Cynthia Fleury: “El resentimiento, como motor histórico, produce fenómenos reaccionarios”
Para evitar sociedades victimizadas, hay que poner el foco en la construcción psíquica del individuo a través de la educación, dice la filósofa francesa
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No le pareció demasiado inesperado el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo que se celebraron la semana pasada y que, entre otras cosas, significaron la victoria del partido de Marie Le Pen en Francia y la convocatoria del presidente Emmanuel Macron a elecciones anticipadas para fines de este mes. “Desafortunadamente, no es ninguna sorpresa ante la gran ola de extrema derecha que se está extendiendo por los Estados europeos –reflexiona Cynthia Fleury vía mail–. Por otro lado, todavía estoy atónita por la decisión del presidente francés de favorecer la estrategia del caso en lugar de afrontar su pobre historial por medios responsables”.
Nacida en París en 1974, Fleury es docente, investigadora, psicoanalista. Y en ese tránsito –el que va de la intimidad del consultorio a la agitación de la vida pública, la academia y la observación de los fenómenos sociales– encontró un elemento común, bastante insidioso y sin duda parte importante de las turbulencias que amenazan a las democracias actuales en general y al proyecto europeísta en particular: el resentimiento. De eso habla en su último libro, Aquí yace la amargura. Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas (Siglo XXI), y sobre eso también se explayó en la visita que hizo el mes pasado a la Argentina, cuando participó de la Noche de las Ideas organizada por el Institut Français d’Argentine-Embajada de Francia, la red de Alianzas Francesas y la Fundación Medifé.
Durante esos días, Fleury le comentó a la nacion que se reconoce inscripta en la tradición de la Escuela de Frankfurt (el núcleo de pensadores alemanes que, en los álgidos años 30, encontró en el pensamiento de Hegel, Marx y Freud las claves para pensar su época). En sintonía con esa adscripción, observa el mundo tanto con las herramientas de la filosofía política como las del psicoanálisis.
"Todo lo que active la afirmación de que yo soy sujeto, y por lo tanto responsable, fricciona la tentación de victimizarse e irá contra la pulsión del resentimiento"
“Hay en el resentimiento –afirma–, al menos en su permanencia, en su profundización, en su instalación en el corazón del sujeto, una negación de responsabilidad, una delegación entera sobre el prójimo de la responsabilidad del mundo y, por lo tanto, de uno mismo”. Para Fleury, estos rasgos, estrechamente ligados a la envidia y fuente de desdicha individual, hoy son detectables en las redes sociales, ciertos fenómenos políticos y en la particular confluencia entre odio y victimización. “El resentimiento produce sistemas autoritarios, chivos expiatorios, injusticias sociales”, dice.
Antes de entrar de lleno en el asunto, Fleury quiere dejar algunas cosas en claro. En principio, dice, es preciso entender que el resentimiento no es la traducción política de las injusticias sociales sufridas. “Muchas veces se lo plantea de esa manera, pero no es así –señala–. El resentimiento es un fenómeno psicológico y psíquico antes de ser un fenómeno material e histórico. Siempre. No hay que equivocarse en la comprensión del fenómeno. El problema es que muchas veces se utiliza el resentimiento como motor de transformación histórica para luchar contra las injusticias sociales, pero eso es un error. El resentimiento es un motor histórico que no produce otra cosa más que fenómenos reaccionarios. Produce sistemas autoritarios, chivos expiatorios, injusticias sociales. Por eso es muy importante liberar al sujeto de la pulsión del resentimiento, porque no es una pulsión que vaya a producir el progreso histórico”.
–Es interesante esto que usted señala. Desde hace un tiempo, aquí, en la Argentina, se escuchan voces que, desde el progresismo, reivindican el resentimiento como motor político. ¿Sería un fenómeno que no distingue entre izquierdas y derechas?
–Pasa lo mismo en Francia. Hay que entender que en realidad no hay catarsis o progreso a través del resentimiento. La catarsis viene de la sublimación del resentimiento. Del mismo modo, no hay catarsis en la violencia, sino en su sublimación. ¿Y cómo activamos las fuerzas de la sublimación? A través del cuidado, de la educación, de la formación, de los medios libres. Todo eso va a permitir sublimar y permitir el progreso histórico.
–Ligado a la pregunta anterior, en fenómenos como la cancelación o en cierta “vigilancia” respecto de lo políticamente correcto, ¿podrían encontrarse formas de resentimiento veladas incluso para quienes los protagonizan?
–Sí, es complicado. Puede haber una legitimación del resentimiento, sobre todo una romantización de la violencia, como si fuera la fuerza de transformación de la historia. Pero la fuerza de transformación de la historia no es el pasaje al acto.
–¿Qué es el “pasaje al acto”?
–Un desborde, una descompensación del sujeto sin una consideración de las consecuencias de lo que se hizo. Creer que un cambio progresista puede estar orientado por la fuerza del pasaje al acto es una ilusión. Pero tiene buena comunicación.
–El desborde tiene épica. La democracia, no.
