A 50 años del golpe en Chile. Voces que aportan otra capa de comprensión a lo vivido
Papeles desclasificados, diarios personales y memorias muestran otras caras del golpe de Estado
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SANTIAGO DE CHILE
Las librerías, las páginas de los diarios, las noches de la televisión y los sitios web periodísticos de Chile se han llenado este mes con recuerdos, opiniones, nuevas revelaciones y ficciones sobre el gobierno de Salvador Allende, la dictadura de Augusto Pinochet y el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que dividió las aguas y la historia del país trasandino.
Un hecho relevante para la discusión sosegada y a la distancia, los dos libros más vendidos en estos días provienen de voces que son críticas con la situación anterior al golpe, sin por eso justificar la barbarie de la dictadura.
Son foco de discusión en ámbitos académicos, políticos y periodísticos el ensayo Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular, del filósofo y habitual comentaristas y divulgador de derecha Daniel Mansuy, que se centra en los discursos y debates previos al golpe, y el libro póstumo del primer presidente de la transición, el demócrata cristiano Patricio Aylwin, La experiencia política de la Unidad Popular, donde relata el quiebre de la democracia desde su rol de líder de la oposición centrista y reflexiona con autocrítica sobre lo que la clase política no pudo hacer para evitar el levantamiento militar.
Como sucede desde que se recuperó la democracia en 1990, muchos relatos son sobre las víctimas, los desaparecidos, fusilados y torturados, y las búsquedas de sus familias. Unos días antes del aniversario, el joven cronista Richard Sandoval presentó en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos Amor, te sigo buscando, que rescata este recorrido de familiares. Esta última contribución a la voz de las víctimas va en la línea de recientes biografías de algunos de los muertos más conocidos: Víctor Jara. La vida es eterna, de Mario Amorós; Batuta rebelde, sobre el músico Jorge Peña Hen, asesinado en La Serena en la llamada “caravana de la muerte”, de Patricia Politzer; y Rodrigo Rojas Denegri, hijo del exilio, donde Pascale Bonnefoy reconstruye la vida del joven de 19 años quemado vivo por militares en 1986.
Pero en este nuevo aniversario surgieron y tomaron fuerza otras voces, otras investigaciones y relatos que otorgan otras capas de comprensión a los hechos de hace medio siglo, que todavía dividen a los chilenos.
Desde Estados Unidos, el director del Centro de Documentación de Chile del National Security Archive en Washington, Peter Kornbluh, trajo a Santiago su último libro: Pinochet desclasificado. Allí revela, explica y analiza los últimos documentos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos a pedido de las autoridades chilenas. Son miles de mensajes intercambiados entre la CIA, la embajada de Washington en Santiago, las distintas oficinas del gobierno de Richard Nixon y, sobre todo, la transcripción de conversaciones entre Nixon y su Asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger.
Al mismo tiempo, vino al país el periodista John Dinges. Su último libro, Chile en el corazón, indaga en el secuestro y homicidio de dos estadounidenses por las fuerzas de Pinochet en los primeros días de la dictadura, y sobre qué sabían los funcionarios de su país acerca de estos crímenes.
En sus libros y en conferencias y entrevistas en Santiago, Kornbluh y Dinges revelaron el “otro lado” del golpe: las conversaciones entre altos funcionarios, políticos poderosos y empresarios con intereses en la zona. Lo más interesante es la forma en que Kissinger convence a Nixon de que deben actuar para evitar la subida al gobierno de Allende en 1970, después de su triunfo electoral, y la forma muy distinta en que, en la época de Ronald Reagan, en 1988, Estados Unidos interviene para asegurarse de que Pinochet respetará los resultados del plebiscito que termina por certificar el fin de su régimen.
Presencié la charla que ambos investigadores dieron para funcionarios del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Fue impactante escuchar cómo, en el excelente castellano con fuerte acento “gringo” de estos veteranos hurgadores de la verdad, cobraban vida antiguos documentos que certificaban la participación –pero no el protagonismo– de Estados Unidos en la campaña contra Allende en el contexto de la Guerra Fría, y el debate con especialistas chilenos.
