Un vestido de oro y plata y una corona de US$2 millones: el look de Isabel II el día que se convirtió en reina
La monarca del Reino Unido falleció “pacíficamente” en el castillo de Balmoral, informó el Palacio de Buckingham; con 70 años en el trono, su reinado fue el más largo de la historia
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El contexto en que Isabel supo que se convirtió en soberana del Reino Unido fue atípico. El 6 de febrero de 1952, el mundo despertó con la noticia de la muerte de Jorge VI, a raíz de un cáncer de pulmón. Su hija mayor no se enteró sino horas después, cuando se la pudo localizar -a miles de kilómetros- en la selva keniana junto a Felipe de Edimburgo. El matrimonio estaba de gira por la por la Mancomunidad de Naciones en sustitución del rey, que no viajó porque estaba enfermo.
Tras guardar el luto reglamentario, su entrada a la Abadía de Westminster el 2 de junio de 1953 marcó el inicio de la ceremonia religiosa que concluyó en su coronación. La nueva reina llegó al trono con un vestido de seda blanco de más de cinco metros, bordado con hilos de oro y plata. Ahora, 70 años después y en el día en que se informó su muerte, aquel episodio quedó en la retina de aquellas personas que fueron testigos del suceso histórico.
La responsabilidad de uno de los looks más importantes en la vida de Isabel II recayó sobre los hombros de Norman Hartnell, un diseñador de moda británico con el que la nueva reina ya tenía relación porque fue él quien se encargó del traje que usó en su boda con Felipe en 1947. En aquella ocasión, lució un vestido de satén, con escote de corazón y manga larga, que tenía un total de 10.000 perlas bordadas sobre el tejido.
El de la coronación se convirtió en un verdadero reto para Hartnell, ya que la prenda debía contener representaciones del Reino Unido y de los dominios que ahora serían dirigidos por Isabel. Para ello, el diseñador estudió exactamente qué entendían la historia y la tradición por “vestido de coronación”. Durante ocho meses, no paró de visitar museos y bibliotecas, y luego se encerró para convertir las ideas en bosquejos.
El arduo trabajo valió la pena y la reina eligió uno de los nueve bocetos que él le presentó. De hecho, el vestido le gustó tanto que lo usó al menos seis veces más, según consignó Harper’s Bazar. El diseño incluyó la rosa Tudor de Inglaterra, el cardo de Escocia, el puerro de Gales, el trébol de Irlanda del Norte, el zarzo dorado de Australia, el loto de India y Ceilán -actual Sri Lanka-, y el trigo y algodón de Pakistán.
Los emblemas de los territorios de los que Isabel sería monarca junto con las naciones del Reino Unido se bordaron a lo largo de toda la falda; todo con hilos de oro, plata y seda de colores pastel, e incrustaciones de perlas, lentejuelas y cristales.
En 1955, Hartnell publicó su autobiografía Silver and Gold, donde describió el proceso de diseño del traje y recordó divertidas anécdotas. Entre ellas, contó que él pensaba que el narciso era el auténtico símbolo nacional de Gales, pero su ilusión se vino abajo cuando supo que el correcto era el puerro. No sabía cómo incluir semejante hortaliza en el vestido para la entronización de Isabel, pero finalmente, logró darle elegancia, y la seda y los diamantes le dieron forma a la figura.
Más adelante, el prestigioso zapatero Roger Vivier entró en la escena del histórico look. Conocido como el “Fabergé del calzado”, este diseñador francés se encargó de las increíbles sandalias que lució la reina que, de acuerdo con Vanity Fair, tenían incrustaciones de rubíes y la forma de una flor de lis.
La corona, “la joya de las joyas”
Durante la coronación, Isabel II cubrió sus hombros con una gran capa de terciopelo y recibió, de manos del Arzobispo de Canterbury, la Corona de San Eduardo en el altar de la Abadía de Westminster. Es “la joya de las joyas” y uno de los símbolos oficiales del Reino Unido.
La pieza se fabricó para la coronación de Carlos II (1660) y reemplazó la corona medieval fundida en 1649, que se suponía que databa del siglo XI, de acuerdo con El País. Hecha en oro macizo, pesa poco más de un kilo y mide 31,5 centímetros. Está adornada con zafiros, turmalinas, topacios, amatistas y perlas, que suman un total de 2901 piedras preciosas, incluido el diamante Cullinan II.
Desde 1661 hasta principios del siglo XX, según reseñó el diario español, se adornaba con gemas que se prestaban y se devolvían después de la coronación. No obstante, en 1911 y con motivo de la coronación de Jorge V, esta joya se ensambló de manera permanente tal y como se la conoce en la actualidad.
Según un análisis, publicado por ese mismo periódico, el valor histórico compite con el económico. De acuerdo con un informe, el gorro de terciopelo y la pieza de armiño apenas rozan los 40 dólares. Sin embargo, el fuerte está en los siete zafiros que la componen y que estarían valuados en poco más de US$2 millones. Al sumar lo anterior, las demás gemas y el oro, la joya ascendería a 2.142.000 dólares.
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