Avatares de la economía, la sociedad y la política: en busca de la punta del nudo argentino
En La moneda en el aire, los historiadores Pablo Gerchunoff y Roy Hora se lanzan, a través de un diálogo, a dar con las claves que explican la declinación nacional
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Reza el viejo adagio que “un pesimista es un optimista bien informado”. Pablo Gerchunoff es una rotunda refutación de este lugar común. Su trayectoria como historiador económico clave en el último cuarto de siglo –uno de los más originales y talentosos, según el calificado juicio de Roy Hora–, su paso por la función pública en dos momentos críticos de la accidentada peripecia económica local y su aguda –y siempre provocativa– observación de la realidad nacional lo califican a priori para el pronóstico lúgubre. Sin embargo, y aunque lejos de toda candidez, Gerchunoff es un “escéptico” siempre esperanzado en que la historia pegue un vuelco favorable y la moneda caiga del lado “correcto”: el que concilia “crecimiento con progreso social”, una fórmula que, si en el pasado estuvo presente –con “ilusión y desencanto”–, se nos ha vuelto ya exasperadamente elusiva en el último medio siglo.
Precisamente, sobre eso discurre La moneda en el aire. Conversaciones sobre la Argentina y su historia de futuros imprevisibles, el libro que produjeron en diálogo con Roy Hora, él mismo, a su vez, uno de los más talentosos y originales historiadores de la siguiente generación. Gerchunoff cultiva la pasión por la palabra y es poseedor de una pluma privilegiada, algo que puede constatar fácilmente cualquiera que lea sus escritos. No solo escribe muy bien sino que también cuando habla –con destrezas retóricas de un verdadero encantador de serpientes– cautiva y seduce a su auditorio. Sin embargo, rara avis, Gerchunoff es a un mismo tiempo un generoso conversador, siempre dispuesto al intercambio franco con su interlocutor.
Y eso es también lo que se refleja en este libro. Se trata de un apasionante diálogo entre dos cultores cabales de las ciencias sociales que despliegan sus amplios saberes para repasar los avatares de la economía, la sociedad y la política argentinas. Hay amplias coincidencias de enfoque y puntos de vista entre ellos, aunque esto no excluye algunos sutiles contrapuntos.
Junto con un repaso –en los primeros tres capítulos del libro– de su biografía y de su participación en la gestión pública, el eje principal de la conversación son las aportaciones de Gerchunoff a la interpretación de la evolución histórica de la economía argentina (pero, también, de su atribulado presente). Un rápido repaso de algunas de esas claves analíticas sirve para constatar la influencia crucial que él ha tenido en moldear la manera en que pensamos ese pasado.
Así, en los restantes siete capítulos, dedicados a examinar las diferentes etapas de nuestra evolución, desfila su idea de que, estilizando el “gran panorama”, toda la historia económica argentina puede contarse atendiendo a las demandas de incorporación planteadas a las élites por una sociedad siempre exigente que no deja nunca de “respirarles en la nuca”. Para ponerlo en términos de Hirschmann, las clases subalternas siempre tuvieron en nuestro país una voice potente. Según Gerchunoff, el largo proceso incorporador tiene dos momentos clave: 1) el “tratado de paz” del roquismo, dirigido a atenuar los contrastes territoriales de un federalismo asimétrico (con los consecuentes “excesos” de Juárez Celman, iluminados en ese libro excepcional que es Desorden y progreso); y, 2) el del peronismo (y la “indigestión de bienestar” del “trienio dorado” de 1946-48), orientado a atemperar las desigualdades sociales. El corolario natural de esa aproximación es –y sobre este punto, capaz de “hervir la sangre” del economista “normativo”, vamos a volver enseguida– que una macroeconomía en riesgo era en muchas de esas instancias “políticamente necesaria” y no el reflejo de la indisciplina patológica de una clase gobernante incapaz de atenerse a las restricciones agregadas de presupuesto.
