Caroline Fourest: “Nuestras democracias están siendo destruidas desde adentro”
La fiebre identitaria acelerada por las redes sociales permite sacar ventaja a los populistas, dice la ensayista francesa, que acaba de presentar un libro crítico de la cultura de la cancelación en la Feria del Libro
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El icónico y clásico film Lo que el viento se llevó, de 1939, fue retirado de una conocida plataforma de streaming que lo consideró racista. Luego reapareció, pero con una advertencia sobre este punto que además explica el contexto histórico. En la Argentina, la cantante Ángela Torres subió una foto a Instagram en la que lucía un peinado de trenzas estilo “afro”. Las redes sociales se inundaron de críticas. La acusaron de “apropiación cultural”, una noción que apunta contra la utilización lucrativa de culturas “oprimidas”, como la afroamericana, por parte de personas de grupos “privilegiados”, ajenos a ellos. La cantante pidió disculpas.
La cultura de la cancelación, los linchamientos digitales y las denuncias de apropiación cultural están a la orden del día. Este fenómeno global acompaña el auge de los reclamos feministas y antiracistas. Pero, aquello que a primera vista parece un camino hacia la igualdad, en realidad es una trampa que nos aleja de ella, advierte la ensayista francesa Caroline Fourest. Activista feminista, lesbiana, colaboradora de Charlie Hebdo y columnista de distintos medios franceses, Fourest sostiene que “la forma de dar estas luchas está ayudando a progresar a los sexistas, racistas y homofóbicos”. En el pasado, Fourest, que también es cineasta y politóloga, luchó por la legalización del matrimonio igualitario en Francia.
Hoy, brega por el retorno a una izquierda igualitaria y universalista, en detrimento de aquella que pone el foco en las identidades particulares y así crea divisiones que alimentan a “los opresores más violentos” y a la extrema derecha, deteriorando el diálogo democrático.
En su libro Generación ofendida. De la policía de la cultura a la policía del pensamiento, publicado por Libros del Zorzal, Caroline Fourest expresa estas ideas con contundencia. En Buenos Aires, donde Fourest se presentó en la Feria del Libro, LA NACION dialogó con la autora.
–¿Por qué los jóvenes encabezan las “cancelaciones”? ¿Qué hace que las nuevas generaciones se ofendan tan fácilmente?
–No toda la juventud es responsable de estos excesos. Pero la forma de dar estas luchas se volvió contraperformativa y está ayudando a progresar al sector contrario: al de los sexistas, racistas y homofóbicos. Hay varias razones por las que estas generaciones se ofenden con más facilidad. Primero, estamos ante una generación muy privilegiada. Nacieron en un mundo en el que es más fácil luchar en contra del racismo, el sexismo y la homofobia. Además, cuando uno es joven, siempre busca agregar a las luchas un tono y un toque propio. Y tenés que ser radical, es parte de ser joven. Entonces, terminás estando radicalmente enojado e incluso furioso por microofensas, que puedan irritar y molestar, pero que no podés denunciar como si fueran un genocidio. Si hacés eso, estás siendo contraperformativo y la gente se va a reír. O van a permanecer en silencio, sin decir que te consideran excesivo y extremista. Y mientras tanto, van a ir a votar por Donald Trump. Esto es una cuestión de matices y complejidades. Necesitamos establecer límites a la hora de cancelar. Sí, a veces es necesario cancelar a ciertas personas. Quienes hayan violado a alguien, sin importar si son artistas o cineastas, jamás deberían ser glorificados y perdonados. El punto es: ¿deberíamos cancelar a alguien basándonos en un rumor, sin pruebas que confirmen los hechos? ¿Podemos borrar a alguien y aislarlo de sus vínculos profesionales en base a acusaciones falsas o rumores? Eso no es ser feminista, es ser injusto.
"La cuestión no es la identidad, sino lo que la persona hizo. Un varón puede ser feminista, y podés ser mujer y ser racista"
–¿Y cómo impacta la cultura de la cancelación y la apropiación cultural en la creatividad artística y el trabajo intelectual?
–Es una pregunta clave. Todas estas campañas tan excesivas tienen efectos nulos en contra de la misoginia, el racismo y los estereotipos discriminatorios. Pero sí afectan las libertades de expresión, de crear artísticamente, y la vida cultural e intelectual. Cuando no exponés una pintura contra el racismo solo porque su autor es blanco, no ayudás a la causa. Solo estás destruyendo la libertad de crear. Cuando se boicotea a una cantante por usar rastas, no salvás ninguna vida. Solamente destruís una carrera artística. Lo mismo ocurre en las universidades. Se cancela y echa a docentes por cultivar el espíritu crítico a través del análisis de obras clásicas de la literatura, dentro de sus contextos históricos. Los estudiantes piden recibir advertencias previas, para ser preservados de cualquier perturbación. Esta es una actitud muy preocupante. Los alumnos van a las universidades para ser tratados como niños extremadamente frágiles que no quieren experimentar ninguna contradicción ni exponerse a nada que sea ofensivo. Esa no es una buena escuela de vida. Estar vivo y ser parte de una sociedad implica someterse todos los días a situaciones problemáticas e incómodas. Entonces, se convierten en futuros ciudadanos tan sensibles y tan infantiles que reaccionan de formas muy tóxicas para la vida colectiva y las libertades.
