Agustín Laje: “Con los libertarios, el campo popular se redefine como casta y anticasta”
Activo y controvertido divulgador de las ideas de la nueva derecha en las redes, el autor de La batalla cultural sostiene que el libertarismo modifica la perspectiva desde la que se define al enemigo político
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MADRID
Sorpresa es la palabra que más se repitió después de los resultados de las PASO, cuando Javier Milei, de La Libertad Avanza, fragmentó en tres un electorado que hasta entonces se suponía bipartidista. También sorprendió la retórica de los simpatizantes del candidato, que en la línea del populismo plantean la política como una batalla que divide entre amigos y enemigos. En el ideario libertario a términos populistas clásicos como “medios hegemónicos”, “campo popular”, “batalla cultural” se agregó el de “casta”. Esa retórica también apunta contra los medios y el periodismo, que es blanco de críticas continuas desde los canales digitales libertarios.
Agustín Laje (Córdoba, 1989) es uno de los divulgadores más activos y controvertidos de eso que él mismo llama la nueva derecha. Las plataformas digitales son el ámbito principal en que circulan sus ideas: tiene 2,7 millones de seguidores en YouTube y supera el medio millón en Instagram, Equis y TikTok.
Los títulos de sus libros (La batalla cultural, por ejemplo) incluyen conceptos muy utilizados por el kirchnerismo, una supuesta forma de señalar que es la ideología a impugnar. Sin embargo, el marco teórico parece por momentos similar. Alrededor de esta aparente paradoja gira esta entrevista, realizada por videoconferencia.
“La diferencia –sostiene Laje– es que en 2023 ya no hay amigo-enemigo en términos de kirchnerismo-antikirchnerismo y se incorpora una nueva variable con un contenido ideológico distinto”.
“La disputa no es meramente política sino que además es ideológica. La división del campo popular se redefine como casta y anticasta. Desde la filosofía libertaria la casta política es aquella que parasita la sociedad a través de los recursos del Estado”. La afirmación hace juego con lo que Laje expresó en uno de sus videos, donde sostuvo que, siguiendo esa lógica, lo que Milei hizo es “nombrar al enemigo del pueblo”, algo que conformaría “un populismo al revés del populismo de izquierda”. También sostiene que hay espontaneidad en sus acciones en la red, aunque algunos datos –como el caso de Fernando Cerimedo, que se jactaba de ser el cerebro de la campaña de Milei y estar a cargo de un ejército de trolls– parecen desmentirlo.
–Es poco habitual encontrar hacia la derecha intelectuales con foco en lo político, ¿a qué se debe?
–En el marco de la Guerra Fría se disputaba en el mundo un sistema económico más que un sistema político: economía de mercado o economía estatalmente planificada. En ese terreno, la derecha generó intelectuales que son economistas. Friedrich von Hayek, un autor del auge libertario de los últimos años, denunciaba que un buen economista nunca puede saber simplemente de economía. Mientras tanto, la izquierda estaba abandonando el terreno economicista heredado por el marxismo vulgar y empezaba a desarrollar otro tipo de dialécticas, sobre todo en un terreno cultural vinculado al sexo, a las etnias, a lo que llaman hoy pueblos originarios. Eso le permitió sobrevivir ideológicamente.
–En su discurso son recurrentes los autores marxistas, ¿no es una contradicción??
–Tuve profesores que eran discípulos de Ernesto Laclau en la Universidad Católica de Córdoba y fue toda una impronta que se bajó a los alumnos. Era un paradigma dominante. Tengo una relación amor-odio con estos paradigmas. Me encanta leerlos, creo que se puede aprender mucho de ellos, pero ideológicamente estoy en la otra vereda. Mi tesis en Filosofía la hice sobre Michel Foucault, un autor que me encanta, pero contrario a lo que votaría en las urnas.
"La batalla cultural, en términos de guerra de guerrillas, la dan ciudadanos comunes y corrientes con un micrófono y una cámara tratando de tener influencia sobre los demás"
–Una de esas categorías es “batalla cultural”, que le da título a uno de sus libros. ¿Por qué plantear la política como guerra? ¿No es un concepto que utiliza el progresismo, al que se opone abiertamente?
