Covid y comunicación. En busca de una vacuna eficaz contra la infodemia
La difusión excesiva o errónea de información sobre la pandemia aumentó el caudal de incertidumbre de la sociedad; ya es hora, dicen los expertos, de enfrentar el problema
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Fue una semana agitada. El 12 de octubre de 2020, la revista digital conservadora The Federalist publicó que “las mascarillas y los protectores faciales no son efectivos para prevenir la propagación del Covid-19″. Un día después, Tucker Carlson, influyente periodista de Fox News, les dijo a sus más de cuatro millones de espectadores que el 85% de las personas que se había infectado en Estados Unidos en julio de 2020 lo había hecho utilizando un barbijo. El 15 de octubre, ante trece millones de espectadores de la NBC, la periodista Savannah Guthrie escuchó afirmaciones similares de Donald Trump mientras lo entrevistaba y le dijo: “Usted es el presidente. No es el tío loco de alguien que puede retuitear cualquier cosa”.
Extravíos como este fueron listados por un grupo de investigadores norteamericanos en Infodemia Covid 19: aplicación del modelo epidemiológico para contrarrestar la desinformación, publicado en The New England Journal of Medicine. Que el SARS-CoV-2 “es un engaño; que los expertos están exagerando su gravedad y el alcance de su propagación; que las máscaras son ineficaces o aumentan el riesgo de infección; que las vacunas causan la enfermedad, alteran el ADN del receptor o incluyen dispositivos de rastreo”. Este tipo de mensajes, redes mediante, provocan una “superpropagación” de datos incorrectos o dudosos y de contagios, dicen los expertos.
En un contexto en el que la escasez de certezas no excluye ni a los propios investigadores, “achatar la curva de la infodemia” es prioridad para la Organización Mundial de la Salud (OMS). El surgimiento de la “infodemiología” como disciplina para estudiar y gestionar la infodemia apunta a llevar claridad a este escenario de desorden informativo que promueve conductas de riesgo, dificulta la relación médico-paciente, replantea los modos de legitimar la ciencia y pone a prueba el liderazgo de gobiernos y autoridades.
Como dicen Adrienne Russell y Matt Powers, de Washington University, en su trabajo Covid 19 y los medios, los ciudadanos tenemos información disponible, lo que no significa que se trate de información que nos permita tomar decisiones inteligentes para preservar la vida.
“You still can find some room for broken-hearted lovers” (“Aún puedes hallar espacio para amantes con el corazón roto”), cantaba Elvis en las radios. La poliomielitis hacía estragos y, sin embargo, la mayoría de los adolescentes norteamericanos rechazaba inocularse. En el cenit de su carrera, el Rey entró al estudio de TV del programa más visto en 1956, The Ed Sullivan Show, desabrochó el puño de su camisa frente a las cámaras y extendió su brazo para que le aplicaran la vacuna desarrollada por Jonas Salk. Unos días después, los índices de inmunización comenzaron a ascender.
Dudas sin respuesta
Las acciones de comunicación positivas, como la de Elvis, han tenido también su contracara en la historia. Basta recordar al presidente brasileño Jair Bolsonaro, rebautizando la pandemia como gripezinha cuando su país ya contaba 5000 muertos.
"Entre opiniones no siempre autorizadas y lecturas en noticieros de preprints de trabajos científicos que no llegan a ser aceptados para su publicación en revistas con referato, vivimos la primera pandemia en la historia con acceso a la información en línea"
Sin embargo, mientras los extremos son visibles y claros, el punto más sensible es el de la angustia de la población, que pretende tener información fehaciente, plantea dudas lógicas frente a lo nuevo (vacunas, tratamientos) y aspira a tomar decisiones conscientes.
¿Qué hacer frente a la recomendación oficial de aplicar Sinopharm en niños pequeños si no se conocen públicamente datos científicos, faltan vacunas para otros grupos y hay una campaña electoral en curso? Muchos padres acudieron a sus pediatras de cabecera, aun después de que la Sociedad Argentina de Pediatría se pronunciara favorablemente.
