Adam Przeworski: “La Argentina está limitada por su estructura económica”
Las pujas sectoriales inciden más en la crisis del país que las debilidades de nuestras instituciones, dice el prestigioso politólogo polaco, estudioso de las democracias
- 18 minutos de lectura'
La democracia se enfrenta hoy a un profundo proceso de desgaste, frustración y descontento que se traduce en una “autocratización democrática”. La polarización, la erosión de los partidos de centro, la irrupción de los extremos y la desestructuración de los sistemas partidarios indican que algo está sucediendo en algunas democracias liberales que dejó como legado el siglo XX.
Sin embargo, a diferencia del siglo pasado, son pocos los líderes que se muestran abiertamente autoritarios. Incluso más, algunos se esmeran por mostrar credenciales republicanas. El proceso de autocratización de estos tiempos tiene otra fisonomía y otra velocidad: hay una erosión gradual y sigilosa de las instituciones democráticas y un uso de los mecanismos legales existentes con fines antidemocráticos. “A veces no es una sola medida, explícita, son varias intervenciones disimuladas e imperceptibles que fuerzan y subvierten el sistema. Son como los aviones furtivos que vuelan sin ser detectados por el radar”, dice Adam Przeworski, uno de los politólogos más destacados e influyentes del mundo y una eminencia en el campo de las ciencias sociales.
Con una larga lista de libros publicados y traducidos a varias lenguas, consultados por generaciones enteras de investigadores, Przeworski suma ahora La crisis de la democracia (Siglo XXI Editores), un texto en el que analiza los problemas de la democracia y las razones de la desconfianza ciudadana.
Una de las cuestiones que más le preocupan, dice el politólogo polaco-estadounidense -a la luz de estos procesos de autocratización- es que las democracias “no incluyen mecanismos institucionales que las salvaguarden de ser subvertidas por gobiernos debidamente elegidos que observen normas constitucionales. Los mecanismos de protección de las democracias han demostrado ser ineficientes para protegerlas de estos procesos”, grafica.
"Hoy las apariencias democráticas son bastante flexibles como para que un líder pueda mantener en el tiempo un poder ilimitado"
Para que la democracia sea sostenible, analiza, son necesarias dos condiciones. “Que lo que está en juego en los resultados de las elecciones no sea muy poco, pero tampoco sea muy grande. Si nada está en juego, la gente piensa que las elecciones no influyen en sus vidas porque los gobiernos cambian y las vidas de las personas no cambian; y entonces buscan soluciones mágicas, curanderos. Y si lo que está en juego es demasiado, entonces surge el peligro de que los perdedores puedan no aceptar la derrota”.
¿Cuál es el criterio que define a una democracia en crisis? “La democracia está en crisis cuando los votos son reemplazados por los puños, las balas o las piedras”, dice Przeworski, miembro de las academias estadounidenses de Artes y de Ciencias y de la Academia Británica
En diálogo con La Nación, el politólogo recorre la Rusia de Vladimir Putin, la Hungría de Viktor Orbán y la propia experiencia norteamericana con Donald Trump. Además, explica por qué deja afuera de la lista de las democracias en peligro a la Argentina. “En la Argentina hay crisis de todo, hay una crisis económica, una crisis social y una crisis de confianza, pero no hay crisis de la democracia”.
El siglo XX dejó la democracia liberal como sistema de gobierno con legitimidad mundial. En la actualidad, muchas de las democracias están en crisis. ¿De qué hablamos exactamente cuando hablamos de crisis de la democracia?
No soy de los alarmistas que piensan que hay una crisis global de la democracia. No en todos los países las democracias andan mal, en algunos funcionan muy bien. Pero sí hay algo novedoso: en muchos países en los cuales no se esperaba amenazas, hay amenazas. Hay tres cuestiones que indican que algo profundo está pasando. En primer lugar, los sistemas partidarios tradicionales se han debilitado mucho. En Europa, por lo menos desde 1920, hubo partidos de centroizquierda y partidos de centroderecha que se alternaron el poder, con crisis de vez en cuando; pero este sistema duró y los partidos principales quedaron, hasta más o menos el año 2000. Ahora estos partidos perdieron su poder electoral y los sistemas partidarios se desestructuraron y se fragmentaron. Lo segundo es que hay un grado muy alto de polarización partidaria en varios países que es nuevo. ¿Qué es lo nuevo? Que hay un odio que se traduce en actos, no son solamente creencias y posturas. Hay un alto crecimiento de los hate crowds con componentes de racismo y antiinmigración bastante fuerte en varios países. Y lo tercero, que no es tan nuevo, pero yo creo que quizás es más intenso y que es un rechazo total de todas las elites políticas y económicas. Es la Argentina de 2001: “Que se vayan todos”. Y Podemos, en España, al hablar de “casta”.
