Cruzada libertaria. Gobernar al ritmo de las redes daña la calidad democrática
La polarización que fogonea el equipo de comunicación virtual de Milei a través de posteos agresivos erosiona la convivencia y las instituciones, señalan analistas
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CÓRDOBA
El estilo de comunicación del presidente Javier Milei con eje en las redes sociales, donde hay un ejército oficialista, se ajusta como un guante a la descripción que hace Giuliano da Empoli en Los ingenieros del caos: más vinculación con la emoción que con el concepto, alto impacto para provocar identificación y generar conflicto. Este recurso de sobreexcitar los extremos, por supuesto, afecta al diálogo político, base de la institucionalidad.
El modelo no es original ni exclusivo: hoy lo aplican líderes de buena parte del mundo, tanto de izquierda como de derecha. Mientras, los analistas todavía intentan definir si estamos frente al nacimiento de un “nuevo tipo de democracia”. No dudan, en cambio, de que la tradicional está alterada y degradada.
Que los dirigentes exploten el enojo no es una novedad en la comunicación política. Lo que cambió es la velocidad y profundidad que le dan al fenómeno las plataformas virtuales, que estructuran la realidad de muchos. Santiago Caputo, asesor estrella y amigo de Milei, es el encargado de organizar a los tuiteros, youtubers y trolls que sostienen el discurso oficial y el relato libertario, en lo que entienden es una “batalla cultural”. Hay quienes tienen rostro e incluso se los ve con el Presidente, mientras que otros trabajan desde el anonimato que proveen las redes.
Milei, y también sus funcionarios, replican sus posteos sin detenerse a analizar la veracidad de lo que dicen o el modo en que lo hacen. La cuestión es generar reacciones. Así, al ritmo de las redes, el Gobierno libertario hace anuncios, echa miembros del gabinete u hostiga a periodistas y opositores.
Una de las figuras más conocidas de ese ejército virtual es Daniel Parisini, alias “el Gordo Dan”, un exenfermero del Hospital Garrahan de 31 años. Lleva una década militando en las redes y acompaña a Milei desde su época de diputado, aunque (negocios son negocios) es socio de Blender, uno de los principales canales de comunicación kirchnerista. En las últimas semanas se hizo más conocido entre quienes no surfean las plataformas porque, en su estilo agresivo, “anticipó” las salidas de Fernando Villela, de Agricultura, y Julio Garro, de Deportes, después de “apuntarlos” por algunas conductas. Es uno más entre los cruzados del ejército virtual libertario, cuya base de operaciones funciona en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada.
Frágil y banal
“Hay una crisis de la democracia representativa; nadie lee programas ni se ganan elecciones con discursos o aparatos. Hay una nueva forma de democracia y la antigua se acabó”, dice el consultor Jaime Durán Barba, quien asesoró a Mauricio Macri en su campaña y presidencia. Entiende que este estilo de comunicación lleva a una democracia “frágil y banal”, que se monta en mensajes breves, en memes y en imágenes. “Se busca algo que sea gracioso, que llame la atención. Son las nuevas normas que se están estudiando y que afectan a la política y a la vida en general”.
Esta “nueva” democracia no está pensada sobre la base de los consensos, a la búsqueda de puntos medios, sino de los extremos: “Para la democracia son indispensables el Congreso y una Justicia independiente, pero para la gente son instituciones desprestigiadas. Por eso el éxito de figuras como Milei”.
Para Damián Fernández Pedemonte, director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral e investigador del Conicet, este fenómeno global en el que encaja Milei es el resultado de la evolución de la tecnocultura, que facilita la polarización y que emplea la adhesión o rechazo como una afirmación de la propia identidad. “Milei operó así durante la campaña y sigue; mantiene su carácter de outsider y de estar contra la política, aunque es Presidente. Y entonces le está permitido ir contra el Congreso, contra la Justicia. Corre los límites de lo que se puede decir y erosiona lo institucional. Milei no se piensa a sí mismo como un Presidente que emana de la política, sino como alguien que tiene la misión de comunicar los principios de la libertad en el mundo”.
