Amia, 29 años. La era de Nisman y una causa que se muerde la cola
La última etapa de la investigación por el ataque a la mutual judía está marcada por el asesinato de un fiscal, un polémico memorando y un expediente que no deja de crecer
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Este es un extracto editado de “The AMIA Bombing”, un trabajo que el autor publicó en el último número de la revista The Jewish Quarterly (https://jewishquarterly.com/). Esta entrega completa otras dos que se publicaron en las dos últimas semanas.
1. Detroit, 18 de septiembre de 2005. El fiscal Alberto Nisman llega a la ciudad para interrogar a dos libaneses: Hassan y Abbas, de la familia Berro. El primero tiene 42 años y seis hijos. Del segundo sabemos que tiene 27 años y que es mecánico dental. Hassan y Abbas están integrados a la sociedad estadounidense. Pero Nisman —que desde 2004 es quien dirige la investigación del atentado a la AMIA— quiere hablar con ellos porque el Mossad envió a la SIDE lo que todos estaban esperando, el nombre del conductor suicida que se inmoló en 1994: Ibrahim Hussein Berro.
Era un muchacho libanés de escasos 21 años, miembro de Hezbollah, que viajó del Líbano a Paraguay y de ahí, junto con otros tres hombres de la organización, a su destino final, la Argentina. (En marzo de 2003, el juez Galeano había pedido la captura de aquellos tres y había presentado la hipótesis de Berro).
El FBI encontró a los Berro. Nisman vuela a Detroit con su fiscal adjunto y con un jefe de la SIDE: el director general de operaciones desde hace 25 años, especialista en contrainteligencia, conocido por los nombres de Jaime Stiuso, Horacio Stiuso, Antonio Stiuso, Antonio Stiles, Aldo Stiles y Jaime Stiles, nacido como Antonio Horacio Stiuso; un coleccionista de secretos ajenos al que una multitud de políticos le teme, también admirado por algunos otros. Entre ellos, el presidente en actividad, Néstor Kirchner, que al presentárselo a Nisman describió a Stiuso como “el hombre que más sabe del caso AMIA en el mundo”.
Así que ahí están Nisman y Stiuso en Detroit, listos para volver con una gran revelación a Buenos Aires. Pero todo se complica porque los hermanos del suicida no quieren confirmar nada. Uno dice que estuvo con Berro una o dos semanas antes de su muerte, y la sitúa el día 9 de septiembre de 1994; o sea, después del atentado. Nisman y Stiuso escuchan que en realidad el cadáver de Berro nunca apareció, y eso es todo lo que necesitan para insistir. E insisten. Hasta que Hassan pierde la paciencia: “¡No puedo soportar más de ustedes! ¡No sé qué está pasando!”.
Al final, uno de los hermanos acepta hacerse un test de ADN para cotejar con un pequeño tejido humano guardado en la Argentina, que se supone que pertenece al conductor de la camioneta.
El resultado es negativo.
Nisman no les cree a los hermanos, o piensa que la otra muerte de Berro es un engaño y que el test no tiene una importancia definitiva. Entonces dos meses más tarde, en noviembre, anuncia que el conductor suicida está identificado y exhibe dos fotografías. La emoción dura menos de 24 horas porque Abbas Berro niega todo en una entrevista con una radio argentina. Y así Nisman recibe el golpe, que es bastante duro (y esperable).
Hoy aquella gran revelación no es más que una conjetura imposible de probar. O, para Diana Wassner –de Memoria Activa–, algo peor: “Una mentira”.
2. La presencia de Nisman en la causa judicial había comenzado en 1997. Hacia 2004 –un año antes de ver a los hermanos Berro–, Nisman no apeló la absolución de Carlos Telleldín y de los policías en el primer juicio, y él mismo no fue denunciado por aquel tribunal (como sí lo fueron el expresidente Carlos Menem, el juez Juan José Galeano, los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, y otros funcionarios). Nisman dijo que se guió por sus convicciones republicanas; el rumor es que negoció con uno de los tres jueces. Pero la dirigencia judía y algunos de los familiares de las víctimas apelaron el fallo y en 2009 la Corte ordenó juzgar de nuevo a Telleldín. (A los policías también, pero solo por las extorsiones, no por el atentado).
