Andrés Barba: “Con las redes, el mundo se ha vuelto espectral”
El escritor español, que vive en Posadas desde hace dos años, acaba de publicar El último día de la vida anterior, una novela de fantasmas que nació del extrañamiento de la pandemia
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El escritor español Andrés Barba (Madrid, 1975), que presentó la semana pasada en la Feria del Libro su nueva novela, El último día de la vida anterior (Anagrama), tramitará la ciudadanía argentina. “Es una decisión del corazón –dice–. Creo que República luminosa [Premio Herralde de Novela 2017] es mi primera novela argentina. Y Vida de Guastavino y Guastavino es una biografía totalmente borgeana. Al escribir siento que estoy dialogando con una tradición propia. La transición no fue tanto leer literatura argentina, algo que había hecho toda mi vida, sino empezar a sentirla como una tradición propia”.
Barba está casado con la escritora argentina Carmen Cáceres, con quien escribió Un año con los ojos cerrados, y tiene dos hijos argentinos. Como si hiciera falta una prueba más de “argentinidad”, comenta que anhela tomar mate cuando está en el exterior, lejos de Posadas, la ciudad donde reside desde hace más dos años. “Estoy terminando un libro de poemas bastante argentino, un retrato de familia con el puente Roque González, que como todos los puentes es un objeto muy simbólico desde el punto de vista político y visual, de fondo”. Saldrá en la editorial La Bella Varsovia.
"La posverdad, que se instaló con la pandemia, es el tema de nuestra época. Hay una gran desorientación sobre lo real"
“Iba a decir que es insoportablemente tranquila la vida allí, porque soy una persona muy urbana, toda mi vida he sido de ciudad, y de repente verme en la selva misionera es un shock –cuenta–. Es un paisaje que se ha vuelto familiar, lo he naturalizado mucho a partir de ver a mis hijos crecer en ese paisaje. Hay un vínculo entre la crianza de mis hijos y el paisaje de Misiones que ha hecho que me apropie de una manera sentimental de ese lugar. Es una vida tranquila, provinciana, agradable, y debe haber muy pocas ciudades en la Argentina donde haya una calidad de vida como la que hay en Posadas. Las provincias se han vuelto beneficiadas con los regresos a la provincia de sus ‘ciudadanos ilustres’ a partir de la pandemia. Han sofisticado sus lugares de origen”.
El último día de la vida anterior es su primera novela “de género”. Narra el inesperado encuentro de una agente inmobiliaria provista de “una insensibilidad más o menos congénita”, y en pareja con un hombre al que no ama, con el fantasma de un niño que, pese a los reclamos de la mujer, no abandona la casa y se enamora de ella. “Todas las novelas de fantasmas son novelas de trauma –afirma Barba, que tradujo a autores como Lewis Carroll, Joseph Conrad y Henry James–. Dos mundos se ponen en contacto para resolver un trauma. Un trauma es un bucle, algo que hemos hecho y que no puede reformularse. Lo único que podemos hacer es orbitar alrededor del trauma, que no puede ser resuelto ni puede ser penetrado ni destruido. La única forma de restaurar un trauma es colisionar contra otra cosa que destruya el objeto del trauma. Por eso uno siempre necesita un vínculo externo, una ayuda externa para resolver un trauma”. En el caso de su novela, los protagonistas se socorren mutuamente.
"Estoy muy interesado en los momentos de transición entre unas edades y otras. Por ejemplo, entre la infancia y la adolescencia"
Si bien Barba tuvo la imagen inicial de la novela varios años atrás (una mujer entra en una casa y se ve a sí misma, haciendo cosas, una y otra vez), recién pudo escribirla durante la pandemia. “Fue un trauma colectivo, del que se habla poco y nada –dice–. Estamos en la fase de negación total, pero ha quedado ahí y está siendo sublimado en algún punto con libros como este. No digo que este sea un libro sobre la pandemia ni mucho menos, pero hay algunas sensaciones de la pandemia, como la atmósfera de encierro, de ahogo, de repetición”.