“Si la transparencia fue clave para la confianza pública en la ‘vieja normalidad’, se vuelve más relevante cuando se enfrenta a este paradigma sin precedentes en el desarrollo de vacunas –dice un grupo de científicos holandeses en Vacunas Covid 19: la importancia de la transparencia y la educación basada en hechos, que publicó el año pasado el British Journal of Clinical Pharmacology–. Una mayor transparencia de todas las partes (instituciones académicas, reguladores, actores comerciales y gobiernos) hará que la investigación global sea más eficiente y permitirá el escrutinio y la revisión independiente por parte de académicos, autoridades médicas y de salud pública. Todo esfuerzo por abrir los datos atraerá a las personas a las fuentes de información adecuadas y ayudará a aumentar la alfabetización científica en relación con las vacunas, en lugar de dejar un vacío donde se puedan propagar teorías oscuras”.
Entre opiniones no siempre autorizadas y lecturas en noticieros de preprints de trabajos científicos que no llegan a ser aceptados para su publicación en revistas con referato, vivimos la primera pandemia en la historia con acceso a la información en línea (y con una capacidad ilimitada para generar y compartir contenidos a través de múltiples plataformas), lo que aporta beneficios pero también favorece las narrativas del miedo y la improvisación.
La profesora Rubia Carla Formigheri afirma, en un artículo de la revista de la Asociación Brasileña de Salud Colectiva (patrocinada por OPS/OMS), que en la era de la posverdad “la disputa por la hegemonía de las narrativas pone en el centro del escenario lo que antes estaba en la posición de ‘apoyo’: la audiencia, el consumidor público de información, asume el papel protagónico en esta nueva era donde los límites entre la verdad y la mentira son tenues, volátiles y orientan las disputas discursivas. Así, las plataformas favorecen la replicación de rumores, mentiras y fake news. Por ejemplo, en el caso de la pandemia, se crean sitios que difunden contenido falso con el fin de demostrar la supuesta eficacia de los medicamentos para los denominados ‘tratamientos tempranos’. Imitan un artículo académico a través de un formato visual y narrativo que se asemeja al modo de comunicación científica, empleando un vocabulario técnico”.
Sin embargo, en un planeta en el que un tercio de la información falsa que circula en las redes está referida a la salud, según señala la OMS, algunos afirman que la eficacia de los mensajes constructivos muchas veces pasa inadvertida. Como le dijo a Nature el doctor Samir Bhatt, del Imperial College de Londres, ante la evidencia de que en los países que comenzaban a abrirse no se disparaba el número de contagios: “Se subestima cuánto ha cambiado en estos meses el comportamiento de las personas en términos de barbijos, lavado de manos y distanciamiento”. Es decir, la información sobre hábitos saludables fue bien transmitida.
Temores y secuelas
¿De qué modo está presente la infodemia en las consultas médicas? Básicamente, “en un miedo excesivo que se convierte en algo patológico y provoca un daño mental”, afirma Juan Pablo Guerchi, cardiólogo clínico e integrante del equipo de imágenes de Fleni. “Hay grupos de pacientes, sobre todo mayores o ancianos, y otros con pobres recursos intelectuales, entre quienes no ceden los temores extremos. Lo vemos en el consultorio: el presunto infectado/enfermo es un enemigo; siguen rociando alcohol sobre todas las superficies y objetos que vayan a tocar, usan barbijos múltiples y han renunciado ad eternum a encuentros sociales cuidados. No veo que esto vaya a cambiar en forma más o menos rápida”.
"La subatención y el subdiagnóstico caracterizaron un tiempo excesivo de confinamiento"
Otro punto importante es que, con la pandemia, la ciencia dio un salto grande. “En un mes conocimos el código genético del virus, y después tuvimos unas diez vacunas en danza –dice Guerchi–. Hoy usamos como mínimo ocho o nueve, y todas reducen la letalidad. Al mismo tiempo, convivimos con el hecho ampliamente demostrado pero poco bien informado de que esas vacunas no evitan el contagio, de que podría aumentar el número de portadores sin síntomas, y que la reinfección no es nada excepcional. Es decir, tenemos que decirles a los pacientes que el coronavirus vino para quedarse”.
¿Alguien está pensando en hablarles a los sobrevivientes? “Al paciente que tuvo Covid y está vivo pero con nebulosa mental, cansancio o trastornos del olfato; al que sufrió la pérdida de un familiar del que no se pudo despedir; al seriamente afectado en su salud por la debacle económica que acompañó a la pandemia. En la Argentina no tenemos una política de atención posCovid. Hoy, el seguimiento es parte de una iniciativa individual, la del médico, y en general dentro de la medicina privada”, afirma Guerchi.
