Abraham Verghese: “El avance científico no nos ayudará si no hay progreso en las relaciones humanas”
Condecorado por Barack Obama, escritor bestseller, el médico etíope autor de El pacto del agua afirma que la tecnología muchas veces aleja al paciente, en un mundo que precisa recuperar la empatía
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MADRID
Algunos seres virtuosos brillan en un área del conocimiento y cambian la vida de las personas. Esta descripción no resulta suficiente para presentar a Abraham Verghese (Etiopía, 1955), quien se destaca por su labor en dos universos distantes de modo simultáneo. Además de ser uno de los médicos más prestigiosos de los Estados Unidos, reconocido por su labor pionera con los enfermos de SIDA, es un novelista exitoso cuya última novela, El pacto del agua (Salamandra), ha vendido más de un millón y medio de ejemplares solo en su edición en inglés.
Sereno, elegante, se esfuerza por comunicarse con los mozos del hotel madrileño en castellano. Suspendió por pocos días sus obligaciones en la Universidad de Stanford, donde imparte Teoría y Práctica de la Medicina y atiende a sus pacientes, para presentar su nueva novela, que en 2024 llegará a la Argentina.
"No creo que la tecnología o la ciencia nos vayan a salvar. Pensemos en las redes sociales y en el daño que han hecho. Lo que se viraliza es lo malo"
Experto en enfermedades infecciosas, Verghese fue distinguido en 2016 por el expresidente Barack Obama con la Medalla de las Artes y Humanidades, tanto por sus logros en la ciencia y por enfatizar la importancia de la empatía en la medicina, como por “sus grandes interpretaciones imaginativas del drama humano”. No solo es un científico ejemplar, sino también un humanista ejemplar, dijo de él Marc Tessier-Lavigne, expresidente de la Universidad de Stanford.
Criado en el seno de una familia católica en Adis Abeba, abandonó el país, donde había comenzado a estudiar medicina, en 1975, cuando el emperador Haile Selassie fue derrocado. Vivió algunos años en los Estados Unidos con sus padres y trabajó como camillero hasta que emigró a la India para retomar sus estudios. Obtuvo un puesto de doctor en la ciudad de Johnson, en el estado de Tennessee. Sus experiencias durante aquellos años están plasmadas en la novela autobiográfica My Own Country, adaptada para el cine. A fines de los 80 se enfrentó a la epidemia del SIDA y desarrolló un tratamiento basado en la empatía. La necesidad de vencer los prejuicios que suscitaban estos pacientes se convirtió en un artículo, “Urbs in Rure: Human Immunodeficiency Virus Infection in Rural Tennessee” (1989), considerado una bisagra en la historia de esta enfermedad.
Autor del best seller Hijos del ancho mundo (2010), una novela traducida a veinte idiomas, regresa a las librerías con El pacto del agua, una historia cuyos derechos fueron comprados por Oprah Winfrey para adaptar al cine. A través de tres generaciones de una familia cristiana que reside en el sur de la India, la trama sigue la vida de los personajes en su lucha por encontrar la explicación y antídoto a un extraño mal que padecen. Fue presentada, también, como la evocación de una India desaparecida, imbuida de humor y emoción, y un canto al entendimiento humano y al progreso de la medicina. El libro cosechó excelentes críticas de The New York Times y The Washington Post.
–Con el éxito que ha obtenido, ¿siente que encarna en cierto modo el sueño americano?
–Cuando me convertí en ciudadano estadounidense fue un momento poderoso y conmovedor. No soy cínico sobre el hecho de ser estadounidense, porque el país te brinda muchas oportunidades, no solo para sobrevivir, sino también para que te vaya bien en la vida. Creo que en Estados Unidos los inmigrantes cobran voz y solo podría haberme convertido allí en escritor gracias a las libertades y experiencias a las que podés acceder.
"No todos, pero creo que la gran mayoría de los seres humanos llevamos una herida y pasamos la vida cuidando de ella, tratando de sanar”"
–En Estados Unidos trabajó como camillero. ¿Ha padecido la discriminación? ¿Siente que hoy Estados Unidos es una sociedad más tolerante que aquella que lo recibió?
