Nick Reynolds recuerda que vivió en al menos cinco países y que cambiaba de nombre cada vez que se mudaba; su papá fue el cerebro detrás de uno de los crímenes más grandes de la época, conocido como “El gran robo del tren”
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¿Alguna vez viste Los Soprano, aquella serie de televisión mundialmente famosa sobre un jefe de la mafia en Nueva Jersey que intenta equilibrar sus responsabilidades familiares con una vida de crimen, y termina en terapia? Si eres uno de sus fans, probablemente recuerdas la canción “Woke Up This Morning” que sonaba durante la apertura. Nick Reynolds es parte de Alabama 3, la banda que escribió esa canción. Y, de cierto modo, ahí no termina la conexión de Nick con Los Soprano.
Él sabe, por experiencia propia, cómo es ser parte de una familia donde la corriente subterránea silenciosa y arremolinada es delictiva. Creció a la sombra de uno de los crímenes más notorios del siglo XX.
Sus recuerdos comienzan cuando era un niño pequeño, con un largo viaje desde Reino Unido a través de Estados Unidos hasta las soleadas costas de México. “Mis primeros recuerdos realmente son como escenas de una película empalmados al azar. Y, como mi papá tenía una cámara Super 8, y he visto imágenes de esa época, seguro se mezclan con mis memorias...”.
“Recuerdo haber pasado mucho tiempo en la parte trasera de un auto, conduciendo a través de la inmensidad de EE.UU. “Y que en Tucson, Arizona, mi papá me compró un traje de vaquero”. Pero el destino final era México.
Memorias del D.F. y Acapulco
De México, recuerda, “más que nada, cuán soleado era, y los grandes bulevares y las palmeras”. Su familia era muy rica, y su vida, lujosa. “Mi papá se mezclaba con el 2% más pudiente de México. Yo iba a una escuela creada para los hijos de los diplomáticos estadounidenses, y rentamos un apartamento del presidente del Banco de México (en un elegante barrio de Ciudad de México)”.
“Recuerdo que la tina estaba hecha de mármol negro y era enorme, como una pequeña piscina: podía jugar a batallas de guerra naval con mis juguetes. “Era un penthouse, así que por la vista por las ventanas era grandiosa”, e incluía el volcán Popocatépetl.
Unos meses después, se mudaron a Acapulco, un lugar que a Nick le pareció fantástico. “El hotel tenía un foso alrededor en el que podías nadar. También teníamos una piscina en el interior, desde la que podías nadar bajo el agua por un túnel que conectaba con una laguna que estaba en medio del mar.
“A veces salíamos en un bote con el fondo de cristal y veía a mi padre con su equipo de buceo debajo. Él era muy aficionado a los deportes: natación, buceo, ciclismo”. Su vida era divertida, privilegiada e idílica. “Era muy glamorosa. Mi papá era un gran hombre de negocios que vendía accesorios de los cigarrillos Dunhill”.
“Mi mamá siempre estaba muy elegante. Tenía la ropa más fina y una enorme colección de pelucas, así que cada vez que salían, ella se veía distinta. Recuerdo que a menudo me dejaban con la empleada y se iban a Las Vegas. Les fascinaba Frank Sinatra”.
“Conmigo eran muy amorosos y parecían totalmente enamorados el uno del otro”. Para Nick, todo era normal. “En ningún momento sentí que estuviera bajo ninguna amenaza. Me sentía muy seguro y muy querido. Esos, muy posiblemente, han sido los mejores y más felices años de mi vida”.
Nada indicaba que algo andaba mal. “Mi papá era muy seguro de sí mismo y mi mamá creía 100% en él. De no haber sido así, quizás yo habría detectado que algo no estaba del todo bien, porque los niños son bastante buenos en ese tipo de cosas”.
Y, ¿nunca se preguntó por qué estaba en México?
“Obviamente el trabajo de mi padre era una de las razones. Solo comencé a preguntarme quién era mi papá en realidad porque teníamos que mudarnos a menudo y yo tenía que aprenderme diferentes nombres”.
El papá superhéroe
Así es. En México, su nombre no era Nick. De hecho, calcula que tuvo unos cinco nombres entre 1963 y 1968. “Me daban un pasaporte nuevo, no me explicaban nada, solo me decían: ‘Ahora éste es tu nombre y mami y papi se llaman así’.
