El discurso de Milei | Con las encuestas y Twitter no alcanza
El Presidente extremó la polarización, pero sigue urgido de blindar la gobernabilidad; pasó de decir que “el consenso es corrupción” a proponer un gran pacto nacional
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Una cosa es el rumbo elegido y otra, llegar. Javier Milei conduce la Argentina como un piloto marcado por la audacia: se propone ir hacia donde nadie fue y desafía a conciencia los manuales que recomiendan cómo transitar el camino.
El ritmo de vértigo de su primer verano al mando resulta una consecuencia deseada. A diferencia de otros presidentes que tuvieron que gobernar en minoría, él descartó usar el poder inaugural acumulado en las urnas para tejer un entramado de apoyos que le facilitara las cosas. El sistema político era un campo de escombros con infinidad de derrotados dispuestos a correr en auxilio del ganador. Pero Milei se regodea de ser distinto. Él prefirió invertir su capital inicial en desprestigiar a todos aquellos que percibe como potenciales rivales.
Así llegó a detonar sin temor una crisis con los 24 gobernadores y con casi todos los espacios de la oposición. Los que hablan de consenso –ha llegado a decir– “son unos corruptos”. Un político que quiere negociar persigue, en realidad, “el toma y daca; la entrega a cambio de plata”.
El llamado a un gran pacto político que hizo al final del discurso ante la Asamblea significa otro giro de libreto que deja descolocados a sus interlocutores. Fue un llamado agrio, a cara de perro. La aceptación de un límite, enmascarada por el bombardeo previo a todos “los políticos”. A su manera pisó un freno. ¿Es fruto de una reflexión profunda sobre la incapacidad de avanzar con una lógica de todo o nada? ¿O un nuevo ensayo en una dinámica de prueba y error?
En las últimas semanas Milei se preocupó por trazar delante de sus pies la raya que divide a los argentinos de bien y “la casta”, ese Goliat al que se propone destruir. Su honda son las encuestas de opinión pública, que por ahora le dan cifras positivas de popularidad pese a los efectos del durísimo ajuste fiscal en marcha. Los aplausos de aprobación los recoge en sus visitas cotidianas a las redes sociales, reino del desenfreno donde es posible disfrutar del confort de las burbujas de opinión.
La tentación de gobernar para las encuestas y las redes es grande. La Argentina es un país de gente enojada y políticos apichonados, que se saben señalados por años de ineficiencia, deterioro social y una corrupción naturalizada que enloda casi todas las relaciones económicas. Milei hackeó el sistema gracias a que supo encarnar el papel de vengador del hombre común. A su juicio les ganó a todos porque propuso dejar de hacer lo mismo de siempre. Y así pretende seguir.
El gran desafío de esa impronta consiste en lo mucho que depende de conseguir resultados económicos rápidos para que la llama de la opinión pública no se apague y el monstruo de la bronca que él tanto alimenta no se vuelva en su contra.
Nadie con tanto énfasis como la subdirectora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Gita Gopinath, dejó expuestas las dudas sobre la viabilidad política de los planes de Milei. La confianza perdida por la Argentina –insistió– requiere de un rumbo distinto, pero también de pericia para alcanzarlo. Nada nuevo: se sabía desde la campaña que la gobernabilidad de un presidente sin partido propio y con apenas un puñado de legisladores iba a ser una cuestión capital. Algo hay que hacer.
Motosierra y Twitter
A Milei lo convencieron al asumir que podía sumar apoyos suficientes entre los escombros del sistema político: el Pro estaba destinado a votarle sus reformas por afinidad ideológica, los radicales podían patalear un poco pero no tenían margen para oponerse y en el peronismo habitaba una legión de gobernadores e intendentes necesitados de fondos y carentes de un liderazgo que los aglutine. Iba a ser un desfile triunfal. Había que mandar todas las reformas juntas.
El proceso de negociación fue más complejo de lo que creía y asqueó al presidente antipolítica. Llegó a decir que su mayor error ha sido confiar en la buena fe de los gobernadores y de “los políticos” en general, a los que acusa de moverse únicamente por intereses oscuros. Por eso, argumenta, dispuso como un castigo el retiro de la ley ómnibus en las sesiones extraordinarias del Congreso.
A partir de ese momento los gobernadores se las iban a ver con la motosierra y el Twitter presidencial. Se aceleró el recorte de fondos y a los más díscolos les aplicó el reglamento a rajatabla, como fue en el caso de Chubut el descuento de los giros de coparticipación a raíz de las deudas acumuladas con el Fondo Fiduciario de Desarrollo Provincial.
En muy poco tiempo, esa tensión escaló a un atisbo de rebelión que encabezó el chubutense Ignacio Torres, del Pro, con el que se solidarizaron 22 de sus 23 colegas gobernadores.
