Alberto Haylli, testigo minucioso de Junín y de su gente
Durante 60 años, el fotógrafo retrató la vida de su ciudad con ojo sensible, dice la autora de Antes que desaparezca; el volumen Albert Haylli, fotógrafo (Ampersand) rescata su trabajo
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Cuando en 1916 los padres de Alberto Haylli se mudan a Junín, hace diez años que el pueblo ha sido declarado ciudad. Veinte años más tarde de aquella mudanza, imaginamos a un joven Haylli de veinticinco años rumbo al estudio fotográfico que ha inaugurado en la calle principal de Junín. En un gesto ya automático, la mano sujeta la cámara colgada al cuello, lista para disparar. Lo suyo es el instinto del ojo y la empatía de sensibilidad con el fragmento de realidad que quiere capturar. En un futuro lejano, hay una fotografía que lo espera: su autorretrato a los ochenta años. Las manos y el ojo son algo digno de verse: adaptados de tal modo al agarre de la cámara y al visor que, en la vejez, la imagen de Alberto Haylli semeja la de un cyborg, alguien mitad humano, mitad máquina. Gestos inscriptos en su cuerpo desde la infancia. Pero para ese autorretrato falta toda la vida de ese hombre reservado y hermético en cuanto a su profesión que fue Haylli. Alguien con quien una ciudad entera se relacionó, pero que muy pocos conocieron bien. Alguien tan generosamente presente en Junín que se ganó para siempre el apodo con que lo nombrábamos: el “Gordo” Haylli. Alguna vez dije: “No sé cómo lo hizo, pero estamos todos”, con lo que quise significar una gran, abarcadora, foto de la extensa familia juninense que atravesara el tiempo. Porque de esto se trata, de que todos, sin distinciones de ningún tipo, en algún u otro momento de nuestras vidas, hasta principios de la década del 90, ya que Haylli murió en 1994, estamos en sus fotos.
No tengo conocimientos técnicos de fotografía, solo hablo por intuición y por lo que estas fotos me generan y me dicen. No sabemos cómo juzgaría él esta selección. Tampoco sabemos si, en esos años iniciales de su producción, las décadas del 30, 40 y 50 que elegimos, Haylli estaba en la búsqueda de un lenguaje propio o de una estética. No dejó reflexiones o testimonios escritos al respecto. Por eso quiero puntualizar que la elección de las fotos que figuran en Alberto Haylli, fotógrafo (Ampersand), libro que acaba de publicarse, sigue mi gusto personal. No obstante, las fotos hablan por sí mismas: un universo de imágenes que muestra, sobre todo, la relación evidente entre una ciudad y su fotógrafo. Siempre son esquivas las ciudades a dejarse mirar, narrar, comprender. Considero que él lo logró. Se ve, además, lo que está fuera de encuadre: se ve la época.
El fotógrafo y su ciudad omnipresente en su obra. Estas líneas son un intento de descifrar esa relación. Conocí a Haylli. Lo vi en innumerables ocasiones. Al menos puedo intuir quién fue y testimoniar su pasión por documentar Junín: porque Haylli estableció una relación simbiótica con la ciudad y sus habitantes, vínculo que presenta una contracara paradójica: tan familiar para todos y presente en todas partes y, a la vez, tan ampliamente desconocido. Junín, a su vez, lo sostuvo. Vivió y mantuvo a su familia con su Estudio Fotográfico, vendiendo fotos y material fílmico a particulares, a instituciones, clubes y colegios. Fue una relación de amor mutuo.
En 1936, con veinticinco años y un flamante estudio en la calle principal, Haylli era un joven moderno. Y tal vez, por eso mismo, alguien que supo ver y registrar la ruralidad esencial sobre la que se asentaba su ciudad. Es moderno, como toda su generación, porque comprende su ciudad en crecimiento, porque su lugar natural es la calle y porque, desde la infancia, se volcó a una tecnología omnipresente en todos los aspectos de la vida, que es también un arte: la fotografía. Testigo privilegiado de la modernización de Junín, supo seguir su ritmo con sensibilidad urbana. En 1926, cuando tiene quince años, la ciudad cuenta con más de cuarenta mil habitantes y crece sin pausa al ritmo de los mejores campos del país y de su ubicación estratégica como nudo ferroviario, cuyos Talleres de reparación de trenes cuentan con tres mil quinientos operarios. La colectividad británica, establecida en 1884, ha dejado su huella. Desde el comienzo, el ferrocarril será un tema recurrente para el fotógrafo. En 1948, cuando Perón lo estatiza, la línea Buenos Aires al Pacífico (BAP) pasará a ser Ferrocarril General San Martín. El Haylli de quince años que imaginamos, seguramente ha ido a ver, en el recién inaugurado cine Crystal Palace, la película Oh… los hombres, con Pola Negri, y en 1930, la primera película sonora que se ve en Junín: Amor profano, con Ramón Novarro. Como a toda su generación, el cine lo apasionó, tanto, que él mismo se transformaría en camarógrafo y filmaría sus propios documentales.