–Yo no experimenté la discriminación, sino todo lo contrario. Cuando te criás en un lugar como Etiopía, Estados Unidos representa valores esenciales. Los últimos años han sido un poco perturbadores, porque el país ha cambiado de modo radical. Hoy vivo en California, pero he vivido en Texas y en Tennessee y hoy son lugares con muchos votantes de extrema derecha. Esto ocurre no solo en Estados Unidos, sino en todas partes, y me preocupa mucho. Pero mis amigos también tienen ideas muy diferentes a las mías.
–En el último tiempo han emergido con virulencia discursos del odio y posiciones radicales en lo político. ¿Se pueden explicar biológicamente o científicamente?
–Creo que las redes sociales amplifican la maldad de las personas. Son en gran medida responsables de estos discursos y de la proliferación de estas posturas. Nunca una publicación que contenga una idea o un gesto de bondad se convertirá en viral. No sé cuál es la solución.
–Ha conocido a líderes mundiales, como Barack Obama. ¿Qué define, científicamente, a un líder? ¿Por qué algunos abordan al poder de modo mesiánico, más allá de su narcisismo o ego?
–Vuelvo a ubicar mi mirada en las redes sociales. En el caso de los Estados Unidos, los líderes de derecha no existirían sin las redes sociales. Contribuyeron a ampliar una voz muy pequeña y a alimentar lo que puede ser una emoción menor, para agrandarla en gran escala, e incluso para mentir. Me preocupa este momento. Hay algo que tengo claro: la gente buena, en las redes sociales, se calla porque no puede soportar el odio que les pueda volver si se expresan. En una de las críticas que recibió este libro, en The New York Review of Books, el autor lamenta que la mayoría de mis personajes son buenos. Yo creo que la mayoría de nosotros no somos malvados y que pasamos la mayor parte del tiempo tratando de enmendar los errores.
–¿Son conscientes los líderes que dividen a la sociedad que conducen del daño que generan o de la destrucción a la que conducen con su liderazgo?
–Creo que nunca sabremos cuán dañinas fueron nuestras acciones. Eso rige para todos, para personas con y sin poder. Las personas son obligadas a tomar decisiones todo el tiempo y es posible que, después, algunas de ellas se arrepientan.
–Sabemos que un avance en la ciencia no siempre supone un progreso para la humanidad. Pienso, por ejemplo, en la bomba atómica. ¿Cuál considera que será la próxima revolución hacia dónde está dirigida la humanidad?
–Creo que todo el progreso en la ciencia no nos va a ayudar si no progresamos en nuestras relaciones humanas y si no trabajamos para detener el cambio climático. Lo que necesitamos no es tanto progreso científico, sino humano. Hoy, más que nunca, es fundamental que la gente buena logre captar la atención de las personas tanto como lo hace la gente mala. No tengo la esperanza de que la ciencia y la tecnología nos vayan a salvar; si no, pensemos en las redes sociales y el daño que han hecho. Cuando alguien publica algo en las redes sociales y obtiene un like, se siente bien, y cuando mira lo que hace otras personas, siente envidia y resentimiento. Eso nos hace muy vulnerables.
–¿Cuándo supo que se dedicaría a escribir? ¿Qué lo ha inspirado a suspender, por momentos, su actividad como médico, para dedicarse a la literatura?
–Me convertí en escritor por mi experiencia con el sida, como testigo de lo que ocurría cuando comenzó el virus. Trabajaba en una pequeña ciudad y supuestamente allí habría pocos enfermos, porque se suponía que el virus era algo urbano, que ocurría en las grandes ciudades. Pero en esos pueblos las personas regresaban a morir. Escribí un artículo donde hablaba sobre este escenario trágico en The Journal of Infectious Diseases. Este escrito tuvo mucha repercusión porque corría la mirada de Los Ángeles, Miami o Nueva York y llamaba a la empatía. Fue allí cuando sentí que el lenguaje de la ciencia no era suficiente para describir la tragedia. El VIH para mí fue un momento clave de la medicina: emergían prejuicios y también la necesidad de cambiar el vínculo con los pacientes, porque no había tratamiento para curar a los enfermos, salvo la voluntad de los médicos de estar con ellos.
