Cristina y el ruido de la decadencia
El estruendo es tan grande como la pretensión que lo provoca: Cristina Kirchner intenta hacer pasar a la Argentina por el agujero de un juicio penal. Para la vicepresidenta, el mundo empieza y termina en ese problema que convirtió en obsesión. Ocurre, sin embargo, algo más normal. A un mismo tiempo conviven la declinación política de Cristina motivada en el fracaso de su gobierno con el desenlace del primer juicio en su contra por corrupción.
"Nadie está más convencido de su condena que la propia vicepresidenta, una actitud que debería ser analizada por un psicólogo"
El bajón de su influencia está oculto por luces que encandilan, pero ya no queman. Los alegatos de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola prefiguran un desafío para los jueces que deberán decidir si Cristina es culpable o inocente.
Nadie está más convencido de su condena que la propia vicepresidenta, una actitud que debería ser analizada por un psicólogo. Esa convicción detonó que desde el propio cristinismo se hablara de lo que todavía no se debe: un indulto. Cristina quiso desactivar esa alternativa, pero al querer ayudarla el presidente Alberto Fernández confirmó que el tema forma parte de la agenda de discusión pública.
Fernández hizo algo más, dentro de lo poco que le quedó como presidente. “Alentar la idea de que le puede pasar a Luciani lo que le pasó a Nisman… hasta acá lo que le pasó a Nisman es que se suicidó. Hasta acá no se probó otra cosa. Espero que no haga algo así el fiscal Luciani”, dijo el miércoles en TV. Con defensores así, Cristina tiene razones para estar preocupada.
"Los recursos que utiliza son repetidos, aunque se vuelven cada vez más temerarios por el paso del tiempo y el agotamiento del plazo que separa estos días del momento de la sentencia"
Juzgada en función de la reconstrucción de hechos por jueces y fiscales nombrados según las normas constitucionales, el largo proceso que comenzó desde la denuncia en el momento previo a la sentencia (faltan aún los alegatos de los abogados defensores) incluyó todas las garantías para que pueda defenderse. Cristina no se diferencia del común de los acusados que enfrentan un juicio. Encuentra errores y niega la gravedad penal de los actos que se le imputan y, por lo tanto, le parece exagerada la pena de prisión que solicitó el fiscal. Por muy relevante que sea o haya sido, esa es la actitud que por lo general tienen los delincuentes comunes.
Cristina sabe que estos datos elementales están detrás de la cortina de humo que despliega para poner al país político a discutir sobre lo accesorio. Los recursos que utiliza son repetidos, aunque se vuelven cada vez más temerarios por el paso del tiempo y el agotamiento del plazo que separa estos días del momento de la sentencia.
La vicepresidenta gasta las variantes de una misma idea madre: considera que su relevancia histórica impide que pueda ser sometida a investigaciones y juicios. De ahí se desprende su creencia de que el poder político derivado de los votos convierte al dirigente en intocable para el Poder Judicial. Mientras veía evolucionar las causas en su contra escribió y dijo en numerosas oportunidades que la división de poderes es un resabio viejo e inútil de la Revolución Francesa.
El resto es todavía más repetido. Histrionismo, discursos y gritos dedicados a calentar el ánimo de una clientela militante a la que invitó a emular el lenguaje violento del viejo peronismo.
Las amenazas de movilizaciones y el poder avasallante que les atribuye el cristinismo a las reuniones multitudinarias no pasan por ahora de ser un enunciado. El planteo obliga a aplicar una lógica que bordea el ridículo: la inocencia o culpabilidad de un acusado será establecida según la cantidad de personas que asistan a una manifestación.
Cristina aplica ese disparatado criterio de cantidad en reemplazo de acusaciones, derecho a la defensa y principio de inocencia para dirimir casos judiciales. Y lo hizo extensivo al propio oficialismo, al que presentó bajo la amenaza de los jueces. Descuenta que el resto de la clase política tampoco estaría en condiciones de explicar su éxito patrimonial en los tribunales.
Cristina volvió a usar el recurso de apelar a Mauricio Macri como reflejo de un país binario. Ella es el bien y él, el mal. Es así como dijo que los actos de corrupción cometidos por su secretario de Obras Públicas, José López (ocupó ese mismo cargo con Néstor Kirchner en Río Gallegos, Santa Cruz y en la Nación), fueron obra y milagro de dos amigos de Macri.
Sin expresarlo, lo dejó bastante claro. A sus militantes les dijo que no solo el kirchnerismo está manchado por la corrupción, lo que empareja a todos en el mismo barro.
No fue el último acto desesperado. En el mensaje televisado desde el Senado, a medida que tomaba temperatura, no se privó de poner bajo sospecha ni siquiera a su esposo por la autorización de la fusión de Multicanal y Cablevisión.
La defensa política que intenta Cristina choca contra sus propios argumentos. Dijo que en la región son perseguidos dirigentes populistas para sacarlos de la cancha. Es un dato falso. Hay dirigentes de todos los pelajes bajo investigación en la mayoría de los países de la zona. Alcanza con leer los diarios.
A la versión conspirativa a escala global que presenta a jueces, periodistas y opositores confabulados para acusarla y condenarla, se suma la percudida creencia de que solo ella y el peronismo tienen la legítima representación del pueblo y, por lo tanto, son la mayoría de la Argentina. Ese supuesto, el de la representación mayoritaria, ha sido desmentido varias veces desde 1983 hasta ahora.
La verdadera piedra con la que choca Cristina es nada menos que el fracaso de su gobierno, el que comparte con Alberto Fernández. No casualmente reivindicó como propios los 12 años de su primer ciclo en el poder, sin asumir que ella está ahora en el gobierno como líder del oficialismo.
Son la inflación creciente y la pobreza en ascenso, como la mediocre calidad general de la administración, las que ponen en serias dudas que el oficialismo peronista sea todavía una mayoría popular. Viene de perder las elecciones de medio término y con la gestión de Sergio Massa, doloroso ajuste mediante, tiene una cuesta muy empinada para revertir los indicadores que hacen presentir la derrota en las elecciones presidenciales del año que viene.
Es esa quizá la mayor debilidad de Cristina, más allá de las condenas que pueda recibir. El dolor de ya no ser, como fatal y humano destino.