En la concepción de la historia, la aparición del niño es posterior y, a diferencia de relatos clásicos de fantasmas, el espectro tiene su propio punto de vista. “Las novelas de fantasmas tienen dos agentes: alguien que pide algo y una persona que se siente comprometida por esa petición –dice Barba–. El espectro siempre tiene un encargo para nosotros, por eso su visita es comprometedora. Esa es en cierto modo la estructura de la novela de fantasmas, que se parece bastante a la vida real, donde frente a las situaciones verdaderamente complicadas uno no puede permanecer neutral y tiene que tomar una posición”.
En el epílogo, el autor revela que escribió el libro tras un periodo de crisis personal, geográfica, creativa y también política. “La posverdad, que se instaló con la pandemia, es el tema de nuestra época –sostiene–. Hay una gran desorientación sobre lo real. En el fondo, eso tiene que ver con las novelas de fantasmas, donde lo primero que se disuelve es lo real, la noción de qué es real y qué es irreal. Y eso fue una experiencia natural de la pandemia. Todos dejamos por un instante de saber si las cosas que estábamos presenciando eran o no reales. Lo real parecía espectral, nuestra vida anterior parecía espectral, nuestras posibilidades de futuro también y lo único que parecía real era una estructura fantasmática: nosotros encerrados en una casa. De repente, éramos el fantasma en nuestra casa”. Para el autor, esa experiencia se manifiesta en la esfera sociopolítica. “Las mismas redes, que explotaron durante ese período, han provocado que creáramos de nosotros mismos una imagen espectral que proyectamos, que está vinculada a nuestra realidad, pero también está sublimada y embellecida. Es otra. Hemos creado un fantasma de nosotros mismos que proyectamos y que es una extensión de nosotros, a veces incluso más real que la propia realidad. Lo espectral se ha instalado en nuestra forma de percibir el mundo”.
Pedir la ciudadanía argentina también es una forma de reconocer una nueva identidad que sufre una transformación, dice. “Estoy muy interesado en los momentos de transición entre unas edades y otras. Por ejemplo, entre la infancia y la adolescencia”.
Desde el título, El último día de la vida anterior denota interés en ese pasaje. “En esos momentos en los que uno está más desorientado y sensible, toma decisiones que va a tener que arrastrar durante décadas”.
En su opinión, el género fantástico no tiene un gran desarrollo en su país natal. “La tradición rioplatense es el género fantástico, un género de primera categoría, legitimado por las primerísimas plumas de la literatura. Todos, en algún momento, han intentado hacer algo de literatura fantástica. En España se lo considera un género de segunda. Es algo que con el tiempo acabará cambiando, porque no se puede ser estúpido permanentemente”, ironiza.
Detecta, sin embargo, un déficit en la literatura de su flamante segundo país. “Aquí hay una literatura amorosa casi inexistente. El escritor argentino es pudoroso para hacer ficción sentimental y, cuando la hace, adopta una aproximación semicínica, como hace Alan Pauls, con una postura distanciada o resabiada. Eduardo Muslip es un autor que tiene una aproximación más interesante, a pesar de que todavía tiene ironía, es más frontal. Ariana Harwicz y Selva Almada son autoras que hablan de amor, pero con dureza. Y creo que tanto la dureza como la ironía son fórmulas de distanciamiento”.
Prefiere abstenerse de opinar de la política argentina. No obstante, acuerda con que “el verdadero dilema” del presente es la polarización. “Defender tu posición política como si fuera un equipo de fútbol es una cosa lamentable –dice-. Es como si no hubiera posibilidad de tener una posición política crítica con tu propio partido o con tu propia ideología. Uno se ve obligado a alinearse con los suyos, entre comillas, de una manera acrítica, porque están siendo atacados por los otros, que son mucho peores. Estamos atrapados en un lugar realmente muy siniestro, y eso pasa en la Argentina, en España, en Estados Unidos; es una cosa generalizada. Eso y la desconexión del discurso político con la realidad más elemental van juntos”.
Para Barba, el siglo XXI será “el siglo de la verdad”. “La cuestión a resolver, donde nos vamos a jugar la vida y la muerte, va a ser en el tema de qué es la verdad –concluye–. Y estamos en un nivel de desorientación del que la polarización política es su manifestación más evidente. Estamos perdidos en el momento en que se habla de personas en vez de ideas. Una transición natural hacia una política más saludable sería empezar a hablar de ideas. Establecer pactos mínimos y dejar de hablar de personas”.