Torres amenazó con cortar el petróleo y el gas de toda la Patagonia. Milei no pestañeó. Trató a su challenger de “Nachito”, lo ridiculizó en las redes de todas las formas imaginables y hasta consintió la crueldad de un usuario anónimo que editó una foto para que el gobernador pareciera una persona con síndrome de Down. Torres dobló antes de chocar, amparado en un fallo judicial que le dio la razón en primera instancia pero que difícilmente tenga efectos inmediatos.
En el Gobierno sacaron pecho. “Milei es como sus perros: percibe con mucha precisión el miedo ajeno”, relata alguien que lo conoce muy bien.
¿Ganó realmente Milei? ¿O será que está dando la vuelta olímpica antes de que termine el partido?
El affaire Torres enturbió el acuerdo que el propio Presidente impulsaba con Mauricio Macri para integrar al Pro con La Libertad Avanza. Patricia Bullrich se embanderó contra Torres y aprovechó el revuelo para desgastar a Macri en momentos en que trabaja para retomar la conducción del partido que fundó. La ministra de Seguridad no busca quedarse con la presidencia del Pro, sino diluirlo en el gobierno libertario.
La dificultad de acercar a los más afines complicó aún más atraer a los otros pedazos de lo que fue Juntos por el Cambio, imprescindibles para formar una mayoría parlamentaria. Para ellos, hasta ahora, solo se habían ofrecido insultos y destrato.
Exponer a “la casta”
Obnubilados con los coranzoncitos de Twitter, los libertarios celebraron que los gobernadores quedaron expuestos por “defender sus curros” (Milei dixit). No hacen distinción entre un debutante en el cargo, como Torres, y un viejo lobo como Gildo Insfrán, que manda en Formosa desde antes que el chubutense naciera. Se entusiasmaron incluso con la posibilidad de alinearlos a todos en un mismo frente. La casta unida.
En la Casa Rosada están convencidos de que el látigo va a funcionar. Que dentro de poco van a hacer fila para firmar proyectos de ley a cambio de fondos que administra el Estado nacional. La orden de cortar todas las transferencias discrecionales, congelar la obra pública nacional y ser implacable con las deudas provinciales hace juego con esa estrategia.
El riesgo que corre Milei de seguir por esa senda es atentar contra sus propios intereses. ¿Le sirve pelearse con todos al mismo tiempo? Todo indica que empezó a oír a quienes le piden darle una oportunidad a la paz. Él, por las dudas, dejó sentada su “desconfianza” antes de anunciar el “pacto de Mayo”. A los gobernadores no los invita a negociar sino a firmar un contrato de adhesión. La traducción de su llamado al diálogo podría ser: “Si quieren plata, vótenme todo a libro cerrado y hablamos”.
El impacto de una crisis en cadena en las provincias difícilmente pueda ser inocua para el gobierno nacional. En la Buenos Aires de Axel Kicillof, el enemigo más caracterizado de la administración libertaria, hay una preocupación creciente por la posibilidad de que meses cercanos falte el dinero para pagar los sueldos estatales. El gobernador ya dijo que no descarta emitir cuasimonedas si todo se complica. Una cosa es dejar que se hunda La Rioja de Ricardo Quintela y otra, el distrito que cobija al 40% de la población argentina.
Los argentinos “la están empezando a ver”, clamó esta semana Milei, aferrado a uno de sus eslóganes de las redes. Difundió una encuesta de Julio Aurelio en la que se registra una mejora en las expectativas económicas y que le da una imagen positiva del 56%. Un número alto, pero que debería analizarse en perspectiva. Es casi idéntico al porcentaje de votos que sacó en el balotaje. Todos los presidentes de las últimas décadas mantuvieron o ampliaron su base de respaldo electoral en los primeros tres meses de gestión.
Al no aprovechar la luna de miel para pasar leyes y construir una base de apoyo duradera, el método disruptivo de Milei lo obligará a alimentar de manera constante los índices de popularidad. Es la mejor forma de que “la casta” siga teniendo miedo. La polarización le juega a favor: los que lo rechazan no tienen quien los represente.
Su impulso natural lo llevó a fogonear la indignación por el despilfarro del dinero público, a señalar a los “degenerados fiscales” y a fomentar la caza de brujas de los traidores, aunque haya que ponerle ese mote a un liberal indiscutible como Ricardo López Murphy. En paralelo, le toca rogar que la inflación empiece a bajar antes de que se acabe la paciencia social y que el remedio elegido –la recesión– no sea peor que la enfermedad.
Milei predica sobre la luz al final del túnel. Desborda de emoción cuando relata el destino al que quiere conducir a la Argentina. “Hemos enviado 1000 reformas, pero aún nos quedan 3000 más por presentar”, le dijo esta semana al Financial Times. Su hazaña pendiente es aprobar al menos alguna.
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