Botánica sentimental, de Mercedes Araujo
“El abandono es una mala carga”, dice Antonia, la protagonista de Botánica sentimental, segunda novela de la poeta Mercedes Araujo (Mendoza, 1972), hacia el final del libro. Lo dice para explicar su regreso a La Silenciada, la casa de la infancia –una casona que lleva años cerrada, invadida por el polvo de la aridez de Perdriel– y también como respuesta a su propia escritura: mientras limpia y vuelve a habitar esa casa, Antonia escribe para exorcizar ese abandono último, que es el de la muerte.
La novela empieza contando el reencuentro de Antonia con ese paisaje mendocino que Araujo conoce bien y que es el gran protagonista de su primera novela, La hija de la Cabra (2012); y con una demora: “Estoy llegando tarde a dos funerales a los que falté”, le dice al mecánico que la ayuda cuando el auto no responde. “Hace medio año se murieron mi padre y mi abuela con unos meses de diferencia.” A la tristeza del duelo, se le contrapone un lenguaje celebratorio, vital, lleno de imágenes con el que se va a narrar parte de la historia de Mendoza y de esa familia. Personajes y escenas se suceden con naturalidad: las cartas de Chinchilla, la tía abuela piloto con una vida “inversa a la gravitación terráquea”; las voces de los chicos que iban a la escuela con “valijones” que, en el apuro por salir, llenaban con lo que encontraban; la experiencia de antepasados esclavos; la valentía de María que pierde todo en el terremoto de 1861, pero después logra, viuda y sola, levantar la casa y fundar los viñedos.
Hebe Uhart decía que el personaje es ante todo su voz. Araujo alterna la narración en tercera persona con intervenciones en primera y logra encarnar el tono particular de cada uno de manera notable construyendo un libro polifónico y cinematográfico.
La autora tiene el oficio de la poesía: tuerce la sintaxis, omite artículos, verbos. Sus palabras parecen recién nacidas, como si nadie las hubiera pronunciado antes. Así, los chicos en lugar de quejarse “rebuznan” y en lugar de ruido hay “ruiderío”. Trabaja el ritmo de la frase y logra un tono muy personal: un estilo. Escribe también con los sentidos alertas: lo que cuenta se huele, se palpa, se oye. “Por la noche”, dice “un oro pálido y un recatado aroma a flores, con un dejo de manteca en la boca.”
Se trata de una escritura de gran sensualidad, una novela que se disfruta con asombro, maravilla y también algo de miedo: la tierra es traicionera y debajo de los cimientos de cada casa, está la amenaza del terremoto. Esos sismos que marcan la historia de Mendoza y que recuerdan que nada es definitivo. Afortunadamente, el lenguaje con toda su capacidad de vuelo, está ahí disponible para quien se aventure, como posibilidad de reconstrucción.
Botánica sentimental
Por Mercedes Araujo
Lumen
234 páginas, $ 2999
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