Cielo sucio, de Edgardo Cozarinsky. Buenos Aires nocturna y perturbadora
“Vivimos todos en una ciudad propia, se decía Alejandro. La inventamos y la padecemos. Nos inspira una intermitencia de amor y despecho”, dice el narrador en uno de los tantos fragmentos que le dedica a la ciudad. Alejandro es uno de los protagonistas de Cielo sucio, la última nouvelle del también cineasta y dramaturgo Edgardo Cozarinsky (Bs. As., 1939), autor de más de una decena de libros. Aquí sigue los movimientos de tres personajes por una Buenos Aires nocturna y perturbadora, en medio de un verano agobiante.
La escena inicial es rotunda. Alejandro, un escritor desganado y ya en la cincuentena, enviste con frialdad su auto contra un preso “liberado en la provincia para aliviar el hacinamiento carcelario”. No siente culpa, pero tampoco el alarde de aquel que hace justicia por mano propia. Sin embargo, por más natural que se presente esta acción, pondrá en movimiento engranajes, que incluirán, por ejemplo, lo que el narrador, siempre en tercera persona, llama “creencias marginadas” fruto del culto a la Pachamama, de los saberes indígenas, ancestrales –algo ya explorado por el autor en su libro anterior, Turno noche (Tusquets, 2020)– y el mercado esclavista en tiempos de la Colonia.
Todo esto aparece de la mano de Ángel, un muchacho llegado del Norte para trabajar en la policía. Llega a la gran ciudad como cabo de la Metropolitana (un cargo obtenido gracias a un pariente), pero una vez aquí se entera de que ahora se trata de la Policía de la Ciudad y se queda con un uniforme obsoleto y sin arma. De todos modos, posee los códigos: conoce los nombres en clave, las contraseñas. Está, como el narrador, a una distancia prudente de los hechos. Se sabe portador de una sabiduría secreta, herencia de su abuela, que le permite oír, por ejemplo, el llamado de los muertos en el Parque Lezama. El tercer personaje es Mariana, la hija de Alejandro, que regresa de Barcelona y se sorprende a sí misma involucrándose en una de las acciones violentas de su padre. ¿Qué hacer con ese “amor y despecho” que provoca lo real? ¿Qué hacer con la propia violencia? El narrador presenta a sus personajes en plena acción, sin juzgarlos. Mezcla la realidad más cruda con las posibilidades del género fantástico, haciendo de la narración algo extraño, por momentos fantasmagórico.
Con un estilo elegante y sobrio, Cozarinsky habla de las quemas en el Delta, la pandemia, los cierres de escuelas y las aperturas de casinos, la indignación ante la dirigencia. Todo esto está en el centro de Cielo sucio, y a la vez no lo está. Como esa tormenta que siempre se avecina pero que, en lugar de desatarse, impregna la ciudad de una pesadez asfixiante. Se trata de otra muestra de la habilidad de un gran narrador; una excelente puerta de entrada para quien todavía no lo ha descubierto.
Cielo sucio, de Edgardo Cozarinsky (Tusquets). 117 págs. $ 1900