Una de las conclusiones centrales de esta visión desde Estados Unidos es por qué era tan importante para Kissinger y sus colaboradores el que no triunfara la vía democrática al socialismo en Chile: en plena guerra ideológica con la Unión Soviética, este ejemplo podía cundir en el resto de Latinoamérica y en Europa, sobre todo en Italia y Francia.
Otra historia: Álvaro Puga fue un intelectual en las sombras al servicio de Pinochet desde que se planificó el golpe. Redactó comunicados, planificó actos de apoyo al régimen, sugirió y escribió mentiras en los medios adictos al gobierno militar, como el inexistente Plan Z, un supuesto plan de la Unidad Popular de Allende para desatar una guerra bacteriológica. El periodista Juan Cristóbal Peña publicó en Anfibia Chile un trabajo sobre Puga, El primer civil de la dictadura. La tarea de Puga para convencer a la población de la maldad de Allende y sus seguidores permite entender la otra cara de la dictadura.
Por los mismos días, el reportero de investigación y director de la carrera de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado Juan Pablo Figueroa publicó en la revista digital Ciper la voz de otro colaborador en las sombras en la cara más tétrica y violenta de la dictadura: Los cuadernos inéditos de Osvaldo “El Guatón” Romo, uno de los más activos torturadores de los años setenta.
Las voces de Romo y Puga surgen como los necesarios contrapuntos a los relatos de sus víctimas.
Otra voz, otra mirada: la hoy antropóloga Francisca Márquez tenía 12 años en 1973, y llevaba un diario donde reflejaba lo que le iba pasando a su familia de clase media, lo que escuchaba durante la convulsa época de la Unidad Popular y el miedo en las calles, en la escuela y en su casa tras el golpe de Estado. La editorial Hueders publicó el facsímil y la transcripción de El diario de Francisca, y una serie de artículos académicos que analizan esta mirada infantil y la forma en que los hechos históricos son vividos y recordados: cómo los chicos se apropian de lo que se habla en la radio, entre sus padres, con sus compañeras y compañeros. La revista The New Yorker publicó extractos del texto en inglés.
Por otro lado, la dramaturga y novelista Nona Fernández publicó y transformó en vibrante obra teatral Space Invaders, basado en recuerdos de su período escolar en dictadura, y la directora argentina Lola Arias estrenó con éxito en Chile El año en que nací, que como su proyecto similar en Argentina, Mi vida después, junta en el escenario a jóvenes que eran niños en distintos lados de la grieta que supuso la dictadura en cada país.
La última de estas miradas tiene que ver con un trabajo realizado en el aula, con estudiantes de periodismo que nacieron en el siglo XXI. Y tiene que ver conmigo: es parte de mi trabajo como profesor de Introducción al Periodismo en la Universidad Alberto Hurtado. En plena pandemia, organizamos con los alumnos un especial en la revista de nuestra carrera, Puroperiodismo, en el que cada estudiante entrevistaba a sus padres, abuelos, tíos, familiares cercanos que hubieran vivido el golpe y tuvieran recuerdos personales. Escribieron los testimonios de sus “mayores” en primera persona, como les mostré que hacían las escritoras Svetlana Alexiévich en Bielorrusia o Elena Poniatowska en México.
Con la camada de este año hicimos una visita en micros por sitios de memoria. Al centro de detención y hoy museo de Villa Grimaldi fueron los estudiantes Emilio y Dominique. Emilio fue con su abuelo, que había sido torturado allí, y Dominique, con la memoria del suyo, desde hace años sin contacto con la familia, quien había sido parte del aparato del terror.
Desde esas memorias familiares dispares, ambos se encontraron con las imágenes y las voces de un pasado que en estos días se piensa y se recuerda en Chile.