Andrés Trapiello: “La izquierda se cree moral y culturalmente superior a la derecha
Para el escritor español, crítico de los nacionalismos, la izquierda de su país olvidó los principios que históricamente la caracterizaban, como la solidaridad, el internacionalismo y la redistribución de la riqueza
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MADRID
Algunos manifestantes precavidos sacaban sus abanicos a relucir ante el impacto del sol del mediodía en la plaza Colón, en el corazón de Madrid. Miles de personas se reunían un domingo, el pasado 13 de junio, para rechazar los indultos que horas después el gobierno español concedería a los políticos independentistas catalanes. Los gritos y reclamos se acallaron para escuchar al orador principal del evento, Andrés Trapiello (España, 1953). “Nunca había hablado a tantas personas y si por mí fuera, estaría ahí abajo, entre vosotros. Quienes me conocen algo saben que no me gusta la notoriedad, como seguramente a la mayoría de vosotros tampoco. Y sin embargo, estoy aquí. ¿Por qué? Por coherencia con lo que pienso, por respeto a mí mismo y porque lo considero un acto de utilidad pública […] No hay utilidad pública mayor que decir en público lo mismo que decimos en privado, se sea de derechas, de centro o de izquierda”.
Trapiello es uno de los autores más prolíficos de la historia de la literatura española. La saga Salón de pasos perdidos, los diarios que publica desde 1990, lleva ya 23 entregas y un total de 12.000 páginas con la última publicación, Quasi una fantasía (Ediciones del Arrabal, 2021). Su pluma ha retratado en profundidad la capital española, con su belleza, sus misterios y su diversidad en Madrid (Destino, 2020), que obtuvo el Premio de los libreros 2021 en la categoría de ensayo. Además de poeta –acaba de publicar La fuente del encanto. Poemas de una vida (1980-2021)– es un reconocido ensayista.
Entre sus ensayos, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) es un libro único donde Trapiello explora, lejos de la versión oficial o acotada de la historia, la acción y la voz de los intelectuales durante este conflicto fratricida. “Por su espíritu quijotesco puede ser muy contundente en sus apreciaciones”, señala el editor Manuel Borrás sobre este escritor que, además, emprendió la titánica tarea de traducir al castellano actual la novela fundamental de Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha (Edición Destino, 2015).
–Votó históricamente al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y ha dicho que es un hombre de izquierda. En los últimos comicios, sin embargo, votó al Partido Popular y a Isabel Díaz Ayuso. ¿Por qué?
–Voté durante 25 años al PSOE, sí, hasta la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, un político con una idea de sí mismo pomposa y ridícula. A partir de entonces lo hice por Unión, Progreso y Democracia (Upyd), una formación de centroizquierda promovida por la exdiputada socialista Rosa Díez y el filósofo Fernando Savater ante los pactos y concesiones inaceptables de los socialistas a los nacionalistas e independentistas, a menudo sin respetar la memoria y los derechos de las víctimas del terrorismo y en detrimento de la libertad e igualdad de los ciudadanos. Upyd fracasó y desapareció y su programa político antinacionalista fue asumido por una nueva formación, esta vez de centroderecha, Ciudadanos, y un movimiento, Libres e Iguales, promovido por Cayetana Álvarez de Toledo, en el que he estado desde el principio. Cuando Rosa Díez y Savater convocaron en el pasado mes de junio una concentración en Madrid para protestar por los indultos a los golpistas catalanes y el incumplimiento de sus penas, no estaban diciendo nada distinto de lo que había prometido el presidente socialista Pedro Sánchez, un político que ha hecho de Zapatero un Churchill: no ha habido ni una sola promesa electoral importante que haya dejado de incumplir, cautivo de sus alianzas con los comunistas y extremistas de izquierda (peronistas, castristas y chavistas), los nacionalistas vascos, los golpistas catalanes y los herederos de las organizaciones terroristas del País Vasco.
–Cuando habla de peronistas, ¿se refiere a la cercanía del gobierno español y el argentino? ¿Advierte la presencia de peronistas o de elementos peronistas en la política española?
–Me refiero al peronismo como socialfascismo populista.
–Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, dejó la política tras una mala elección en Madrid, la peor de la historia de este partido. ¿Por qué la sociedad le quitó el respaldo o descendió el apoyo ciudadano hacia Iglesias?
–Iglesias no se fue de la política, lo expulsó la ciudadanía de Madrid. Llegó a pensar que el lema “No pasarán”, de la guerra civil, o sea, de hace 85 años, uniría a todos los madrileños de izquierda contra un fascismo que también tuvo que inventarse. La izquierda no ganó en un solo distrito, ni siquiera en aquellos feudos en los que ganaba tradicionalmente. Los ciudadanos pensaron: “Ya está bien de inventarse una realidad, basta de pasados ficticios para hacerles un traje a la medida”. Fue cuando los votantes dijeron: “El rey está desnudo”, y lo mandaron a su casa. Por cierto, una mansión de lujo comprada con su sueldo y el de su mujer, ministra de Sánchez; vivían hasta hace apenas tres o cuatro años en un piso de alquiler de una barriada de Madrid. Esta doble moral e hipocresía también contribuyeron a su derrota, supongo.