Los años veinte y treinta, los de su adolescencia y juventud, son años de eclosión y de renovación en el mundo y en la Argentina; la nota de modernidad la dan los jóvenes y sus lugares emblemáticos son la calle y el café. Y ahí encontraremos a Haylli. Para “el Gordo” Haylli lo que interesa está en la calle, entre la gente. En los pueblos y ciudades de provincia los tiempos son más lentos, y las transformaciones más resistidas, pero Haylli fue moderno además y precisamente por ser él mismo un factor de cambio: no espera que las innovaciones técnicas en su materia lleguen a su ciudad: va a buscarlas. A partir de la década de 1940, viajará semanalmente a Buenos Aires y entrará en contacto con los Laboratorios Alex y con directores como Enrique Carreras y Luis César Amadori. El joven del que hablo emprendió, con una energía que no lo abandonará nunca, el registro omnívoro de Junín. En ese registro encontramos figuras claves de la historia argentina contemporánea, como Eva Duarte y Perón, entre otros protagonistas.
Es, de alma, un fotógrafo callejero. Sus fotografías no idealizan los sujetos o lugares que elige. No hay bello versus feo, trascendente versus intrascendente. Todo cobra importancia particular en el recorte acotado de su encuadre. Cada persona tiene su cuota de existencia que fijará la imagen. Sus fotos callejeras prueban la espontánea entrega al hombre detrás de la cámara. Esa confianza es para mí el punto central de la relación que Haylli estableció con los juninenses. La interferencia del fotógrafo está limitada al mínimo: se lo acepta siempre con benevolencia. Tenía la facultad de apresar la fugacidad del gesto que se pierde en el infinito continuo del tiempo. Fue un cazador de gestualidades. La expresión de las caras es de reconocimiento, parece decir: “Ahí está el Gordo”, como quien descubre un conocido más que se incorpora a la escena. Y ése fue su don: sabía conectar con la gente. Por esa omnipresencia, estoy convencida de que, en Junín, Haylli se volvió invisible. La gran familiaridad produce eso: desaparición. Su oficio era un oficio más entre los múltiples de la ciudad. Su invisibilidad, que atraviesa los años, está en relación directa con el admirado asombro que provoca hoy en Junín el redescubrimiento y la puesta en valor de su obra.
De manera muy personal, siento que estas fotos trascienden hacia algo más vasto. Me arriesgo a pensar que, cualquiera que las mire, en cualquier lugar del mundo, podrá reconocer este pasado y estos gestos. Y, no obstante, las imágenes tienen algo que las hace profundamente argentinas: las personas que aparecen en ellas son habitantes de una ciudad chica de la provincia de Buenos Aires. De la época de una modesta clase media en plena formación, de su atareado levantarse en los años de la construcción de la Argentina moderna, de su fe en la potencia del futuro, de su creencia en los héroes de una épica histórica común. Haylli fue su testigo y cronista, pero voy más allá, y digo testigo de la vida argentina, porque Junín prefigura una muestra detallada del país y su gente.
La obra total de Alberto Haylli está en proceso de descubrimiento y clasificación. De ahí que mis opiniones estén abiertas a revisión. No sabemos cuáles fueron sus ambiciones como fotógrafo, cuál fue, si lo tuvo, el íntimo convencimiento del valor de su trabajo. Conocemos solo un deseo y ése no fue cumplido: legar su archivo fotográfico y fílmico a Junín. A su muerte, no hubo nadie que recogiera esa intención y ayudara económicamente a cumplirla. Los que, de un modo u otro, hoy recuperamos y difundimos su obra estamos en camino de reparar esa falta. Homenajeamos aquí su talento de fotógrafo, de camarógrafo y de reportero gráfico. Testigo minucioso de su ciudad y su gente, Alberto Haylli creció con Junín, ciudad que amó y a la cual legó el tributo incomparable de sus sesenta años de fotógrafo.