Por otra parte, agrega, la subatención y el subdiagnóstico caracterizaron un tiempo excesivo de confinamiento. “Fueron débiles los mensajes oficiales sobre la necesidad de no retrasar los controles de rutina. La consecuencia: más tumores y más enfermedades coronarias no resueltas”.
Conspiraciones y liderazgos
La dicotomía verdadero/falso no alcanza, según los especialistas, para abordar el problema de la infodemia. Al estudiar dos versiones conspirativas vinculadas con el origen del Covid (la que afirmaba que la tecnología celular 5G ayudaba a transmitir el coronavirus y la que señalaba a Bill Gates como el responsable), un equipo multidisciplinario encabezado por Iginio Gagliardone, de la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), pone el foco en cómo esas versiones se transforman a medida que interactúan con diferentes contextos sociopolíticos. Analizando más de seis millones de tuits, observaron que, en Nigeria, “las dos conspiraciones se aprovecharon como oportunidades para extender las críticas al partido gobernante”. En cambio, en Sudáfrica, mientras la conspiración 5G tuvo una aceptación limitada, la de Bill Gates “resonó con un resentimiento arraigado hacia Occidente, los intereses corporativos y lo que se considera una actitud paternalista de actores externos hacia África”.
Con respecto a los líderes y la comunicación, Angela Merkel fue la más cruda: “Desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido otro desafío para nuestro país que dependiera tanto de nuestra acción conjunta”, sentenció. Jacinta Arden, primera ministra de Nueva Zelanda, comunicó mensajes sencillos, breves y constantes, reconociendo errores y explicando cambios de estrategias: “Está claro que los largos períodos de fuertes restricciones no nos han llevado a cero casos. Ahora que tenemos vacunas, podemos empezar a cambiar la forma en la que hacemos las cosas”, admitió en estos días.
Orlando D’Adamo, profesor de Opinión Pública y Análisis Político (UBA) y director del Centro de Opinión Pública de la UB, destaca que se destacaron mucho más las mujeres en cuanto a liderazgos positivos. “Toda situación de crisis pone en juego la credibilidad del liderazgo. A excepción de Merkel, la pandemia tuvo una primera etapa de negación de su gravedad. Trump, Bolsonaro y AMLO, para citar ejemplos, comunicaron que el virus no era grave o dieron mensajes poco científicos”.
"Un líder debe ser coherente, dice el experto. ‘Eso significa que si toma una decisión, la avala’"
En la Argentina, el levantamiento abrupto de las restricciones luego de la derrota oficialista en las PASO volvió a afectar la credibilidad del Gobierno. Según D’Adamo, “fue un acierto la mesa en la que el Presidente reunió a científicos, a un gobernador opositor y a un gobernador aliado; en las crisis, la gente pide acuerdos. Después vinieron las peleas, las comparaciones con otros países y las promesas incumplidas, la payasa Filomena y el vacunatorio VIP, ejemplos de comunicación negativa”.
Un líder debe ser coherente, dice el experto. “Eso significa que si toma una decisión, la avala. Hace visible el mensaje. Sus acciones deben corresponderse con lo que pregona”.
La OMS marca algunos puntos que ayudan a “navegar” la infodemia: evaluar la fuente (antecedentes, origen, ver la autenticidad de fotos y videos utilizando Google, TinEye, DatViewer); evitar leer solo los titulares (que habitualmente buscan sumar clics); identificar al autor (¿es real?); verificar la fecha de la información para entender a qué se refiere y si está sacada de contexto; examinar la evidencia de apoyo (citas de expertos o enlaces a estadísticas o estudios) y recurrir a verificadores de hechos (International Fact-Checking Network y los medios de noticias globales enfocados en desacreditar la información errónea).
Si un nuevo patógeno nos puso a lidiar con información nueva y cambiante, vacunar será también construir narrativas que acerquen a todos la mayor cantidad de respuestas posibles basadas en la evidencia. Es responsabilidad de las autoridades y los líderes de opinión, pero también individual: habrá que mirar con ojo clínico cada mensaje y tomarse tiempo para evaluar la consistencia de la información que salta en el teléfono.