–La batalla cultural que reivindico es la guerra de guerrillas cultural, de abajo hacia arriba. El kirchnerismo tomó el modelo de batalla cultural en clave de ingeniería social, de arriba hacia abajo. Era el Estado el que tenía que organizar una batalla cultural diseñando un canal estatal, una currícula estatal para remodelar la educación, contratar intelectuales y ponerlos bajo el sello Carta Abierta, contratar artistas, cantantes, actores, productores. La batalla cultural, en términos de guerra de guerrillas, la dan ciudadanos comunes y corrientes con un micrófono y una cámara tratando de tener influencia sobre los demás.
–Estas guerrillas ciudadanas recuerdan las campañas que involucraron a Trump o a Bolsonaro, ¿es también el caso de Milei? ¿Cómo se manejan las redes que tienen tanta llegada?
–Yo lo vivo de manera totalmente espontánea. No le aviso a nadie lo que voy a publicar ni nadie me manifiesta la necesidad política de abordar un determinado tema. Organizo un vivo en un segundo y sale a las más de 2 millones de personas que siguen el canal. Por ejemplo, del debate no recibí ningún tipo de directiva de reforzar tal o cual mensaje. Veinte minutos después del debate la cuenta de Twitter de Patricia Bullrich ya tenía subidos diez fragmentos que habían sido seleccionados evidentemente por un equipo de campaña. En la cuenta de Milei todo lo que había como repercusión era un tuit. Entiendo que la única fuerza que no pagó un solo centavo para difusión de redes sociales fue La Libertad Avanza. Es todo de abajo hacia arriba.
"Hay un tipo cultural que ha desbordado nuestras categorías profesionales por completo y a falta de un título mejor lo hemos llamado influencer."
–¿Entonces el tipo de comunicación descentralizada la tomaron de esos líderes populistas?
–Hay un tipo cultural que ha desbordado nuestras categorías profesionales por completo y a falta de un título mejor lo hemos llamado influencer. Como si un político, un empresario, un sacerdote, un escritor no influyeran. El influencer es el producto de esa nueva lógica, que no existía con Néstor Kirchner. Lo que había era un combate entre élites: la élite periodística y la élite de una nueva comunicación social totalmente estatizada, como el programa 678 o el canal Paka Paka. Hoy se enfrentan a una lógica gelatinosa, novedosa, sin categorías fijas. Las explosiones virales no son controlables y no hay una receta. Podés comprar la mejor cámara, el mejor micro, la mejor iluminación, incluso comprar la publicidad que ofrece la plataforma, pero eso no garantiza nada.
–¿Por qué se parecen tanto la campaña de Milei a la de Bolsonaro o Trump?
–Se parecen porque la forma en que funcionan los medios es más o menos la misma en la Argentina, Brasil o Estados Unidos. La mayoría de los medios de comunicación tienen una línea editorial que tiende del centro hacia la izquierda. Frente a esa hegemonía mediática de los aparatos tradicionales de comunicación surgen de manera espontánea voces que no se sienten representadas. Yo mandaba notas a portales importantes de la Argentina, que a veces salían, pero en un determinado momento me avisaron que de ninguna manera iban a publicarse. El mejor regalo que me hizo el periodismo hegemónico es haberme expulsado de las filas tradicionales. Me obligó a hacer esto.
–¿Esta lógica de la política como guerra no derrama a las redes sociales, donde se ve mucha agresividad? Recuerda a la militancia digital que ya padecimos.
–La diferencia es que en 2023 ya no hay amigo-enemigo en términos de kirchnerismo-antikirchnerismo y se incorpora una nueva variable con un contenido ideológico distinto. La disputa no es meramente política sino que además es ideológica. La división del campo popular se redefine como casta y anticasta. Desde la filosofía libertaria, la casta política es aquella que parasita la sociedad a través de los recursos coercitivos del Estado. Lo que se está modificando es el lugar desde donde se mira al otro como un enemigo político, ya no solamente desde la oposición meramente partidaria sino desde una oposición filosófica. En todo momento de quiebre sistémico la lógica amigo-enemigo emerge. El punto es hasta dónde es capaz de llegar esa lógica. La idea es que no llegue hasta su punto máximo que es la guerra civil, sino que pueda resolverse en el terreno de las instituciones republicanas, donde creo que se va a resolver. Las redes sociales no son el terreno de las instituciones republicanas tradicionales por eso allí la lógica amigo-enemigo se da como una especie de aniquilamiento digital. No hay una guerra civil en clave digital en las redes sociales porque no son las instituciones republicanas que fueron diseñadas para evitarla. Ahora, en la calle no hay guerra civil. La realidad virtual y la realidad fáctica afortunadamente todavía están disociadas. Somos una cosa en las redes sociales y otra cosa en la vida real. Eso nos garantiza que no vaya a haber violencia política. Creo que muchos periodistas exageran la dimensión del conflicto político en redes sociales como si eso fuese lo mismo a que te pongan una bomba, que te acuchillan o que te tiren un tiro por la calle. Eso no va a pasar..
