Beatriz Sarlo: “El kirchnerismo no tiene problema con el autoritarismo de los líderes carismáticos”
La autora de Una modernidad periférica analiza la predilección del oficialismo por Maduro o Putin y recuerda sus comienzos como profesora en la UBA, mientras llegan a librerías dos nuevos libros suyos
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El estudio de la escritora y periodista Beatriz Sarlo está ubicado estratégicamente entre dos espacios públicos hiperpolitizados: Plaza de Mayo y la Plaza del Congreso. Esto le permite una asistencia casi perfecta a las distintas manifestaciones que se suceden día a día en la ciudad de Buenos Aires (razones nunca faltan). “Es como un llamado, lo siento y no lo puedo evitar”, dice con relación al rumor de protesta que proviene de la Avenida de Mayo, a poco más de cien metros, en esta ocasión motivado por la oposición de organizaciones de izquierda al acuerdo de la Argentina con el FMI.
De Sarlo se acaban de publicar casi en simultáneo dos compilaciones. Una reúne sus ensayos sobre el crítico literario y teórico francés Roland Barthes; otra, sus clases de literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires durante la década de 1980. La autora, que confiesa que vive en un “presentismo absoluto”, no siente nostalgia alguna por el pasado y casi no se relee a sí misma.
Es una de las firmantes de un documento público dado a conocer esta semana que condena la invasión rusa a Ucrania y critica la ambigua posición del gobierno nacional. “Al kirchnerismo, es decir, a la variante hegemónica actual que tenemos del peronismo, le simpatizan los líderes carismáticos y no tiene problema con los autoritarismos de los líderes carismáticos mientras se llamen Maduro o Putin”, dice.
Actualmente trabaja en lo que llama su “último libro”, un relato autobiográfico que tendrá como título una suerte de anticonsigna que motoriza sus pesquisas intelectuales: “No entender”.
–¿Qué hiciste durante el periodo de mayor cierre en la pandemia?
–Venía acá al estudio todos los días. Y hacía todo lo que podía hacer al aire libre o con cuidados. No iba a una manifestación de cinco mil personas, pero la veía a una distancia de dos metros. Debería juntar todas mis notas sobre manifestaciones pero para mí misma; hasta un parto vi. Vi a unas chicas de perfil pequeñoburgués, finas, bien vestidas, que tienen unos cuadernos donde anotan quién va a la marcha. Como en toda manifestación, se controla la asistencia y no lo digo como una crítica: tiene que haber gente que se ocupe si alguien se descompone. Pero ya no hay plata ni para las viandas.
"A la oposición la veo estallada en diversos pequeños liderazgos. Hay líneas de fuerza, pero ¿pueden establecer divisiones programáticas?"
–Das a entender que muchos no están informados sobre los motivos por los que marchan.
–En otras épocas uno calificaba a las columnas con prejuicios sociales, veía que había bastantes universitarios y zonas de la pequeña burguesía. Ahora esto que cuento no le quita contenido político ni moral a la gente que se moviliza, vienen de donde vienen, no tienen por qué ir con un libro de ciencias sociales o de economía a la plaza. La crisis afecta de manera brutal. El predominio de las mujeres en las manifestaciones no tiene que ver con la calidad ética o moral sino con que a ellas no les surge una changa a las seis de la mañana. Es mi hipótesis.
–¿Creés que el proceso de integración social que hicieron el yrigoyenismo y el peronismo se está disgregando?