Nick era demasiado pequeño para cuestionar lo que pasaba. “Parecía un juego. Pensaba que mi papá era un espía o algo así... A mí se me parecía mucho a James Bond. Y era divertido que tuviéramos un secreto”. Pero la llegada de un visitante de Inglaterra cambió todo.
Al principio, todos recibieron felices a “tío Jack” y su familia, pero pronto al padre de Nick le preocupó que su presencia perjudicara su imagen. “Para quienes lo conocían en México, él era casi de la aristocracia, una especie de caballero británico. Pero el tío Jack era como uno de esos pícaros simpáticos que tienen un puesto de mercado.
“Creo que mi papá tuvo un mal presentimiento, así que decidió que nos teníamos que ir de México”. Y así, sin más, se fueron a Canadá. “Fue muy brusco. Mi papá me dijo: ‘Escoge tus juguetes favoritos. Solo podemos llevar lo que quepa en el carro. Nos vamos ya”.
“Fue desgarrador, pero me lo vendió como otra gran aventura. Nos íbamos a quedar donde alguien que había venido a visitar a mi papá en México y tenía tres hijas y me gustaba mucho, mi tío Chad”.
La familia estuvo en Montreal, luego en Vancouver, un tiempo en el sur de Francia y finalmente llegó de vuelta a Inglaterra, primero a Londres y después a Torquay, un pueblo en la que se solía llamar la Riviera inglesa. “Estábamos junto al mar, y eso me recordaba un poco a México, por eso me gustó”.
Lo que no le gustó fue el colegio, pues “lo dirigían monjas y la violencia física parecía estar a la orden del día”. Cuando se lo dijo a sus padres, le contestaron que no iban a estar ahí por mucho tiempo.
Tenía sentido. Al fin y al cabo, sus padres eran espías. ¿Por qué, si no, cambiaban de nombres y pasaportes y su madre, de apariencia? “Mi padre estaba prácticamente escondido a plena vista justo antes de que mi mundo se derrumbara por completo”.
La verdad toca la puerta
El 9 de noviembre de 1968 alrededor de las 7.30 hs, sonó el timbre de la casa. “Inocentemente, abrí, e inmediatamente entró un aluvión de policías que subieron corriendo a la habitación de mi mamá y mi papá. Oí un ruido afuera, fui a mi habitación a mirar por la ventana y vi mucha gente con cámaras”.
“No estaba asustado ni nada por el estilo porque pensé que mi papá estaba siendo rescatado. Solo supe que no era así cuando mi papá vino a mi cuarto y me dijo que se había portado mal, que lo sentía mucho y que tenía que irse por un tiempo”.
“Le pregunté: ‘¿Hasta cuándo? Y dijo: ‘No sé todavía’. Aún así, no pensé que fuera grave hasta que vi a mi madre absolutamente devastada y pensé: ‘¡Esto no cuadra!’”.
“No podía entender. Si los policías eran los buenos, y venían a llevarse a mi padre, ¿significaba que no era un buen tipo? Me confundía, porque solo podía imaginarlo bueno”.
El padre de Nick, ese espía superhéroe de su infancia, estaba en la lista de la Interpol de los hombres más buscados del mundo. Era Bruce Reynolds, el cerebro detrás de uno de los atracos más grandes y audaces de su época, aquel que la prensa británica apodó el Gran Robo del Tren.
El 8 de agosto de 1963, Bruce, junto con un grupo de cómplices armados (incluido “el tío Jack”), atacó un tren de Royal Mail que se dirigía de Glasgow a Londres y robó 2,5 millones de libras esterlinas, lo que equivaldría a más de 50 millones de dólares en la actualidad.
Fue un golpe legendario, y también violento. El conductor del tren, Jack Mills, fue brutalmente golpeado por uno de los hombres y murió dos años después. Así que la riqueza de la infancia de Nick, esos días despreocupados bajo el sol, no provenía de la venta de tabaco.
Fin de la fiesta
El padre de Nick era un delincuente y, como descubriría más tarde, ese famoso robo no era el único en el que había estado involucrado. Antes del Gran Robo del Tren hubo otro también muy notorio en un aeropuerto de Londres. “Eran muy audaces. Hacían el tipo de robos que, hasta ese momento, solo se veían en las películas”.