Quizá la tarea de Nisman no fue agregar cosas nuevas al expediente (de hecho, no agregó demasiadas y Diana Wassner, de Memoria Activa, me dijo: “Nunca trabajó”) sino, como interpreta el periodista Gerardo Young en su libro Código Stiuso, mantener vivo el caso cuando parecía que se hundía. En 2007, Nisman logró que Interpol volviera a poner a cinco iraníes en la lista de notificaciones rojas y pidió la captura de dos figuras de Hezbollah, incluido Samuel Salman el Reda (a quien Galeano ya había identificado en 2003 y sobre quien el juez federal Daniel Rafecas ratificó la captura en junio de 2023).
Estas acusaciones le valieron a Nisman una fatwa. Uno podría suponer que una fatwa es un gaje del oficio y que un fiscal que persigue al terrorismo no se detiene a reparar en eso, pero las amenazas anónimas que solía recibir ya erosionaban su cordura. Recientemente separado de su esposa, solo en un departamento en Puerto Madero, armado con un teléfono imposible de hackear, protegido por custodios en los que no se podía terminar de confiar, junkie de los informes de inteligencia, el hombre vivía con miedo.
Ese mismo año, 2007, Néstor Kirchner terminó su presidencia. Lo sucedió Cristina Fernández de Kirchner: en las Naciones Unidas le pidió a Irán que colaborara y que entregara a los acusados. Pero dos años más tarde le ofreció un trato a Irán: hagamos un juicio juntos en un territorio neutral, dejemos la persecución de lado. Y volvamos a comerciar. Este trato fue volcado en un Memorándum de entendimiento y la justificación oficial fue que el caso estaba paralizado.
De repente, ya no tenían sentido las alertas rojas o incluso la investigación. Para Nisman y Stiuso, esto era jaque mate. El fiscal respondió el 14 de enero de 2015 con una acusación: dijo que el Memorándum era un plan de encubrimiento de la presidenta.
En esos días hizo un viaje por Europa con su hija, que cumplía 15 años, pero regresó antes. “Debí suspender intempestivamente mi viaje con mi hija y volverme”, escribió en un mensaje de WhatsApp a un grupo de amigos. “Imaginarán lo q eso significa. Pero a veces en la vida los momentos no se eligen, Simplemente, las cosas suceden y esto es x algo. Esto q voy a hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo q me vengo preparando para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Sería largo de explicar ahora, como Uds. ya saben, las cosas suceden y punto. Así es la vida. Lo demás es alegórico. Algunos sabrán ya de q estoy hablando, otros algo imaginarán y otros no tendrán ni idea. Hasta dentro de un rato. Me juego mucho en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido. Sé q no va a ser fácil. Todo lo contrario. Pero más temprano que tarde la verdad triunfa y me tengo mucha confianza. Haré todo lo q esté a mi alcance, y más también, sin importar a quien tenga enfrente. Gracias a todos. Será justicia!! Ah. Y aclaro q no enloquecí ni nada parecido. Pese a todo, estoy mejor q nunca. Ja ja ja ja ja ja.”
Presentaría su denuncia ante el Congreso el 19 de enero. En la noche anterior revisó el caso. Luego abrió su computadora, chequeó su correo electrónico, leyó en línea los diarios y se metió en Instagram para mirar las fotos de una mujer con la que se había visto cuatro días antes. En algún momento se detuvo en una columna sobre morir y volver. Era la historia de Mellen-Thomas Benedict, un artista que afirmó haber estado muerto durante una hora y media en 1982. El artista habló de un viaje psicodélico, lo que llevó a Nisman a googlear la palabra “psicodelia”.
Durante unas horas perdemos su rastro. Ha dejado de responder el teléfono. Ya no sabemos nada de él.