–¿Cómo afectan esas reacciones a las democracias? ¿Se deteriora el diálogo?
–Vivimos en una época muy riesgosa para la democracia. Las redes sociales y las nuevas formas de informarnos tienen un impacto enorme sobre nuestro ánimo, e incluso sobre nuestra forma de ejercer la ciudadanía. Nos convertimos en seres extremadamente emocionales, hipersensibles y de rápida reacción. Es una turba contra otra turba. Reaccionamos sin siquiera tomarnos cinco minutos para pensar antes. Esta reactividad desmedida viene con un montón de pasión, emoción y nos empuja a agredir al otro y cancelarlo, en lugar de sentarnos a escuchar y debatir. El debate es una escuela de vida muy difícil. Requiere de mucha paciencia para poner en contexto el pensamiento del otro y así comprender sus intenciones. Requiere ser lo suficientemente sabio como para poder aceptar con calma aquello que compartimos, y aquello que no. Y luego, exponerlo con tranquilidad, utilizando argumentos. A veces, creo que los activistas jóvenes se volvieron alérgicos a este tipo de diálogo porque no tienen argumentos. Sin un espíritu crítico fuerte para resistir la tentación de seguir a las multitudes violentas, terminan creciendo bajo la sombra de esa turba furiosa. Nunca aprenderán el valor de perder amigos en Facebook por expresar lo que uno considera justo. Los linchamientos digitales son muy problemáticos. Linchar no es una forma progresista de construir un mundo mejor.
–¿Cree que esta actitud de la izquierda identitaria ayuda al crecimiento de la extrema derecha a nivel global?
–Estamos atravesando una fiebre identitaria muy preocupante, que viene de izquierda y derecha por igual. Dentro de la izquierda, el abordaje identitario resultó victorioso por encima de la visión universalista-igualitaria. La izquierda identitaria no hace más que juzgar a las personas en base a sus identidades. No creo que podamos crear un mundo mejor con los medios incorrectos. Es imposible destruir la casa de tu amo con las propias herramientas de tu amo, que consisten en enfocarse en la identidad o el color de piel de alguien. Así nunca llegaremos a un mundo posracial. Vamos a construir el mundo perfecto con el que sueñan los identitarios de extrema derecha. Si creés en responder a las atrocidades y discriminaciones del pasado con venganza en la actualidad, simplemente estarás reemplazando la búsqueda de justicia por sed de venganza para transformarte en un nuevo opresor. No lograremos equilibrar el mundo. Y esto es ideal para el sector opositor, aquel que no quiere cambiar nada del racismo, el sexismo o la homofobia. Ellos reaccionarán diciendo: “Miren, nos odian porque somos blancos, porque somos hombres, y porque somos heterosexuales. Hagamos un partido de gente que esté orgullosa de esto”. Los llamados “rednecks” o “white trash” en Estados Unidos, que a fin de mes no llegan a alimentar a sus hijos, son empujados a los brazos de los supremacistas blancos y de Donald Trump cada vez que escuchan a los privilegiados estudiantes de las universidades de élite decirles que ellos tienen privilegios por ser blancos y deberían pedir perdón al respecto.
"La confusión, la pasión, la emoción, la fiebre identitaria, acelerada por las redes sociales, nos están llevando a que cualquier payaso, cualquier mentiroso y cualquier populista puedan sacar ventajas"
–En Europa la extrema derecha crece, en Estados Unidos Trump llegó al poder y en Brasil, Bolsonaro. En América Latina hay también populismos de izquierda. ¿Podemos esperar un futuro con más líderes mundiales como ellos?
–Me temo que es la gran pelea de nuestra generación y de nuestros tiempos. Porque nuestras democracias están siendo destruidas desde adentro. La democracia está matando a la propia democracia. La confusión, la pasión, la emoción, la fiebre identitaria, acelerada por las redes sociales, nos están llevando a que cualquier payaso, cualquier mentiroso y cualquier populista puedan sacar ventajas. Necesitamos un contrapeso para este alto nivel de fiebre identitaria. Y me preocupa que, si las universidades no se están encargando de esto, ¿entonces quién? Tenemos que resistir frente a este populismo que viene de la extrema izquierda, y mayoritariamente, de la extrema derecha, que nos pide juzgar a todos en base a las identidades. La ultraderecha también es muy buena para cancelar. En Estados Unidos, familias conservadoras y tradicionales prohíben libros con personajes gays. Pero son lo suficientemente inteligentes como para aparentar ser defensores de las libertades. Eso explica su éxito.
– ¿Qué relación hay entre lo identitario y el fundamentalismo islámico?