"Gerchunoff y Hora visitan el pasado no para juzgarlo sino para comprenderlo"
También están presentes varias otras de sus sugerentes obsesiones: aquella –examinada minuciosamente en El eslabón perdido– que explora las condiciones de posibilidad en la década de 1920 de conciliar mejora de la situación popular y apertura, y la que se pregunta si, por el contrario, el tránsito al proteccionismo era en verdad la única alternativa para viabilizar ese compromiso en un mundo en el que, una década más tarde, el comercio internacional había colapsado. Naturalmente, sobrevuela el análisis lo que Gerchunoff –en ese iluminador ensayo que es Entre la equidad y el crecimiento, escrito junto con Lucas Llach– denominó el dilema “genético-estructural” entre equidad distributiva y perspectivas de rentabilidad del sector transable en una economía especializada en la exportación de “bienes salario”. Un trade off que más recientemente lo condujo a proponer la idea de que en nuestro país la inusual volatilidad de su ciclo macroeconómico –y la “paradoja” de nuestra pendular reincidencia “populista”– se explican en gran medida por la tensión entre el tipo de cambio real de equilibrio macroeconómico y el de equilibrio “político/social”.
Por último, en los capítulos finales está presente su hipótesis –retratada en su contundente ensayo, de lacerante actualidad, El nudo argentino– acerca del bloqueo que contemporáneamente enfrentan la economía y la sociedad argentinas. Ausentes un patrón de desarrollo que brinde un sendero de expansión sostenible de las exportaciones y un consenso sobre la normalidad distributiva, el atajo al financiamiento externo a partir de mediados de los años setenta solo habría servido para tornar aún más amplios y acentuados los típicos ciclos de stop-go (mutados al go y el financial crash). El ingreso en esta montaña rusa provocó que las crisis de balanza de pagos que antes eran, en todo caso, “crisis de progreso” (durante el siglo XIX) o interrupciones momentáneas del crecimiento cuando se agotaban las divisas en los auges del período sustitutivo (durante buena parte del siglo XX) se transformasen en cataclismos macroeconómicos con profundos y persistentes retrocesos de las condiciones de bienestar.
Es imposible examinar aquí cada una de estas influyentes tesis con el debido detalle. No hay sustituto al disfrute que el lector encontrará recorriendo cada uno de los capítulos de La moneda en el aire. Por eso, introduciendo algún matiz, me quiero concentrar en lo que, a mi juicio, abarca a la mayoría de estas tesis
Historiadores rigurosos, Gerchunoff y Hora visitan el pasado no para juzgarlo sino para comprenderlo. “La historia enseña pero no tiene alumnos”, dice Gerchunoff para entender su método –tan refractario al “deber ser”– de aproximación a los períodos que caen bajo su lupa exigente pero empática. Nunca se coloca en el sitial de privilegio del observador omnisciente dispuesto a juzgar la (in)consistencia técnica de las decisiones adoptadas sino que intenta siempre “ponerse en los zapatos” de los hacedores de política. Marcado a fuego por el paso por la función pública, afirma que esa experiencia lo hizo “morder la manzana de la comprensión”, adoptando un talante indulgente aun con administraciones con las que no tiene ninguna clase de simpatía.
Esa estrategia analítica es ya su marca registrada. Al punto que, con su incisivo sarcasmo, Carlos Pagni lo ha denominado alguna vez “el Almodóvar de la historia económica” (porque embellece y vindica a los “feos”). Para Gerchunoff, todo análisis riguroso de las decisiones de los gobernantes requiere de una consideración de su bagaje conceptual, de sus incentivos y, sobre todo, de las constricciones del entorno (especialmente, las planteadas por la perentoriedad de las demandas populares en una sociedad conflictiva). En otras palabras, de una economía política de la política económica.
Son estas consideraciones y, a lo sumo, los errores de cálculo –la “mala suerte” que vuelve adverso un determinado entorno– lo realmente interesante para él. Hay poco espacio en su análisis para las ideas equivocadas, y este es un punto con el que Hora no parece sentirse siempre tan cómodo. En la interpretación de Gerchunoff, los excesos macroeconómicos suelen explicarse a partir de una “primacía de la política” y no de la imprudencia no informada, el deficiente saber técnico o la mala praxis de los gobernantes.
He tenido la oportunidad de conversar esta hipótesis con Gerchunoff y no siempre su indulgencia al tratar de entender las restricciones del hacedor de políticas terminó de convencerme del todo para explicar por qué vamos, persistentemente, “demasiado lejos”, tomando como “blandas” muchas restricciones hasta que chocamos contra la pared de la restricción “dura” de divisas y sobreviene la crisis externa.