–No, creo que eso no se pierde. Ha dejado una marca. Se tiene que practicar el cinismo más absoluto para que alguien diga que una persona es “un negro de tal cosa”. Quizás pasa en redes sociales, que prefiero no visitar. Pertenecemos a un país donde hay frases que no pueden pronunciarse. En un país latinoamericano viajaba en auto con una mujer que estaba a mi izquierda en todas sus declaraciones y discusiones. Paramos en una estación de servicio en la ruta y ella cargó, sacó un cheque, se lo dio al playero y nos fuimos. Yo, viviendo en la Argentina, donde para pasar un cheque tenés que certificar hasta a tus bisabuelos, le pregunté si le habían recibido el cheque sin pedirle los documentos. “¡Cómo me va a pedir los documentos ese negro!”, me respondió. Yo quedé paralizada porque todo lo que habíamos charlado la posicionaba a mi izquierda. Nosotros hemos hecho un cambio muy importante que comenzó quizás con los radicales, con la escuela primaria que incorporó a los inmigrantes e hijos de inmigrantes. Mis abuelos maternos eran casi analfabetos y de sus ocho hijos los tres varones fueron abogados y las cinco mujeres, maestras. Un ascenso vertiginoso de una madre analfabeta, eso es la Argentina de la alfabetización de comienzos de siglo XX.
–¿Ahora es improbable que eso pase?
–Eso es la Argentina que se perdió, ya es imposible con la mitad o muchos más de los adolescentes que dejaron la escuela media y los índices de pobreza que hay. No soy optimista porque aquel proceso tuvo lugar cuando tanto la producción argentina como su importancia en América Latina lo hicieron posible. Ahora vendiendo soja no sé si ese proceso puede darse. Lo que se ha perdido en educación es bestial. No se puede volver al pasado, pero hay que ver bien cómo alfabetizar a todos los adolescentes.
"Sabíamos, y no debemos olvidarlo nunca, que Putin fue un tipo muy importante en la KGB. La gente debería tener presente qué fue la KGB en la Unión Soviética"
–¿La analogía entre la invasión nazi y la invasión rusa a Ucrania sirve para entender el conflicto actual?
–No sé si funciona porque no sé a quién se la explica. Si se la explicás a gente que no sabe qué fue el corredor de Danzig y cómo pasaron los nazis de un lugar a otro, me parece que es simplemente decorar los textos periodísticos con nombres propios, de ciudades o personas. No es una crítica al periodismo actual, del cual yo formo parte, pero veo que hay un esfuerzo por darle una densidad histórica que a veces es funcional al presente y a veces es simplemente una explicación que la mitad de los lectores la conocen y la otra mitad no sabe qué hacer con ella. Lo mismo pasa con las referencias literarias: hemos entrado en un momento donde no hay nota que no comience nombrando una novela. ¿A qué viene? Creo que hay una decoración del texto que me parece innecesaria y por supuesto no mejora el periodismo.
–En el caso de la invasión rusa, la equivalencia entre el nazismo y Vladimir Putin denuncia las amenazas que representa una autocracia con poder militar.
–Sí, eso seguro. Me parece interesante explicar por qué de un régimen que nació en 1917 para liberar a los espíritus y a los pueblos puede desarrollarse una autocracia, porque Putin es una consecuencia directa de lo que fue esa autocracia y del fracaso que tuvieron gente bien intencionada como Kruschev o Gorbachov en modificar el autoritarismo soviético; una vez que modelaste un país durante treinta años en ese autoritarismo es difícil cambiar. Sabíamos y no debemos olvidarlo nunca que Putin fue un tipo muy importante en la KGB. La gente debería tener esas historias presentes: qué fue la KGB en la Unión Soviética, el proceso Bujarin en la época de Lenin, el suicidio de Maiakovski.
–¿Por qué despierta tanta tolerancia este conflicto en un sector del Gobierno?
–Al kirchnerismo, es decir a la variante hegemónica actual que tenemos del peronismo, le simpatizan los líderes carismáticos y no tiene problema con los autoritarismos de los líderes carismáticos, mientras se llamen Maduro o Putin. El autoritarismo no les plantea un problema, sobre todo si ese autoritarismo se ha configurado para, supuestamente, enfrentar las fuerzas de la OTAN que, supuestamente, son nuestros enemigos históricos. Ahí ya no sé si es ignorancia política o simplemente una ficción.
