Cambiar de opinión como signo de valentía y humildad
Dejar una idea para abrazar la opuesta puede representar no una vergüenza, sino una virtud
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“¡Yo cambié de opinión! –exclama el ensayista y académico noruego Bård Borch Michalsen en Por qué cambié de opinión (Godot)–. Hoy creo fervientemente que hay que promover la cooperación internacional tanto como se pueda”. En su juventud, estaba en contra de eso. “Prefiero pensar que mis cambios fueron para mejor, aunque algunos tal vez digan que me volví más calculador, más cínico”, admite.
El libro, que se propone como un ejercicio de especulación y memoria, reúne testimonios de periodistas, escritores e investigadores como Diego Golombek, María Moreno, Liliana Heker, Fernando Duclos, Margarita Martínez y Alejandro Tantanian que, en clave íntima y a la vez filosófica, deliberan sobre la elusiva virtud de cambiar de idea y reconocerlo. Aún hoy se considera que cambiar de opinión es un acto vergonzante.
“Cambiar de opinión requiere mucho más que la mera recolección de datos adversos a nuestra mirada –dice el editor Víctor Malumian–. No es tan sencillo como un balance de pros y contras. Cambiar de opinión implica desprenderse de un juego maniqueo de quién tiene razón, para entrar en la búsqueda de una mejor herramienta para entender la realidad que nos rodea. No es un argumento superlativo el que tuerce nuestra mirada, es un mecanismo mucho más íntimo. Entender cómo funciona ese cambio de mirada en casos cotidianos, abstractos y prácticos guió la edición del libro”.
El escritor Nicolás Artusi, que abre el volumen con una entretenida crónica sobre su papel, en los primeros años de la década de 1980, de joven partidario de la Unión del Centro Democrático (acaso precursora de La Libertad Avanza). “Eran las primeras elecciones en las que votaba y todavía no había leído a Ayn Rand”, confiesa Artusi que, tras asistir a un acto encabezado por Álvaro Alsogaray, donde se proclamó el ideario liberal criollo (“la fe a ciegas en el poder del mercado […], el desprecio a los parásitos sociales, la interpretación de la justicia social como aberración y la invocación a lo privado como salvador”), optó por girar a la izquierda.
En tiempos de programas televisivos de preguntas y respuestas (que tienen una larga prosapia, desde Cacho Fontana hasta Guido Kaczka), el ensayista Federico Kukso reivindica la curiosidad y el asombro. “En la actualidad, en un mundo en el que el tsunami de información nos aturde y en el que nuestros dispositivos nos hunden en la apatía, el espíritu de indagación nos libera”, afirma. La filósofa y traductora Margarita Martínez narra la metamorfosis de su desinterés por la fotografía en entusiasmo (en particular, por las selfies que se publican en redes sociales), producto de una experiencia personal.
La escritora Liliana Heker, que nunca se había etiquetado como feminista, a partir de la década pasada abrazó el movimiento “abarcador y valiente” de Ni Una Menos; la periodista Hinde Pomeraniec, que había heredado de su madre el miedo a los perros, accedió a través de Wilson, su golden dorado que irradiaba “pura energía majestuosa”, a “una forma de la inteligencia, el cuidado y el amor desconocida”; el director teatral Alejandro Tantanian (que acaba de publicar como solista Tres clases) cuenta su salida del clóset tras su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires, en simultáneo con la llegada de la democracia a la Argentina. “Nadie sabía lo que yo era”, revela.
Y la escritora María Moreno, flamante Premio Konex de Brillante de las Letras de la última década, modificó la visión que tenía sobre los nietos recuperados por Abuelas de Plaza de Mayo, “abandonando aquella superstición que concebía una suerte de Edipo militar”. La trágica historia argentina sale a la superficie en varios de los escritos.
Tal vez el núcleo del volumen se encuentre en “Una opinión no es un argumento pero un argumento es siempre una opinión”, de la investigadora Agostina Mileo. “Si la opinión es una expresión de las formas de ser en el mundo, nos damos cuenta con facilidad de que cuando las personas cambian de opinión muchas veces comenzamos a respetarlas. Porque la gente es compacta, pero no estática”, propone. ¿Su cambio de opinión? Mostrar el modo en que en la comunicación científica se expresan valores. “No podemos evitar que nos unan los hechos, pero podemos lograr que también lo hagan los sentimientos”, arriesga.
“Convocamos a un grupo lo más heterogéneo posible –recapitula Malumian–. La intención era sorprendernos con las miradas más disímiles y creo que por el tipo de temáticas se ha logrado”.
Dominado por la polarización, el fanatismo y los dogmas, el momento actual no favorece los cambios de opinión; más bien, se desconfía de ellos. Sin embargo, además de ser signos de humildad (una virtud secundaria y poco cultivada), podrían ser el inicio de un camino de descubrimiento, sin rumbo fijo.