A Cristina Kirchner se le agota la magia
Lo que ocurrió en las PASO pone en duda el rasgo más relevante de su liderazgo en el peronismo; una rebelión silenciosa está en gestación
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Los resultados son el motor del peronismo. La dominación que Cristina Kirchner ejerció durante años sobre un amplio sector de la dirigencia argentina se sostuvo primordialmente en el éxito de sus prestaciones electorales. No fue la profundidad de sus convicciones ni su visión del mundo ni el recuerdo de los “días felices” en los que le tocó conducir el país. Gobernadores, intendentes y demás aspirantes a alguna migaja del poder se convencieron de que sin ella les resultaría inviable ganar en sus distritos.
Real o imaginario, el mito creado alrededor de la figura de Cristina condicionó a cientos de dirigentes a agitar banderas ideológicas en las que no creen o que incluso los pone en offside con el archivo. Les ató las manos para construir proyectos nuevos cuando en 2015 ganó Mauricio Macri. Y los acostumbró a una dieta de sapos, que incluyó aceptar con una sonrisa la conquista impiadosa de La Cámpora sobre sus preciados territorios. El paso del tiempo llegó a adornar la idea de la necesidad inevitable de “la Jefa”. Alberto Fernández se ganó una Presidencia con la ocurrencia de que “con ella no alcanza, pero sin ella no se puede”.
La desmesurada derrota del Frente de Todos en las PASO está desatando una revolución silenciosa en las profundidades del peronismo justamente porque afectó de manera dramática ese activo central del poder de Cristina. Si estar con ella no sirve para ganar elecciones o -peor- conduce a perderlas, ¿por qué seguir atados a una conducción que nunca los contuvo?
A muchos peronistas tradicionales la hazaña de unas legislativas triunfales se les dibuja como tirarles un salvavidas a sus verdugos de La Cámpora
Cristina ordenó que llueva “platita”. Manda emisarios a las provincias y a municipios peronistas a reclamar más militancia. “Salgan a buscar a nuestros votantes casa por casa”, es el reclamo unánime. Pero los destinatarios escuchan y meditan qué hacer. Por un lado, tienen conciencia del nivel de descontento social que despertó el gobierno de Alberto y Cristina con su gestión de la pandemia y el desacople del discurso oficial con las preocupaciones de una sociedad harta de hundirse en la decadencia. Por otro, los aqueja una duda lacerante: dar vuelta la elección, ¿para quién?
A los gobernadores provinciales les insisten en que un mejor resultado es vital para fortalecer a Alberto Fernández y para que la segunda etapa del gobierno tenga la impronta federal que prometió el Presidente en 2019. El gesto de poner a Juan Manzur a cargo del Gabinete, ¿es un cambio de rumbo o un cazabobos hasta noviembre? A los intendentes del conurbano se les ofrece como prueba de amor la entronización de Martín Insaurralde como virtual interventor de Axel Kicillof. Pero, ¿realmente significa que ahora el gobernador dejará de destratarlos y los tendrá en cuenta para gestionar la provincia? Son más quienes sospechan que Insaurralde está ahí más como un aliado de Máximo Kirchner que en su condición de jefe comunal. El hijo de la vicepresidenta se juega tanto como su madre en noviembre después de haber tomado la presidencia del PJ sin cuidar las formas establecidas en los estatutos del partido.
Esas intrigas moderan el incentivo de los peronistas tradicionales. Cercados por La Cámpora y el cristinismo, la hazaña de unas legislativas triunfales se les dibuja como tirarles un salvavidas a sus verdugos. “No hay manera de revertir la derrota”, dijo el intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk, el primero en blanquear la epidemia de pesimismo militante. Son muchos quienes piensan que noviembre es tiempo de “pelear la propia”. Defender los cargos locales y poco más.
Un peronismo que gobierna aspira a ser reelegido cuando se cumple al menos una de dos condiciones: que el partido esté unido y/o que la economía permita un alto nivel de consumo
Manzur se prodiga en sonrisas y promesas. Quienes lo reciben traducen el pedido de más compromiso en la campaña como un “no ganen por Cristina, ganen por mí”. ¿Y la nuestra?
El fiasco del Frente de Todos pone bajo amenaza feudos históricos del peronismo. Gildo Insfrán podría perder por primera vez en tres décadas si se repitieran los resultados de las primarias ahora que la oposición unificó sus listas. ¿Seguirá siendo el mejor alumno kirchnerista este caudillejo que fue menemista, duhaldista, nestorista y que no se hizo macrista por falta de tiempo? ¿Qué pasará en La Pampa, donde el gobernador Sergio Ziliotto se arriesga a una caída histórica que amenaza la dominación del PJ en la provincia? Alberto Rodríguez Saá ya salió a desmarcarse de Cristina, a la que acusó de “ultrajar la figura presidencial”, como arranque de la campaña para revertir una derrota lacerante para su proyecto de hegemonía dinástica en San Luis.
Los dueños de esas parcelas de poder miran para adelante y ven un abismo. El 2023 se complica. Un peronismo que gobierna aspira a ser reelegido cuando se cumple al menos una de dos condiciones: que el partido esté unido y/o que la economía permita un alto nivel de consumo.
Habrá algún creyente que espere un milagro, como la “manito” divina que pidió Manzur. Pero entre los religiosos del pragmatismo se impone la cautela. ¿Y si llegó la hora de cambiar de Dios?