Muy tarde en la noche su madre fue a buscarlo. Y ahí estaba: en camiseta y shorts, desparramado en el baño, salpicado de sangre, con un agujero sobre la oreja derecha.
Fue un solo disparo. Calibre 22.
“Lo mató un comando venezolano-iraní”, dijo Stiuso. Pronto el propio nombre de este espía pasó a ser conocido y se desencadenó una guerra entre los cinco sectores de los servicios de inteligencia. Abundaban las teorías: a Nisman lo había asesinado la SIDE, la CIA, el Mossad, el comando venezolano-iraní, algún subordinado de la presidenta, lo había traicionado Stiuso… Pero el gobierno apoyó la teoría de un suicidio: los ministros decían que la denuncia era tan bochornosa que Nisman no podría defenderla y que había elegido un balazo.
“Cuando Nisman muere, yo salgo en el programa de televisión del Gato Silvestre”, me dijo Telleldín. “Me invita, me dice: ¿qué pensás? Le digo: la verdad, si lo hubiera asesinado un servicio [de inteligencia] de Argentina, hubiera dejado el documento [de identidad] porque son inútiles. Ni a Estados Unidos ni a Israel les convenía Cristina Kirchner, porque es un gobierno de izquierda, entonces si fue asesinado, fue asesinado por la CIA o el Mossad. El cuerpo de él valía más para perjudicar las elecciones de 2015, ya no valía nada para el tema AMIA porque no había logrado nada”.
Entre las cosas sin sentido del caso (hay varias) está el arma: una vieja pistola Bersa que Diego Lagomarsino, un técnico informático de confianza, le había prestado a Nisman. “Me la pidió porque dijo que temía por su vida”, explicó Lagomarsino. Es difícil entender si es parte del complot o víctima.
En 2017, un fallo concluyó que la muerte de Nisman fue un crimen: sedaron al fiscal con ketamina y lo golpearon en la nariz, en el hígado y en las piernas. Después, uno de los verdugos lo aprisionó con su rodilla en el piso y otro le disparó.
Por cierto, el Memorándum nunca se implementó.
3. Ahora lo primero que se ve son los pilares de cemento: barreras para que ningún coche-bomba se estrelle contra el edificio. Este decorado se repite en escuelas judías, templos judíos, clubes judíos: todos tienen barreras que aíslan y que impresionan.
Lo segundo que se ve, ya adentro de la AMIA, es un enorme espacio al aire libre, que es una defensa más. Y luego, el nuevo edificio de la AMIA: un búnker sólido e inexpugnable. Nunca más ningún terrorista será capaz siquiera de tocar con su mano una pared de esta arquitectura.
Adentro del edificio, al probar su café, Amos Linetzky murmura una bendición. Es el presidente de la AMIA para el período 2022-2025 y, a diferencia de algunos dirigentes de la colectividad judía que se ven formales y envejecidos, Linetzky luce enérgico. No parece un judío ortodoxo (no lleva un sombrero de ala, ni flecos colgando de sus ropas, ni mechones ensortijados sobre sus orejas), pero lo es. Y es la nueva estrella de un partido político de la AMIA llamado Bloque Unido Religioso al que todos los demás –los que no son ortodoxos– parecen odiar.
“La memoria es parte de nuestra vida diaria”, me dice. Ser presidente de la AMIA implica pasar horas y horas hablando del atentado, te guste o no te guste. “El transcurso del tiempo no solo muestra impunidad total, sino también falta de preparación”, sigue, y se pregunta si la Justicia procesal penal puede lidiar con actos de terrorismo o por qué no se adaptó la legislación luego del atentado. Son preguntas sin respuesta. Linetzky es joven. Quizá sea parte relevante de la dirigencia judía durante las próximas décadas. Quizás una parte del futuro del reclamo de justicia esté en sus manos.
4. Previsiblemente, Juan José Galeano nunca pudo alejarse del caso AMIA y hoy espera que se resuelva su apelación a la condena que recibió por encubrimiento. El pago a Telleldín y el video que registra un encuentro fue lo que la desencadenó. “En ese momento, y actualmente también, estaba vigente una recompensa de dos millones de dólares (ahora, tres) por cualquier información que se diera del atentado”, me dice cuando conversamos en su estudio.