Pero Gerchunoff es elocuente. Mientras escribíamos un artículo reciente con Machinea y Grillo sobre la política fiscal del peronismo, él y Hora me ayudaron a comprender por qué Perón hace lo que hace en sus primeros años y convoca para instrumentarlo a Miranda (un “chapucero” que reparaba poco en los costos de su acción). Y por qué entrega en 1949 el comando a alguien técnicamente más solvente como Gómez Morales que, sin embargo, solo implementa un plan de estabilización más integral recién en 1952, una vez asegurada la reelección presidencial.
"Solo un reformismo económica y socialmente sostenible nos sacará del bloqueo"
Algo menos convincentes me resultaron sus argumentos cuando polemizamos amistosamente sobre una de las dos experiencias en que me tocó –ahora a mí– pasar por la función pública. Aunque en 2006 escribí un artículo tratando de entender, precisamente, “la economía política de la política económica”, siempre tuve la convicción de que –más allá de la debilidad de un gobierno que se percibía amenazado por la crisis de representación– el error de diagnóstico, las concepciones anacrónicas e incluso la “mala praxis” explican una parte muy significativa de la dilapidación de la bonanza de términos de intercambio que nos brindó el mundo luego de la crisis finisecular. En nuestro país la historia no solo no tiene alumnos sino que, a veces, tampoco parece que enseña.
Y otro tanto podría decir de lo ocurrido durante la última gestión de Cambiemos y la recaída en la crisis de financiamiento. Siendo muy relevante, no es solo la “primacía de la política” la que explica el desacertado mix de política inicial adoptado por esa administración. Fueron muchos los observadores que advirtieron en su momento que la combinación de ofertismo fiscal, una meta inflacionaria muy exigente luego de un fuerte cambio de precios relativos y cierta imprudencia en la apertura financiera y en la formulación del régimen cambiario podrían configurar condiciones de elevada fragilidad externa frente a un leve cambio en las condiciones del contexto.
Ahora que hemos “chocado” nuevamente dos veces “contra la pared” en el corto tiempo transcurrido desde nuestra Gran Crisis de 2002, Gerchunoff parece sugerirnos que será un reformismo económica y socialmente sostenible (una suerte de nuevo “Tratado de Paz” entre exportaciones y consenso distributivo) lo que nos saque del bloqueo. Medio siglo plagado de frustraciones abona seguramente el escepticismo. Pero el “escepticismo sistemático –afirma– es la haraganería y la jactancia de los intelectuales”. La moneda está en el aire…
El autor es profesor de Dinero, crédito y bancos (UBA); ex subsecretario de Programación en la gestión Lavagna; ex viceministro de Economía en la gestión Lacunza.
ANTICIPO
Fragmento de La moneda en el aire, en el que Pablo Gerchunoff y Roy Hora dialogan sobre la etapa que va de Carlos Menem a Néstor Kirchner
Roy Hora: En la charla anterior conversamos sobre la etapa en la que el progreso de nuestro país se detuvo: en los años setenta la economía se estancó; en los ochenta, retrocedió. Hacia 1970 nuestro ingreso per cápita era la mitad del de los Estados Unidos; dos décadas más tarde era de apenas un tercio. Nos empobrecimos, tanto en términos relativos como absolutos. Y desde entonces seguimos cuesta abajo: antes de la pandemia la esperanza de vida ya era más alta en Chile y Colombia que en la Argentina. Veamos, en esta charla, de qué maneras intentamos salir de ese pozo. Agotado el impulso de la sustitución de importaciones, el país probó con dos recetas. Durante las presidencias de Menem apostó por la reforma del Estado y la apertura de la economía. Tras la profunda recesión del cambio de siglo, el país volvió sobre sus pasos y tomó el sendero contrario: los gobiernos Kirchner pretendieron reparar el daño social que dejó la crisis de 1998- 2002 revirtiendo la orientación promercado y agrandando el Estado y, al cabo de un tiempo, cerrando la economía. Dos estrategias y, a la luz de sus resultados, también dos nuevas frustraciones.
