Alberto Fernández y el mundo: lecciones desde la cubierta del Titanic
El abuso de la frivolidad en el terreno diplomático revela una mezcla de ombliguismo, improvisación y arrogancia que expone a la Argentina a conflictos sin nada para ganar
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A Pedro Sánchez lo salvó el barbijo. Su expresión quedó oculta detrás del N-95 blanco cuando escuchó a Alberto Fernández explicar en la Casa Rosada aquello de que “los mexicanos salieron de los indios” y “los brasileros salieron de la selva”. Se suponía que era un gesto de empatía con el visitante español, al sacar pecho con el lugar común de que los argentinos somos europeos que “llegamos en los barcos”, pero desató una ola instantánea de indignación en los dos mayores países de la “hermandad latinoamericana” que el Presidente ensalzó en el mismo discurso.
Hablar sin pensar implica un ejercicio peligroso en términos diplomáticos. Empieza a ser, sin embargo, el modo natural en las relaciones de la actual administración con el mundo. Pocos presidentes argentinos han incursionado con tanta cotidianidad en roces diplomáticos gratuitos, fruto de expresiones desafortunadas, comentarios frívolos o comparaciones odiosas.
En el fondo se cuela una concepción distorsionada del papel de la Argentina en el concierto de las naciones, que invita a actuar sin medir las consecuencias. Una mezcla de ombliguismo, improvisación creativa y superioridad moral, que conduce a dar lecciones desde la cubierta del Titanic.
Fernández es el presidente de un país que no paga sus deudas, en recesión crónica, incapaz de crear empleo genuino desde hace años y que pelea el título en el campeonato de la inflación. Desde ese altar declaró el fracaso del capitalismo, reclama un auxilio financiero sin someterse a auditoría alguna de los acreedores y exige a la vez “renovar la arquitectura financiera internacional”. Es un crítico ácido de las políticas dominantes en material comercial, como se los hizo saber a sus colegas de Uruguay y de Brasil cuando le plantearon flexibilizar el Mercosur y les respondió que si no les gusta “que se tomen otro barco”.
La frase mal citada de Fernández obró el milagro de que los Bolsonaro lo corrieran por izquierda. También Mauricio Macri aprovechó para solidarizarse con brasileños y mexicanos
Celebra las medidas de estímulo de Estados Unidos, que crece a una velocidad impensable para la Argentina y lo atribuye a una inspiración de peronista del nuevo presidente, al que llama Juan Domingo Biden. El american dream se acaba cuando le nombran al laboratorio Pfizer, al que acusa de haberlo puesto en “una situación muy violenta de exigencias” durante la frustrada negociación para adquirir vacunas. Nunca explicó qué le pedían a la Argentina que no les hubieran exigido a los más de 100 países del mundo que sí sellaron contratos de provisión.
La pandemia expuso a Fernández a constantes quejas extranjeras debido a su pasión por medirse con los demás. Se vanaglorió de datos -a veces efímeros, otras directamente falsos- que en apariencia nos mostraban mejor que Chile, que Suecia, que España, que Alemania. La segunda ola nos encuentra arriba en todos los rankings. Cuatro millones de contagios registrados (noveno puesto mundial), más de 80.000 muertos totales (12°) y marcas paupérrimas de cantidad de testeos. Pero Fernández no se rinde. Delante de Sánchez reivindicó sin matices su estrategia contra el virus, incluida la cuarentena XL de 2020, y dijo que “volvería a actuar de la misma manera”. Le explicó al mundo, además, el deber ser del reparto global de las vacunas.
Se presenta como un cruzado de los derechos humanos, aunque se tropieza con las palabras, incluso por escrito. Su gobierno condena la violencia en Medio Oriente, pero sin nombrar a Hamas, la agrupación palestina que abrió fuego sobre Israel y provocó la fenomenal represalia sobre Gaza. Alerta en las redes sociales sobre “la violencia institucional” del derechista Iván Duque en Colombia, pero percibe que las violaciones humanitarias en la Venezuela de Nicolás Maduro “están desapareciendo”. Por eso se retiró de la denuncia contra el régimen ante la ONU. Sin atragantarse con la connotación de esa palabra y como si una supuesta mejora que ningún reporte serio describe ameritara indultar los crímenes anteriores.
Vladimir Putin colecciona denuncias de persecución y encarcelamiento de opositores (veneno incluido). Pero nos vende la Sputnik V. “Los amigos se conocen en los momentos difíciles”, lo mimó Fernández en el último Zoom que compartieron. Tan abanderado de las políticas de género y de la diversidad sexual como se presentó en la cumbre con Sánchez, el Presidente no parece incomodarse con el combate al colectivo LGTB que lleva adelante desde hace años el mandamás ruso.
Para no perder la costumbre, el jueves Fernández se arrogó el derecho de declarar a Pedro Castillo ganador en el reñidísimo ballottage de Perú cuando todavía se están contando votos. Una ansiedad inexplicable que le valió una protesta formal del gobierno que todavía ejerce el interino Francisco Sagasti.
Vamos así por el mundo. Perdiendo partidos, pero cantando victoria. Tan orgullosos de portar un gen diferencial que nos impide siquiera captar la ironía detrás de lo que Octavio Paz quería decir con eso de que los argentinos “descienden de los barcos”. Era su forma de compadecerse de nuestra arrogancia.