–La construcción de un Estado de derecho no nace de una revolución. En Francia lo sabemos: no fue el terror revolucionario lo que construyó el Estado de derecho. Es verdad, también, que existe el derecho de decir que no a la dominación; puede haber violencia en la legítima defensa. Pero en situaciones donde la violencia genera violencia que a su vez genera más violencia… con eso no se puede hacer nada.
"La emancipación digital es una ilusión. Cada vez podemos hacer menos cosas; es algo que nos quita autonomía. Pero somos ingenuos"
–En su libro hay cierta reivindicación de la idea de élite; llama la atención, en una época tan marcada por la furia contra las élites.
–No es una reivindicación de las élites, sino una reivindicación de una relación elitista con uno mismo. Son cosas diferentes.
–¿Cómo sería eso?
–Las élites, en tanto que oligarquías o instancias de dominación, no me interesan. Lo que me interesa es producir en los individuos lo que [Wilhelm] Reich llama “aptitud para la libertad”, lo que Kant llama “la salida del estado de minoría de edad”. Producir una relación elitista consigo mismo tiene que ver con la subjetivación y la responsabilidad. Las instituciones tienen un papel esencial, pero la construcción psíquica del individuo también es relevante. Para mí la cuestión del buen gobierno no es lo más importante, lo que importa es lo que ocurre antes: el cuidado y la educación. En una democracia, no se trata de saber cómo voy a producir el mejor de los gobiernos. Esa pregunta no tiene sentido, porque el mejor de los gobiernos nunca podrá conducir a los peores individuos. ¿Qué es una democracia? Es un régimen estructurado para el cuidado y la educación de los individuos, para liberar en ellos una capacidad de gobierno de sí. Si consolidamos esto, yo diría que un gobierno lo menos malo posible será suficiente. Habremos producido la capacidad para que la democracia se automantenga.
–Pone mucho énfasis en el tema de los cuidados, ¿se refiere a cuestiones sanitarias o emocionales?
–Hablo de las dos cosas. Están las políticas de salud públicas. Pero también me refiero a la filosofía del care, las teorías del apego, lo que se llama la “altricialidad”. Es un término que viene del latín altrix, un concepto adoptado por teóricos de la evolución. El ser humano es una especie prematura por estructura; un bebe nace demasiado pronto, no solo los prematuros, sino todos. Por eso es necesario que la sociedad esté ahí, detrás, para organizar esa altricialidad, como si toda la sociedad fuera un útero. La especie humana es la especie animal que más necesita de la cooperación para poder ser. Para nacer.
–La responsabilidad es un elemento que también aparece muy destacado en Aquí yace la amargura. No solo como un factor ligado a la educación, los cuidados y la subjetivación, sino también como “antídoto” para el resentimiento. ¿Por qué?
–El resentimiento es inseparable de un proceso de desubjetivación y desresponsabilización. Uno de los primeros síntomas del resentimiento es que la persona se ubica en el lugar de quien no es responsable, del que sufre, de quien es víctima, del que considera que la culpa es de los otros, etcétera. Todo lo que vaya a activar la afirmación de que yo soy sujeto va a venir a friccionar esa tentación, irá contra la pulsión del resentimiento. Por otra parte, es importante decir que yo no creo en el sujeto. Creo que es una ilusión, un determinante para eventualmente defender la idea de que la ética es posible.
–Explíqueme por favor por qué el sujeto sería una ilusión. ¿Tiene que ver con que en el fondo nadie se conoce a sí mismo?
–Hay una idea de que somos sujetos libres… Pero es exactamente lo contrario: nacemos y portamos, desde ese momento, una enorme cantidad de determinismos económicos, culturales, históricos.
–¿Pero entonces, la libertad?
–Hacemos lo que podemos; quizás no exista. Ahora bien, si la libertad no existe, no existe el sujeto, tampoco existe el humanismo ni la filosofía política y existe solo la barbarie. Pero no puedo aceptar algo así; entonces, me veo obligada a defender al sujeto como una apuesta ética.
–Como una construcción.
–Un ideal regulador. Como docente e investigadora, con mis alumnos, como terapeuta con mis pacientes, desarrollo esa actitud
–A ver, ¿entonces podríamos decir que eso que llamamos “ser humano” no es algo que nos vendría dado, sino que tiene que ver con el trabajo personal, con lo que cada uno hace consigo mismo, con la intención de apuntar a esa subjetividad?
–Sí, de hecho es una de las posturas del existencialismo, que señalaba que no hay una esencia humana, y que el ser humano es eso en lo que se convierte. En el sentido, el humanismo es un existencialismo.
"Las deep fake causan un enorme daño a la democracia. Se usa mucho esta metáfora: es como si tomáramos agua contaminada"
–Usted sugiere que la famosa frase de Andy Warhol sobre los “quince minutos de fama” hoy mutó en que todos podemos tener nuestros “dos minutos de odio” en las redes. ¿Qué pasó, entre aquella frase de los años 60 y el mundo actual?
–Pasó la globalización. Internet. El panóptico se volvió real. Las redes sociales son el gran panóptico, todos mirando y siendo mirados. Se promueve la rivalidad mimética, hay un permanente ejercicio de comparación con el otro, es una estructura totalmente paranoica. Los quince minutos de fama se invierten y se transforman en quince minutos de difamación pública. En esto opera una de las grandes regulaciones del resentimiento, que existe desde la noche de los tiempos: lo que antes se llamaba el rumor público, que existía en los pueblos y era terrible.