Pablo Gerchunoff: Dijiste dos estrategias y dos nuevas frustraciones. Hay un par de elementos que me gustaría destacar. En primer lugar, un elemento político; salvo por el fugaz gobierno de la Alianza, entre 1989 y 2015 la escena estuvo dominada por dos peronismos irreconciliables pero persistentes: un peronismo de mercado, neoliberal dicen algunos (aunque a mí me resulta un término excesivo), y un peronismo nacional y popular, que pareció, después de un tiempo, un intento de retornar a las fuentes del 45, aunque con ingredientes actualizados en la dimensión cultural. Me refiero al menemismo y el kirchnerismo, primos hermanos desavenidos. El kirchnerismo ha estado muy visible y activo en los últimos tiempos; el menemismo, en mi opinión, quedó latente pero no desapareció, entre otras cosas porque el mundo de la globalización comercial y financiera, aunque con tropiezos que son muy anteriores a la pandemia, sigue vivo. Recordé esto cuando Macri convocó a Miguel Ángel Pichetto a la candidatura vicepresidencial, en 2019. Escuchando sus primeras intervenciones públicas me dije: regresó el menemismo, con su fresco desparpajo procapitalista.
RH: Una experiencia política que dominó la Casa Rosada durante una década no iba a extinguirse de la noche a la mañana (del mismo modo que, durante la presidencia de Menem, el peronismo de perfil más clásico se mantuvo agazapado o en hibernación, esperando su oportunidad). La crisis de 2001- 2002 la debilitó, pero en los comicios de 2003 todavía persistía como la opción más votada, elegida por uno de cada cuatro electores. ¿Y el segundo elemento?
PG: El segundo elemento se vincula con nuestra charla anterior. Menemismo y kirchnerismo también fracasaron en la empresa de fundar un nuevo patrón de crecimiento en el que una dinámica exportadora robusta sostuviera el consumo y la inversión sobre un sendero de menor volatilidad que el que efectivamente se observó. Ambos formaron parte de la larga saga sobre la que hemos conversado. Y, sin embargo, hubo períodos de crecimiento veloz de las exportaciones tanto durante el menemismo como durante el kirchnerismo. Podríamos decir que, en ese aspecto, menemismo y kirchnerismo tuvieron sus breves “edades de oro”, como casi todos los gobiernos que conocimos. Recordemos que entre 1974 y 2011 el crecimiento de las exportaciones fue casi tan alto como el de 1880- 1928. El 44% de ese crecimiento se explica por lo ocurrido entre 1992 y 1998 –la edad de oro de Menem– y el 25% por lo ocurrido entre 2003 y 2007… ¿la edad de oro del kirchnerismo? En todo caso, el kirchnerismo mejora aún más su desempeño si tomamos en consideración no solo el volumen sino también los excepcionales términos del intercambio de los años iniciales.
RH: La recuperación del sector agroexportador luego del largo período de estancamiento que comenzó en los años treinta y se prolongó hasta los sesenta. Tras ese largo parate, las ventas externas volvieron a crecer. Pero no fue suficiente. ¿Cómo desembocamos entonces en la palabra fracaso?
PG: Si menemismo y kirchnerismo son dos versiones del peronismo, algo deben tener en común, algo profundo e intenso que expresa una pulsión de la sociedad y derrama y tiñe a otras experiencias políticas. Lo que tienen en común, desde el punto de vista de la política económica, es el tipo de cambio bajo, el bajo ahorro y el alto consumo, el “triángulo de lo popular”, al menos en el corto plazo (que probablemente sea el único que importa si analizamos la economía política y nos apartamos de una dimensión normativa). Tanto menemismo como kirchnerismo tardaron un poco en llegar a ese estado políticamente confortable del tipo de cambio bajo porque pasaron por turbulencias iniciales propias o porque heredaron turbulencias ajenas que los mantuvieron por un tiempo en una zona distinta, pero finalmente se instalaron en el “triángulo de lo popular”. Uno lo hizo en medio de un programa de reformas de mercado y de apertura económica; el otro en medio de una reversión nacional y popular de ese programa. Eso, en una mirada larga, quizá sea secundario, porque lo cierto es que ambos terminaron en desequilibrios externos insostenibles que cada uno financió a su manera. En otras palabras, dos experimentos de nuestra historia de declinación y de extraordinarias turbulencias desde los setenta hasta hoy.
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