Apocalipsis ahora: la sci-fi ante el fin del mundo
Primero: silencio y oscuridad totales. Los fragmentos del telescopio más poderoso jamás inventado entran en órbita, logran el ensamblado y sincronización esperados, comienzan a emitir imágenes y lo primero que vemos es…
Segundo: la Tierra registra temperaturas récord en parte de su superficie. Incendios, sequías, protestas. Hasta que un volcán dormido hace erupción e inicia una serie de tsunamis que devastan costas, anegan pueblos y…
Tercero: un virus letal lleva tres años asolando la humanidad: han muerto 6 millones de personas. Cuando los gobiernos intentan forzar el uso de vacunas, una variante inesperada desata la mayor ola de nuevos casos. Aunque las estadísticas ya no están tan presentes en las noticias, diariamente unas 3 millones de personas en el mundo se contagian a través de la respiración…
Enero, 2022. Tres situaciones –digamos– reales ilustran el comienzo de año: el telescopio James Webb, los altos registros meteorológicos en el hemisferio Sur y la pandemia de coronavirus reflejan en el cielo, en la Tierra y en nuestras vidas cotidianas los ominosos desafíos que enfrentan hoy los escritores de ciencia ficción por contagiarnos, perdón, de ilusiones: su capacidad de proyectar fantasías, delinear universos imaginarios y crear nuevos territorios especulativos está jaqueada. La ciencia, aún con sus dificultades para resolver los problemas del presente, tanto como la realidad, amenazan a la ficción.
La publicación, esta misma semana, de la novela debut del californiano Sequoia Nagamatsu abre el panorama narrativo anual con un sugerente escenario: el desierto ártico como refugio para la humanidad tras desastres climáticos y pestes extendidas. “Cuán alto podemos ir en la oscuridad”, es la traducción del sugerente título sobre el que este martes The New York Times se preguntaba: ¿cómo reaccionaríamos ante la devastación, con humor negro? ¿Resistiendo? ¿Con bronca? Para el autor de la novela, simplemente, debemos hacer el duelo.
El panorama narrativo de este año traerá algunas derivas interesantes: desde China, el film Everything, Everywhere, All at once (con estreno previsto para marzo) propondrá una heroína que descubre, casi por azar y desde su vida doméstica, la existencia de numerosos universos paralelos. Y en la taquillera temporada de Hollywood que comenzó con el fenómeno Don’t look up (No miren arriba, Netflix) y su realismo cáustico, las amenazas externas parecen ya una obsesión: Moonfall (que se estrena en pocos días), dirigida por Roland Emmerich (experto en cataclismos desde Día de la Independencia) también nos mostrará un satélite, la Luna, cayendo sobre la Tierra de manera inesperada.
La obsesión apocalíptica y el fin de la especie dejó de ser un terreno distópico de la ficción para mudarse al realismo especulativo con fechas ciertas y de no-retorno. Cuando en abril de 2020 el film Contagion (2011), de Steven Sorderbergh, logró inesperada vigencia, los desafíos para la sci-fi quedaron de manifiesto: un fortuito apretón de manos en un viaje por China había desparramado por el mundo un desconocido virus nacido en un murciélago.
La pasada semana, The New Tork Times publicó una extensa entrevista al escritor Neal Stephenson a propósito de Termination shock, su más reciente best-seller. Stephenson acredita un atributo que lo convierte en el hombre del momento: una novela suya de 1992 (Snow crash) es reconocida como el antecedente de lo que hoy se conoce como “metaverso”, concepto que él mismo introdujo. En su nuevo texto, un multimillonario excéntrico (otra obsesión de la época) busca detener una conflagración enfriando el planeta a través de audaces métodos de geoingeniería Consultado acerca de las dificultades para crear narrativas del género y especialmente sobre la posibilidad de transmitir conceptos que logren advertir al público de los riesgos en que vivimos, Stephenson relativizó: “Nuestra tarea principal, y no es poca cosa, es ser lo suficientemente entretenidos como para que los lectores lleguen hasta el final. Para ello necesitamos enfocarnos: si intentamos ser demasiado persuasivos sobre una idea o sobre nuestro punto de vista, no lograremos un objetivo clave, que suspendan la desconfianza”.
El escritor y ensayista Cory Doctorow publicó una encendida defensa de los luditas, como argumento en favor de la ciencia ficción. No fue solo una corrección histórica en defensa de los activistas que hace 200 años rompían las máquinas de hilados en la campiña inglesa: como hombre de la ciencia ficción, busca recuperar un argumento central. Los luditas, sostiene, no se oponían a la tecnología sino que defendían, en su ataque a esas máquinas, la capacidad de agencia, de autodeterminación que las personas deben ejercer ante la tecnología y ante el futuro. No solo las personas (él mismo se niega a utilizar muchas aplicaciones digitales que comprometen su privacidad o su seguridad): también los protagonistas de los textos de ficción, sus héroes. Los luditas, para él, fueron superficialmente condenados por intentar torcer el destino al que esas máquinas los condenaban. Escribir una nueva historia, en la mirada del escritor, es la forma de corregir ese destino.