–¿Cuál es la clave central de su pedagogía, de aquello que desea transmitir a sus alumnos?
–Tengo una reputación por mi búsqueda de comprender el cuerpo humano como un texto. Nos hemos maravillado con los rayos X y varias búsquedas para desarrollar tecnologías, para crear estudios complejos, pero en esta búsqueda hemos perdido la capacidad de acercarnos al paciente. Cometemos muchos errores y deberíamos ser más cuidadosos. Los médicos dependemos tanto de las computadoras que nos olvidamos del paciente, y hay que reconocerlo individualmente si querés curarlo de verdad. William Osler, el padre de la medicina moderna, decía que no importa la enfermedad que tenga el paciente; importa el paciente que tenga la enfermedad.
–¿Cuál considera que es la gran enfermedad del mundo actual?
–El cuestionamiento constante de lo real, de lo evidente. Nos hacemos preguntas que ya han sido resueltas en el pasado, y eso nos quita tiempo, certezas y equilibrio.
–¿Cuánto pesan las emociones y las pérdidas en nuestras enfermedades?
–Hay un gran peso del daño que nos han hecho sobre nuestros cuerpos. La gran mayoría de nosotros llevamos una herida y creo que pasamos la vida cuidando de ella, tratando de sanar. No todos la tienen. Creo incluso que quienes ingresan en medicina lo hacen para curar sus propias heridas.
–Ha trabajado en sistemas sanitarios precarios y en otros más sofisticados. ¿Es posible llevar a cabo su aproximación “médico-paciente” en un sistema sanitario público que está colapsado o es ineficaz?
–No tengo nada en contra de los estudios científicos, pero estos son muy caros y no todos los pacientes ni todos los países o sistemas sanitarios pueden permitírselos. La tecnología y la inteligencia artificial harán en algunos aspectos más efectiva a la medicina, pero no pueden contener a los pacientes. Por eso, creo que hay que pensar al paciente como un texto y acercarse a él del mismo modo en que nos acercamos a un libro. Cuando una persona se enferma, se infantiliza. Los pacientes van al médico y el subtexto es: “Mamá, papá, díganme que todo va a estar bien”. Y no todos los médicos están preparados para brindar ese consuelo. Alguien que te mira a los ojos, esa es la parte fundamental de la medicina.
–Durante el inicio de la pandemia repetíamos que evolucionaríamos, que como especie seríamos mejores. ¿Está de acuerdo? ¿Qué ocurrió?
–Creo que el Covid-19 fue una gran llamada de alerta. Somos muy vulnerables, y cuanto más destruyamos al ambiente, más virus van a emerger. Debo decir que durante la pandemia fue uno de los momentos donde me sentí más orgulloso de la humanidad. Pienso en todo lo que se tardó y tarda en investigar alVIH. En cambio, tres semanas después de que comenzara el virus en China, en Stanford ya estábamos investigando. Creo que la ciencia ganó ante el Covid, pero mi sensación es que no ha sido suficiente, a pesar de este modo particular que tuvo la humanidad para unirse durante la pandemia.
–Esta idea se podría vincular con la idea de pacto, clave de su novela.
–Muchas personas me dijeron que este libro les recuerda los valores que son importantes. La mayor parte del libro la escribí durante la pandemia. Al final de la vida o cuando la existencia es amenazada, las personas vuelven a las cosas importantes, es decir, a la fe.
–Los personajes de El pacto del agua son devotos y creyentes. ¿Cuál es su vínculo con la fe? ¿Cómo ha logrado conciliar la fe y la ciencia?