“Telleldín estaba pidiendo dinero”, sigue, “y me pareció oportuno tener un registro de esa situación donde él estaba pidiendo parte de ese beneficio que daba el Estado a cambio de la información que decía tener. Pensamos que la mejor forma era grabarlo, hacerle preguntas a ver qué era lo que podía aportar, y en ese contexto se hizo la grabación en video. Esa grabación no estaba prevista en el Código, no había una herramienta que dijera: Galeano tiene que grabar. Pero lo cierto es que la recompensa se pagaba en forma secreta, había que proteger al arrepentido y la reserva abarcaba también al video”.
La información era clave: lo que dijera Telleldín podía llevar a los terroristas. Galeano estuvo de acuerdo en darle dinero. Desde su punto de vista, no se le pagaba para que abriera la boca, sino que se le compraba información. “Es una situación de legalidad, pero se trata de una operación secreta”, dijo en una entrevista con la nacion en julio de 2015, un mes antes del segundo juicio, provocado por las denuncias del tribunal del primer juicio.
Este nuevo proceso fue realmente grande. Se juzgó el pago a Telleldín, la denuncia a los policías y el ocultamiento de la pista siria. Además de Galeano, estaban acusados el expresidente Menem, los exfiscales Mullen y Barbaccia, el exsecretario de Inteligencia Hugo Anzorreguy y otros funcionarios de la SIDE, el expresidente de la DAIA Rubén Beraja, dos excomisarios, el propio Telleldín, su expareja y su antiguo abogado.
La condena a Galeano llegó en 2019 y aún no está firme. La apelación detallada que el exjuez presentó tiene 1054 páginas, pero no se sabe cuándo se pronunciará el tribunal de Casación. “Me pude haber equivocado, pude haber tenido errores, pero de ninguna manera cometí delitos”, me dice la segunda vez que me recibe. Desde 2015 no ha dado ninguna entrevista. Ahora son dos conversaciones largas.
Este hombre que tengo enfrente acomodándose los anteojos desmontables era en los años 90 un intocable, y de esa época le quedó una fatwa. En este momento luce diferente. Cambió los trajes ásperos por camisas de corte moderno, se entregó a su pasión por el jazz e, inesperadamente, me cuenta que también es instructor de hatha yoga. Parece preocupado por la condena y se fastidia porque hace un tiempo lo incluyeron en un libro sobre el poder en los tribunales federales.
El atentado ha marcado ya casi 30 años en la política argentina; sin embargo, en los primeros 30 días el enigma parecía resuelto. Le pregunto a Galeano qué pasó. “No podemos resolver un caso hipotéticamente sino que tenemos que seguir una cadena de evidencia para llevar gente a juicio”, explica. “El problema es que cuando uno comienza a profundizar sobre temas de corrupción pública y privada, hay una cadena interminable de factores y probar cada uno es complejo. Yo quería saber la verdad de lo que había ocurrido. Y supimos la verdad, supimos la verdad… tuvimos un panorama de lo que había ocurrido con bastante certeza, pero no es fácil traer terroristas internacionales a un tribunal. Y meterse contra la policía bonaerense... todo ese tipo de cosas trae sus problemas”.
El abogado de la AMIA, Miguel Bronfman, escribió en un libro que el trabajo del caso fue “monumental” y que “no solo fue mucho lo que sí se esclareció, sino que además no se dejó nada por investigar”.
Memoria Activa señaló lo opuesto: “El exjuez Galeano es uno de los responsables de que a más de 21 años del atentado, los familiares de las víctimas y la sociedad argentina no sepamos qué ocurrió el 18 de julio de 1994″.