La Argentina parece haber exportado el “Que se vayan todos”.
Sí, esto lo exportaron con un gran éxito. Son indicadores de que algo muy profundo está pasando: las divisiones partidarias entraron muy profundamente en las relaciones cotidianas de la sociedad.
Las instituciones muestran dificultades para procesar y dar respuestas a las demandas. Los ciudadanos van a las urnas, eligen, votan, los gobiernos cambian, pero sus vidas siguen igual, o en algunos casos, peor.
Esto es la raíz de la aparición de lo que yo llamo “los curanderos”, como Trump, Bolsonaro, quizás como Milei. De repente, aparece alguien sin estructura, sin apoyo partidario y gana muchísima popularidad. Creo que el mecanismo es exactamente el que mencionaste: la gente vota, espera que las cosas mejoren, los gobiernos cambian, pero la vida cotidiana no cambia. Entonces, la gente busca soluciones mágicas. Es como el paciente con una enfermedad terminal frente a un médico que le dice que ya no hay nada para hacer. Va a los curanderos; siente que ya no tiene nada que perder.
La crisis de la democracia atraviesa a algunos países del hemisferio norte y a algunos países del hemisferio sur, a algunas democracias industrializadas y algunos países emergentes. ¿Qué condiciones tiene que haber para que estas crisis sucedan? ¿Por qué pasan en algunos países y no en otros?
No sé. Yo no he visto una explicación que me convenza. Hay estudios en los cuales se caracteriza el estado de la democracia y se trata de observar las condiciones que las pueden producir. Mira, todo el desarrollo teórico y todos los estudios empíricos suelen decir que la democracia va a ser muy fuerte en países con altos ingresos y con tradición democrática en el sentido de que en el pasado tuvieron varias instancias de alternancia partidaria en el poder. Pero cuando yo lo cuantifico y aplico un modelo estadístico tomando en cuenta el ingreso y la historia de la democracia, por ejemplo, la probabilidad de que alguien que pierde una elección no reconozca su derrota, es uno en 1,6 millones. Es decir, según la experiencia histórica eso debe ocurrir en uno de 1.600.000 casos. Y tenemos los Estados Unidos, que han estado al borde del golpe. Si el señor Pence, el vicepresidente, hubiera tenido otro humor, hubiera habido un golpe. Entonces, las predicciones me parecen extremadamente dudosas. El conocimiento histórico no produce conocimiento sobre las condiciones en las cuales esto ocurre.
¿La desigualdad económica, la exclusión, la pobreza, podría tener que ver estas crisis políticas e inestabilidades? ¿O no necesariamente?
Puede que sí, puede que no. Las crisis económicas sí tienen un impacto negativo sobre las expectativas en la democracia, pero no son muy concluyentes. En esta búsqueda de causas, sí, hay un estancamiento económico que sigue a la llegada del neoliberalismo con ingresos creciendo a una tasa muchos más baja que en otros momentos. Y en muchos países hay un aumento significativo de la desigualdad de ingresos. Pero lo que para mí es muy llamativo y me parece fundamental es que en los Estados Unidos y en Europa la gente perdió la confianza en el progreso. Si lo piensas, desde la Revolución Industrial -quizás en América Latina más tarde- tuvimos la ideología del progreso. Es la bandera de Brasil: Orden y Progreso. Yo creo que esta es la primera generación en la cual los padres han tomado conciencia de que los hijos van a vivir peor que ellos. El 64% de los europeos y 60% de los estadounidenses piensan que los hijos no van a vivir mejor que los padres. Entonces sí, hay causas estructurales profundas. Al mismo tiempo, hay toda una serie de hipótesis alternativas que hablan de la inmigración y los cambios culturales, por ejemplo, el matrimonio igualitario, el aborto, como “una amenaza al estilo tradicional de la vida”.
