Cuando el discípulo “mata” al maestro, según Dolina
En su última novela, el autor de las celebradas “Crónicas del Ángel Gris” despliega una trama en la que la nota al pie es reflejo de una traición; “pienso mucho la arquitectura del texto”, dice el escritor
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Notas al pie (Planeta), la segunda novela de Alejandro Dolina (Buenos Aires, 1944), tiene dos autores: el escritor Sergei Morozov, autor de una colección de cuentos, y Franco De Robertis, discípulo del cuentista y encargado de la edición y las notas del volumen, publicado en forma póstuma. “Los dos son yo –admite Dolina en diálogo con LA NACION–. Si bien De Robertis va ganando terreno a medida que avanza el libro, yo aspiraba a ser como Morozov, que tiene un estilo de ruptura. Pero en mi vida he sido más discípulo que maestro”. Cuenta que la novela, que ya va por su tercera edición después de su lanzamiento a finales del año pasado, surgió “por decantación y una reunión con otras formas”. “Tenía ganas de escribir una novela con personajes casi adolescentes, pero el resultado no me conformó en lo más mínimo –dice–. También había empezado a escribir unos cuentos, pero no quería hacer una colección de cuentos con un eje o núcleo temático, y tenía otros papeles escritos. Así nació la idea de este ‘libro intervenido’. Hay toda una historia de este tipo de libros en los que el ‘interventor’ traiciona al autor. Diría que la traición es la idea principal de la novela, y el que hace las notas se va revelando como lo que es mientras escribe sus notas con encono, celos y envidia. Las notas al pie dan un ‘golpe de Estado’ y toman el libro”. La novela, en la que un escritor más joven, De Robertis, “mata” al maestro, contiene su propia teoría de la ficción.
"Todos los que escribimos en la Argentina somos hijos de Borges –responde–. Es imposible ignorarlo"
¿Quién ha sido el escritor modelo para Dolina? “Todos los que escribimos en la Argentina somos hijos de Borges –responde–. Es imposible ignorarlo. Si uno aspira a escribir como Borges, pronto se da cuenta de que no es tan fácil lograrlo, pero las tantas horas que uno se lo ha pasado releyéndolo o descubriendo a Borges en una entrevista, por ejemplo, que es el peor material suyo, hacen que casi forme parte de la familia. Por más que uno quiera evitar esa presencia, ahí está”.
También se atribuye influencias que no son literarias. “Por ejemplo, las maneras de aludir y de eludir que tenía mi padre al hablar, ciertas formas que vienen de la vecindad con otras personas; aunque no lo saben y aunque uno mismo no lo sepa, otros forman parte de lo que uno escribe”.
Pese a que comenzó su actividad en la revista Satiricón y luego en Humor en la década de 1970, no considera que ejerza el periodismo. “Me resisto a titularme como periodista –sostiene–. Escribía unas notas y trataba de hacer algo parecido al periodismo, las famosas notas de color, y a la vez tenía mis proyectos personales. Me atrasaba, siempre llegaba tarde a los cierres así que una vez saqué una parte de una novela que estaba escribiendo y la presenté como una nota en la revista Humor. Era sobre el Ángel Gris, y a Andrés Cascioli, el director, se le ocurrió hacer un libro de relatos con esas historias con el título de Hombres sensibles de Flores”. En 1987, esos relatos se reeditaron como Crónicas del Ángel Gris, que se transformó en un éxito inmediato y que lleva más de 300.000 ejemplares vendidos.
Le siguieron El libro del fantasma (1999) y Bar del infierno (2005). “Eran ejercicios juveniles, con humor, en los que asoma mi entonación –señala–. Es muy pretencioso decirle ‘mi estilo’, es apenas una entonación que ha ido cambiando y casi no es la misma que la de las novelas, donde se ha vuelto más compleja; uno va aprendiendo cosas con el tiempo. Los de ahora son trabajos más bien oscuros, complejos y trágicos. De vez cuando hay una gracia, un fogonazo de humor”.
Para desazón de sus editores, Dolina no es un autor prolífico. Publicó su primera novela, Cartas marcadas, en 2012. Se vendieron cien mil ejemplares. “Me cuesta mucho escribir, trabajo lentamente y me arrepiento bastante –confiesa–. No quiero decir que no estoy satisfecho con lo que escribo porque esa sería una respuesta arrogante. Escribo tan bien como puedo, pero soy mucho mejor leyendo que escribiendo. En las lecturas soy muy tradicional, y con mucha melancolía me doy cuenta de que no abro tantas puertas. Me cuesta emprender nuevas lecturas, sobre todo si pienso que hay grandes libros que aún no he tocado”. Lee y relee a Borges, a Adolfo Bioy Casares, a Leopoldo Marechal. “Y a la otra gran figura de las letras argentinas, Julio Cortázar –añade–. Y a un notable autor de otra época, si uno acepta las grandes diferencias ideológicas que se pueden tener con él, que es Sarmiento”.
“La arquitectura, la ingeniería de las novelas, me lleva mucho tiempo, y si tengo que contar un procedimiento debo decir que fui ayudado por mi hijo Martín, que compró unas cartulinas enormes que pusimos en el piso para marcar las relaciones entre los personajes de las dos novelas. Así pude ver si se redondeaban las relaciones entre ellos y no dejar nada en el aire”.
Algunos relatos y crónicas de Dolina abordan un factor clave de la mitología criolla: el fútbol. “Soy muy futbolero y, aunque algunos no lo puedan creer, continúo jugando al fútbol –bromea–. Sigo el Mundial de Qatar con interés pese a que en estas semanas parece que no se puede hablar de otra cosa. La futbolización del universo, que el fútbol se haya apoderado del mundo, me pesa un poco”.
¿Cree que su simpatía por el peronismo influye en la recepción pública de su obra? “La literatura y la política son vías independientes y no creo que pueda ser llamado un escritor peronista, pero está bien que sea leído de ese modo –responde–. Es lógico que uno sea leído con desconfianza artística, aunque tal vez es un poco injusto, porque cuando menciono al peronismo lo hago con la distancia de la ironía. La política es un estímulo más para escribir, como lo puede ser la música, el tango, la filosofía o un caballo trotando por los campos de Henderson. Uno nunca sabe qué clase de escritor es para los demás. Existe un tipo oficial de escritor que se reserva esa condición, escritores canónicos de los que ni siquiera he merecido el rechazo. Pero siento alegría, y sorpresa, de que algunos me hayan aceptado como tal”.
En simultáneo con su actividad literaria, Dolina se destaca desde la década de 1980 como conductor de programas radiales sin par, que comenzaron en Radio El Mundo con Demasiado tarde para lágrimas y que continúan ahora en Radio AM 750 con el tan exitoso como emblemático La venganza será terrible, acompañado de Patricio Barton y Gillespi. “Para los programas no hacemos guiones, pero glosamos artículos, curiosidades y extravagancias –cuenta–. Lo demás es bastante improvisado, aunque existe un repertorio conocido de recursos y volvemos a pasar por los mismos lugares. No siempre se puede ser original y, pensándolo bien, tal vez eso sea lo mejor”.