¿Cómo navegar en tiempos de incertidumbre?
Si hay algo que genera estrés en la vida es la incertidumbre, la sensación de no poder predecir una situación y planificar acciones acordes. Esta es una de las funciones más importantes de nuestro cerebro, la de predecir el futuro para adaptar la respuesta del cuerpo.
Sin darnos cuenta, cuando el cerebro no puede saber qué es lo que va a pasar, muchas veces entra en una especie de cortocircuito y activa todos sus sistemas de alerta, poniéndonos en un gran estado de estrés.
Con la pandemia, la incertidumbre se ha transformado en nuestro pan de cada día. Comienzan las clases presenciales, se suspenden, se vuelven a abrir. Lo mismo los comercios. Pareciera que cada proyección que hacemos tiene un alcance corto, de solo algunos días.
La vacuna, ¿cuándo termina de llegar? ¿Cuánto va a durar? ¿Me voy a enfermar? ¿Se va a contagiar algún familiar? La economía, ¿va a comenzar a repuntar algún día? Lo social, ¿aumentará la conflictividad?, ¿afectará aún más nuestra convivencia?
Hoy, en la Argentina nos encontramos lidiando con situaciones muy difíciles: duelos, pérdidas económicas, tensiones y la incertidumbre de siempre, multiplicada exponencialmente.
En lo individual, la pandemia también impulsó algunos cambios positivos. Ese tiempo de confinamiento expuso con mayor claridad qué es lo que ya no queremos y lo que queremos.
“Pagamos un costo alto cuando vemos a la felicidad como una inversión a largo plazo”
Mudanzas, separaciones y uniones, cambios de trabajo y estilo de vida se vieron impulsados por la cuarentena. Un éxodo de las ciudades a espacios más abiertos disparó el precio de las propiedades, ya sea para alquilar o comprar en los pueblos aledaños a los grandes centros urbanos. Muchos están buscando vivir un poco mejor el hoy.
Pagamos un costo alto cuando vemos a la felicidad como una inversión a largo plazo. Hoy tomamos conciencia de que nada está asegurado. Somos presente.
Si nos dejamos llevar y atrapar por este no saber cómo va a ser el futuro podemos caer fácilmente en la desesperación. Dando vueltas sin parar en la calesita de las catástrofes que supuestamente están por venir, nuestra vida puede consumirse lentamente.
Sobran estímulos para sentirnos así. Vamos quedando atrapados en nuestras propias reacciones a los escenarios catastróficos o apocalípticos que se plantean.En muchas ocasiones, no es nuestra culpa; simplemente, es lo que nuestro cerebro ha hecho para evolucionar y asegurar la vida: activar el estrés para impulsarnos a una resolución. El tema es que cuando no hay resolución y parece que hay una ola interminable de negatividad ocurre lo que se llama “una adaptación fuera de punto”. Traducido: nos acostumbramos a vivir en estado de alarma sin cuestionarnos. Algo muy argentino. Esto genera un estado de irritabilidad, cambios emocionales repentinos, insatisfacción, angustia o falta de esperanza. Y por supuesto perjudica el bienestar, la calidad de vida y la salud de las personas.
Durante estos meses nos han preguntado por el comportamiento humano en la pandemia. Como médico del stress, uno de nosotros, y filósofo y coach ejecutivo, el otro, nos resulta muy interesante ver la reacción de las sociedades y las personas frente a una crisis sanitaria tan grande.
Esta pandemia ha sido una clara demostración de lo que podemos hacer impulsados por el miedo. Podemos quedarnos encerrados durante meses y arreglarnos para trabajar (los que pudieron), ser padres e intentar mantener un hogar. Todo esto con un alto costo mental, emocional, físico y económico.
Pero, si nuestro cerebro ya está formateado así, ¿entonces, quiere decir que estamos condenados a sucumbir ante la desesperación?
“Hoy los momentos de paz se convirtieron en un insumo que cotiza en la bolsa de valores”
Afortunadamente, nuestro cerebro también evolucionó de tal manera que podemos tomar distancia de nuestros propios procesos internos, de nuestras emociones y nuestros pensamientos para responder de una manera saludable. Distinto de los animales, podemos elegir actuar con consciencia para acallar la respuesta del estrés que muchas veces nos consume. Esto no significa que debamos reprimir lo que sentimos y meterlo debajo de la alfombra, sino que tenemos que integrar mente y corazón para encontrar el camino saludable usando todos nuestros recursos y herramientas.
Y aquí es dónde podemos comenzar a amigarnos con la incertidumbre. Hoy los momentos de paz se convirtieron en un insumo que cotiza en la bolsa de valores, y es algo en lo que vale la pena invertir. Algunos sabios dicen que la verdadera paz es la que se puede sostener en el caos. Y es por esto que cuando comprendemos lo real de la incertidumbre podemos conectarnos con la magia y el valor de la vida.
Podemos ver y sentir con mayor agudeza lo que está sucediendo ahora, sabiendo que no tenemos nada asegurado. Podemos comprender que de nada sirve entrar en la rueda del hámster persiguiendo ciegamente nuestros objetivos, si perdemos de vista el cómo nos acercamos a ellos. La felicidad no se trata de tener muchas cosas, sino de aprender a disfrutar las que tenemos.
De esta manera, podemos concebir la vida como una aventura dónde no damos nada por sentado y tenemos la oportunidad de sorprendernos todos los días. Donde podemos avanzar concientes de cada paso que damos, intentando, en cada paso, integrar toda la sabiduría acumulada hasta el momento, abiertos a los nuevos aprendizajes.
Aquí hay algunas cualidades a veces poco valoradas que se vuelven cruciales para seguir delante de una manera sana ante este contexto. La aceptación de la realidad, que no significa tolerar lo que no está bien, sino entender rápido lo que la realidad está proponiendo. La creatividad, para generar un plan alternativo a lo que pensábamos. La flexibilidad, para no quedar atrapados en nuestros planes y expectativas. El humor, para poder reírnos de lo que nos pasa y de nosotros mismos. La compasión, para saber cuándo tenemos que aflojar con la hiperexigencia, hacia nosotros y hacia los demás.
Todo esto no es para enfrascarnos en un estado narcisista de auto salvación, sino que forma parte de nuestra sabiduría interna y la riqueza de la cual disponemos para avanzar. Esto nos sirve también para poder dar lo mejor de nosotros en el medio que nos toca actuar. No sin equivocarnos, pero de tal manera que nos volvamos dueños de nuestra vida y de lo que queremos sentir y construir en ella con ecuanimidad.
Si no, ¿hasta cuándo vamos a seguir dándole poder a lo de afuera para que perturbe nuestra vida? La historia que nos contamos, cuenta.
La esperanza no es la convicción voluntarista de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido sin importar el resultado final. En encontrar ese sentido se nos juega algo importante: la vida.
Isola es filósofo y coach ejecutivo; Grehan, médico dedicado al estrés