"Soy eso tan poco útil que es ser independiente, la manera más libre de buscar la justicia desde Montesquieu"
–Fue el orador principal en el acto en contra del indulto a los líderes del independentismo catalán a los que llamó “golpistas”. Buscó que esta acción fuese “útil”, lo cito, para la sociedad. Hay intelectuales que adhieren a gobiernos o a sistemas y pierden su juicio crítico. ¿Son realmente intelectuales? ¿Se es útil cuando se es funcional al poder?
–No los he llamado golpistas yo, sino una sentencia del Tribunal Supremo, que los condenó a penas no demasiado graves, si las comparamos con las que recayeron sobre los golpistas de 1981. Y el cumplimiento íntegro de esas penas lo prometió el presidente apenas unos meses antes de pedir el indulto para ellos, obligado por la aritmética parlamentaria: de no haber sido con el voto de esos golpistas jamás habría llegado a la Moncloa. Buscábamos que se cumpliera la justicia dictada por el tribunal más importante. Personalmente, no he tenido nunca la menor relación orgánica con ningún gobierno, ni antes de izquierdas ni después de derechas. Soy eso tan poco útil que es ser independiente, la manera más libre de buscar la justicia desde Montesquieu.
–Asistimos a un escenario donde han vuelto a surgir los nacionalismos. Es un fenómeno mundial que deteriora las democracias. ¿Cómo lo explica?
–La diferencia de los nacionalismos españoles, comparados con otros del entorno (el bretón o el corso, el escocés, los italianos del norte, los alemanes) estriba en que, a diferencia de los demás, mantenidos en una estricta legalidad por sus respectivos gobiernos, los catalanes y vascos han contado desde hace 40 años con el oportunismo de gobiernos centrales que les han consentido todo tipo de incumplimientos constitucionales y transferido competencias que hoy hemos visto irresponsables, si no suicidas, desde un punto del Estado, en materia de educación y de lengua, principalmente, pero no solo. El independentismo ha permeado todas las instituciones de los gobiernos regionales con un mensaje claro: el que no sea nacionalista tendrá un poco más difícil la vida en la región.
–¿La izquierda se ha vuelto en contra de aquellos valores que promulgaba?
–La izquierda española, la izquierda a tiempo real, es hoy lo que Félix Ovejero ha llamado “la izquierda reaccionaria”. No hay ni uno solo de los principios que la caracterizan (solidaridad, internacionalismo, redistribución de las rentas) que no haya olvidado o dejado en manos de los más insolidarios de todos: los nacionalistas. La izquierda española ha creído que un nacionalista vasco o catalán, aunque sea de derechas, es mucho más progresista que cualquier otro progresista que cuestione el nacionalismo. En el fondo creen que hablar vasco o catalán es de izquierdas y hablar español, de derechas. Ya no es que sea la izquierda reaccionaria, sino la izquierda necia.
–¿Está de acuerdo con la idea de que en Occidente vivimos en sociedades “líquidas”, en términos de Zygmunt Bauman? Y, en este caso, ¿dónde encontrar algunas certezas? ¿Adónde podemos acudir en medio de tanta desorientación?
–La especie humana es adaptativa, encuentra el modo de optimizar aquello que obstaculiza su vida. Están, en todo el planeta, los que viven bien y los que viven mal, pero todos mejor que hace 50 años y mejor que hace 300. Soy optimista antropológico, por mucho que la realidad trate de desmentirlo a diario. Las teorías fracasan de continuo, las grandes y las pequeñas; los hábitos alimentarios se corrigen, los modos de explotación de la materias primas se mejoran, la redistribución de las rentas y de la riqueza se corrigen constantemente, buscando el bienestar general. Pero seguimos en casi todo con el viejo método de “ensayo y error”. ¿Que los ricos se han vacunado del Covid antes que los pobres? Desde luego. Pero para eso está la racionalidad, para luchar contra el egoísmo antropológico y cualquier forma de cultura depredadora. Por suerte la humanidad logró hace 200 años tres certezas que siguen siendo primordiales y tienen además nombres bonitos: libertad, igualdad y fraternidad o solidaridad. El incumplimiento de todas o de alguna de estas tres cosas divide los países en ilustrados o no.
"La derecha ganó la guerra y la izquierda ganó el relato, cambiándolo por completo: es falso de toda falsedad que los mejores y más importantes intelectuales y escritores se pusieran del lado de la República"
–En Las armas y las letras escribe que en 1936, luego de que los intelectuales pronunciaran su simpatía por la izquierda o la derecha y luego su adhesión a un bando, la mayoría de los “viejos”, en cambio, “se quedó donde estaba o se quitó de en medio con discreción”. ¿Se puede hoy ser discreto y ser neutral?