"Milei profundizó la tendencia entre los políticos de definir sus posturas por tuit. La dinámica de las redes requiere de “gritos” para destacarse en medio del ruido general"
La analista política Sofía D’Aquino, de la consultora Taquion, añade que la aceleración de la comunicación profundiza el fenómeno. “Hace que la ciudadanía esté permanentemente en un lugar de escucha, espera que siempre haya alguien diciendo algo”, y eso también impacta en la institucionalidad. Mientras la comunicación institucional se planifica, se piensa y se aborda, hoy en cambio la comunicación política está “constantemente en modo electoral”. Milei busca el contacto directo con sus seguidores en las redes.
“Tener mediadores hace a la gestión, a la división de poderes, a la credibilidad institucional –precisa–. Acá se eliminan los actores intermedios; comunica el que fue elegido y sus seguidores quieren escucharlo a él. La comunicación en gestión requiere de sostenibilidad. En el actual esquema, a causa de la velocidad, se empiezan a anular los mismos actores. Tiene que existir un espacio de coordinación”.
Fernández Pedemonte señala que para la mirada libertaria, el “mundo oficial” de los debates en el Congreso o la diplomacia en el sentido clásico son parte de la casta. “Son como una cáscara; el mundo ‘real’ con el que le interesa conectar a Milei corre por las redes sociales; tiene un pacto con sus seguidores contra la casta. No llega a través de las instituciones”.
Milei profundizó la tendencia entre los políticos de definir sus posturas por tuit. La dinámica de las redes requiere de “gritos” para destacarse en medio del ruido general, y esto produce más fragmentación y reduce las posibilidades de alcanzar consensos para llevar adelante la administración del país.
“Hay un impacto en la institucionalidad tradicional, pero la nueva institucionalidad es así: informal, flexible, instantánea, directa. Así gobernaron Trump y Bolsonaro, así gobiernan Milei y Bukele. Y así Cristina Kirchner designó candidato presidencial en 2019. Hay que aprender a usar las mismas herramientas para el bien”, reflexiona Andrés Malamud.
Baja intensidad
La socióloga Graciela Römer, cofundadora de Saving Democracy América, se pregunta si el objetivo del Presidente es mantener un diálogo. “Milei, individualista, es la expresión de una nueva generación no por su edad, sino por su perfil discursivo”, señala. “La designación de Guillermo Francos responde a su necesidad de tener un apoyo dialoguista en un tercero”. La analista dice que la Argentina “no vive una democracia profunda” desde hace tiempo.
“El impulso del juez Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema es impensable en una democracia de alta intensidad –dice Römer–. Se necesita crear confianza en las instituciones. No se puede convivir en democracia sin aceptar un contrato cuyo resguardo es la Corte”.
Römer destaca que mientras el líder libertario creció a partir del “rechazo a la corrección política”, la democracia es, “precisamente, corrección política, en la utilización de las palabras, en los gestos, en el Estado de derecho”.
"D’Alessandro está persuadido de que los líderes que desconocen las limitaciones que imponen la Constitución, las leyes y los fallos judiciales al poder bajo el argumento de que sus políticas son las “únicas posibles, necesarias y urgentes”, terminan irradiando un clima tóxico"
Reitera que estos emergentes se explican por una insatisfacción “fuerte” de la ciudadanía, por el “desencanto” con lo que la democracia prometió y no cumplió.
También Martín D’Alessandro, politólogo, profesor universitario y presidente de Poder Ciudadano, señala que la democracia es, en esencia, la posibilidad de administrar las diferencias sin violencia, con ciertos acuerdos, con negociaciones. “Para que el sistema funcione son indispensables ciertos modales de respeto al otro –dice–. Lo contrario, la intolerancia, la degradación del adversario y los insultos a las voces críticas lastiman la democracia. Los gobiernos populistas y la comunicación agresiva que los acompañan no contribuyen a mejorar el debate público que la democracia necesita. El Gobierno quiere un Estado mínimo o inexistente y pretende una sociedad civil vigorosa en lo económico, pero zombie en términos políticos y de defensa de derechos ciudadanos. Eso explica la poca transparencia en la comunicación de los actos de gobierno, los ataques de trolls o el hostigamiento a periodistas. Es otra confusión conceptual del Gobierno respecto del tipo de organización social que imagina”.
