David Rieff: “Vivimos un momento de pasión por los extremos”
En Buenos Aires, donde presentó una antología de su madre, Susan Sontag, el ensayista dijo que la “grieta” argentina no es mayor que la estadounidense
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De visita en Buenos Aires para presentar Obra imprescindible (Random House), de la escritora estadounidense Susan Sontag (1933-2004), el crítico cultural y periodista David Rieff, hijo de Sontag y del sociólogo Philip Rieff, se muestra como un hombre muy atento a lo que sucede en el mundo. Se refiere a la situación de Chile después del rechazo a la nueva Constitución (“mis amigos chilenos estaban muy decepcionados, pero yo no”, revela), a la de Ucrania, donde se desarrolla el conflicto bélico propiciado por Vladimir Putin a inicios de año, y también a los avatares de la actualidad local. “A los argentinos no les gusta el término medio; quieren estar en los extremos: o ser los peores del mundo o los mejores”, bromea. Rieff viaja a Buenos Aires con frecuencia, recorre librerías y se encuentra con amigos; entre ellos, el escritor Edgardo Cozarinsky (que también fue amigo de Sontag), el periodista Carlos Pagni, la politóloga Claudia Hilb y el galerista Jorge Mara.
En Obra imprescindible, un volumen de casi 800 páginas, Rieff seleccionó una gran cantidad de ensayos (de “Contra la interpretación” a “La imaginación del desastre”, pasando por “Fascinante fascismo”), artículos, discursos, cuentos, capítulos de novelas y fragmentos de los diarios de la autora de En América. También incluyó un texto poco conocido en español, “El Tercer Mundo de las mujeres”, donde Sontag aborda las luchas del feminismo en el contexto de los años 70 y les atribuye un carácter revolucionario y “radical” (una de sus palabras favoritas).
Sin embargo, Rieff duda de que el pensamiento de su madre sea reconocido como radical por las representantes del movimiento feminista contemporáneo. Para el autor, el antiintelectualismo “repelente e iconoclasta” de las políticas identitarias (signo de los tiempos que corren, según él) hubiera reprobado las críticas de Sontag a la familia, los autoritarismos de derecha e izquierda, las alianzas del feminismo con otros movimientos sociales y los privilegios de clase de algunas feministas.
–¿Por qué no estaba de acuerdo con la nueva Constitución chilena?
–La nueva Constitución me parecía una antología de clichés de lo políticamente correcto y de las ideas de la izquierda identitaria, que es la moda más equivocada de la época. No soy de izquierda, entonces es muy fácil para mí criticarla, y tampoco soy chileno. Pero creo que han desaprovechado una oportunidad histórica para hacer una buena Constitución popular; parece que los dirigentes han dejado de entender a su propio país. Hasta los propios mapuches han votado por el rechazo.
–¿A qué llama izquierda identitaria?
–Una izquierda más focalizada en asuntos de identidad de género y racial antes que en la clase social. Creo que la izquierda identitaria sirve bien al capitalismo de nuestra época. Por ejemplo, había muchos chilenos que temían esa nueva Constitución, en especial la centroderecha, pero el mundo capitalista de Chile no tenía ningún temor porque, de hecho, el proyecto de la Constitución no era muy duro en términos materiales.
–¿Es decir que las políticas identitarias desplazan el interés en cuestiones más urgentes?
–La economía es fundamental, así como el acceso a la educación. La Argentina en este sentido, y yo sé que a los argentinos no les gusta escuchar que están como los otros, no está tan mal como se cree. Pero me parece interesante que el enfoque sobre el lenguaje inclusivo y la representación siguen siendo centrales para el gobierno de Alberto Fernández, al mismo tiempo que hay un ajuste silencioso pero evidente y que se recortan gastos en distintas áreas. Pero vamos a decir “todes” en vez de todos o todas. No es un negocio muy favorable para los pobres. Se trata de un movimiento de la izquierda global, se ve en Nueva Zelanda, en Inglaterra, en Estados Unidos, en México y aquí también.
"El kirchnerismo tiene la fantasía de que un argentino es peronista. Y si no es peronista, no es argentino. Esto es de una arrogancia insoportable"
–¿Las posturas de los intelectuales de izquierda y de los simpatizantes del oficialismo le parecen congruentes?
–En este país, tal como en Estados Unidos y en muchos otros países, la cultura es una provincia administrada por la izquierda y ha sido así durante mucho tiempo. Podemos obviamente hablar de personas importantes de la cultura que en América Latina no se proclamaron de izquierda, pero son pocas, Nicanor Parra, Jorge Luis Borges. Ahora bien, el clamor de la derecha en Estados Unidos en favor de la civilización clásica occidental también es una hipocresía absoluta; a nadie le interesa esa cultura para nada, están defendiendo una ideología y no la cultura. Muchos no han asistido a un concierto en su vida. En este sentido, es un diálogo no solo de sordos, sino también de cretinos.