"Estoy escribiendo una autobiografía centrada en el hecho de no entender, que es mi experiencia constitutiva. Me interesa lo que no entiendo"
–¿Cómo analizás la interna que hay en el Gobierno, ahora evidenciada con el debate acerca del acuerdo con el FMI?
–Era inevitable esa división, y previsible que Cristina Kirchner iba a jugar con un pie de un lado y un pie del otro. Ella fue presidenta y sabe que había que firmar. Es decir, la Argentina había hecho todo lo que se tenía que hacer para convertirse en “fondodependiente”. Ella piensa que exhibe posiciones cortantes, pero es completamente ambigua.
–¿A la oposición también la ves dividida?
–A la oposición la veo más bien estallada en diversos pequeños liderazgos. No dividida. Hay líneas de fuerza. Están los gobernadores provinciales que son una línea de fuerza, pero ¿pueden establecer divisiones ideológicas y programáticas? Creo que el único que tiene eso en la cabeza es Alfredo Cornejo, pero no mucho más. Por eso hoy los partidos son tan poco interesantes. Y así surgen los Milei.
–¿Javier Milei podría ser un líder?
–Sin duda. Nadie grita frases con no más de quince palabras si no quiere convertirse en un líder. En cuanto pasaste las quince palabras y pusiste dos subordinadas, estás buscando colocarte en un medio más reflexivo. Pero si repetís en quince palabras dos veces la misma idea es porque querés configurarte como un líder contemporáneo. La gente no quiere mucho discurso.
–¿Y qué opinás del discurso de Milei?
–No sé si piensa con el mismo cerebro que la gente o finge pensar así, pero dice exactamente lo que te dice la gente por la calle. Es el discurso antipolítico que él no se preocupó por definir: son la casta. Con que suene que eso es un grupo repudiable ya está. Supongo que Milei sabe que la palabra casta le sirve para que resuene en la cabeza de las personas y lo que hace es traducir ese discurso antipolítico que no conduce a nada.
–Los libertarios también tienen una fuerte prédica antiestatal.
–La gente cuando va al hospital Muñiz no se pregunta “¿quién financia esto?”. Si no hacés una pedagogía de lo que el Estado debe ser, sino que gritás “¡casta, casta, casta, basta, a la canasta!”, entonces es posible que esté contra el Estado gente cuya salud depende de la salud pública. Pero ni la dictadura logró destruir la importancia del Estado en la conciencia de la gente.
–El libro de las clases universitarias y el de Barthes siguen construyendo tu biografía intelectual.
–Las clases fueron un momento importante de mi biografía. Entré en la Universidad de Buenos Aires con el comienzo de la democracia en 1983. Me había recibido en el 66 y en el golpe de Estado de Onganía yo era ayudante de Latín, en la cátedra de Gerardo Pagés. Y en la dictadura había mantenido lo que se llamaba “la universidad de las catacumbas”, un nombre demasiado pomposo para mi gusto; grupos de estudio privado donde enseñaba solo literatura argentina. Ahí me preparé para volver a la universidad. No teníamos sillas y nos sentábamos en paquetes de la revista Punto de Vista, hasta que Sergio Chejfec, Graciela Montaldo y Andrés Di Tella llegaron un día con las sillas.
–¿Recordás la primera clase?
–Estaba aterrorizada. Me había retirado como estudiante y volvía como profesora. Recuerdo que me acompañó Enrique Pezzoni; me vio tan aterrada que me agarró del hombro y subimos juntos las escaleras, y cuando llegamos a la puerta él me tiró dentro del aula. Eran clases multitudinarias, con mucha repercusión. Tengo el mejor de los recuerdos de esos primeros años. Después, como de todo, una se empieza a cansar.
–Si tuvieras que dar clases de literatura argentina hoy, ¿a qué autores elegirías?