D’Alessandro está persuadido de que los líderes que desconocen las limitaciones que imponen la Constitución, las leyes y los fallos judiciales al poder bajo el argumento de que sus políticas son las “únicas posibles, necesarias y urgentes”, terminan irradiando un clima tóxico. “Contagian esa radicalización a sus adversarios, que empiezan a pensar que para poner freno a los abusos del Gobierno ellos también tienen que recurrir a la polarización en lugar de a la moderación, y a las agresiones en lugar de a la inteligencia. La Argentina ya probó ese veneno y sería deseable que no aumentara la dosis, porque eso llevará inevitablemente a una mayor degradación de la política y de las instituciones”.
Antecedente K
A casi nueve meses de la asunción de Milei, muchos de los actores provenientes de la política “tradicional” está entre adoptar la misma línea o esperar a que la ola pase. Muchos creen que estos perfiles de líderes se autodestruyen y se termina restaurando lo viejo. Sin embargo, Milei es una suerte de continuador de la política de la polarización y el ataque a la prensa independiente que impulsó el kirchnerismo durante los últimos veinte años. La vieja política quedó muy atrás.
En su análisis, D’Aquino indica que los libertarios no parten de la institucionalidad para generar los hitos de su gestión, sino del mensaje que quieren instalar. Un ejemplo, dice, es el Pacto de Mayo, que podría haber sido un diálogo entre partes. Sin embargo, se gestó para “marcar un cambio refundacional”. Sostiene que este tipo de comunicación vino para predominar y quedarse. “Hay un riesgo –advierte–, porque la falta de credibilidad en las instituciones alimenta un hiperpresidencialismo que desconoce sus límites”.
Fernández Pedemonte reconoce la eficacia comunicacional de Milei. “Presenta un discurso con la impronta de un académico al que le interesa la discusión, para concluir siempre con una consigna, con un slogan fácil de replicar. Sus argumentos no están probados, tienen la apariencia de estar basados en teorías, pero la contundencia retórica es lo que a los fans les permite aceptarlos. Es muy bueno para las redes, pero no para la resguardar la institucionalidad”.
También Römer señala ese punto: “Habla de una sociedad sin Estado, pero ningún liberal del mundo plantea eso. Esa sociedad existe solo en su imaginación. Necesita mantenerse como un outsider y por eso rechaza la corrección política. Pero sin gente idónea, capaz y honesta, las instituciones no funcionan. Y Milei tiene un tiempo acotado, porque la opinión pública empieza a cuestionar la metodología”.
D’Alessandro advierte que la erosión de la democracia y el deslizamiento hacia el autoritarismo está determinado por tres elementos fundamentales: la “captura” de las instituciones del Estado (por ejemplo de la Corte Suprema u organismos de control y auditoría); los embates para desarticular a la oposición y la restricción de las críticas en los espacios de discusión pública. Sostiene que es lo que hacen quienes, aunque hayan sido elegidos democráticamente, tienen “débiles convicciones democráticas a la hora de gobernar”.
¿Qué implica el “usar para el bien” las mismas herramientas que plantea Malamud? D’Aquino sostiene que se debe discutir el lugar que las instituciones deben ocupar en las plataformas, y la forma en que se deben a manejar, porque allí se abren al vínculo directo con el público. “Ese dinamismo implica el derecho a réplica inmediato, pero quienes corren por querer comunicar todo todo el tiempo pierden calidad en los mensajes”.
“Antes había que entender la lógica de los medios, y ahora, la de las plataformas –suma Fernández Pedemonte–. Tener conciencia de que implican una aceleración que impide profundizar. Y son un terreno apto para la posverdad, porque no hay allí una autoridad reconocida”.