Galeano no reniega de lo que hizo. “Yo tenía 34 años cuando me tocó la causa. Con más experiencia la hubiera manejado distinto, incluso todo mi personal tenía 20, 22 años, y teníamos que hacernos cargo de un tema de terrorismo en la Argentina sin apoyo policial. O con aparente apoyo policial, con aparente apoyo de Inteligencia, pero cada uno tenía su agenda. Y yo pensaba que cuando nos vuelan un edificio en el medio de la capital, lo que más nos iba a interesar era estar todos unidos buscando la solución de ese problema, cosa que evidentemente no se consiguió”.
La Argentina: en unión y libertad. Ese es el lema del país.
Un rato después Galeano me acompaña hasta la puerta. Es una puerta blindada, robusta. Cuando se cierra, comprendo que el hombre ha vuelto a quedarse a solas con su pasado.
5. El retrato muestra a Nisman en su mejor época: cuando la fiscalía especializada ya era suya y todavía la presidenta no le había soltado en la mano. Cuando los iraníes se escondían de él y los servicios de inteligencia le traían información. Es un retrato enmarcado. Está sobre una mesa en la oficina que durante diez años fue su oficina. El hombre que ahora ocupa esta oficina se llama Sebastián Basso. Se lo ve sereno, le gusta conversar, elegir las palabras. Se crió en Mar de Ajó y vino a la gran ciudad a estudiar filosofía. Terminó dedicándose al derecho pero nunca abandonó la filosofía. “En el terrorismo hay mucho de política porque, en definitiva, el gran desafío del terrorismo es a la esencia del Estado…”, me dice.
Basso se dedicó a repasar el expediente y a descartar lo que ya no servía. Dice que trata de llegar a pistas nuevas a partir de viejos detalles y de datos recientes: ahora la investigación está apuntada al apoyo a los terroristas en la Triple Frontera, en Brasil y en Panamá. Y a explorar material desclasificado de la SIDE.
“Es falso que no se sabe nada de lo que pasó”, sigue el fiscal. Enumera: está probado que hubo un coche-bomba, una Trafic que pasó por las manos de Telleldín y que fue conducida por una persona que se inmoló y se desintegró con la explosión, que se usaron unos 300 kilos de nitrato de amonio con un detonador –¿TNT?– y tierra para dirigir la onda expansiva, que fue obra de Hezbollah y que la pista siria no lleva a nada.
¿Telleldín sabía que la camioneta iba a ser un coche-bomba? “Eso no lo vamos a afirmar”, dice Basso. El segundo juicio contra Telleldin terminó en 2020 y él fue absuelto una vez más.
Basso explica que también está probado que la explosión provino de la camioneta, no del volquete ni desde adentro del edificio. Pero el volquete sigue siendo la pieza maldita del caso. Y yo le pregunto por eso y el fiscal insiste: “Las pruebas de la Trafic no son testimoniales, sino científicas. Están los restos materiales de la Trafic guardados, todavía están. Hay certeza científica y certeza judicial. ¿Qué más quieren? El que quiere dudar lo hace de mala fe o es porque literalmente no quiere creer en nada... Es dudar de lo más básico”.
Hoy en el caso hay seis notificaciones rojas de Interpol y el expediente alcanzó dimensiones colosales. Le pregunto al fiscal si puedo echarle un vistazo y pienso en todo lo que contienen y en todo lo que ocultan sus fojas. El expediente se encuentra en esta fiscalía. Basso me invita a verlo y a recorrer la fiscalía, dos cosas que de hecho son lo mismo porque el expediente ocupa la fiscalía entera, se expande en todos sus rincones y en todos sus ambientes: el expediente es la fiscalía y la fiscalía es el expediente. Y entonces nos abrimos paso, sala tras sala, y el fiscal me habla pero yo estoy mareado porque intento mirarlo todo junto, torres y torres de papel, y en dos pasos más terminamos el recorrido y aparecemos en la puerta de la oficina, ahí mismo donde partimos.
En ese momento me doy cuenta de que la planta es de diseño circular: la fiscalía es una víbora de papel que se muerde la cola. Una víbora de papel que guarda en sus entrañas la miseria y la justicia, las tinieblas y las luces de una nación, porque aquí han quedado atrapadas, en estos archivos, en estos documentos. Acaso para siempre.