Una propuesta para Biden tras el desastre del debate frente a Trump
El presidente debería bajar su candidatura y elegir cinco estrellas del Partido Demócrata para que participen de la convención de agosto
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WASHINGTON.- Está siendo egoísta. Piensa más en su interés personal que en el del país. Está rodeado de alcahuetes y oportunistas. Creó una realidad distorsionada en la que pretende que no creamos en lo que vimos de manera patente. Su hibris es exasperante. Dice que lo hace por nosotros, pero en realidad, lo hace por él. No estoy hablando de Donald Trump. Estoy hablando del actual presidente.
En Washington, a veces las personas se convierten en aquello que tanto vilipendiaron. Es lo que le pasó a Joe Biden. En su errática carrera hacia un segundo mandato que terminaría cuando tenga 86 años, cayó en comportamientos con olor a Trump. Y está poniendo en peligro la democracia que dice querer salvar.
Conocí a Biden en 1987, durante su campaña presidencial. En ese entonces, lo aclamaban por ser un destacado orador del Partido Demócrata, aunque a veces su verborragia podía ser tediosa. Yo lo tumbé de la carrera presidencial cuando escribí que se había disfrazado del británico Neil Kinnock, el brillante orador y líder del Partido Laborista, y sobre algunos de sus discursos, que probablemente por descuido, tomaban prestados fragmentos de Robert F. Kennedy y Hubert Humphrey.
Me crucé con Biden en unas escaleras del Senado cuando se dirigía a pronunciar el discurso para bajarse de la carrera presidencial. Estaba solo, estudiando su guion. Nos miramos en silencio –conmocionados por la gravedad del momento– y después cada uno siguió su camino para llegar a la misma conferencia de prensa.
Biden era un alma bella al que le habían dicho que debía ser presidente no bien fue elegido para el Senado, a los 29 años. Y no iba a parar por el escándalo del plagio ni por sus incesantes problemas de salud. Padeció dos aneurismas en 1988, y luego admitió que sus médicos le habían dicho que de haber estado en campaña no habría sobrevivido. Así que me agradeció, en broma, por haberle salvado la vida. Tampoco permitió que lo detuvieran las otras tragedias que marcaron su vida.
Biden fue un buen y leal vicepresidente, y creo que Obama cometió un error al desestimarlo y preferir a Hillary para las elecciones presidenciales de 2016. Hillary era una candidata elitista y pro statu quo, pero el humor del electorado era completamente opuesto.
El equipo de Obama instaló la idea de que Biden estaba demasiado perturbado por la muerte de su hijo Beau para hacer campaña, pero Biden es la única persona del mundo que podría haber usado su dolor para alimentart una candidatura empática. Biden dijo que Beau quería a su padre en la Clase Blanca, y no una restauración de los Clinton.
Si Biden hubiera sido el candidato, habría derrotado a aquel inmoral y ahora estaría terminando su segundo mandato, listo para un retiro soñado en reposera en su querida playa de Rehoboth.
En cambio, empezó su presidencia demasiado tarde. En los últimos años su deterioro ha sido notorio, y eso es muy peligroso en un mundo volátil, con la inteligencia artificial revolucionando Estados Unidos y una Corte Suprema repleta de fanáticos religiosos que están reescribiendo el estilo de vida norteamericano.
Por eso hace dos años escribí una columna sugiriéndole que se quedara con todo lo bueno que había logrado y dejara que las estrellas más jóvenes del partido tuvieran su chance. “El momento que elijas para retirarte puede determinar tu lugar en los libros de historia”, le sugerí.
Jill Biden, que carece del desapego de Melania y disfruta más de su papel de primera dama, apoya –y resguarda– a su marido, incluso más allá de la razón. El jueves, después de la vergonzosa presentación de su esposo en el debate, exhortó a la multitud y le dijo a Biden como una maestra de escuela frente a un alumno estudioso: “¡Lo hiciste muy bien! ¡Respondiste todas las preguntas! ¡Sabías todos los datos!”. Pero esto se lo dijo a… la persona que maneja la botonera nuclear.
Después de la nube de pesimismo que envolvió a los demócratas, Nancy Pelosi, Jim Clyburn, Bill y Hillary Clinton y Obama tomaron impulso y salieron salvar los trapos. El periodista Van Jones, de la CNN, dijo que un líder negro lo llamó y le recriminó la precisión con la que había analizado el calamitoso debate.
El estratega demócrata Paul Begala, que calificó el debate de “catástrofe”, explicó en CNN: “Al primer demócrata que pida que Biden se baje, se le termina la carrera”. Y agregó: “Ninguno va a decir ‘déjenme darle la cuchillada a Julio César’. El Partido Demócrata ama a Biden”.
Y considerando que a Biden lo aman y que ha tenido verdaderos logros como presidente, esta desesperante y enloquecedora carrera cuesta arriba hacia la reelección tiene que terminar.
Una propuesta
Biden no solo tuvo una mala noche, como Obama cuando se mostró irritado en su primer debate con Mitt Romney. Biden parecía fantasmal, con un aspecto turbado. No pudo recordar las frases o cifras que había ensayado. Tiene problemas propios de su edad, que solo van a empeorar. Fue descorazonador ver que el presidente recaía a la tartamudez de su infancia.
Su esposa y su equipo levantarán murallas de protección aún más altas y ahuyentarán a los periodistas. Biden, Jill y los líderes demócratas tienen que enfrentar la realidad de que es una apuesta extraordinariamente arriesgada y que, tal como nos lo machachan, la democracia está en juego.
El consultor James Carville, que también dijo hace un tiempo que el presidente debe renunciar a un segundo mandato, me dijo que Biden debe citar a los expresidentes Clinton y Obama a la Casa Blanca y elegir cinco estrellas de los demócratas para que participen de la convención de agosto. “¿Sabe cuánta gente lo vería por televisión?”, me preguntó Carville. “Todo el mundo estaría pegado a la pantalla y la gente se daría cuenta de que el partido tiene verdaderos talentos”. Agregó que el 4 de julio el presidente debe pronunciar un discurso para anunciar que dará un paso al costado y permitir que florezca la nueva generación de líderes demócratas.
Carville, de 79 años, agregó que es imposible ganar la lucha contra la edad. “Hago todo para intentar ganar esta batalla, pero no funciona.” Una escalera puede arruinarle el día. ¿Y qué pasaría si Joe y Jill no quieren dar el brazo a torcer? A modo de respuesta, Carville citó a Herb Stein, máximo economista durante las presidencias de Richard Nixon y de Gerald Ford: “Lo que no puede seguir, no sigue.”
Traducción de Jaime Arrambide
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