–Es una muy buena pregunta. Mis amigos de Charlie Hebdo fueron asesinados por su defensa de la libertad de expresión y su capacidad de burlarse de dogmas y fanatismos religiosos de una manera muy satírica que es extremadamente de izquierda. Pero si descontextualizamos ese dibujo, lo subimos a internet y dejamos que alguien en Pakistán lo juzgue sin conocer su origen, entonces generamos situaciones dramáticas que terminan en muerte. Vivimos tiempos muy emocionales y decontextualizados: no somos capaces de juzgar algo dentro de su propio contexto y época. La palabra “islamofobia” es parte de esta estrategia de confusión, y está ayudando a los fanáticos extremistas, la gente más intolerante del mundo, a denunciar a los dibujantes o intelectuales ateos, feministas y laicistas como enemigos del islam. Los llaman “islamofóbicos” incluso, aunque sean antirracistas y luchen todos los días contra el racismo que sufren los musulmanes. Por eso prefiero evitar esta palabra y ser más precisa. Si alguien es racista contra los musulmanes, entonces es un racista. Si alguien está criticando dogmas y fanatismos religiosos, es un espíritu libre. Este es un ejemplo de cómo puede utilizarse la victimización para ayudar a los opresores más violentos.
–¿Cómo ve al feminismo hoy, inmerso en las identidades y la interseccionalidad?
–La interseccionalidad es otra trampa. Muchas organizaciones del movimiento de mujeres ya se extinguieron por dividir activistas en lugar de unir. Empezar un movimiento señalando que algunos tienen más derecho a hablar y liderar en base a su identidad es reproducir las jerarquías y los estereotipos que supuestamente denunciamos. La manera de luchar es tan importante como nuestros objetivos. En un principio, la interseccionalidad tal como la planteó Kimberlé Crenshaw era una forma muy legítima de articular el antirracismo y el feminismo, con la que estuvimos todos de acuerdo. Pero las nuevas generaciones usan esta idea desde una perspectiva identitaria antirracista. Y subordinan la lucha contra el sexismo para priorizar la lucha contra el racismo. Podés ser parte de una minoría, y al mismo tiempo ser un agresor, un tirano patriarcal y un violador. Si sos feminista, denunciás el sexismo sin importar quién sea el agresor. La cuestión no es la identidad sino lo que la persona hizo. Un varón puede ser feminista, los blancos pueden ser antirracistas, y por el contrario, podés ser negro y un agresor, podés ser mujer y ser racista. Es la complejidad de los seres humanos.
–Enfocándonos en Francia, ¿cómo interpreta las últimas elecciones en las que Emmanuel Macron fue reelecto?
–Sobrevivimos a Marine Le Pen porque aún tenemos un debate público muy vivo, donde la gente se expresa libremente. Nos encanta la polémica, amamos debatir apasionadamente. Tuvimos éxito en asegurar hasta hoy la idea de que hay algo más entre la radicalidad extrema de cierta izquierda identitaria y el extremismo de la ultraderecha que es puramente nostálgico de los viejos tiempos en los que cualquiera podía ser abiertamente racista. Hay un enorme centro. Pero sabemos que la polarización extrema está a punto de venir por nosotros. La simplificación y radicalización de la fiebre identitaria está dentro nuestro también. Y de hecho, hoy estamos muy divididos: un tercio del país es completamente de extrema derecha.
–¿Qué problemas traerá para Europa la guerra en Ucrania? ¿Cómo serán recibidos los refugiados ucranianos?
–El problema no serán los refugiados ucranianos. Son aceptados y muy bien recibidos, incluso por la extrema derecha. Pero con los migrantes de Siria e Irak, en un país como Francia, aún atravesado por los traumas poscoloniales, la extrema derecha exhibió su racismo, especialmente cuando sufrimos ataques terroristas. Ese cóctel explica el éxito de Marine Le Pen. El problema es la enorme fascinación con Putin y el autoritarismo ruso en Europa y en Francia. Putin parecía ser la solución al islamismo, por ser un hombre fuerte, capaz de restaurar la seguridad del mundo. Ahora, la gente está redescubriendo que es mejor aliarse a otras democracias antes que confiar en tiranos autoritarios como Putin. Pero, aunque la guerra cambió bastante la percepción sobre Putin, sigue habiendo quienes lo reivindican. Y es uno de los hombres más peligrosos del mundo.
Pensadora que nada contra la corriente
PERFIL: Caroline Fourest
■ Caroline Fourest nació en Aix-en-Provence, Francia, en 1975. Además de ensayista y activista, es editorialista, directora de cine y profesora de Ciencias Políticas en París.
■ Escribió varios ensayos sobre la extrema derecha, el integrismo, el multiculturalismo y el universalismo, entre ellos, La tentación oscurantista, La última utopía: amenazas al universalismo y Elogio de la blasfemia, que recibieron numerosos premios.
■ Colaboró con Charlie Hebdo, Le Monde, France Culture y Huffington Post; es columnista de radio y televisión en Francia, donde opina sobre temas de actualidad. Ha dirigido varios documentales.
■ Su último libro es Generación ofendida. De la policía de la cultura a la policía del pensamiento (Libros del Zorzal) que presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires.