Álvaro Mutis, navegante de mares literarios
El escritor colombiano, compinche de García Márquez, fue el creador de Maqroll el Gaviero, personaje siempre en viaje
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Dos aniversarios traen de vuelta al navegante literario latinoamericano por excelencia, Álvaro Mutis. Este viernes se cumplieron cien años del nacimiento del escritor colombiano, en Bogotá, y el 22 de septiembre se recordarán los diez años de su muerte, en su querida Ciudad de México, a los noventa años. Fue recordado con honores en la reciente edición de la Feria Internacional del Libro de su ciudad natal.
Mutis, que abandonó el bachillerato por amor al “billar y la poesía”, se desempeñó como periodista, locutor (hizo el doblaje del narrador en off en la serie Los intocables), director de radio, jefe de publicidad y ejecutivo en la empresa Esso, que le inició un juicio por fraude al derivar dinero para artistas e intelectuales colombianos que padecían la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla; mientras estuvo preso por quince meses en la cárcel mexicana de Lecumberri, recibió el apoyo de figuras como Elena Poniatowska, Octavio Paz y Luis Buñuel (allí escribió Cuaderno del Palacio Negro; su amiga Poniatowska, Encierro que arde. Álvaro Mutis desde Lecumberri). Radicado en México, fue gerente de ventas de la Twentieth Century Fox para América Latina, lo que le permitió viajar por el subcontinente.
Su mayor legado acaso sea la saga de novelas protagonizadas por Maqroll el Gaviero, un personaje anárquico y enigmático entregado a la aventura de la vida itinerante. La lectura juvenil de Salgari, Stevenson y Conrad dejó huellas en Mutis que es, además, el escritor al que se debe, según contó su amigo Gabriel García Márquez, el nacimiento de una de las obras capitales de la literatura universal: Cien años de soledad. “Fue Álvaro quien me llevó mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: ‘Ahí tiene, para que aprenda’ –contó García Márquez–. Nunca se imaginó en la que se había metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprendí no solo a escribir de otro modo, sino también a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo. Mi víctima absoluta de ese sistema salvador ha sido Mutis desde que escribí Cien años de soledad. Casi todas las noches fue a mi casa para que le contara los capítulos terminados, y de ese modo captaba sus reacciones”. El Nobel de Literatura colombiano acotó que nadie podía imaginarse “el altísimo precio” que pagaba Mutis por “la desgracia de ser tan simpático”, algo que se constata al ver cualquier entrevista al escritor en YouTube.
La Argentina tiene un capítulo especial en la historia literaria de Mutis, que publicó en Losada, en 1953 (por iniciativa de Rafael Alberti), el poemario Los elementos del desastre, donde aparece el enigmático personaje con el que se identifica su obra. “Tiene un sabor de vida muy vivida”, describió el autor a Maqroll el Gaviero, del que se desconoce su país natal (usa un falso pasaporte chipriota). La gran antagonista, y proveedora de experiencia, en poemas y relatos mutisianos es la naturaleza. “Ahora, de repente, en mitad de la noche / ha regresado la lluvia sobre los cafetales / y entre el vocerío vegetal de las aguas / me llega la intacta materia de otros días / salvada del ajeno trabajo de los años”, se lee en “Nocturno”.
Maqroll, de estirpe cervantina, tiene amigos y encuentra aventuras en todos los puertos. “Nació cuando escribía mi poesía –dijo Mutis en diálogo con la escritora Reina Roffé–. Yo me di cuenta de que mi poesía era bastante desencantada, bastante desesperanzada. Era la poesía de alguien que ha pasado por experiencias fuertes, tremendas. Entonces, dije: mejor pongo en voz de Maqroll mi poesía, porque detrás de sus experiencias tiene más sustancia, más solidez, más consistencia lo que estoy mostrando; y así me ha funcionado”. Reconoció la influencia de Borges en su vigilancia del ritmo y la musicalidad de la frase.
“Álvaro Mutis forma con César Moro, Enrique Molina y Gonzalo Rojas la cumbre de la poesía surrealista de América Latina, si bien quizá sea el más completo de los cuatro ya que su obra, que es fundamentalmente poética, incluye una amplia serie de novelas centradas en el personaje de Maqroll el Gaviero que atraviesa su poesía y su narrativa –dice la escritora y traductora Cristina Piña–. Si su obra es la más abarcadora y la que lleva el lenguaje a su mayor riqueza, es porque en sus novelas hay un manejo del lenguaje que lo convierte en poético y que borra las fronteras entre prosa y poesía”. Para Piña, la poesía de Mutis abraza una singular libertad lingüística. “Hace de sus poemas inmersiones en el lenguaje no logradas por ningún otro poeta latinoamericano, como se ve en sus libros Summa de Maqroll el Gaviero y Caravansary, entre otros. Novelas como Un bel morir, La nieve del almirante e Ilona llega con la lluvia tienen un lenguaje altamente poético que sin embargo no impide que se desarrolle una intriga que sostiene la narración. Su prosa está en profunda relación con su poesía y no se la puede separar de ella. Lo que en un primer momento parece un aprovechamiento del lenguaje poético en narrativa se vuelve un tratamiento único de la palabra. Mutis es excepcional en las letras del continente”. Los versos largos, las imágenes torrenciales y el contrapeso narrativo de los poemas de Mutis dejan sin aliento a los lectores.
Se convirtió en narrador a los 63 años. “Siempre he sido admirador de los perdedores; a mí los vencedores me causan una sospecha terrible”, dijo. Atribuyó el imaginario de su literatura a los años que pasó en la finca de su familia en Coello, tras la muerte de su padre. “De ahí sale mi pequeño universo. Esa tierra es la fuente de todo lo que he escrito. No me interesa qué valor tengan mis narraciones o cuánto vayan a durar en la memoria de la gente, lo que de verdad me importa es que hice vivir a Coello más de lo que realmente vivió”.
Para probarle a Buñuel que se podía escribir una novela de terror gótico ambientada en el trópico, escribió La mansión de Araucaíma (llevada al cine en 1986). En una de sus cartas a Poniatowska, comparó la prisión con la guerra de trincheras. “Sin Lecumberri no hubiera escrito mis siete novelas, ni nada de lo que ves. Realmente fue una experiencia muy enriquecedora. Lo he repetido muchas veces, pero vale la pena volverlo a decir, en la cárcel tú llegas al final de la cuerda. En la cárcel lo que sucede es verdad absoluta”.
Es uno de los pocos latinoamericanos que recibió el “trino” de premios mayores en lengua española: el Príncipe de Asturias y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ambos en 1997, y el Cervantes en 2001. “Hay que escribir sin pensar en la publicación o el éxito, que ahora dura quince días solamente –dijo a este diario en 2002–. Una cosa son los premios y lo otro es sentarse a escribir, ser un obrero de la palabra, una lucha bastante dura”.