Campaña pequeña, dramas enormes
Sin registro por las desgracias pandémicas, despegada como pocas veces de la realidad, con una exhibición impúdica de su propia pobreza y poco registro de la ajena, la dirigencia política agotará mañana el primer tramo del largo ciclo electoral de medio término.
El contraste entre los votantes y los votados ha quedado expuesto como nunca desde la restauración democrática d,e 1983 al extremo de abrir dudas sobre una disminución de la participación en un electorado que ha mantenido su costumbre de asistir en un elevado porcentaje.
El desinterés y hasta la frialdad con el que la mayor parte de la ciudadanía siguió la campaña explican en parte ese abismo, lo mismo que la dificultad de los encuestadores para captar por adelantado y sin groseros márgenes de error una estimación del resultado de mañana.
Un país acostumbrado a la anomia y habituado a desbaratar su sistema de convivencia no podía sino malversar las PASO
Ni la emergencia sanitaria ni la falta de necesidad de una competencia previa lograron que unos y otros pudieran entenderse y dejar para la próxima el lujo de un doble turno electoral en medio de una pandemia que no termina de irse. Es verdad que estos días parecen más tranquilos, como es verdad que cuando se confirmaron las PASO el panorama era inquietante.
Un país acostumbrado a la anomia y habituado a desbaratar su sistema de convivencia no podía sino malversar las PASO y también discernir sobre la posibilidad de dejarlas pasar, en tanto los enfrentamientos internos en las fuerzas en pugna podrían haberse resuelto con acuerdos impuestos por la emergencia.
En términos ideales, las elecciones primarias son un instrumento idóneo para remediar el desorden y hasta la inexistencia de las fuerzas políticas. En estos días, sirven poco menos que para plantear cómo empezará la verdadera campaña hacia las elecciones del 14 de noviembre.
Al fin mañana se tendrá la verdadera dimensión del interés y de la valoración que los argentinos tienen por sus dirigentes. Algo ya se sabe: los votantes irán golpeados por las consecuencias del Covid, pero también derrumbados por la improvisación en el manejo de sus efectos sanitarios y en especial económicos y sociales.
Llovido sobre mojado, los argentinos venían chamuscados por la atribulada retirada de Mauricio Macri y encontraron que la elección mayoritaria que hicieron –reponer al kirchnerismo– repuso sus viejas recetas para hacer parir nuevos fracasos.
Las penurias que surgen como consecuencia de ponerles un cepo a las exportaciones son obvias, pero lejanas para la residencia de Olivos
La historia no se repite. Pero en la Argentina las versiones más recientes de los desastres del pasado, con las mismas prácticas y delirios políticos, son cada vez peores. Hay más inflación y cada vez más pobreza, mientras el gasto público detona una emisión monetaria sin respaldo que liquida los salarios.
El padecimiento colectivo por la desidia oficialista en resolver los problemas estructurales de la economía es tan grande como la desesperanza que provoca observar que no alcanza el grado ni de promesa de campaña la posibilidad de que el Gobierno se enfoque en un plan contra la inflación.
Como parte de sus mensajes de cierre, Alberto Fernández y Cristina Kirchner celebraron como un éxito haber bajado el precio de la carne (en forma ínfima, luego de sustanciales aumentos). No mencionaron el tremendo costo de sus medidas para reducir un par de puntos el precio del asado.
Las penurias que surgen como consecuencia de ponerles un cepo a las exportaciones son obvias, pero lejanas para la residencia de Olivos. Hay un país que produce que ya ni siquiera trata de explicarse cómo un gobierno elige el despido de centenares de trabajadores por el cierre de frigoríficos, decide perder miles de millones de dólares por exportaciones y opta por el abandono de mercados laboriosamente abiertos al cabo de una medida similar e igualmente fallida tomada durante el segundo mandato de la actual vicepresidenta. Y así un círculo vuelve a cerrarse.
No es el único ejemplo de un fracaso que pretende ser presentado como un éxito. Los candidatos oficialistas y el propio Presidente salpimentaron la búsqueda de votos con planteos sobre la partidización del goce, el consumo de drogas blandas y la relativización de la foto que retrató a Alberto Fernández contraviniéndose a sí mismo en un festejo prohibido. La aparición de los carpinchos como tema fue otra obra inesperada de una campaña montada en la plataforma contrafáctica sobre el qué hubiese pasado si Mauricio Macri aún continuara en el gobierno.
Los aportes de la principal alianza opositora no colaboraron mucho para superar un nivel de mediocridad que agrietó todavía más el interés de los votantes. Juntos por el Cambio –con o sin nombre completo– hizo un ejercicio repetitivo de presentarse como una barrera a los desbordes del kirchnerismo, al mismo tiempo que dejaba ver sus diferencias internas por la habilitación de competencias en 17 distritos.
Hay un contrasentido en mostrarse como un freno al kirchnerismo y competir entre sí para establecer quién es mejor opositor. Juntos por el Cambio todavía debe una formulación clara de un proyecto político que incluya garantías creíbles de que no repetirá sus errores anteriores.
Horacio Rodríguez Larreta empezó la campaña pensando en cómo desplazar a Macri, pero ocupó la mayor parte de este tiempo en lograr que sus listas logren una ventaja sobre los aspirantes radicales que buscan espacios más significativos para su partido.
Por otra parte, sin sondeos que adelanten el futuro, los últimos días se perdieron en el intento de descubrir si la opción reaccionaria del liberalismo prosperará realmente entre los porteños y si logrará entrar en otros distritos. Es un dato menor, al fin de cuentas, entre tanta pequeñez política y desafíos tan grandes.