–Hoy elegiría solo a contemporáneos y haría el esfuerzo de trazar linajes de esos autores. Elegiría a alguien como el autor de Sodio, Jorge Consiglio. A Carlos Gamerro, a Selva Almada, y sin duda a Mariana Enriquez. Muchas veces se reprocha a mis libros o artículos el gesto autoritario del que pretende establecer un canon, pero un canon no se establece por gestos autoritarios, como nadie se convierte en líder porque una mañana se miró al espejo, se peinó y se dijo “soy líder”. Un canon, como cualquier otra forma de organización simbólica, se establece cuando se tiene la suerte de encontrar los vínculos entre los autores que se está estudiando.
–¿La obra de César Aira te interesa?
–Me parece un escritor de una enorme destreza y una enorme imaginación, pero no es mi escritor preferido. Quizás mi pasión por Juan José Saer haya obturado toda posibilidad de que otro ocupe ese lugar y sea injusta con Aira, pero me parece que tiene una enorme constancia en la tarea literaria.
–En Escritos sobre Roland Barthes decís que Barthes es casi argentino.
–Barthes fue la primera gran marca formativa que adopté, antes que los ingleses, antes que Raymond Williams. Me marcó por el lado de la escritura: Ensayos críticos fue el primer libro que leí, a mediados de 1960. Quería escribir como él, los mismos ensayos. Me hubiera apropiado de los textos de Barthes y los hubiera firmado con mi nombre: mi admiración no tenía límites. Lo que es innegable, pasa con Barthes como con Sartre, es que el interés de lo que dicen es equivalente al interés por su escritura. No se los puede leer sin admirarse por su escritura.
–¿Estás escribiendo tu autobiografía?
–Sí, se llama “No entender”. Es una autobiografía centrada en el hecho de no entender, que es mi experiencia constitutiva. Uno podría decir que solo me he interesado por aquello que no entiendo, con lo cual también se podría decir que no he terminado de entender nada. Va a ser mi último libro. A fin de mes cumplo ochenta años y en algún momento me voy a morir.
–¿Tiene un recorte temporal?
–Andá a saber adonde llego. Me resisto a la zona política de mi autobiografía. Algunos dirán que es porque no quiero contarla y quizá tengan razón. Si sigo como está escribiéndose hasta ahora, al llegar a la zona política tengo que contar mi pasaje por el peronismo y por el Partido Comunista Revolucionario y te juro por Dios que no me veo escribiendo eso. No me arrepiento para nada, pero al mismo tiempo no me interesa la persona que era. No hice sino lo que estaba destinada a hacer en esa época y por supuesto me tenía que hacer marxista y leninista sin ningún matiz, pero hoy no me siento nada bien con eso.
–¿Habías pensado en que ibas a convertirte en una figura mediática?
–No, porque no existía todavía ese tipo de relevancia que empezaban a tener los intelectuales y los escritores en los programas de TV. Existían los diarios, LA NACION sin duda, que para mí estaba lejos por razones ideológicas. Las revistas literarias culturales funcionaban bien en los kioscos. Si hace diez años recorrías conmigo la calle Corrientes, no había kiosquero con el cual yo no jugara una partida de truco, es decir, con el que no tuviera una relación por Punto de Vista.
PERFIL: Beatriz Sarlo
UNA INQUIETA INTELECTUAL CRÍTICA
■ Beatriz Sarlo nació el 29 de marzo de 1942. Fue profesora de literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires por décadas. En Clases de literatura argentina (Siglo XXI), al cuidado de Sylvia Saítta, se reúnen varias del periodo 1984-1988. De 1978 a 2008 dirigió la revista cultural Punto de Vista.
■ Es autora de más de veinte libros de crítica literaria y ensayos sobre cultura popular, como El imperio de los sentimientos, Escenas de la vida posmoderna, Viajes, La máquina cultural y Borges, un escritor en las orillas. Ediciones Universidad Diego Portales lanzó Escritos sobre Roland Barthes.
■ Recibió la beca Guggenheim, el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes y el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, entre otros. Integra la Academia Nacional de Periodismo.