Nick cuenta que a su papá le encantaba planificarlos. “Veía los robos como un director de cine, guionista y actor. Era toda una unidad de producción”.
“Y me dijo que después sintió un gran anticlímax. Acababa de hacer el robo más grande de la historia de Inglaterra hasta entonces y, en lugar de sentirse eufórico, se sintió mal porque pensó, ‘y ahora, ¿qué?”. La respuesta en el caso de Bruce Reynolds fue la prisión. Fue condenado a 25 años, de los cuales cumpliría diez.
Pero, ¿y Nick? ¿Cómo se las arregló tras abrir la puerta y ver su mundo colapsar? “Recuerdo vívidamente ese momento pues fue cuando la fiesta terminó: esas vacaciones de seis años y la unidad familiar desaparecieron para siempre.
“Mi madre estaba totalmente perdida sin mi padre. Poco después, desarrolló varios problemas de salud mental y, a lo largo de los años, estuvo internada más de cinco veces. “Para ella, fue el fin del mundo”. Para Nick, no tanto.
“Los niños son bastante adaptables. Tenía mucha fe de que no iba a ser así para siempre y que las cosas iban a mejorar”. Aunque sí hubo algo que lo impresionó mucho. “Cuando fui a visitarlo por primera vez a la cárcel, mi padre estaba en una caja de cristal -algo así como Hannibal Lecter-. Ni siquiera podía tocarlo. Eso fue lo más aterrador. Pensé: ‘¡Dios mío, quién es mi papá, que lo tienen encerrado así!’”.
Nueva fase
La vida de Nick cambió dramáticamente, entre otras porque sus padres decidieron mandarlo a un internado, un lugar en el que desesperadamente no quería estar. Pero hubo una constante: la relación con su padre.
“Yo había pasado más tiempo con mi papá en esos años que la mayoría de otros niños. Teníamos un vínculo muy, muy estrecho”. Desde la cárcel, “me escribía cartas muy largas. Era una forma de educarme en todo lo que le interesaba, para que cuando fuera a la prisión tuviéramos mucho de qué hablar”.
Nick también le escribía, e iba a visitarlo cada dos semanas. Eso sí, mantuvo en secreto quién era su padre durante mucho tiempo. “Si me preguntaban, decía que era policía”. Pero en algún momento de su vida notó que, sin proponérselo, fue haciendo todo lo que su padre había querido, pero no podido hacer.
“Él quiso ser músico, pero no tenía las aptitudes musicales (Nick sigue siendo parte de Alabama 3). Quería estar en la Marina, pero su vista no era buena (Nick se unió a la Marina Real británica cuando terminó el colegio)”. Y eso no es todo.
A su padre le encantaba el arte y solía enviar una postal con cada carta. En el anverso, la imagen de alguna obra de arte y en el reverso, descripciones detalladas sobre el artista y el estilo. Poco a poco, Nick también quedó fascinado. Tanto así que hoy en día es el principal practicante del mundo en una forma de arte casi olvidada: las máscaras mortuorias.
“Una máscara mortuoria se hace moldeando los rasgos de una persona muerta. Es casi como si su último aliento se hubiera congelado en el tiempo, es el último retrato”. En 2023, la National Portrait Gallery de Londres inauguró una nueva ala y parte de ella está dedicada a las máscaras mortuorias, entre ellas las obras de Nick.
El rol de su padre en el Gran Robo del Tren moldeó su vida dramáticamente. ¿Desea a veces que no hubiera sucedido y así haber tenido una vida normal?
“Las cosas no se pueden volver atrás. Eres lo que eres. He pasado toda mi vida tratando de jugar con las cartas que me repartieron y no tiene sentido quejarse.
“A veces me resulta levemente irritante que a los 61 años sigo siendo ‘el hijo de alguien’. Es una gran sombra y un peso que he tratado de quitarme de los hombros durante muchos años. Pero, no es fácil de quitar y he vivido con él.
“De todos modos, tienes que aprovechar al máximo las cosas de la vida y, si puedes, ver el lado divertido de todo”.
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