Una marea roja impulsada por la economía que ignoró las amenazas a la democracia
El arrollador retorno de Donald Trump a la Casa Blanca tuvo dos grandes pilares: la inflación y el presidente, Joe Biden; el electorado rechazó el gobierno demócrata y votó con la mente puesta en el bolsillo
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WASHINGTON.- Fue una verdadera “marea roja”. Donald J. Trump y los republicanos arrasaron en la elección presidencial en Estados Unidos, una victoria que dejó al atónito país no tanto por el resultado en sí –Trump esta vez era el favorito y el humor del electorado claramente jugaba a su favor–, sino por su magnitud.
Una de las máximas políticas repetidas hasta el cansancio sobre Trump es que tiene “un piso alto, y un techo bajo”. Con su triunfo, Trump la deshilachó. Trump ganó el voto popular –un hito que los republicanos no conseguían en 20 años–, ganó todos los estados donde debía ganar, corrió todo el mapa a la derecha, mejoró en ciudades y suburbios, entre latinos –obtuvo nada menos que un 45%, según la cadena NBC, por arriba del pico de George W. Bush en 2004–, árabes y afroamericanos, entre las mujeres, entre los jóvenes, y en el electorado independiente. Logró algo que siempre se dijo que no podía hacer: ampliar los límites de su coalición. Su arrollador retorno a la Casa Blanca tuvo dos grandes pilares: la inflación y el presidente, Joe Biden.
Los demócratas creían que la alforja de escándalos de Trump y su retórica ácida durante la campaña, sobre todo en el final, sumado al debate sobre el aborto y la democracia, alcanzarían para lograr otra victoria. Pero el electorado votó con la cabeza en el bolsillo, a favor de un volantazo, en contra de la cultura “woke”, la guerra en Gaza y en repudio a la presidencia de Biden, de la que Kamala Harris nunca se despegó del todo.
Esta vez, y a diferencia de 2016, cuando Trump era aún una incógnita, Estados Unidos sabía exactamente qué eligió. Trump es un criminal convicto y espera este mes una condena –que ahora quizá nunca llegue– por esconder un pago a la actriz porno Stormy Daniels para tapar un romance en plena campaña presidencial hace ocho años. Otro juez le ordenó pagar una multa de 355 millones de dólares por fraude en sus negocios. Otro jurado en Nueva York concluyó que violó a la escritora E. Jean Carroll. Trump tiene tres causas pendientes –dos de ellas van camino a desaparecer– y fue sometido a dos juicios políticos durante su presidencia, que terminó en un caos con el asalto al Congreso del 6 de enero de 2021 ejecutado por sus partidarios. El gabinete original de su presidencia le dio la espalda y uno de sus exfuncionarios más respetados, el general (R) John Kelly, lo llamó un “fascista”.
Con ese trasfondo, Trump hizo su mejor elección.
Trump y el trumpismo duro siempre acusaron una persecución política –una versión norteamericana del lawfare tan familiar en América Latina– y muchos de sus votantes creen que su prontuario judicial es un invento de los demócratas. Su condena, de hecho, desató una ola de donaciones a su campaña. Otra fracción de su coalición cree que hay otros asuntos más importantes, o simplemente quiso sacar a los demócratas en el poder.
El profundo descontento en el país era visible en las encuestas de opinión, en el humor social, en las conversaciones informales con votantes en los estados en los que se disputó la Casa Blanca, donde los votantes de Trump se quejaban, algunos con furia, del mismo problema: lo caro que está todo. El supermercado, la nafta, la hipoteca, o la tarjeta de crédito. Un dato: desde la pandemia, el costo promedio de los alimentos que pagan las familias aumentó más del 25%, por arriba de la inflación. Las encuestas de boca de urna mostraron dos cosas: alrededor de dos tercios del electorado cree que la economía va mal y la mayoría culpa a Biden.
Harris y los demócratas nunca le encontraron la vuelta al tema. Los norteamericanos siempre confiaron más en Trump que en la vicepresidenta para timonear la economía. La única propuesta concreta de Harris en su campaña para atacar el principal problema en mente del electorado fue implementar controles de precios. Punto. Su campaña –profesional y prolija, aunsin llegar a ser descollante– empezó como una oda a la “alegría” y un intento de revivir la mística que acompañó el ascenso al poder de Barack Obama. Al final, fue un globo de ensayo que nunca despegó. Y su mensaje pasó a enfocarse en el cierre casi exclusivamente en el temor por la democracia y la amenaza de un Trump totalitario que el electorado, claramente, no compró.
Esa discrepancia deja lugar a dos lecturas: o los votantes consideraron que las advertencias sobre Trump eran exageradas, desmedidas, o, si las tomaron en serio, pusieron por encima de la democracia un aparente deseo de volver a la bonanza previa a la pandemia, aun cuando Trump no haya sido su arquitecto, y aun a riesgo de debilitar las instituciones, el estado de derecho, la igualdad y los derechos humanos, incluidos los derechos de las mujeres o los inmigrantes.
Más allá de esos debates, los demócratas abrieron rápidamente el juego de las culpas y responsabilidades. Joe Scarborough, conductor del programa Morning Joe, uno de los favoritos de Biden, dijo que los demócratas están “radicalmente desconectados” del país, y que muchos votantes latinos tienen “problemas con candidatos negros”, o son machistas. Otros apuntaron directamente a Biden por insistir en su reelección, y no bajarse antes. El senador socialista Bernie Sanders dijo que el partido le había dado la espalda a los trabajadores. Barack Obama ofreció otro argumento: el clima postpandemia que ha creado “vientos en contra” para los oficialismos, que han perdido elecciones en todos lados.
Fuming Joe Scarborough blames racism, misogyny | Gossip Wire https://t.co/waQBSVrYOL
— The-Gossip-Wire-News (@JohnHor76068488) November 6, 2024
Lo cierto es que una victoria tan contundente como la de Trump y los republicanos siempre tiene más de una explicación. El escrutinio final arrojará más luz sobre el giro del país y la composición final de la coalición trumpista. Pero más allá de los motivos, el veredicto de las urnas fue que, para la mayoría de los votantes norteamericanos, el pasado de Trump no lo proscribe para regresar a la Casa Blanca.
Eso no significa, sin embargo, que todos sus votantes condonen ese pasado o todas sus acciones. Sus seguidores más fieles lo ven como una suerte de Mesías, un enviado de Dios para poner a Estados Unidos –y al mundo– en el camino correcto. Para otros, Trump es apenas la mejor opción sobre la mesa.
El retorno del magnate a la Casa Blanca inaugura una nueva etapa política en Estados Unidos y su vínculo con el mundo. El mandato de los votantes es mejorar la economía, pero Trump y los republicanos tienen planes que van más allá de esa tarea, y si comienzan ponen a prueba los límites de la tolerancia social, el país puede hundirse rápidamente en un nuevo ciclo de estrés y confrontación que termine en otro volantazo hacia un escenario incierto. El propio Trump lo sabe: hace cuatro años, pocos imaginaron que un día volvería victorioso a Washington luego de dejar la Casa Blanca en solitario, casi como un paria, sin siquiera asistir a la jura de Biden, envuelto en escándalo.
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