–¿Está conforme con la edición de la obra “imprescindible” de su madre?
–Yo tengo dos vidas, soy escritor, soy periodista y, aunque trabajo un poco menos de esto, también soy crítico cultural, con mis propias opiniones que discretamente me gusta compartir. Pero también soy el heredero y el responsable de la obra póstuma de mi madre, y trato de hacer lo necesario para que su obra tenga las mejores posibilidades. En este sentido, estoy conforme con la antología, aunque es una reflexión y una interpretación propia, porque si ella estuviera viva obviamente hubiera elegido otros textos. Pero, como digo en el prefacio, soy el hijo y no un médium, y trato de administrar con seriedad su legado. El título no fue una elección mía, sino de los editores. Y como con los editores iba a perder de todas maneras esa batalla, es mejor perderla con cierta elegancia.
–¿Ella hubiera objetado la inclusión de algunos textos?
–Espero que no. Hay unos que tal vez no hubiera incluido. A pesar de que la idea fue del gran editor español Claudio López Lamadrid, y de que ha colaborado mi amigo, el traductor y poeta Aurelio Major, finalmente es mi responsabilidad. Traté de ofrecer algo que representara la llama de su obra, con todas sus contradicciones, porque creo que hay contradicciones fundamentales en su obra. Si un día decidiera escribir algo sobre el trabajo de mi madre, empezaría diciendo que es una escritora muy dividida entre el moralismo y el esteticismo, y que nunca ha resuelto esa contradicción. Pero la obra es más interesante que el problema.
–¿Pero el esteticismo no puede ser también ético o moralista?
–Bueno, es como un diagrama de Venn. Ambos términos no son contradictorios y hay intersecciones y superposiciones. Existe un diálogo en las artes entre el esteticismo y el moralismo. En algunos contextos son obvios, en especial cuando hay presencia de ambos durante la misma época. Pero en otros momentos alguno se impone; por ejemplo, con la llegada de Stravinsky en la primera década del siglo XX y su rechazo por la música más tradicional. Godard también es interesante, porque para mí fue un moralista que no quería serlo, como mi madre. En sus últimos escritos predomina el moralismo.
–¿Por qué dice que la biografía que Benjamin Moser escribió sobre Sontag es banal?
–El problema con esa biografía es su énfasis en la vida y no en la obra. Toma la obra y elige explicarla por la vida. Puede ser que en este país eso sea una ventaja para el lector argentino, porque es un abordaje demasiado psicológico. He pasado mucho tiempo aquí, tengo amigos y conozco la obsesión argentina por la psicología, de la que no entiendo nada, ni una palabra. Ese es el problema de esa biografía para mí. No es que haya tantos errores, aunque los hay, por supuesto, y aunque no comparto ciertas interpretaciones de Moser. Pero esto es secundario, el problema es que en su caso siempre gana la interpretación. Y tiene tendencia a ser chismoso.
–¿El pensamiento de Sontag sigue vigente en Estados Unidos?
–No tengo la respuesta, porque no tengo muchos vínculos con el mundo cultural y el mundo universitario, pero puedo decir que sus editores en Estados Unidos y en Gran Bretaña siguen publicando sus libros y siguen pidiéndome que entregue el volumen final de sus diarios.
–¿Existen hoy en Estados Unidos intelectuales como ella?
–Ahora hay muchos especialistas. En broma digo que mi madre fue la última gran intelectual europea de Estados Unidos. En su época había una idea de una escritura menos especializada que la que existe ahora y los intelectuales tenían la idea de una cultura general que hoy casi no existe. Ella tuvo una gama de intereses muy amplia: el cine, la literatura, la filosofía, el arte, el teatro, la fotografía, la política. Pienso en alguien como Fernando Savater en España.
–¿Se considera usted un intelectual?
–Supongo que sí, aunque no pienso en estos términos, pero objetivamente soy un analista político, un periodista, un corresponsal de guerra, un comentarista. Actualmente trato de escribir un ensayo sobre la idea de trauma en la interpretación del mundo actual, desde un enfoque político, cultural, social y personal.
–Estuvo hace poco en Ucrania.
–En agosto. Estoy trabajando con un colega inglés con el cual he viajado a otros países; estuvimos juntos en Irak, él hace sus crónicas y yo escribo mis pequeños ensayos. Tenemos la intención de escribir un libro, tal vez también con un periodista francés. Estamos en el comienzo de este trabajo, regresaremos en noviembre o diciembre a Ucrania. Creo que esta va a ser una guerra larga. No veo el modo de que Putin pueda aceptar la derrota en este momento. Entonces, a menos que haya un golpe de Estado en Moscú, van a empeorar las condiciones para los ucranianos porque los rusos aún no han atacado de manera sistemática y a partir de ahora creo que van a hacerlo. La guerra ha empeorado las condiciones de vida de todos. Tampoco veo a los ucranianos cambiando de postura y aceptando las condiciones rusas, y Washington, Londres y Varsovia van a seguir apoyando a Ucrania. Hay que enfatizar la nueva importancia de Polonia en el contexto europeo. Los polacos creen, con razón, que ellos pueden ser los próximos.