En el libro usted habla de la crisis como situaciones que no pueden prolongarse en el tiempo: algo tiene que decidirse porque el statu es insostenible. Pero hay países en los que la crisis se ha cronificado: la crisis ha dejado de ser la excepción para ser la regla. ¿Qué pasa cuando eso se extiende infinitamente?
Hablemos de la Argentina. Lo primero quiero decir es que en la Argentina hay crisis de todo, pero no hay crisis de la democracia. Hay crisis económica, hay crisis social, hay crisis de confianza, pero no hay crisis de la democracia. Yo soy muy positivo sobre las instituciones políticas argentinas. Ningún sistema democrático funciona de manera ideal, pero en la Argentina hay partidos, hay elecciones, la gente vota, la derecha ya no es golpista, perdió la elección y dejó la Casa Rosada pacíficamente en 2019. Todo el resto está en crisis, pero creo que la democracia en Argentina anda bien. Ahora, ¿qué pasa si la sociedad tiene un sentimiento profundo de la crisis y el Gobierno no puede hacer nada? Uno teme que pueda haber explosiones sociales. Y quizás también deba decir algo sobre el “populismo”.
Lo escucho.
La crítica a las instituciones representativas que tenemos tiene mucha justificación. Pero hay algo deshonesto en lamentar la crítica de las instituciones representativas y lamentar la desigualdad al mismo tiempo. Si estas instituciones hubieran funcionado como deben funcionar, no hubiéramos tenido tanta desigualdad. Estas instituciones no han funcionado muy bien. Creo que algunas propuestas de cambio son irrelevantes, como el presupuesto participativo y las asambleas de ciudadanos que debaten sobre una propuesta de ley. Y otras propuestas son peligrosas, por ejemplo, los referéndums. Lo de los referéndums es más peligroso porque gobernar por referéndums facilita golpes populistas.
Usted sostiene algo muy interesante: las democracias no están pudiendo defenderse a sí mismas lo suficiente de estos gobiernos que son elegidos por el voto popular y de acuerdo a las normas, y que no necesariamente entrañan a veces violaciones a la constitucionalidad, pero fuerzan el sistema. En muchos casos, la democracia hoy está acechada por una erosión disimulada. ¿Cómo es ese proceso?
Se puede destruir la democracia sin violaciones obvias de las reglas democráticas, con medidas sutiles que fuerzan el sistema y obstaculizan la alternancia. Roberto Gargarella utilizó una imagen interesante: son como los aviones furtivos que vuelan sin ser detectados por el radar. Son medidas que no aparecen como violaciones democráticas, pero tienen como efecto la solidificación del gobierno de turno en el poder. Se pueden aumentar los miembros de un tribunal para volverlo favorable a un gobierno y se puede intimidar o eludir ese tribunal. Los cambios en las constituciones o los referéndums permiten remover o superar los obstáculos constitucionales existen sin contravenir la Carta Magna. También es posible hacer que las burocracias públicas estén al servicio de los intereses partidarios. Los medios de comunicación públicos pueden ser controlados por intereses partidarios y los medios privados pueden ser intimidados o destruidos económicamente. Y todas estas medidas pueden hacerse dentro de la legalidad.
¿Cuáles diría que son los principales peligros que atentan contra la estabilidad democrática?
Creo que hay dos peligros diferentes que amenazan la supervivencia del sistema democrático: en algunos países hay gobiernos que destruyen la democracia con apoyo popular, y en otros hay divisiones que son demasiado intensas. Vamos al primer caso: el de un gobierno popular en el sentido de que genera lo que la gente quiere, quizás no en términos materiales sino simbólicos. India, con su llamada a los sentimientos étnicos y religiosos, para mí es un buen ejemplo. Sigue una política pro hindú que es étnica, en términos muy racistas, y sigue una política religiosa anti musulmana. Esto tiene el apoyo popular. Y en Hungría el señor Orbán quiere mantener la pureza de la nación húngara. Esto es bastante popular y él ganó las elecciones sin muchos trucos.
¿Y qué pasa en estos casos?