–No creo que haya una tensión entre las dos. Cuando más tiempo te dedicás a la medicina, te das cuenta de la gran cantidad de cosas que no conocés. Cuando conozco a un paciente con una enfermedad grave y es creyente, creo que tiene más recursos que otros que no.
–Oprah Winfrey, una de las personalidades más influyentes de los Estados Unidos, dijo que su libro cambió su vida. ¿Siente con este elogio una responsabilidad u obligación?
–Ha sido muy generosa conmigo. Ella trabaja con un equipo pequeño y alguien leyó mi novela y se la recomendó. Solo he escrito cuatro libros y no siento la presión de escribir el próximo.
–En esta novela, los personajes femeninos son los héroes del relato. ¿Qué lo condujo a este planteamiento, a sumergirse en un mundo más femenino?
–Cuando mi sobrina tenía 5 años le preguntó a mi madre, que tenía 70, cómo había sido su vida cuando era una niña. Mi madre empezó a escribir esas historias. Cuando cumplió 90 años, leí esos relatos y me pareció que allí había algo muy interesante, porque ella y mi abuela fueron heroínas a su modo. Nadie en el mundo sabrá nunca de ellas, pero fueron mujeres muy fuertes en sus familias. Las dos perdieron hijos y tuvieron que salir adelante. Es cierto que aquí me detengo en las mujeres y en su exploración en la ciencia o en la investigación. Es un pequeño homenaje a todo lo que han hecho en la ciencia y cómo han tenido que abrirse paso en un mundo masculino.
–Hay elementos fantásticos en su novela, por ejemplo, los personajes conviven con naturalidad con los fantasmas. ¿Cree en los espíritus?
–Si vivís en la India durante un tiempo te empezás a preguntar cómo gente tan pobre logra subsistir. Las personas tienen una pequeña parte de su existencia en este mundo concreto y material, porque la otra está en otro mundo, en un lugar espiritual. Somos ingenuos si pensamos que entendemos el mundo y la realidad. Sí, creo que hay espíritus a nuestro alrededor. Creo también en la idea de que los ritos, como el bautismo o el casamiento, nos brindan satisfacción y también orden. Cuando nos convertirnos en posmodernos y cínicos, perdemos mucho.
–La crítica destaca que es un “autor-médico”. ¿Cómo se lleva con esta definición? ¿Advierte en su narrativa estas huellas?
–No siento que sea un escritor. Cuando estoy en un aeropuerto me detengo a ver a las personas y por momentos solo puedo veo las patologías que tienen. Trato de recolectar todas las piezas de información que me brinda la mirada. Cuando me siento a escribir, miro a mis personajes con esa lente y busco cuáles son los detalles específicos que los definen, los pongo en situaciones donde reaccionan al estrés y a otras dificultades. Miro del mismo modo a mis pacientes que a mis personajes: con empatía.
UN MÉDICO HUMANISTA
PERFIL: Verghese
■ Abraham Verghese nació en Etiopía en 1955, de padres nacidos en Kerala, India. Abandonó Etiopía junto a su familia en 1975, y tras unos años en Estados Unidos completó sus estudios de medicina en la India. Tiene una maestría en Artes de la Universidad de Iowa.
■ Experto en enfermedades infecciosas, es profesor de Teoría y Práctica de la Medicina en la Universidad de Stanford. Fue director fundador del Center for Medical Humanities & Ethics de la University of Texas Health Science Center, donde puso el foco en la empatía de los médicos, tras haber realizado un intenso trabajo con pacientes deVIH.
■ Como escritor, es autor varios libros. Su dos últimas novelas traducidas al español son Hijos del ancho mundo y El pacto del agua (Salamandra), que el año próximo llega al país.
■ Premiado por sus libros, se ha convertido en un best seller en Estados Unidos. Ha publicado ensayos y cuentos en The New Yorker, The New York Times, The Atlantic Monthly, Esquire, Granta, The Wall Street Journal, entre otras publicaciones.
■ Fue distinguido en 2016 por el expresidente Barack Obama con la Medalla de las Artes y Humanidades, tanto por su trabajo en el campo de la medicina como por su producción literaria,