–¿Cómo se sale del panóptico digital sin retirarse de la sociedad?
–Es una gran problemática, porque el costo económico, afectivo, incluso democrático, de sustraerse es muy caro. Porque si te retirás, no hay sistema económico en el cual vivir; afectivamente, te aislás, y democráticamente… todo el sistema administrativo utiliza herramientas digitales. La única alternativa sería diseñar de otra manera las herramientas tecnológicas. ¿Pero quién diseña hoy en día las herramientas tecnológicas? Las grandes multinacionales. Para ejercer plenamente nuestra soberanía tendríamos que ser un poco ingenieros, saber codificar, crear herramientas que permitan monitorear las estructuras digitales e institucionales. Pero no lo hacemos.
–El Iluminismo concebía la alfabetización como una herramienta de emancipación. ¿Lo que alguna vez fue aprender a leer y escribir hoy sería aprender a programar?
–No es una idea desatinada. Porque no aprendimos textos de memoria, aprendimos el alfabeto para construir contenidos libremente. Pero ahora estamos recibiendo contenidos que están en dispositivos de los cuales no entendemos nada. La emancipación digital es una ilusión. Cada vez podemos hacer menos cosas; es algo que nos quita autonomía. Hoy debo utilizar el viático digital para obtener derechos que antes obtenía directamente o de manera más simple. El costo tecnológico para acceder a nuestra ciudadanía es mucho más caro. Si no nos formamos y seguimos creyendo que el gentil Estado o los amables Gafam [Google-Amazon-Facebook-Apple-Microsoft] van a formarnos o respetar nuestros derechos, somos ingenuos. Hay que despertarse.
–¿Se sigue pensando con categorías del siglo XX un mundo totalmente distinto?
–No, estamos pensando en términos del siglo XVIII (risas). Estamos en un momento de digitalización, de desafíos trasnacionales, de antropoceno, calentamiento climático… Frente a todo eso somos como bebes.
–Todo el tiempo llegan noticias de nuevos desarrollos de inteligencia artificial. Esos prototipos de IA aprenden de los seres humanos e incluso de los contenidos que circulan en las redes. En un momento histórico donde prima el resentimiento y cierta barbarie, ¿qué tipo de súper inteligencia podríamos estar promoviendo?
–Somos extraordinariamente cándidos en este sentido también. Voy a hacer una pequeña caricatura: es como si hubiéramos dado la llave de la bomba atómica a todo el mundo. Como si todo el mundo tuviera la posibilidad de activar armas de destrucción masiva. Tenemos una actitud totalmente cándida frente a la IA. Pero todo depende de cómo se la configure. Con una posibilidad tan abierta, sin regulación, sin reglas políticas claras, se estará dando a potencias mafiosas unas herramientas extraordinarias: datos personales, construcción de monedas. Y está la cuestión de las deep fake, que tienen un enorme poder de daño contra la democracia. Se utiliza mucho esta metáfora: es como si un ser humano tomara todo el tiempo el agua contaminada. Para la sociedad el agua contaminada es la información contaminada. Nadie resiste a eso. No es que sea irreversible. Pero hay que regularlo.
–Para cerrar: Melanie Klein decía que no era la bomba atómica lo que terminaría con la humanidad, sino la envidia. ¿Hoy deberíamos cambiar envidia por resentimiento?
–Absolutamente. La dimensión de la envidia es estructurante del resentimiento, están muy cerquita, son casi lo mismo. La rivalidad mimética, la traducción de toda diferencia como síndrome de persecución para el sujeto…
–Estamos en problemas.
–Hay mucho trabajo por hacer.
■ Cynthia Fleury es filósofa y psicoanalista, doctorada en la Universidad París-Sorbona con una tesis sobre la metafísica de la imaginación dirigida por el filósofo Pierre Magnard.
■ Es profesora titular de la cátedra de Humanidades y Salud en el Conservatoire National des Arts el Métiers, y profesora en la École Nationale Supérieure des Mines de París. Dirige la cátedra de Filosofía en el Hospital en la unidad Psychiatrie et Neurosciences (Sainte-Anne, GHU París) y es miembro del consejo de administración de la ONG Santé Diabète.
■ Enseñó Filosofía Política en la American University de París; fue investigadora en el Museo Nacional de Historia Natural.
■ Fundó la Red Internacional de Mujeres Filósofas, creada en 2007 con respaldo de la Unesco. En 2020 obtuvo la distinción de Chevalier de la Légion d’Honneur.
■ Participó en el Colectivo Roosevelt, movimiento ciudadano impulsado por el sociólogo Edgar Morin y el escritor Stéphane Hessel. Asimismo, en 2018 dio su respaldo al Pacte Finance Climat, colectivo europeo que promueve la transición energética.
■ Entre sus libros, se cuentan: Aquí yace la amargura. Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas (Siglo XXI), La fin du courage (Fayard, 2010), Le soin est un humanisme (Gallimard, 2019).