La gente probablemente sabe que estos gobiernos están tomando medidas que amenazan la democracia en el sentido de que hacen imposible que sean desplazados por medio de elecciones y aunque los gobiernos aumentan su discreción en la toma de decisiones, la gente lo tolera. El gobierno polaco, que es mi país nativo, es un buen ejemplo: decidió desmantelar y destruir las Cortes y hacer del sistema judicial el instrumento del gobierno, entre otras medidas. Ese gobierno habla en idioma religioso nacionalista. Esto a la gente le gusta y cierra los ojos. Son casos de destrucción democrática con apoyo popular.
Hablemos del segundo peligro.
El segundo peligro es diferente. Son los países en los que alguna gente apoya al gobierno incondicionalmente y otra le opone incondicionalmente, no importa lo que el gobierno haga, se opone. Y esto es un peligro porque puede conducir a fenómenos en los cuales los perdedores de las elecciones no reconozcan su derrota, como el señor Trump, como quizás el señor Bolsonaro. En esos casos la democracia no sirve como un mecanismo para regular conflictos de una manera pacífica. Entonces, en algunos países tienes gobiernos que destruyen la democracia con apoyo y en otros tienes divisiones muy profundas.
Hay otro rasgo interesante en algunos procesos de autocratización recientes: a diferencia de lo que pasó en el siglo XX, muchos de estos gobiernos procuran no mostrarse abiertamente autoritarios y se esmeran por exhibir credenciales republicanas.
Esto es algo nuevo. Creo que el inventor y el maestro es el señor Putin. Él entendió que se puede mantener en el poder sin ningún límite preservando todas las representaciones democráticas: tiene Parlamento, tiene partidos, tiene elecciones y no necesita matar miles de personas como pasaba en las dictaduras pasadas. Ahora mata algunos periodistas, quizás a algún opositor. Pero ya no tenemos dictaduras que dominan por el uso brutal de la fuerza. Y creo que esto es nuevo: esta compresión de que las apariencias democráticas son bastante flexibles para que se pueda mantener un poder ilimitado, durante un tiempo indefinido, sin matar a mucha gente.
¿Hay algunas alarmas que puedan indicarle a la ciudadanía de que está frente a un candidato que pueda ser un autócrata en potencia?
Una alerta son las expresiones de sentimientos anti-institucionales: el lenguaje del “yo” y no el de las instituciones. Segundo, que sea alguien que apunta enemigos: “los enemigos del pueblo”, “los enemigos de la nación”, “los enemigos del Estado”. Yo creo que estos son indicadores de que estamos frente a alguien peligroso.
El hecho de que alguien se muestre incontaminado, intransigente, un outsider respecto de las elites políticas, ¿podría ser un indicador?
No necesariamente. Tanto Podemos en España como 5 Estrellas en Italia comenzaron con este tipo de lenguaje, pero cuando tuvieron la posibilidad de entrar al gobierno, hacer compromisos y jugar de acuerdo a las reglas, las aceptaron. Entonces, esto puede ser nada más una estrategia de entrada en la escena política. Yo creo que el anti-institucionalismo y el lenguaje de enemigos son los indicadores que a mí me darían miedo.
Las crisis están atravesadas por incertidumbre y contingencias. Hace casi cuatro décadas usted dijo “ama la incertidumbre y serás democrático”. ¿En qué medida hoy es más necesario que nunca abrazar la incertidumbre para poder defender la democracia?
¿Qué es la esencia de la democracia? Que nosotros, como colectividad, como “el pueblo”, tengamos la capacidad de seleccionar quiénes nos va a gobernar y podamos reemplazarlos cuando queramos. Si hay un partido que sabemos que siempre va a ganar no es un sistema democrático. Entonces, la incertidumbre es que no sabemos quién va a ganar la próxima elección. La democracia es un terreno de juego, es un terreno de conflictos, es un terreno en el cual grupos con intereses diferentes pueden actuar para promover sus metas. Y lo que pasa, pasa: esta es la incertidumbre, esta es la democracia. Las elecciones son un canto de sirenas, son la posibilidad de pensar “esta vez la cosa va a ser mejor”. Es como en el fútbol: yo siempre pienso que el año próximo mi equipo va a ganar el campeonato. Este año no, pero quizás gane el año que viene.
Las elecciones renuevan las esperanzas y funcionan como incentivo.