–Llegó a la Argentina días después del atentado a la vicepresidenta Cristina Kirchner.
–Soy una persona que normalmente tiene poca simpatía por los complots. Dudo mucho que haya sido un atentado falso, como muchos dicen. No veo una razón para rechazar la versión oficial. Que hay mucho odio en contra de Cristina es un hecho: la guillotina en Plaza de Mayo, los ataques en redes sociales, los carteles en su domicilio. No soy de izquierda y creo que si fuese argentino no sería kirchnerista, pero cuando se habla de los efectos concretos de los discursos de odio los resultados están a la vista.
–¿Es posible legislar en contra de los discursos de odio?
–Me parece posible legislar sobre esto sin imponer, pero hacerlo de manera imparcial es absolutamente imposible. El kirchnerismo tiene la fantasía de que un argentino es peronista, y que si no es peronista no es argentino. Esto me parece de una arrogancia y una soberbia insoportables, y obviamente falso. Tal vez la legislación que se propone llevar adelante depende de esa idea.
–Muchos analistas atribuyen la proliferación de los discursos del odio, que son los dirigidos a las minorías, a las redes sociales.
–Este es un problema global y tienen razón. Pero ¿qué hacer? Censurar las redes sociales no es posible a menos que el gobierno pague para monitorear lo que todos opinan, como hace el gobierno chino con una infraestructura muy cara. Las redes sociales son muchas cosas pero, entre otras, también son un arma de guerra. Aquí todos hablan de la grieta, pero la grieta argentina no es más amplia que la estadounidense. Vivimos un momento de la historia de pasión por los extremos. Esto se verifica globalmente.
–La Argentina no es entonces un caso excepcional de polarización.
–Siempre les digo a mis amigos argentinos que hay muchos problemas en este país, pero la Argentina no es el peor de los países. Insisto, a los argentinos no les gusta estar en el medio de la tabla: hay que ser el peor o el mejor en todo, pero no es el caso; hay cosas que no funcionan bien, pero hay otras que están bastante bien en el contexto mundial. La única cosa de este país que es evidentemente un problema grave es la inflación. Pero esto no se ve. Los europeos entran en pánico con una inflación de 10%, pero aquí una inflación del 10% sería el paraíso.
–¿Cuál su opinión sobre Juntos por el Cambio?
–No he admirado a Mauricio Macri, y cuando uno ve que durante su gobierno los salarios han estado incluso peor que ahora es posible explicar su fracaso. Las cifras del gobierno de Alberto Fernández no son brillantes, pero tampoco son tan malas como lo fueron durante el gobierno de Juntos por el Cambio. No me sorprendería que el próximo presidente de este país sea Sergio Massa o incluso Cristina Kirchner; durante su primer mandato he hablado con empresarios norteamericanos que estaban encantados con ella.
–En el prólogo de Obra imprescindible sostiene que vivimos un momento de antiintelectualismo.
–En el sentido de que, sobre todo en los contextos culturales, pero no solamente en ellos, la idea de la representación ganó, y perdió la idea de la trascendencia. Hoy, la cultura es una irrigación de todas las experiencias y sentimientos de varios grupos, entonces hay que representar a los pueblos originarios, los feminismos, las disidencias sexuales, y esto es más importante que la visión más individual de la cultura. La trascendencia responde a la gran tradición de las artes, por qué pintar, por qué acercarse a lo divino o lo sagrado. Pero hoy esto es visto como un refuerzo de la cultura dominante, que muchos quieren cambiar por una cultura más democrática, más justa, más representativa.
–¿Qué hace en Buenos Aires además de ver a sus amigos?
–Voy a librerías. Es un vicio. En todas partes compro libros, y las librerías en Buenos Aires siguen siendo magníficas aun con todos los problemas que están enfrentando. Soy adicto a los libros, es una desgracia.
Un analista de mirada global
■ David Rieff nació en Boston en 1952. Estudió Historia en la Universidad de Princeton. Es ensayista, periodista y fue corresponsal de guerra en diferentes conflictos armados y guerras civiles.
■ Es autor de diez libros, entre ellos The Exile. Cuba in the Heart of Miami (1993), Slaughterhouse. Bosnia and the Failure of the West, El oprobio del hambre, Contra la memoria y Elogio del olvido.
■ Es miembro de The New York Institute for the Humanities y ha colaborado como editor en el World Policy Journal (1998-2000), en The New Republic y en Harper’s Magazine. También colabora como escritor en Los Angeles Times Book Review.
■ Acaba de editar Obra imprescindible, donde prologa y selecciona textos de su madre, la ensayista y escritora Susan Sontag.