–Pero en un país como la Argentina es difícil que eso no resuene con épocas trágicas. ¿Qué garantías hay de que eso no va a escalar?
–Eso lo garantiza la base filosófica del libertarismo, que es el principio de no agresión. Estamos frente a un cambio no meramente político. Lo que está en crisis hoy es la legitimidad del Estado argentino, tanto que ni siquiera en la izquierda kirchnerista utilizan la idea del estado presente. Hasta ellos tuvieron que llevar al más de derecha de su espacio, que es Sergio Massa. La filosofía libertaria va a legitimar el estado en base a principios radicalmente distintos de los que estuvieron en vigencia durante todo el siglo XX. La base ética del principio de no agresión dice que nadie tiene derecho a iniciar el uso o la amenaza de la fuerza contra otro ser humano, aunque sí a defenderse. La izquierda sí ejerce la violencia política. En mi vida nunca se me ocurriría ir a violentar la presentación de un libro de un autor de izquierda. Como máximo iría a escucharlo para después tratar de refutarlo o hacerle algún comentario crítico durante las preguntas. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de la izquierda, que ha venido a mis presentaciones y me ha atacado físicamente. Hay universidades donde tengo que ingresar con guardaespaldas armados. Ahí, según la filosofía libertaria, estás legitimado para defenderte.
"Hay una estrategia de combinar una lógica de batalla cultural con una lógica electoral"
–Mencionó que en varias oportunidades rechazó propuestas para hacer política, ¿qué pasaría si fuera Milei el que hiciera la propuesta?
–Javier Milei me invitó a acompañarlo en este proyecto político cuando organizamos aquel evento en Córdoba en febrero de 2022. Me sentí muy honrado de que él me tuviera en cuenta y me pidiera que lo acompañara. Le tuve que decir que no y él entiende bien. Hay una estrategia de combinar una lógica de batalla cultural con una lógica electoral. Hay grupos que de manera espontánea nos fuimos conociendo por redes sociales y encontrando luego en presentaciones de libros, en conferencias, en talleres, en debates. Y empezamos a generar una conciencia de batalla cultural. Estábamos sembrando, y en algún momento alguien tenía que ir a recoger ese fruto. Milei adquiere esa conciencia político-electoral allá por 2020. Se candidatea para las elecciones del 2021 y gana su lugar en el Congreso. Si hay un vuelco total de la derecha hacia la lógica política institucional política estatal, vamos a desandar todo lo que estábamos haciendo y a perder influencia justo en el momento en que estamos ganándola. La estrategia es bifronte. Tener gente que pueda realmente liderar batallas culturales y gente que pueda ingresar en el ámbito de la política estatal. La batalla cultural no tiene fronteras en el siglo XXI. Dar una batalla cultural meramente nacional sería un error estratégico.
–¿De ahí la coincidencia con otros líderes de derecha?
–Las agendas son las mismas. Hace dos meses estuve en una cena con Donald Trump, dentro del mitin del Partido Republicano, donde hablaban todos los candidatos de las primarias. No había ninguna diferencia con lo que puede decir hoy Javier Milei: achicar el Estado en términos de políticas económicas y de políticas culturales; enfrentar las agendas globalistas o progresistas. Por eso es que no se puede limitar la batalla cultural al ámbito nacional y, si yo me ocupara de la política nacional, no podría estar haciendo lo que estoy haciendo actualmente.
–Dijo que de tener hijos no los dejaría tener pantallas, pero su fortaleza viene de las redes, ¿no ve una contradicción??