Sí, las elecciones son el motor de la seducción de la democracia. Son la capacidad de producir esperanzas. Y yo tengo miedo de que esta esperanza esté bastante exhausta, agotada. Para que la democracia sea sostenible necesitamos dos condiciones. Que lo que está en juego en los resultados de las elecciones no sea muy poco, pero tampoco sea muy grande. Si nada está en juego, pasa lo que tú dices: la gente piensa que las elecciones no son el instrumento para influir en lo que va a pasar. Y si lo que está en juego es demasiado, entonces surge el peligro de que los perdedores puedan no aceptar la derrota.
Usted tiene un criterio minimalista y electoralista de la democracia. Es un sistema de elecciones y un mecanismo para resolver o procesar conflictos. Y dice una frase reveladora: “la democracia está en crisis cuando los votos son reemplazados por los puños, las balas o las piedras”.
Así es como yo entiendo la democracia. Es el método principal, no es el único, pero es el más importante para procesar conflictos de una manera relativamente libre y pacífica. Si quienes gobiernan no le dan a la oposición la posibilidad de removerlos de sus cargos, a la oposición no le queda otra alternativa que la resistencia. Y si la oposición no reconoce la legitimidad del gobierno o los grupos antagónicos no aceptan los resultados del juego institucional, puede haber confrontación o represión por parte del gobierno. Entonces, si los votos son reemplazados por puños, balas o piedras, la democracia está en crisis.
Decía al principio de la conversación que no todas las democracias están en crisis, pero hay muchas democracias que sí lo están. ¿Tiene sensación de final de ciclo en algunos casos?
Depende del país. Yo creo que en Chile sí hay un fin de algo. Allí hubo una revolución social contra la élite tradicional. Cuando uno ve la composición de la asamblea constituyente, no ve ninguno de los apellidos tradicionales que siempre se veían. Así que creo que en Chile hay un cambio de época. Lo que ahora está pasando en Colombia para mí es muy llamativo porque otra vez los representantes de las élites tradicionales no entraron en la segunda ronda de las elecciones presidenciales. Hay algo ahí que creo que es profundo. Con respecto a la Argentina, soy muy positivo sobre las instituciones políticas argentinas. Como te comenté, creo que hay una crisis de todo, pero no de la democracia.
Para que haya una democracia sustentable tiene que haber un desempeño óptimo de las instituciones y de la capacidad estatal. ¿Qué pasa cuando esa estatalidad está debilitada o tiene comorbilidades?
Está muy bien la idea de las comorbilidades. Yo creo que el tema del aparato del Estado es algo que está casi ignorado por el pensamiento político. Hay estudios sobre la capacidad del Estado, por supuesto, pero nosotros estudiamos las elecciones cien veces más frecuentemente que el funcionamiento de la democracia estadual. A veces el Estado puede ser débil y a veces, no. Para mí el problema es que el Estado funciona dentro de una economía y los límites económicos sobre el Estado son fuertísimos. Volvemos a la Argentina. Acabo de leer un gran libro de Juan Carlos Torre (N. de la R.: Diario de una temporada en el quinto piso) sobre el gobierno de Alfonsín. Están los sindicatos, los empresarios, los intereses partidarios. La gente piensa “el Presidente es alguien muy poderoso; puede resolver todo”. No es así. ¿Qué es lo que veo en la Argentina? Veo más límites en la estructura económica que en la debilidad de la democracia estadual.
Un lúcido estudioso de las democracias
PERFIL: Adam Przeworski
■ Nacido en 1940 en Varsovia, es uno de los politólogos más destacados de la actualidad. Su enfoque comparativo, anclado en la teoría de la elección racional, se aplica a temas de alcance mundial.
■ Graduado en Filosofía y en Sociología en la Universidad de Varsovia, se doctoró en Ciencias Políticas en la Universidad de Northwestern.
■ Se desempeña como profesor emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Nueva York. Fue profesor en las universidades de Washington y Chicago.
■ Es miembro de las academias estadounidenses de Artes y de Ciencias y de la Academia Británica. Recibió numerosas distinciones, entre ellas los premios Woodrow Wilson (2001) y Juan Linz (2018).
■ Su libro más reciente es Las crisis de la democracia (Siglo XXI).