis calcada a sí misma, inflación, devaluación, disputas palaciegas en el poder, la que fracasó es la política, que no solo ya gobernó el mayor tiempo democrático, sino que además tiene una concepción de poder autocrática que reduce la democracia a ganar elecciones, busca domesticar a los otros poderes, y posterga las soluciones para no pagar los costos políticos”.
Morandini se anima a emular a la premio Nobel de Literatura, la periodista bielorrusa Svetlana Aleksievich, que diseñó el perfil del “homus sovieticus” tras décadas de dominio del marxismo-leninismo. Así se pregunta si “no será que el ‘homus peronistus’ amasó un ‘homus argentinus’ que pone las culpas afueras (el FMI, el imperialismo, el mercado) y alimenta la sensación nacionalista de sentirse especial, desconfiando del mundo desarrollado. Dando origen a un ser que niega la realidad y la explica con respuestas ideológicas y al que nunca le cabe la responsabilidad por esta cuesta abajo en la rodada”.
Sin embargo, algo aprendimos, y tiene que ver con que hay momentos donde manifestar el enojo que nos produce vivir en estado de crisis permanente puede sumar alboroto social a la crisis y empeorar las cosas. “La lección del 2001 creó anticuerpos –explica Morandini–, pero no en favor de la sociedad, sino del poder político, ya que existe una conciencia de que los gobiernos constitucionales deben completar sus mandatos, lo que, por suerte, descarta el clamor del ‘que se vayan todos’ pero sigue viendo a la política como una casta de privilegios. La sociedad que no es acarreada y se mueve libremente, no obstante, está inmovilizada, agobiada más por el día a día que por hacer oír sus reclamos y derechos”.
Microataques de ira
Para el analista político Marcos Novaro, este estado de hartazgo inmóvil se debe a que la gente considera que “los problemas vienen de arriba hacia abajo”. Esto hace que “no seamos una sociedad que esté reactiva como en otros momentos, dispuesta a saltar y reclamar y manifestar su malhumor, incluso por cuestiones que no eran tan graves”. Ahora lo que pasa es al revés: “La situación se va agravando, agravando, y la gente no salta. Solo se manifiesta en estos microataques de ira, que en algún momento pueden estallar en muchos ataques de ira. Y me parece que el oficialismo está jugando con fuego ahí porque se confía en que el peronismo digiere todo. Que puede procesar cualquier tontería, cualquier irresponsabilidad. Pero no es así. Incluso los peronistas se pueden hartar de sus dirigentes; ha sucedido en el pasado”.
El hartazgo de la gente, no obstante, va más allá del color político de sus dirigentes. “Venimos de hace más de diez años de frustración –subraya Novaro–. Atrapados en este régimen económico y en esta dirigencia política que es completamente inepta, que ha generado cada vez más mecanismos para proteger el statu quo, y que consume una enorme cantidad de atención de la gente”.
Novaro detalla: “El cepo, los distintos mecanismos de control de precios, no se entiende nada lo que pasa. ¿Qué se puede esperar, qué reglas rigen? No se entiende cómo se deciden las cosas. Todo eso agrava mucho la situación de malos resultados. Claramente la política aparece como un arte de administrar desgracias. Y de sacar conejos de la galera para zafar”. Un dato que marca la excepcionalidad del momento es que la gente, sobre todo los jóvenes, votan cada vez menos. Al revés de lo que pasa en otras partes del mundo, donde generalmente son los adultos mayores los que no concurren a las urnas.
Coincide en estos términos Alejandro Katz: la voluntad de acción colectiva está limitada porque “uno sabe que no hay un staff alternativo con capacidad de resolver esto, nuestra evidencia es que el elenco alternativo fracasó cuando tuvo su oportunidad”. Aunque es cierto que tal vez “si el gobierno fuera de otro signo político habría actores con voluntad de romper los marcos institucionales”.
Política de la negatividad
“La política argentina de las últimas décadas se ha transformado de una política de promesas verosímiles a una política de repudios necesarios. Los actores principales tienen poco que prometer a la sociedad, y lo único que pueden decir es que van a evitar que vengan los otros. Estamos instalados en una política de la negatividad. No de la afirmación positiva, de la producción de confianza”, resume Katz.
No solo estamos instalados en la política de la negatividad, estamos instalados en el presente. Dice Katz que “es posible que alguien nos pueda intentar persuadir de que pueda hacer que las cosas sean mejores, pero lo que sabemos es que van a ser peores. Y lo sabemos porque así es desde hace cincuenta años. Eso nos vuelve conservadores. Porque si el futuro va a ser peor que el presente, lo mejor que nos puede pasar es instalarnos en el hoy, preservar nuestras posiciones y rechazar todo intento de reforma”.
Pero si tratamos de ser benévolos, lejos del adormecimiento social producto de la decepción generalizada con la política, lo que hoy también puede estar primando es la conciencia social. Posiblemente, los argentinos sepan que esta es un tipo de crisis en la cual la movilización social no puede producir efectos positivos.
“La sociedad no es golpista –resalta Katz– y no quiere agregarle inestabilidad política a la gran dificultad económica y a la fragilidad social existente. Los argentinos tienen certezas de que si reaccionaran agravarían las cosas”. Responsabilidad y sabiduría pueden también ser sus vectores, lejos de la resignación.