–Para eso siempre hay mañas. Por lo general la izquierda se considera moral y culturalmente superior a la derecha porque cree que la cultura es cosa de izquierdas, de modo que a la izquierda le basta quedarse donde está. No la saques de su “zona de confort”. En cuanto a la derecha, a menudo cree que la cultura no es importante, como tampoco la batalla cultural. Y así vamos. Y se da este raro fenómeno: uno de izquierdas, que lee y se cultiva tan poco como uno de derechas, cree que por el hecho de ser de izquierda ha leído y se ha cultivado más que uno derechas, seguramente por ósmosis.
–España acaba de sancionar una nueva ley de memoria democrática que reemplaza a la ley de memoria histórica de 2007, y cuyos objetivos, entre otros, son exhumar fosas comunes con la subvención del Estado y no de privados. ¿Se había dejado o se deja de lado a las víctimas para enzarzarse en discusiones políticas e ideológicas?
–La ley nueva será peor que la anterior, pero confiamos en que se incumpla tanto como la otra. No es verdad que las exhumaciones vayan a ser costeadas ahora por el Estado. La mayoría ya lo estaban. El Estado se gastó casi un millón de euros en tres excavaciones, buscando infructuosamente los restos de Federico García Lorca. El hispanista Ian Gibson y una de las nietas de una de las víctimas asesinadas entonces reclaman que las prospecciones continúen hasta que aparezcan, aunque se gaste en ello el PBI, y contra el criterio, por cierto, de la familia García Lorca, que ha pedido que se paralicen.
–Anthony Beevor sostiene que la Guerra Civil Española es de las pocas guerras en la que quienes perdieron son quienes cuentan la historia. ¿Está de acuerdo? Se habla a menudo de la “superioridad moral de la izquierda” y aquí también emerge, si se está de acuerdo con Beevor, un modo de cuestionar a la historia.
–Lo dice Beevor y antes que él otros. La derecha ganó la guerra y la izquierda ganó el relato, cambiándolo por completo: es falso de toda falsedad que los mejores y más importantes intelectuales y escritores se pusieran del lado de la República. Para eso, en parte, escribí mi libro: para recordar a todos que las cosas no son blancas o negras, y que tenemos la obligación de distinguir entre equidistancia y ecuanimidad.
–Tradujo el Quijote al castellano, con prólogo de Mario Vargas Llosa. ¿Qué le enseña esta novela al lector o qué le ha enseñado a usted?
–Dos cosas: al fin han podido leerlo miles de personas que no habían podido hacerlo, al igual que los millones de lectores que lo han leído traducido a todos los idiomas. Y que es una novela inagotable y luminosa porque no deja de lado ninguna de las sombras humanas.
–Escribe y publica sus diarios desde 1990, en la saga Salón de pasos perdidos. Sus hijos y su mujer son personajes de estos libros. ¿Ha tenido alguna vez algún reclamo, como le ha ocurrido a Karl Ove Knausgård o a Emmanuel Carrère con sus novelas sin ficción?
–Desconozco esos reclamos. Tampoco he podido leer a ninguno de los dos, y tal y como es mi vida y la de mi familia, sería imposible. Los libros del Salón de pasos perdidos son consecuencia de la vida como la entendemos nosotros. Todo lo que no sea eso sería literatura, mala literatura. O sea, vida de segundo orden.
–En un escenario donde prima, no solo en Hispanoamérica, la “literatura del yo”, ¿qué dice de la humanidad o de las sociedad esta exploración?
–Lo que uno ha tratado de hacer siempre es literatura del tú. A mí el yo me da solo para una cuartilla. El yo “repite” más que el ajo.
–Al principio de la pandemia se decía: “Saldremos de esto mejores”. Tras estos extensos meses, ¿cuál es su evaluación?
–Yo me conformaría con salir e ir contándolo.
Un escritor prolífico y versátil
PERFIL: ANDRÉS TRAPIELLO
▪ Andrés Trapiello nació el 10 de junio del año 1953 en Manzaneda de Torío (León).Estudió con los dominicos antes de cursar Filosofía y Letras en Valladolid. Vive en Madrid desde mediados de los años 70.
▪ Bajo la influencia de Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez, inició su carrera como escritor publicando diversos poemarios.
▪ Con su segunda novela, El buque fantasma (1992), logró el Premio Plaza & Janés. Un año después obtuvo el Premio Nacional de la Crítica de Poesía Castellana por Acaso una verdad (1993)
▪ También ensayista, en Las armas y las letras. Literatura y Guerra civil (1936-1939), estudió el comportamiento de los escritores e intelectuales en ese período.
▪ Ha publicado más de veinte tomos de su diario Salón de pasos perdidos