Beatriz Guido, la espía privilegiada de la literatura
Manuel Mujica Lainez, en una conversación sobre escritoras argentinas, dijo refiriéndose a Beatriz Guido: “Ella es la madre de todos nosotros”. Era una frase que no parecía de aquel causeur de réplicas temibles y admirables. Pero “Manucho” era también vulnerable, tierno y necesitado de ternura. Y Beatriz escanciaba magia, gracia y ternura para “todos nosotros”: sus queridos artistas, sus amigos. Tenía el don de hacer menos hostil a la hostil Argentina.
El lector puede encontrar a la autora de La casa del ángel y La mano en la trampa en un libro reciente y notable: Beatriz Guido. Espía privilegiada (Eudeba), de José Miguel Onaindia y Diego Sabanés. En las 270 páginas del volumen, hay todo lo que conviene saber para disfrutar la obra de Guido en un orden que ella nunca tuvo, pero que habría agradecido. El prólogo es de Diana Maffia, especialista en temas de género, feminismo y derechos humanos. Onaindia es abogado, profesor de Derecho Constitucional y Legislación Cultural en la UBA. Fue presidente del Incaa, director del Centro Cultural Rojas y ha desarrolla una intensa actividad de gestor de cultura en el Uruguay. Sabanés escribió y dirigió varios cortometrajes y el largo Mentiras piadosas, sobre relatos de Julio Cortázar. Ha escrito libretos para otros directores y realizó investigaciones sobre cineastas, entre ellos, Manuel Antín.
Guido estaba destinada a ser una “espía privilegiada”. Se movió desde la niñez en un ambiente cultural de excepción. Su madre era la actriz uruguaya Berta Eirin; su padre, el arquitecto Ángel Guido, uno de los creadores del Monumento a la Bandera de Rosario. Beatriz comprendió pronto que convenía ser sociable, observarlo todo, y recordar. Memoria y fantasía hacen las obras. Cuando se conocieron con el cineasta Leopoldo Torre Nilsson, se enamoraron. Sería una de las parejas de más éxito y popularidad de la Argentina. Guido era una de las tres autoras más leídas del país, junto a Silvina Bullrich y Marta Lynch. Las adaptaciones al cine de sus libros le daban una dimensión internacional que muy pocos tenían.
En el libro de Onaindia-Sabanés, hay un capítulo biográfico en el que se cuenta, por ejemplo, el período de la formación universitaria existencialista de Beatriz. Fue lectora de Sartre y Gabriel Marcel, pero su pensamiento estaba más cerca de Albert Camus. Esa época sombría está reflejada en La caída, la novela y el film. Pero las sombras y la angustia abarcan todos sus libros y guiones nacionales en los que mezclaba elementos de su cultura literaria y artística con todo lo popular que le interesaba. En ese sentido, acierta el capítulo “¿La primera artista pop argentina?”. Fue guionista de adaptaciones al cine de grandes autores nacionales: La guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares; Los siete locos, de Roberto Arlt; Martín Fierro, de José Hernández; El santo de la espada, basado en el libro homónimo sobre el general San Martín, de Ricardo Rojas. Esos dos últimos títulos, pensados para un público masivo, estaban lejos del mundo íntimo de la pareja.
El Anexo 1 del libro se abre con “Escribir como una mujer”, de Josefina Delgado. La autora aclara que la escritura de Guido no es femenina porque cuando escribe es hombre y mujer, alternativamente. Delgado analiza con agudeza cómo la ideología y la política están unidos a los sentimientos y la vida privada en la narradora.
En el mismo Anexo 1, el capítulo “Textos recuperados”, contiene inéditos y publicaciones perdidas, Onaindia y Sabanés los rastrearon con éxito. Entre ellos, “la que posiblemente sea la última carta que [Beatriz] escribió, dedicada a sus amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo”; sendos ensayos sobre Camus y Carlo Levi; y el terrible cuento “Carta abierta de dos niños que no pueden olvidar”. En el Anexo II, hay testimonios de Adriana Martínez Vivot, Manuel Antín y Graciela Borges. En el III, una cuidada cronología y la filmografía de Guido.
Las fotografías permiten reconstruir una época brillante de la cultura argentina. Ahora corresponde que los jóvenes puedan poner los epígrafes: ejercitar la memoria. De eso se trata.