–Es que mis redes sociales están constantemente a disposición de tratar de elevar la vara cultural. Pongo mis redes sociales siempre a disposición de mis libros y otros libros. Cada vez que me dicen que soy youtuber, me duele un poco, porque la actividad que más disfruto es la de leer y escribir. Ahora bien, soy consciente de que el libro es una tecnología pasada de moda. Mi libro Generación idiota, que salió este año, vendió cien mil ejemplares. Sin embargo, mi canal de YouTube tiene más de 2 millones de personas. Si comparo lo que recibo por vistas de un video y lo que recibo de lectores en un libro es para llorar. A menos que sea consciente de que cada tecnología tiene su tiempo y que no debo confundir lo cuantitativo con lo cualitativo. Alguien que compra mi libro está tratando de tomarse en serio su formación, es una persona que está buscando cultura y que probablemente trate de ejercer influencia en su círculo.
–¿Esta derecha será más permeable a la cultura? ¿Cómo encaja en esto Milei?
–Hay un cambio radical en cuanto a la figura del político. Milei combina el rockstar con el intelectual. Tiene la legitimidad carismática de Weber. Por eso no ha funcionado en las elecciones provinciales: es su imagen la que arrastra voto. Pero además es un académico. En sus mítines entraba con música de La Renga, con la campera de cuero, pero después sacaba sus apuntes y daba una hora y media de clase de economía. Hay mucha gente que se siente dignificada por eso. Frente a diez mil personas que venían a escuchar supuestamente un discurso político, Milei termina dictando historia del pensamiento económico moderno. Muy probablemente la mayoría era de clase media para abajo y la inmensa mayoría eran jóvenes que no estaban ahí por un choripán. Esta nueva derecha –como yo la llamo pero entiendo que Milei no la llama así– excede el fenómeno libertario. Esta nueva derecha está tomando grandes porciones de la cultura frente a una izquierda que al haberse vuelto sistema establecido ya no puede movilizar la rebeldía juvenil. En las últimas dos Ferias del Libro de Buenos Aires mis eventos y el de Milei fueron los más grandes, para desazón de muchos autores e intelectuales de izquierda que convocaban poca gente.
–¿Fátima Flórez es parte de la batalla cultural?
–Cómo va con el marco teórico, no lo sé. No creo que sea una puesta en escena porque a Milei no se le da bien la actuación. Tiene un gran problema, no maneja bien el arte del disimulo, pero ese sincericidio que lo ha caracterizado curiosamente lo llevó a donde está. Todo ese cúmulo de errores que cualquier asesor le hubiera dicho que eran garrafales en una Argentina desquiciada le ha generado un liderazgo político que se identifica con la gente. Según algunas encuestas, la palabra que más evocan las personas cuando se le pregunta por él es sinceridad. Es cierto que frente a la imagen de Javier y sus perros es mucho más humana y genera más identificación la imagen de Javier y una novia. Celebro políticamente que sea así, más allá de que por mi amistad con él me pone contento que haya encontrado una buena mujer.
–¿Esos exabruptos no pueden ser un problema para un eventual gobierno?
–Sinceramente lo veo muy moderado. He mantenido con él discusiones filosóficas en épocas donde no estaba haciendo política y la discusión era como con cualquier persona. Esa lógica de los exabruptos era muy propia de lo que significaba la televisión política en programas como Intratables. Si a Milei, que tiene una disposición para el debate y es pasional, se lo pone solo contra todo un panel en la defensa de sus ideas, es probable que se genere eso. Ese personaje tiene que cambiar a la fuerza por las circunstancias políticas y lo que significa ser un hombre de estado. Él mismo está diciendo: “Hoy soy una persona que aspira a ser hombre de Estado”, y eso necesita un autodominio. Ya no es la lógica Intratables; es la lógica Casa Rosada.
PERFIL: AGUSTÍN LAJE
UN ACTIVISTA EN LAS REDES
■ Agustín Laje nació en Córdoba, en 1989. Es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Católica de Córdoba y obtuvo su Maestría en Filosofía en la Universidad de Navarra, donde actualmente está haciendo un doctorado.
■ Vive entre España y la Argentina, y recorre asiduamente América Latina, Estados Unidos y España dando conferencias. Se hizo conocido por sus videos en las redes, donde tiene numerosos seguidores.
■ Es autor de Los mitos setentistas: mentiras fundamentales sobre la década del 70 (2011), La batalla cultural: reflexiones para una Nueva Derecha (2022) y Generación idiota: una crítica al adolescentrismo (2023).