Aldous Huxley y una distopía muy actual
En la novela Mono y esencia, el escritor británico retrató la necedad humana que lleva a la guerra y la destrucción
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“Más provechoso que leer un libro es releerlo. No deje de hacerlo cada vez que sienta la necesidad. Será el mismo pero diferente, porque lo diferente va a ser usted y el mundo”. Borges no dejaba de repetírmelo.
Hoy he vuelto a un autor que encendió muchas de mis noches de lectora impenitente. Llegó a ser considerado el novelista más inteligente de Europa. Acaso sea esto una exageración. Pero lo que sí puede afirmarse sin caer en la hipérbole es que fue el creador de la novela de ideas: concepto que él mismo acuñó a través de un protagonista de su novela Contrapunto.
Aldous Huxley fue el creador indiscutible de la novela de ideas, en la cual el autor disecciona los hechos en los que se regodeaban los escritores naturalistas, para alcanzar lo subyacente, lo profundo. Contrapunto es el paradigma. En un contrapunto casi musical de las ideas de los personajes, nos lleva a comprender sus conductas y la realidad en la que se vinculan.
Fue sin duda el aire de guerra que respiramos en estos días lo que despertó mi necesidad de volver a su obra.
Aldous Huxley nace en Gran Bretaña en 1894 en el seno de una familia de intelectuales notables. Su abuelo, Thomas Huxley, había sido un célebre biólogo evolucionista contemporáneo de Darwin. Su padre, destacado biólogo también; su madre, de familia de poetas, una de las primeras mujeres en estudiar en Oxford.
Esa herencia cultural, su intelecto agudo y mirada penetrante son los pilares de una obra que no concede salvoconductos. Contrapunto es una crítica cáustica de la burguesía inglesa, con su cultura de la indolencia y la estulticia. Años más tarde, en Un mundo feliz, el escritor-filósofo denunciará de manera despiadada el cáncer de la industrialización que devora los glóbulos rojos de la humanidad en la sociedad moderna.
Pero la preocupación sostenida de Huxley habría de ser la recurrencia bélica. Comienza siendo un escéptico de la naturaleza humana. Cuando en 1928 escribe Contrapunto, su obra cumbre, había acontecido la Gran Guerra; una sangría innecesaria, según él, en la que países enteros fueron llevados a la muerte en virtud de intereses políticos. La guerra lo indigna por su crueldad, pero mucho más, por su insensatez.
Cuando en 1934 escribe Ciego en Gaza, su desasosiego llega al punto de denunciar la proximidad de una segunda contienda cuyo estallido sitúa en 1939. Vira del pesimismo hacia el pacifismo, porque es solo una toma de posición pacifista la que puede torcer la tendencia destructiva de las naciones sometidas a los mandatos políticos. A esta etapa de su evolución intelectual pertenece uno de sus ensayos más intensos: El fin y los medios: “El fin no puede justificar los medios, por la simple y clara razón de que los medios empleados determinan la naturaleza de los fines obtenidos”.
La profecía de Huxley fue certera: en 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial. A su desquiciada crueldad, se suma el horror de la destrucción nuclear.
La guerra llega a su fin en 1945, pero la dolorosa inquietud de Huxley no ceja. El mundo ha quedado polarizado, bajo los dictados de dos superpotencias hegemónicas con capacidad nuclear. El escenario es tenso y la paz incierta. A Huxley lo atormenta la idea de un conflicto atómico, demasiado posible. Se vuelca al estudio de la mística cristiana y de las éticas orientales. De esta etapa espiritual es una obra que pasó desapercibida.
Mono y esencia se publica en 1949. Es una novela singular, escrita en lenguaje cinematográfico.
La obra se divide en dos partes. En la primera, la historia comienza en el mismo día de la muerte de Gandhi, cuando dos guionistas rescatan un extraño texto cinematográfico titulado Mono y esencia de la incineración a la que Hollywood condena los guiones desechados.
La segunda parte es la pura transcripción de ese guión. La historia transcurre en 2108, años después de “Aquello”: lo que no se nombra porque su nombre conlleva todo el espanto: la Tercera Guerra Mundial, de cuya destrucción total solo se salvaron Nueva Zelanda y el África Ecuatorial. Un grupo de científicos neozelandeses desembarca en las costas de California, destruida. Los ataques nucleares y químicos desertificaron los suelos, ahora solo polvo. No hay vegetación. No hay alimentos. En las ruinas de Los Ángeles, “lo que otrora fue la gran metrópoli”, encuentran una comunidad de seres infrahumanos, sobrevivientes de la explosión atómica, que sobrellevan y reproducen las inmundas degeneraciones físicas que causó la radiación nuclear. La humanidad ha hecho una regresión a la brutalidad: los libros hallados entre los escombros sirven de combustión. Su lectura está prohibida. El nombre de Dios no debe ser pronunciado; en cambio, se rinde culto a Belial, para aplacar el dolor al que indefectiblemente somete a la raza humana. Su poder fue creciendo en el tiempo hasta alcanzar la victoria definitiva con “Aquello, cuando tomó el mando total”.
En la boca brutal del Archivicario de esa comunidad regresiva, Huxley expresa lo que nos resistimos a decir y a escuchar.
Cuando el científico se lamenta de que no se hubiese hecho lo necesario para salvar la fertilidad de la tierra, el Archivicario replica: “Entre la Guerra Mundial II y la Guerra Mundial III tuvieron todo el tiempo y todo el equipo que necesitaban. Pero prefirieron divertirse con la política de fuerza [...]. ¿Y cuales fueron las consecuencias? Peor alimentación para mayor número de personas. Mayor inquietud política, con el consecuente aumento de agresividad nacionalista e imperialista. Y finalmente, Aquello”. Para este triunfo, “Belial se valió de la multitud de sus aliados: las naciones […] los partidos políticos. Explotó sus ideologías”. Pero la civilización ya había comenzado a destruirse mucho antes de la explosión: “Considera lo que estuvieron haciendo durante el siglo y medio anterior a Aquello. Ensuciaban los ríos, exterminaban los animales silvestres, destruían los bosques [...] Una orgía de imbecilidad criminal […] lo llamaron Progreso, ¡progreso! […] una invención ¡diabólicamente irónica! […] Progreso y nacionalismo… he ahí las dos grandes ideas que les metió Belial en la cabeza…”
Es curiosa la siguiente advertencia: al cabo de la I y de la II Guerra “¿Recuerdas la frase Rendición incondicional?… Rendición incondicional [...] y ¡pum! [...] Finalmente. claro está, sobrevino Aquello…”
Mono y esencia es la escalofriante distopía de un hombre lúcido obsesionado con la amenaza de la guerra. Una ficción en la que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Sin embargo… sin embargo… Hoy nos refleja como un espejo. Nos denuncia. Nos advierte. Nos interpela.
Escritora y directora de capítulo argentino del Club de Roma